Una extraña forma de fronterización y control poblacional está emergiendo
en las celebraciones y concentraciones multitudinarias del pueblo
afrodescendiente en Medellín, que no solo pone de presente la debilidad en los
procesos de transmisión y transformación valorativa entre generaciones
pertenecientes a este grupo de adscripción sino además revela las dinámicas
de connivencia policial con formas desreguladas de producir orden y sostener el
desorden en la ciudad: luego de caracterizarse por años como espacios en los
que no se presentaban significativos brotes de violencia, hoy las prácticas
delincuenciales rabiosamente expresadas blandiendo machetes en público parecieran
poner intencionalmente en riesgo las manifestaciones masivas de la
afrodescendencia en la ciudad; tal como ocurrió esta vez en el Festival de San
Pacho en esta ciudad.
Como una expresión celebrativa del jolgorio, la alegría y la plasticidad trascendente
de la religiosidad que se recogen en las tradiciones festivas y carnavalescas
del pueblo afrodescendiente en Colombia[1],
el festival votivo a Francisco de Asís, santo patrono de Quibdó celebrado así
desde 1926[2],
ha sido adoptado por los principales barrios de esa ciudad como las fiestas de San
Pacho; concentrando el grueso de sus actividades bajo una estricta asignación
territorial de la que participan los barrios más emblemáticos de la capital del
Departamento del Chocó, quedándose por fuera de dicho arreglo consuetudinario aquellos
barrios y asentamientos que no han logrado incorporarse con suficiente fuerza a
esta congregación complejamente devocional, amplificada ahora bajo la
salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.
Más allá de las fronteras geográficas y décadas después de su instalación
entre sus tradiciones apropiadas, las fiestas de San Pacho han seguido el paso
migratorio de los habitantes del Chocó y sus familias por buena parte del país;
especialmente en Medellín, ciudad en la que desde hace 19 años y, por
iniciativa de colectivos de maestros congregados en la Asociación
Intercultural Colombia Diversa (Aicold), se replicó un desfile con tal intencionalidad memorable, que año tras año
ha concitado el interés y participación multitudinaria de la población
afrodescendiente nacida, residenciada o avenida en la ciudad[3].
En las originales fiestas quibdoseñas, la profusión decorativa de los
disfraces, carrozas, comparsas barriales, adornos de calles y arcos constituyen
signos de distinción de tamaña trascendencia que, más allá de los rituales
religiosos, enfrentan a los diferentes comités organizadores en una competencia
franca y abierta por hacerse al reconocimiento como los que de mejor manera se
preparan para lucirse con los preparativos de la celebración; sin que nuevos
barrios hayan logrado incorporarse en los recorridos diarios previamente
distribuidos empezando el 22 de septiembre en el Tomas Pérez y cerrando el 2 de
octubre en Alameda Reyes.
El rápido y sorpresivo crecimiento demográfico de la capital del
departamento chocoano, estimulado en buena medida por el conflicto armado, ha provocado
el nacimiento de nuevos barrios y asentamientos que no solo profundizan los indicadores
de desprotección poblacional sino además radicalizan la tensión entre los
barrios integrados al ya de por sí limitado nivel de desarrollo en la ciudad y
los que, por fuera de este ordenamiento, reclaman su incorporación a la ciudad.
En relación con la festividad mencionada, esta situación ha generado brotes de
rebeldía, riñas y algunos enfrentamientos promovidos fundamentalmente por
jóvenes provenientes de estas concentraciones urbanas doblemente fronterizas al
estar precariamente integradas tanto a las dinámicas del ordenamiento y desarrollo
territorial como a las prácticas de ciudad entre las cuales “el San Pacho”
resulta de incomparable magnitud[4].
Si bien es cierto que tales dinámicas poblacionales que siguen el ritmo y
la intensidad del conflicto armado y las expresiones del narcotráfico asentadas
ahora en Quibdó de ninguna manera pueden confundirse con lo que expresa esta
fiesta multitudinaria; resulta sintomático que se acentúen las expresiones de
violencia juvenil en medio de la misma, trastocando las vertientes valorativas con las que la violencia gratuita y el vandalismos son severamente sancionados por las generaciones adultas. En las prácticas generacionales del pacífico colombiano, los mayores enseñan a pelear "por cosas que valgan la pena", siendo igualmente duros para amonestar a quienes usan la fuerza o se expresan violentamente sin que haya motivos para ello. Por ello muchos se manifiestan escandalizados porque, entre las frases que de
manera hilarante han sido apropiadas por los cachés,[5]
se destaque una en particular: “Si va al Sanpacho entregue el machete”,
acompañada del grito ambiguamente lacónico con el que se condensa la situación de
tensión en el vocerío de concesivas chirimías anunciando que “esto se va a
putiar”[6].
El fenómeno empieza a ganar tal notoriedad que en las redes sociales ya aparecen memes propios: “se mete al bunde y le
sacan machete” (ver),
dice uno de ellos.
El machete, instrumento de trabajo agrícola por excelencia, ha acompañado
las prácticas productivas esclavizadas tanto como las iniciativas libertarias
de las y los afrodescendientes por siglos, haciendo incluso famosos a los
macheteros del Patía y su valerosa participación libertaria en la Guerra de los
Mil Días, tanto como antes habían participado en el ejército independentista y
se habrían radicalizado en las permanentes prácticas autonómicas contra los
terratenientes y mineros caucanos[7].
Sin embargo hoy, tras crudas y descarnadas expresiones de violencia, no se
puede olvidar cómo fueron acumulándose - producto de la omnipresencia galopante
del paramilitarismo y el acuartelamiento de bandas sicariales - los descabezamientos y muertes a machetazos a
lo largo del Pacífico, así como las lamentables y tenebrosas casas de pique que,
por cierto, no sólo funcionan en la emblemática ciudad de Buenaventura;
trasladando el peso simbólico del machete hacia prácticas vandálicas y criminalizadas.
El que en pleno bunde y sabrosura las y los asistentes a algunos espectáculos
y celebraciones resulten sorprendidos por las expresiones violentas y los retos
a machetazo limpio en pleno evento público, adquiere ribetes dantescos cuando
se observa que, pese al carácter multitudinario de la marcha festiva, al
momento de llegar al sitio de concentración de la misma (tanto en Quibdó como
en Medellín), la Policía Nacional no instala los sistemas de control ni los
anillos de seguridad que se hacen evidentes en otros espacios y eventos. Así,
mientras esta institución realiza operaciones de cubrimiento que llegan a situar
un apabullante número de uniformados por asistentes a ciertos eventos[8],
resultan pocos los apostados en el sitio de concentración del Sanpachito en
Medellín; magnificando con malevolencia el pánico, la desazón y la sensación de inseguridad en
el Parque de las Luces.
Es claro igualmente que la seguridad en una celebración como esta no puede
depender de que se incremente el número de policías disponibles; así como
resulta evidente que quienes la disfrutamos y la defendemos no podemos
permanecer inmóviles y permitir que resulte empañada por facinerosos que se
congregan para sabotearla y hacerla ver como peligrosa; convocándose también
aquí como lo hacen en barrios y otros espectáculos masivos. Sin embargo, lo que
resulta preocupante es que, a sabiendas de que este tipo de comportamientos se
están presentando, las autoridades parezcan estimular su ocurrencia al no
diseñar estrategias de contención que garanticen la seguridad de la ciudadanía
congregada en un evento masivo con el que se visibiliza la pertenencia étnica
afrodescendiente en la ciudad. ¿Acaso quiere la Policía Nacional que su
inacción propicie desmanes de mayor calado en los que las riñas y muertes a
machete sean perversamente leídos por la ciudad en términos de fronterización;
tal como cuando se escucha decir “eso pasa desde que hay tanto negro en
Medellín”[9]?
El que los funestos macheteros del Sanpachito
empiecen a hacerse tristemente célebres porque su aparición logra disolver de
manera eficaz esta manifestación de presencia y apropiación simbólica en una
ciudad que todavía trata como extraños a las y los afrodescendientes no parece simplemente
el producto de la pugnacidad de jóvenes que, seguros de que sus actos
resultarán impunes, se retan en eventos públicos de diferente orden. Al
contrario, el que tales actos se reproduzcan precisamente en el San Pachito,
como ya había ocurrido en el Festival Afrourbano, permite suponer una patética
maquinación de control poblacional que, poco a poco, disimula la actuación
institucional y justifica su negativa a la promoción de eventos de esta índole hasta
socavar el basamento identitario y cultural de la misma. Resulta impostergable
preguntarse entonces si lo que se quiere institucionalmente es, pese a su
discreta aceptación, desestimular las manifestaciones cada vez más sonoras y
visibles[10] del
pueblo afrodescendiente en Medellín.
El sanpachito en Medellín ya no es un pequeño desfile gestado por el querer
devocional de algunos chocoanos en la ciudad[11];
mucho más cuando desde 2011 constituye una tradición cultural reconocida que cuenta
con asignación presupuestal mediante Acuerdo del Concejo Municipal[12].
Por ello, lo que se espera de las autoridades, así como de los organizadores,
es que garanticen el que esta manifestación se siga fortaleciendo en cuanto
favorece los procesos de invención étnica en el espacio urbano; produciendo
estrategias concertadas de aseguramiento espacial y contención delictiva, sin
que se opaque el carácter festivo de la movilización.
Lo que se exige entonces es que se desestimulen de manera eficaz los brotes
violentos que, intencionalmente o no, emergen desestimulando el hecho de que,
históricamente, a lo largo del recorrido no se han presentado hechos lamentables
en las casi dos décadas que lleva esta expresión y demostración de presencia,
resistencia y reexistencia en el escenario urbano, en el que la fiesta y el
jolgorio masivo empiezan a ser igualmente problematizados a la luz de los
graves problemas que enfrenta el pueblo afrodescendiente en la ciudad[13].
[1] Bajo un conjunto de prácticas y tradiciones
culturales abigarradas y heterogéneas, se cuentan durante todo el año
diferentes carnavales, festivales, fiestas y celebraciones con base étnica y
cultural remisoria de la africanía a lo largo y ancho del país. Algunos de
ellos hacen parte del expediente patrimonial preservado por el Ministerio de
Cultura y por la Unesco.
[2] Aunque su práctica devocional se registra
desde 1648, cuando la Comunidad Franciscana se asienta en este territorio.
[3] Medellín, reflejo institucional del
extrañamiento con la diferencia en la tradición paisa, alimenta una
caracterización perpleja de las y los afrodescendientes en la ciudad, que no
termina por incorporar en sus prácticas el hecho demográfico que registra hoy
más de 240.000 de sus habitantes
autorreconocidos como tales, contándose en cerca de 130.000 los que habrían
nacido en la misma. Uno de los datos etnográficos más significativos y
singulares del Sanpachito lo constituye la cada vez mayor participación de
jóvenes estudiantes de bachillerato y universitarios que se congregan para
reciclar en la ciudad las prácticas barriales del San Pacho, así como producen
reediciones urbanas de esta fiesta, descritas
con suficiente fuerza en los lemas de las camisetas que les identifican.
Un amplio registro fotográfico de lo dicho puede encontrarse en el álbum
Sanpachito en Medellín 2014 en mi página personal en facebook: https://www.facebook.com/arleison.arcos/media_set?set=a.10202183106534211&type=1
[5] El caché lo constituyen las formas, colores, tocados y
menajes propios del vestuario de cada comparsa participante en la celebración
de San Pacho.
[6] La expresión “esto se va a putear”, de uso
popular en toda Colombia, alude ambiguamente a la expectativa por encontrar
divertimento desbordante en un momento de jolgorio tanto como a la sensación de
que la tensión en el ambiente podría desencadenar enfrentamientos violentos
incontrolables. Una expresión semejante para la primera sería “se prendió la
vaina” y para la segunda acepción sería “esto se va a poner feo” o “se va a
joder”.
[7] De hecho, el Batallón de Combates Terrestres
Nº 37 del Ejército colombiano se llama “Macheteros Caucanos”. Hoy los
denominados “esgrimistas” constituyen una tradición celebrada y reelaborada por
afrodescendientes del Departamento del Cauca, quienes festejan el recuerdo de
la temeridad y el arrobo con el que sus abuelos fueron conocidos en épocas
coloniales y tras la instalación de la república. En el cancionero chocoano, el
machete es recogido igualmente como un elemento constituyente de la
cotidianidad: “Mi
familia es la batea, mi compañero el
machete, es mi novia la palanca y mi padrino el canalete”.
[8] Dada su importancia y llegando al paroxismo,
la policía nacional ubicó dos agentes por cada participante en la VI Cumbre de
lasAméricas en el 2012; por ejemplo. En un evento en el Estadio Atanasio
Girardot que congrega a cerca de 50.000 hinchas, además de los espectadores por
fuera de ese recinto, se despliegan cerca de tres anillos de seguridad y, pese
a ello, la policía nacional registra por decenas el número de armas
cortopunzantes que decomisa.
[9] Nota recogida de una conversación informal en bus urbano,
escuchada por quien escribe, estando ubicado detrás los hablantes. Al advertir
mi presencia, las hablantes pararon el comentario inmediatamente.
[10] En medio de la celebración en vía pública del
San Pachito en Medellín, muchos transeúntes y conductores preguntaban,
extrañados, qué se estaba celebrando. Algunos
entre estos mencionaban que era la primera vez que veían algo semejante en la
ciudad; lo cual no sólo reafirma el carácter multitudinario que ha ganado esta
expresión popular afrodescendiente sino además refleja la contradicción con el hecho
de que la misma se ha realizado por cerca de dos décadas en Medellín.
[11] A lo que habría que hacer varias glosas respecto de la
organización de las actividades celebrativas, la convocatoria antojadiza e
incomprensible a ciertos grupos culturales, la no promoción de esta actividad
incorporando otras organizaciones y colectivos, la sorpresiva concesión a las
autoridades para que el evento cambiara algunas calles en su habitual
recorrido, entre otras consideraciones que resultan pertinentes para robustecer
esta actividad que, a todas luces, hoy desborda las posibilidades operativas,
logísticas y movilizatorias de una única organización del incipiente movimiento
étnico afrodescendiente en la ciudad.
[12] Mediante el Acuerdo 317 de 2011, “Por medio del cual
se institucionaliza la celebración del evento de ciudad, Encuentro
de La Identidad y La Diversidad Cultural ‘Sanpacho en Medellín’”, la
ciudad de Medellín incorporó a su calendario de celebraciones y conmemoraciones
públicas esta festividad.
[13] En el Sanpachito, el CEPAFRO, Centro Popular
Afrodescendiente, promovió la visibilización de asuntos políticos; evidenciando
que, junto al revulú y la juerga se pueden intencionar y situar otros lenguajes
y otros discursos en torno a la problematización de la presencia y
participación de los afrodescendientes en la ciudad. Tanto en su comunicado
público en torno a la poquedad con la que el POT de Medellín oblitera la
diferenciación étnica como en los mensajes visibles en sus pancartas y
camisetas, el CEPAFRO invitó a la ciudad a problematizar las dinámicas del
racismo y las sinrazones de la opresión que justifican la convocatoria a
construir poder popular alternativo.
Muchas gracias por el análisis maestro...
ResponderEliminarCreo es importante, más allá de la apuesta institucional, auscultar qué esta pasando con el pensamiento de nuestros adolescentes y jovenes afrocolombianos en los territorios y como les encontramos para superar estos conflictos inocuos y este comportamiento que facilita la apuesta institucional por sepultar cualquier expresión de unidad, resistencia, resignificación, presencia, visibilización, etc, en Medellín. Asimismo, creo es necesario sentar al comité organizador a conversar para tomar medidas autónomas que protejan este espacio como lugar político y de ciudad, pues las "autoridades" policiales no lo harán. Podemos exigirlo pero poner de manera autonómica estrategias propias, pueden ser más efectiva. De otro lado, volver a las esencias y presencias afrolibertarias como las comparsas, estimulando, por ejemplo, las apuestas de tipo político similares a la que puso el Centro Popular Afrodescendiente y otros colectivos con una voz más baja...llenar de contenido político esta apuesta potenciada desde el "estigma del folklor". Es posible utilizar la estrategia de estigmatización y resignificarle para politizarnos. Finalmente, el próximo año debe ser claro en nuestras agendas promover estos diálogos y el trabajo mancomunado para clarificar apuestas y disputas, para no recrear una "afropatria boba".
Spreciado Yeison. Completamente de acuerdo. Por su contexto, esta celebración ya es de todos los afrodescendientes en la ciudad, no sólo de los quibdoseños; lo cual debe concitar la atención en el carácter urbano y aglutinador de la misma. En el mismo sentido, creo que aciertas cuando nos interpelas por el carácter afrolibertario que debe expresar no sólo el proceso de organización del evento sino en su resonancia sobre la configuración de lo que se visibiliza y quienes se visibilizan a partir de la misma.
EliminarBienvenida, como siempre, la juiciosa discusión que ayude a avanzar.
Apreciado Arleison,
ResponderEliminarRecibe nuestro saludo afectuoso y cimarròn. Es fundamental que los intelectuales afrocolombianos asuman la gran tarea de contribuir a travès de la palabra escrita a la construcciòn del pensamiento social y la conciencia polìtica liberadora del movimiento social de las comunidades del pueblo afrocolombiano. En nombre de todos los cimarrones(as) recibe nuestra felicitaciòn por la creaciòn del Boletìn CUESTION P: Pràcticas identitarias y Fundamentaciòn Teòrica de la Afrodescendencia, y la producciòn del libro "Esclavizaciòn, cimarronaje y republicanismo en el Siglo XIX en Colombia".
!Siempre en la lucha por los derechos y el empoderamiento del pueblo afrocolombiano!
Cimarronamente, Juan de Dios
Mi muy querido Juan de Dios.
EliminarGracias por tus generosas palabras.
Quienes hemos aprendido de tu tesón, seguimos caminando, mi hermano.
El libro no se consigue en librerías. Su primera edición fue solo para centros documentales y bibliotecas. En Bogotá esta en la BLA. Dame tu dirección y con el mayor de los gustos te haré llegar uno de los ejemplares que me quedan.
Abrazos grandes.
Hola Arleison, cómo vas...
ResponderEliminarMuy bueno al artículo, ya lo monté en mi Facebook para que mis contactos lo lean y opinen.
Creo que se hace urgente el debate en torno a las fiestas y la exclusión tremenda con los nuevos barrios de Quibdó y por ahí derecho con los habitantes de estos barrios. Estoy tratando de liderar una propuesta que permita que esos barrios hagan parte de la fiesta y, de paso, permitir que muchas más personas puedan sentirla como propia. La exclusión de las fiestas sanpacheras en Quibdó es tremenda.
Se había demorado el fenómeno de los machetes en replicarse a Medellín y otras ciudades. La gente lo ve como algo aislado que se da porque unos cuantos jóvenes de Quibdó quieren mostrar rebeldía. ¡Ah! Para completar, como si lo anterior no fuera suficiente, este año San Pacho estreno cabalgata. Mejor dicho, la cosa se puso peor...
Bueno, esperemos la reacción de todos para ver de que manera combatimos semejantes despropósitos.
Un saludo
Wagner M.
Estimado Wagner
EliminarGracias por tu comentario y por compartir la nota.
Me siento sumamente inquieto por ambas circunstancias: el elitismo del que se queja la gente en Quibdó y la virulencia que expresan nuestros jóvenes allá y acá. Lo primero lo aprendimos de los que siempre nos dejaron por fuera. Lo segundo puede ser una estocada a valores y tradiciones añejas. Ambos problemas habrá que aprender a enfrentarlos con osadía.
Un abrazo, mi hermano.