El pacífico no existe. Tal como
nos tiene ya acostumbrados, esa podría ser la frase que pronunciaría el
Presidente Santos si se le preguntara por qué no se hizo la firma de la Alianza del Pacífico en alguna ciudad del
territorio colombiano que justifica tal acuerdo comercial. De hecho, de manera
apresurada, la ligereza que se le escuchó hilvanar a su Ministra de Relaciones
Exteriores al indagarle por tal desafuero, fue que todos somos Pacífico; lo
cual no es cierto.
No es cierto, Canciller; porque, de serlo, la Cumbre del Pacífico no se
habría realizado en la hermosa y discriminatoria ciudad de Cartagena sino en
alguna de las capitales de Nariño, Cauca, Valle o Chocó. Si lo que se quiere es
promover las bondades de la región para provocar el crecimiento económico de
los países aliados, debería partirse de considerar las condiciones reales de
sus pueblos y ciudades, sus vías carreteables y fluviales, sus gentes y su
historia y no sólo lo que cada vez parece más un slogan comercial al vender a
Buenaventura como el puerto más importante de Colombia.
No es cierto, Ministra; no porque el Pacífico no sea Colombia sino
porque los gobiernos colombianos han ninguneado a la región y a su gente, con
tal frecuencia y de tal manera que presenta los peores indicadores de
desarrollo humano medidos en cualquier siglo. Pese a que un informe serio como
¿por
qué el Chocó es pobre? Nos recuerda las ventajas estratégicas por las que
en algún momento del siglo XX Ese departamento emblemático en la región prosperaba,
casi a espaldas de las administraciones centralizadas; la desidia, el desdén,
la precariedad y la inconsistencia en los procesos de inversión planificada en
la zona generaron, en buena medida, las evidencias de injusticia que hoy da
pena mostrar. ¿De qué Pacífico hablamos entonces, a la hora de querer venderlo
con un nuevo tratado de libre comercio?
No es cierto, insisto; porque de serlo, las expectativas de ingreso y
productividad que supuestamente traerá el convenio deberían concretarse en el
desarrollo de potencialidades de la región para insertarse en mercados
globalizados; tal como esperan hacerlo Chile, Perú,
México y, prontamente Panamá, Costa Rica y El Salvador. Sin embargo, resulta
sospechoso que tal acuerdo pueda firmarse en Cartagena y no en el Pacífico, región
en donde precisamente la precaria circulación de bienes, capitales y servicios
afecta de manera desconsiderada a un grueso número de sus habitantes. Tal como
se ha visto hasta la saciedad, los tratados de libre comercio no han
beneficiado hasta ahora a quienes debería ni han jalonado la dinámica
productiva como se los promete, lo que genera dudas frente a las bondades de la alianza que se plantea para el Pacífico, en especial por la desgravación arancelaria en
materia agropecuaria que podría afectar seriamente la sensible economía local y
su limitado abastecimiento laboral; considerando que, según el DANE, la región registra los peores
indicadores de empleabilidad en el país.
Finalmente, de ser ciertas las expectativas; si se aceptara
que este tratado generará condiciones de competitividad que jalonen la economía
regional trabajando juntos y articulando sectores productivos que puedan operar
de acuerdo a los exigentes requerimientos de la globalización mercantil y financiera;
bien valdría la pena revisar las condiciones internas y las decisiones
políticas que han limitado e incluso impedido el que el Pacífico colombiano
cuente no sólo con un mar conectado con el mundo, sino además con equipamientos
ferroviarios, apertura de carreteables y mejoramientos de la navegación fluvial
que beneficien directamente a las comunidades asentadas históricamente a
boca de playa, río arriba y monte adentro, en una densa, compleja y rica manifestación simbiótica entre cultura
y economía de la preservación y la sostenibilidad; lo cual no puede ponerse en
riesgo por prácticas extractivas dadivosamente autorizadas por funcionarios
lejanos a las necesidades y posibilidades de la región.
Si todos somos Pacífico, Ministra, bien vale la pena que nos
cuente cuáles son las soluciones para implementar formas de desarrollo
económico local alternativas y generosas con la región, en un país que
históricamente ha apostado a crecer en sus departamentos andinos, a fuerza de ignorar
sus islas, costas y mares; condenando a su
gente a beneficiarse poco de su pertenencia al territorio colombiano. ¿No le parece?
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(algunas notas sobre el desarrollo precario de mares y costas ya habían sido presentadas en http://cuestionp.blogspot.com/2013/08/seis-claves-para-apostarle-la.html).
De acuerdo Arleison. Esto es similar al planteamiento que acuñaron los ideólogos de las clases oligárquicas colombianas a principios del siglo pasado, encabezados por López de Mesa, en relación con el mestizaje. Segun el cual, como se venía dando un amplio y profundo mestizaje desde la colonia, ya no habían diferencias por clases ni razas y que el país marchaba hacia la igualdad total. Sin embargo, en los hechos el racismo, las discriminaciones y la marginalización social hacia los afrodescendientes y la población indígena siempre han estado presentes.
ResponderEliminarIgualmente, cuando nos asumimos como afrodescendientes, resultan algunos representantes de tales clases oligarquicas, desde una postura intelectualoide, diciendo es que afrodescendientes somos todos. Con lo cual quieren significar que estamos en un país igualitario y que es ridiculo que pretendamos diferenciarnos del resto. Pero el racismo, las discriminaciones y la marginalización social continúan bien intensos sobre los/as afros, los más cercanos descendientes de africanas/nos, evidenciado desde nuestra fenotipia y herencia cultural ancestral. Y con ello tales clases oligárquicas y su sistema socioeconómico y político, continúan marcando las diferencias sociales, cada día con mayor fuerza, adobándolas con la violencia.
Definitivamente, son unas clases oligárquicas demasiado egoistas y miserables, y de ñapa, hipócritas. Sobre todo, tratan de aparentar ser muy cultas y de avanzada ante el mundo. Pero en realidad son cavernarias y retrógradas.
Saludo,