El pillaje ha sido alimento de la política desde los tiempos en los que, a cambio de raponear todo un continente, se lisonjeaba a los indígenas con espejitos engañosos. Bien advertía Maquiavelo que la política consiste en el arte de engañar. De hecho, el mismo Bolívar que nada gustaba del Florentino, se quejaba de que “por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza”. Ambos, sin duda alguna, no sólo observaron el presente de sus sociedades, tan disimiles; sino que se tornan profetas en estos tiempos de monstruosa posverdad y elaboración de mentiras y truculencias destinadas al control mediático de los públicos, mientras se tecnifica la ratería rapaz de los recursos públicos.
Necesitados de instituciones fuertes que hagan robusto el accionar estatal en favor de intereses colectivos, nuestro panorama no puede dibujarse más truculento, engañoso y rapaz: