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jueves, 20 de febrero de 2020

¿Parar para qué?

La potencia de la movilización popular o ciudadana ha gestado, a lo largo de la historia, transformaciones sensibles a la dinámica de explotación y dominio instalada por las elites que controlan no solo el aparato estatal sino además la producción de leyes y el reparto de beneficios societales, acumulados bajo el modelo de capitales.


Sin embargo, ante la imposibilidad de alcanzar un volumen decisional de tal tamaño que resulte posible asegurarse el control del aparato institucional, los públicos organizados y las multitudes autoconvocadas se movilizan hoy en un escenario de lenta transformación que apenas si logra producir perturbaciones en el diseño de las políticas y en el direccionamiento de las instituciones, sin que se provoquen acopios de poder que pongan en riesgo sistema alguno.

Frente a los intereses dominantes de la clase dominante, la activación de individuos, colectivos y organizaciones en procura de alcanzar mayores realizaciones que hagan real el disfrute de derechos y libertades conquistados en diferentes momentos y por diferentes vías incorporadas a la configuración institucional cobra sentido cuando, beligerante o no, alcanza tal eco en la multitud que resulta imposible desoírla.

Si bien es cierto, como afirma Piketty en Capital e Ideología que “todo régimen tiene sus debilidades y sólo puede sobrevivir si está dispuesto a transformarse de manera continua, a menudo de forma conflictiva y violenta, apoyándose en las experiencias del pasado y en los conocimientos adquiridos”, la persistente desigualdad que pone a la gente en la calle no parece ceder ni responder a aprendizaje experiencial alguno ni en quienes reclaman la apertura del sistema ni en quienes se empecinan en cerrarlo todavía más; motivo más que suficiente para persistir en la protesta social y la movilización política.

Lo que queda por verse es si quienes se activan contra ese orden de cosas están usando métodos suficientemente creativos como para suscitar la mayor solidaridad popular y generar un impacto sistémico sensible, de fuerte raigambre local, que pueda producir acumulados planetarios; que haga posible el que “pequeños cambios cuantitativos produzca grandes transformaciones cualitativas”. 

De ahí que preocupe la ineficacia de convocatorias a paros nacionales programados un día cada mes, como si se pensara que jornadas de activación de baja intensidad pudieran acelerar el advenimiento de mutaciones sólidas que llamen a la negociación de asuntos fundamentales e impostergables en beneficio de sectores, colectivos y pueblos desatendidos y vulnerados por mucho tiempo.

Luego de la inusitada movilización decembrina en Colombia, habría que preguntarse por el impacto real de las recientes convocatorias a paros de un día al mes, e inquietarse por el riesgo de convertirlas en liturgias de la inmovilidad.

sábado, 10 de junio de 2017

Asignatura pendiente: movilización ciudadana y gestión de lo público

La larga historia de protestas, plantones, bloqueos, movilizaciones y paros en Colombia evidencia la tensión manifiesta y no resuelta entre la precariedad en el aseguramiento de derechos y la perplejidad desobligante  y desestabilizadora en las prácticas institucionales. Las consecuencias: un panorama insostenible que incrementa la vulnerabilidad de públicos específicos desatendidos o precariamente incorporados al reparto y disfrute de bienestar y desnuda la incompetencia de los organismos estatales para producir transformaciones sistémicas que contribuyan a elevar los niveles de satisfacción de la ciudadanía con sus gobernantes.


domingo, 2 de febrero de 2014

Silencio, mientras la muerte florece



Primero fue Delmiro, su esposo y su hijo Carlos Mario; luego Jonathan tampoco pudo despedir a su madre, asesinada el 7 de junio de 2012. Ahora, los heraldos de la desgracia asestaron un nuevo golpe al balear mortalmente a Carlos Arturo, un joven que pese a estar seriamente amenazado no había recibido siquiera el mínimo de la protección policial que disfrutan quienes en este país ordenan matar. La impúdica tragedia humanitaria que carcome a este país se confirma nuevamente en las muertes recogidas bajo el nombre de Ana Fabricia Córdoba; ante las cuales las organizaciones y liderazgos afrodescendientes ya no pueden permanecer silenciosos.

Contar afrentas y homicidios que constituyen actos de discriminación y racismo resulta difícil en un país en el que, junto a estos, se esgrimen otros motivos e interés para operar las herramientas con las que se produce y reproduce la guerra y la masacre. No obstante, si se acude a la cifra oficial de afrodescendientes asesinados, puede notarse que en los últimos años resulta significativamente superior a la media nacional; desplazándose de la zona del Urabá hacia aquellos municipios con alta población perteneciente a este pueblo étnico; con mayor incidencia sobre las mujeres.

martes, 7 de enero de 2014

¡Centro Popular Afrodescendiente!

Muchos pensarían que es una casa para armar un proyecto; otros la vemos como un proyecto que se hace visible en una casa. Estos dos sentidos, dibujan la aspiración a convertir el Centro Popular Afrodescendiente en un espacio en el que, reivindicando el carácter popular de los procesos sociales y políticos y, contrario al solipsismo y la habitual promoción de la fragmentación, un conjunto de organizaciones activas confluyen para afianzar la pertenencia afrodescendiente como fundamento de la acción movilizatoria en y desde Medellín.

Pese a que no deja de resultar compleja la definición de lo popular hoy, cuando los discursos sociales se centran en el desdibujamiento de conceptos identitarios; recurrir a tal categoría antes que un límite constituye una posibilidad para la producción de pensamiento emancipatorio al adentrarnos en la segunda década del milenio huérfano en el que nos encontramos, falto de ideas, nostálgico y evanescente; urgido de propuestas y alternativas posibles. El pueblo, esa vieja categoría tan republicana como socialista, no es simplemente la suma indeterminada de todos los individuos, ni la expresión de una gelatinosa voluntad general. Para nosotros, las y los afrodescendientes, pueblo es lo que somos.

domingo, 7 de julio de 2013

Las ciudades también van al Congreso



Con pasmosa notoriedad se comprueba cotidianamente que la imagen mediática e institucionalizada de las y los afrodescendientes en Colombia suele representarse con la ruralización y las formas ribereñas, isleñas y litorales que asumen los trazos identitarios de quienes provienen de dichas regiones en el Pacífico y el Caribe. Tal imagen contrasta con una evidencia palmaria que nos informa que, hoy, 7 de cada 10 personas afrodescendientes han nacido, se encuentran residenciados o han reconfigurado su existencia en las ciudades.

Frente a tal dato, advertimos igualmente que aquellos municipios con mayor población afrodescendiente como Cartagena, Buenaventura, Tumaco, Turbo y Quibdó son centros poblados altamente densificados al igual que Cali, Medellín y Bogotá; es decir, ciudades, lo que de suyo debería significar una consistente advertencia sobre el carácter urbano que informa con igual potencia la construcción identitaria afrodescendiente en el país.

Este asunto cobra mayor vigor en vísperas de la realización del Congreso Nacional Afrocolombiano a realizarse en Quibdó a finales del mes de agosto, congregando a Consejos Comunitarios de territorios titulados, no titulados y ancestrales; así como a organizaciones, redes y articulaciones  del movimiento étnico afrodescendiente en el país. Esta será una oportunidad histórica, única y propicia para nutrir de contenido político al proceso étnico, si logra retar y contener la voracidad burocrática de viejos liderazgos, declararse autónomo frente a la arremetida gubernamental y fortalecer los lazos de hermandad entre las diferentes expresiones y tendencias gestadas en el proceso de articulación del pueblo afrodescendiente en Colombia.

domingo, 30 de junio de 2013

Entre el odio y la muerte


A lo largo y ancho del territorio colombiano emergen evidencias de que el racismo es una enfermedad de la que no nos hemos vacunado todavía, como se percibe tras la cotidiana agresión verbal a ciudadanos detenidos por la Policía, los improperios a una reputada investigadora en un almacén de cadena, los grafitis discrimitarorios en algunos centros educativos y universidades del país, las sentencias condenatorias de actos de racialización en la academia, las reiteradas prohibiciones de ingreso a sitios de entretenimiento público o la imposibilidad de acceder a cargos de liderazgo con alta incidencia política; todas estas evidencias de lo naturalizado que se encuentra este flagelo entre nosotros.

Sin embargo, con mayor preocupación, el racismo y la discriminación adquiere tintes de odio étnico cuando se convierte en una amenaza inminente que no solo simboliza la enfermedad sino que pone en riesgo la vida misma y el bienestar, tal como ha ocurrido en el presente mes en el Barrio Popular 1 de Medellín, en el que las amenazas se concretaron en muertes y desplazamiento y, en Cartagena, ciudad que sigue sosteniendo el emblema de la discriminación recalcitrante.

domingo, 5 de febrero de 2012

El planeta afrodescendiente


Me niego rotundamente 
a negar mi voz, 
mi sangre y mi piel...

Empieza este 2012 la ambientación para el decenio de la afrodescendencia, marcado por un fuerte debate en torno a la diáspora africana por el mundo; anticipando las discusiones en torno al avance en el cumplimiento de los Objetivos del Milenio[1]. Esta confluencia abre una inmensa oportunidad para concitar acciones organizativas, movilizatorias y formativas en perspectiva afrodiaspórica e intercultural; así como para definir políticas públicas que eliminen las barreras de indignidad con las que se sostiene a millones de afrodescendientes al margen del disfrute de beneficios societales e incluso por fuera del marco garantista de derechos civiles, políticos, sociales, económicos, culturales y ambientales; especialmente quienes padecen las inclemencias del desplazamiento.

sábado, 2 de abril de 2011

El jaleo del oprimido

¿A dónde quieren llevar al negro? 
miren que el negro se está cansando 
que todo el mundo le va jalando 
como si fuera él un maniquí 
Ñico Saquito


Para mucha gente la escuela; básica, media o superior, debería entenderse como un receptáculo de las políticas hegemónicas instaladas como válidas por una élite ilustrada que, como clase, impone con relativo éxito su particular mentalidad respecto del Estado y sus funciones a las diferentes fuerzas sociales. En ese modelo, la escuela se convierte en un ejercicio de dictado magnificado por el impacto que tiene la escolaridad puesta al servicio de la empresa y de las faenas laboriosas en el modelo de economía en el que las fuerzas productivas cumplen la misión de dar valor al capital y operan en torno a su entronización. 


domingo, 19 de septiembre de 2010

¿Proscribir la protesta? Un necesario adiós al siglo XX



“Un no como una casa, grande como una casa,

Donde un día podamos alojar nuestros sueños"



Armando Tejada Gómez


No son pocas las evidencias de que los logros de la humanidad en el siglo XX, impresionantes por su enorme desarrollo tecnológico e instrumental, palidecen en la precariedad del desarrollo humano alcanzado. Los altos índices de pobreza, vida en miseria, violencia, exportación de la guerra, tráfico y consumo de armas, persistencia de esclavitudes, negación de derechos en condición heredable; entre tantos otros males de nuestro tiempo, nos persuaden de ello y nos exigen, hoy más que nunca, reclamar un mundo posible frente a l defensa resignada del presente. De manera especial hoy, la satanización de la protesta como alternativa en la deliberación pública resulta siendo uno de los peores inventos sociales del siglo XX, por la que se hace coincidir la impotencia y la incapacidad para transformar la vida concreta de seres humanos en aldeas, ciudades y naciones con un modelo relacional y político en el que la contienda ideológica y la movilización que cuestionan tal estado de cosas resulta proscrito.


Protestar, esa actividad por la que los individuos y colectivos lanzan sus ideas en lo público puño en alto, voz en grito y pie marchando, ha venido a convertirse en un crimen contra el orden, la serenidad, la quietud, la pasividad de quienes piensan que vivimos en el mejor de los mundos posibles o, por lo menos, en el que nos tocó vivir con resignación. La lectura gelatinosa de nuestro tiempo deja entonces el sinsabor de la derrota imaginativa, de la precariedad del pensamiento, de la erosión de la creatividad de un lado y del otro, si se mira cómodamente desde un supuesto centro en el que se quiere que todos quepan, siendo que no pueden.


Para quienes la protesta es perversa, molesta e incluso criminal, resulta provechoso que se extienda la presencia policial y el control institucional hasta el último recodo de libertad, incluidas las universidades públicas; que se privaticen los servicios públicos, que las calles sean limpiadas de “esa gente indeseable”, que el pensamiento sea único y que el mundo no exprese más tensiones que las nacidas de acostumbrarnos a vivir en él tal como es, prisioneros del encantamiento y la exultación absurda que, hay que decirlo, esconde las graves fisuras sociales, políticas y económicas de nuestras naciones.


Para quienes, por lo contrario, no terminamos por aceptar que las cosas son como son, que la controversia resulta fundamental para aventurarnos a soñar, pensar y crear nuevos mundos, distintos, alternativos, otros; la protesta se constituye en un referente simbólico y actuacional que reclama la ampliación de las fronteras de nuestro tiempo, el desvertebramiento de la quietud, el protagonismo de la acción y del actor. Desde esta orilla, pesimista, según sus críticos; proscribir la protesta atenta contra la infatigable capacidad humana para generar formas alternativas de hacer nuestro al mundo que vivimos y al que no basta, simplemente, padecerlo.


Tal como un pensador latinoamericano, José Carlos Mariategui, escribiese hace algunas décadas, “los que no nos contentamos con la mediocridad, los que menos aún nos conformamos con la injusticia, somos frecuentemente designados como pesimistas. Pero, en verdad, el pesimismo domina mucho menos nuestro espíritu que el optimismo. No creemos que el mundo deba ser fatal y eternamente como es. Creemos que puede y debe ser mejor. El optimismo que rechazamos es el fácil y perezoso optimismo de los que piensan que vivimos en el mejor de los mundos posibles”.


Nuestro mundo puede y debe ser mejor. Por ello no resulta creíble que se pueda proscribir la movilización de quienes, en espacios privilegiados para ello como la universidad, se visibilizan y movilizan arriesgando incluso su vida para decir lo distinto, para proponer nuevos modelos de negociación y participación, en los que quepa el disenso y la alternativa. Expresiones arrogantes y autoritarias como la del Gobernador de Antioquia o manifestaciones hostiles como la intrusión del ESMAD para “contener” una manifestación desarmada y pacífica de las y los estudiantes de la Universidad de Antioquia dentro de dicho claustro, se convierten en atentados inciertos contra la palabra y el poder combativo del discurso. 


Para quienes afirmamos y enseñamos que la democracia no es un espantapájaros al servicio de los bribones, resulta de suma importancia reconocer que su construcción y su fortalecimiento nacen de un ejercicio radical por dejar de lado las armas, las del Estado y las de los ciudadanos; para concentrar los esfuerzos en el debate; aun en condiciones de denuncia, rebeldía y beligerancia. Para quienes confunden el poder con las funciones de control y represión en manos del Estado y los gobernantes, resulta imposible entender otras razones que las del encantamiento y la domesticación. Por ello se pontifica y se maldice a quienes, sin poder según se cree, acuden a la protesta ciudadana como el instrumento para gestar condiciones de interlocución creíbles. 


Negar entonces que la democracia consista en disciplinar a los ciudadanos y en desatar la furia del gobernante, resulta necesario; mucho más cuando las autoridades oficiales aspiran a desinstalar la protesta como un instrumento ciudadano válido. Desconocer que en los espacios públicos como el universitario se puede protestar y que ello es sano para la democracia, es aspirar a un mundo único y homogeneizado, en el que lo diverso fácilmente se califica como terrorista; sobrada razón para pensar que, definitivamente, falta un adiós rotundo al domesticado siglo XX.
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CuestionP Aportes para una teorìa polìtica de la afrodescendencia por Arleison Arcos Rivas se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 2.5 Colombia.

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