En este trabajo se propone una crítica al modelo de hispanidad a partir del cual se articuló la ingeniería institucional de la ciudadanía republicana en el país, excluyendo de la misma a quienes evidenciaran rasgos identitarios que remiten a la africanidad. Para ello, se valoran dos procesos institucionales a partir de los cuales se habrían fijado prácticas esencialistas cuyo cuestionamiento y desmonte propone el autor resituar como tarea urgente de las ciencias sociales y humanas, a partir de los estudios de la afrodescendencia.
Este escrito hace parte del levantamiento categorial transdisciplinar (estado del arte) para la investigación doctoral "Teorizar la afrodescendencia: Prácticas discursivas y dispositivos interpretativos en el proceso de organización y movilización étnica afrodescendiente en Colombia"; para la cual no se perciben recursos por financiamiento de ninguna agencia en el momento.
1. Configurando un campo académico para la invención étnica
“El
Estado es una condición, una cierta relación entre seres humanos, una forma de
comportamiento humano; que destruimos estableciendo otras relaciones,
comportándonos de manera diferente, con uno y con el otro”
Gustav
Landauer.
La instalación de la república en Colombia, luego
de tres siglos de presencia colonial expansiva de España sobre buena parte del
continente americano, tuvo como consecuencia la incorporación desigual de los
diferentes grupos que habitaron este territorio; quienes resultaron
incorporados a un relato nacional no imaginado colectivamente y, por el
contrario, expresado desde arriba y contra los otros, evidenciando las condiciones
de poder desbalanceado con las que finalmente se producirá la apropiación
simbólica del imaginario republicano así como su materialidad.
La concentración de la representación de lo nacional
sobre moldes mistificadores de lo europeo, se enfrenta con otras comprensiones
identitarias nacidas del reconocimiento de alteridades que, como la
afrodescendiente, han sido habitualmente negadas, invisibilizadas o
desconocidas como proveedoras de sentido en dicho relato; condensando en África
la lectura de la esclavitud y extendiendo a sus hijos e hijas en América el peso
simbólico, imaginativo y material del pasado encadenado.
Frente a tal lectura nugatoria resulta urgente y necesario
instalar la problemática
epistemológica y metodológica por edificar la contrahistoria de la afrodescendencia
en Colombia, como un movimiento intelectual crítico orientado hacia la decolonización,
deseuropeización, desesclavización y
demistificación de los relatos, las tradiciones y las comprensiones
identitarias. Tal perspectiva, nacida de
un proceso creciente de etnización y apropiación de la presencia y construcción
identitaria y cultural afrocolombiana, habrá de ser sostenida en las fuentes
académicas de nuestro conocimiento histórico y político, ante las innumerables
evidencias de aquella historia mal contada o no contada, que permanece
usualmente a oscuras y plagada de errores.
Podría afirmarse la obviedad
que resulta al afirmar que toda historia es una contrahistoria, en la medida en
que siempre será posible hacer circular versiones diferentes e incluso
oponibles sobre los asuntos de la memoria política, mucho más si en nuestro
tiempo nos empecinaramos en alimentar un “presente
permanente, sin relación orgánica alguna con el pasado del tiempo vivido”; esa
tierra de nadie en la que acontecimiento, historia y memoria se confunden y
mimetizan[1], sin posibilidad de
decantarse, producto del vivir sin tiempo y de prisa.
Si se trata de la historia política, con mayor
razón se sucede un conflicto de perspectivas, incorporado en las mismas
nociones de la política y de la etnia, que develan tensiones y contradicciones
entre sujetos, naciones y tradiciones civilizatorias cuya historia se enlaza,
forzadamente incluso, y se convierte en herencia por fuera de testamento
alguno. Cuidándose de convertirse en una profética de la comunidad, una ruta
analítica y reivindicativa, como la que propongo desarrollar en mi formación
doctoral, tiene sentido si se aspira a producir tránsitos reconstructivos del
pasado histórico cultural como legado político, que recoja, cuestione y
proponga una lectura académica sobre la construcción esencialista de los
discursos del Estado y la alteridad en Colombia, las historias de la africanía,
la construcción del cimarronaje como expresión libertaria africana y
afrocolombiana y su vínculo con las gestas de independencia y la constitución
de las repúblicas, cuestionando esa historia monolítica y europeizante consagrada
de modo solipsista a “un dios, una raza,
una lengua”.
2. El peso del desconocimiento en los albores de la república
Quizá
ningún fenómeno histórico haya sido ignorado tan concienzudamente por los
historiadores como la muchedumbre.
George
RUDE[2]
Como mínimo, pese a que los
guarismos podrían evidenciar el peso que todavía tiene el ocultamiento
histórico, hoy diez millones de colombianos y colombianas se reconocen como afrodescendientes,
pero no nos vemos[3]; al menos no en los centros
de poder, en el reparto de riqueza, en los círculos decisionales; precariamente
en las pantallas y en los espacios académicos. Pese a que algunos podamos ser
contados y mostrados como ejemplo de
inclusión sistémica y trato igualitario, al registrar las indagaciones sobre la
presencia histórica y cultural afrodescendiente resultan abundantes las
referencias a la esclavitud y a su peso en la estructura colonial, pero
inexplicablemente desaparecen las referencias a nuestra participación en la
causa independentista[4]
y, más aun, se erosiona la producción intelectual respecto a dónde estamos, qué
hacemos, cómo somos y cuánto pesamos en la cotidianidad de las naciones
americanas las y los afrodescendientes; aportando contundencia a aquella
afirmación según la cual “el mecanismo de
la selección cultural opera de un modo perfectamente paralelo al mecanismo de
la exclusión”[5].
Esta práctica de ocultamiento tiene su origen en los albores del proyecto
nacional republicano, iniciado en las Cortes de Cádiz y promovido en los procesos de independencia
escenificados dos siglos atrás; proyecto en el que la etnia y la pigmentación
de la piel fueron silenciadas e invisibilizadas al promover, unas veces de modo
soterrado y otras abiertamente, el blanqueamiento institucional, étnico,
cultural e histórico de la nación[6].
En el nuevo contexto
desregulado y de apertura liberal que sorprende a España a inicios del siglo
XIX, producto del secuestro de su rey en manos francesas, las élites
neogranadinas hallaron fácilmente una ideología que pudiera darles protagonismo
y capacidad de negociación en el proceso de articulación de la nacionalidad
española, hacia 1810, cuando se llevan a cabo los debates constitucionales de
Cádiz; momento en que se suceden los acontecimientos iniciales de la
independencia en los países de América[7]. En dicha asamblea peninsular
y de ultramar, convocada de manera soberana sin presencia del rey[8] en la que se inicia la
desestructuración del entramado colonial del mundo iberoamericano; al tiempo
que se reconocía representación política a los territorios americanos como
parte de una única nación española, se adelantó una interesante discusión
respecto de la nacionalidad, que ahijó a los ibéricos y a los criollos de
españoles; incluso incorporó a la hispanidad a los indígenas y a todos a quienes
en España y América pudieran acreditar un origen no africano, excluyendo
sistemáticamente del reconocimiento
institucional a los africanos y sus descendientes; lo cual fue bien visto por
los criollos americanos pues el espíritu que animaba a la empoderada élite de
las naciones americanas suponía “deshacerse
de sus maestros, pero no de sus sirvientes” por lo cual “lucharon por mantener a negros (…) y mulatos
a distancia, conservando marcadas diferencias sociales”; preocupados como
estaban “más por fortalecer sus negocios
que por darle autonomía a las naciones americanas”, aupados por el afán de
“descolonizar sus intereses comerciales y
al mismo tiempo mantener los valores europeos de supremacía blanca”[9].
El peso de la esclavitud en
los debates por los modelos constitucionales tuvo defensores y contradictores.
Así, en Francia durante la Constituyente de 1891, Malouet y Moreau de Saint
Méry frente a Robespierre figuran enfrentados por el asunto, respecto de la
libertad y la esclavitud en las colonias:
“Desde el momento en que, en uno de vuestros
decretos, hayáis pronunciado la palabra esclavo, habréis pronunciado vuestro
propio deshonor y el derrocamiento de vuestra constitución (…) alegáis sin
cesar a los derechos del hombre, los principios de la libertad; pero vosotros
creéis poco en ellos ya que habéis decretado constitucionalmente la esclavitud
(…) perezcan vuestras colonias si las conserváis a ese precio”[10].
En Cádiz se vivirá un proceso
semejante, cuyo resultado será igualmente desastroso para las pretensiones
libertarias anticolonialistas y antiesclavistas; expresando el imaginario de
hispanidad en el que, de manera contradictoria, se reclama la ciudadanía de los
españoles y la incorporación discursiva a la occidentalidad, pero se la niega a
aquellos que, habiendo nacido de africanos y africanas, cargan sobre sí el
estigma de la racialización de los patrones de sociabilidad coloniales y la
despigmentación de la cultura hispánica.
Con
respecto a los descendientes de africanos, aquellos a quienes los diarios de
sesiones mencionan como “españoles que
por cualquier línea son habidos y reputados por originarios del África”, se
decidió no reconocerles como nacionales ni ciudadanos, acudiendo a argumentos
que, si bien resultaron prudentes a la hora de no inaplicar los principios de
la igualdad de todos los libres, justificaron como incompetentes para
participar de la nación a los afrodescendientes pues estaban “por fuera del pacto social original creado
entre españoles, criollos e indígenas durante la Conquista, y que por lo tanto
no habían participado en la constitución de la Nación”[11].
De
hecho, por las palabras de uno de los diputados ibéricos, se lee en el diario
de sesiones que los afroamericanos “no son, ni pueden serlo” ciudadanos
nacionales españoles pues “les es moralmente imposible, atendida su situación y
el rango que ocupan en la sociedad”[12]; extendiendo a la condición
de libres, libertos y manumisos las mismas consideraciones prejuiciadas
sostenidas con el proceso de esclavización. Así, la ciudadanía afroamericana se
empieza a construir desde el rechazo y se la ejerce desde el levantamiento y la
protesta, incluso armada y violenta contra el régimen de opresión esclavista.
En
el proceso de Cádiz, los criollos americanos advertirán que su posición y su
causa con respecto a los grupos económicos peninsulares podrían sucumbir a
menos que hallaran la fórmula para aventajarles. Las revueltas de 1810 en
Cartagena y en varias provincias de América, darán a los diputados un mayor
nivel de interlocución, al dar soporte a sus amenazas de retirarse de las
Cortes ibéricas[13]. Sin embargo, en ultramar, en
el corazón de América, la decisión de las elites de no situar el proceso
independentista en las coordenadas libertarias que anularan igualmente el
sistema esclavista tendrá serias repercusiones institucionales y societales en
la exclusión d la población afrodescendiente de los beneficios nacidos en la
construcción de la nación.
Por
un lado, la ambigüedad marcará el trato institucional a la esclavización, al
punto que sólo 30 años luego de sellada la última batalla contra el poderío
español se proscribirá definitivamente tal institución en el país. Por otro
lado, la no incorporación abierta de una capa poblacional tan significativa en
los beneficios de la pertenencia a la nación y en el reconocimiento de la
igualdad postrará a los afrodescendientes en la esquina más marginal del
proceso político gestado a plazos frente a las pretensiones de la multitud y
bajo el control de los acontecimientos por parte de las elites, las cuales
provocaron tímida reformas como contentillo para no exacerbar los ánimos
populares, alertas frente a una posible reedición continental de los
sucesos de Haití y su revolución
pigmentada. Pedro Romero Porras, José Prudencio Padilla y Manuel Piar se
convierten en significativos protagonistas de este proceso; siendo los dos
últimos fusilados por el pavor que a Simón Bolivar le generaba la ‘pardocracia’
que podría desencadenarse bajo el ejemplo de Haití.
La
decisión de la elites excluyó abiertamente a los afrodescendientes de la
pertenencia nacional, cuestionando de paso su participación en el proceso
gestacional independentista, y cifró en prácticas de invisibilización el
correlato de su proyecto. Algo así como ‘están aquí pero no pertenecen ni son
nacionales como nosotros; y si lo son, ¿qué más quieren?’ Este será el legado
que, desde las Cortes de Cádiz, se testó en contra de la raíz africana de
nuestra identidad y contra la incorporación en igualdad sustantiva de los
afrodescendientes en la vida nacional.
Tal exclusión facilitó la ubicación marginal del afrodescendiente en la historia, las instituciones, las relaciones sociales y los territorios en los que tradicionalmente se situó para vivir, construir y resistir en las fronteras respecto de una identidad nacional en apariencia despigmentada y la esterilidad de beneficios para los manifiestamente pigmentados. Al mismo tiempo, han subsistido o coexistido la practica invisibilizatoria con el discurso retórico de la igualdad: cargos investidos de poder para los que no se postula a miembros de ciertas etnias, llamados a ascenso y promociones selectivas que impiden la llegada de sujetos pigmentados a dignidades de mando en la fuerza pública asignación de funciones públicas en carteras, dependencia o negocios de baja visibilidad, entre otras acciones que, si bien no son abiertamente segregacionistas, disminuyen y fragmentan la oportunidad histórica de empoderamiento étnico en el país.
De
otro lado, el silencio sobre las prácticas abyectas y soterradas que, en otras
latitudes serían consideradas racismo y segregacionismo institucionalizado,
juega a favor del proyecto nacional de elite, para el que ciertos sujetos que
reproducen en su historia personal y en sus actuaciones maneras de decir,
procesos formativos, trayectoria académicas que, pese a su pigmentación y
origen étnico, les sitúan decorosamente cercanos a tal proyecto, son
presentados como ejemplo de apertura e incorporación exitosa a la cultural
nacional y su relato; siendo que esa no es la realidad ni constituyen
oportunidades ni posibilidades disponibles para la multitud afrodescendiente.
Como
conquistas societales producto de la presión de los movimientos organizativos,
la escolarización y formación universitaria y de posgrado conquistada por una
creciente pero aun minúscula porción de afrodescendientes, deberá producir
mutaciones en el patrón de blanqueamiento y en la ocupación de cargos y
asignaciones públicas; así como cuestionamientos cada vez más informados a los
procesos institucionales con los que se ha sostenido hasta hoy el pacto de
elusión que evita, limita u oculta la presencia afrodescendiente en condiciones
dignificantes, sostenidas bajo el reconocimiento político.
3. Límites del proyecto hispanista republicano: El caso de Miguel Antonio Caro.
Si, para hilar en torno a las relaciones disímiles
de poder tras la instalación del discurso republicano en Colombia, revisáramos
los resortes conceptuales con las que tal práctica invencional se ha
articulado, encontraríamos que a las elites nacionales les ha animado un fuerte
influjo de occidentalización a partir del cual hipostasiaron tradiciones que
les vinculan a Europa, romantizaron hasta el más ramplón esencialismo el pasado
indígena y opacaron sin reserva alguna la pertenencia cultural africana en el
relato de la nación.
Bajo el supuesto de que “sólo en la civilización occidental existe explícitamente la idea de que toda la historia puede concebirse como el avance de la humanidad en su lucha por perfeccionarse, paso a paso, a través de fuerzas inmanentes, hasta alcanzar en un futuro remoto una condición cercana a la perfección para todos los hombres”[14]. Nisbet, para quien otras civilizaciones igualmente habrían aspirado al perfeccionamiento moral, espiritual y material, sólo reconoce en Occidente una capacidad universalizante que recoge con tal nombre a toda la humanidad. Por ello, un discurso político sobre la alteridad debe partir por cuestionar la capacidad plástica que tienen los conceptos para fijar hasta esencializar aquello que preconizan.
Con el concepto de república, nacido de los odres
occidentales, ocurre exactamente lo mismo. Nacida de la convicción hispánica
que animó a los hijos de europeos en América, la república se instala por sobre los conflictos
originarios del encuentro o desencuentro identitario y cultural, invisibilizándolos,
opacándolos y excluyendo como fuentes de la nacionalidad aquellas expresiones no
hispánicas desconocidas como soporte de las tradiciones, costumbres e
instituciones que se adoptarían como nacionales.
Al asumir la república como forma de organización
política de la nación colombiana, los constitucionalistas articuladores de la
nueva institucionalidad apostaron por ver en ella el sustento de la libertad.
Cerbeleón Pinzón, en su ampliamente conocido catecismo republicano, destinado a
la instrucción escolar, afirma: “Si los derechos de la humanidad, si la dignidad
del hombre, si las libertades públicas, i el progreso social merecen i deben
ser atendidos, el sol no debería brillar sino sobre las republicas, ni el aire
debería batir otras banderas que la republica”[15].
En su retórica, la república se confunde igualmente con la patria; al punto de
afirmar que “El salvaje i el esclavo habitan en un territorio, pero no tienen patria”[16].
Curiosamente, salvaje y esclavo son categorías enunciativas que están
disponibles, como en este caso, en el uso retórico republicano trece años
después de desinstalada jurídicamente la institución esclavista, en 1851; lo
que evidencia el lugar discursivo desigual asignado a los otros en el relato
hispanista institucional; pese a que el mismo se instala como un discurso
igualitario en los albores de la república.
Si bien en la retórica de las élites se advierte
que, inicialmente, hubo tensión respecto a considerar la hispanidad como un
lastre o, por el contrario, como el asiento firme de la nacionalidad[17],
esta termina por ser afincada y reclamada. De hecho, la construcción del
partido conservador en la Colombia del siglo XIX de la mano de José Eusebio
Caro y Mariano Ospina Rodríguez y, posteriormente, Miguel Antonio Caro - aquí
considerado- alimentarán con virulencia
la defensa de la hispanidad como soporte del arraigo nacional, a partir del
recurso a una retórica de la civilización que, más allá de la enunciación de la
nacionalidad colombiana, recoge sobre sí la pertenencia a la occidentalidad como
fundamento validador de las propias tradiciones y de las comprensiones del
mundo, configuradas a partir del cristianismo católico y la militancia
antiliberal. Miguel Antonio Caro, frente a cualquier otra posibilidad de
cuestionamiento histórico, el proyecto hispanista republicano vincula la
república naciente a la historia civilizatoria occidental: “La civilización ha sido en todos los pueblos planta importada que
aclimatándose modifica sus frutos, sin cambiar de naturaleza. Los españoles que
trajeron la civilización a nuestro pueblo, nos trasmitieron un culto, una
lengua y unos principios de legislación que ellos mismos habían recibido de pueblos extraños,
que acomodaron sin desvirtuarlos a sus necesidades especiales”[18].
Para el mencionado autor, “cada pueblo tiene sus tradiciones y
sus gloriosas antigüedades, cuyo
estudio es parte importante de su cultura,
y no débil apoyo a los sentimientos y
a los recuerdos que reúne a muchos hombres en una misma nacionalidad”[19].
Esta apropiación gloriosa de la tradición y las antigüedades de la cultura se
moldean no sobre bases liberales sino en el entronque entre la colonialidad
hispánica y la independencia republicana con las que se configura la historia
patria, según el mismo autor, por fuera de cualquier concepción política de
base cultural identitaria: “Para extender la civilización deberíamos
recordar, a fin de emularlos y aun superarlos, los ejemplos de política
cristiana que nos ofrecen muchas leyes de Indias y los cánones de Concilios
provinciales, y entre los medios de avigorar el espíritu nacional, no sería
menos adecuado proteger y fomentar el estudio de nuestra historia patria,
empalmando la colonial con la de nuestra vida independiente, dado que un pueblo
que no sabe ni estima su historia, falto queda de raíces que le sustenten, y lo
que es peor no tiene conciencia de sus destinos como nación”[20].
El modelo hispanista de nación republicana, deudor
de filiaciones románticas que remiten a España como la madre patria, sólo
reconoce honores a la estirpe europea, obliterando cualquiera otra pertenencia.
A la usanza retórica de la época, Miguel Antonio Caro pretende definir los
límites de la ancestralidad republicana cuestionando el desdén independentista
con el que los liberales restaban significación e importancia al pasado
hispánico de la nación: “No dispensamos a
nuestros antepasados, no digo el honor de un recuerdo grato, ni aun el
sentimiento de tolerancia que debemos a cualquier pueblo; con el mismo
sentimiento declamatorio que suelen los italianos encomiar las glorias de los
antiguos romanos, acostumbrados nosotros a rebajar las de los antiguos
españoles”[21].
Para emprender la apología de la hispanidad, se
instala una matriz exclusivista cuyo broquel imaginativo traza vínculos y lazos
de familiaridad con el mundo hispánico, mimetizando de manera esencialista la
propia historia en la historia de la hispanidad: De nuevo, acudiendo a Caro,
este proyecto insiste en que “debemos
reconocer que las relaciones que hemos anudado con la madre España no son las
de usual etiqueta, sino lazos de familia, y que no es el menos íntimo de los
vínculos que han de unir a los pueblos que han de hablar castellano, el cultivo
de unas mismas tradiciones, el estudio de una historia que es en común la de
todos ellos”[22]. En tal
historia, hasta las formas de gobierno podrían calcarse, excepto por el hecho
de que parecieran postizas aquellas figuras características de la tradición
española en un país en el que “no hay elementos ni tradiciones monárquicas;
y no solo la república nos ofrece ventajas indisputables sobre la otra forma,
sino que esta, la monárquica, parece aquí irrealizable”[23].
Es tal obcecación exclusivista con la hispanidad la
que resulta no solo engañosa sino falta de toda proporción a la hora de
encuadrar la pertenencia étnica y el reclamo de ancestralidad en nuestra historia
política, en la medida en que, falta de proporciones, las concepciones indígena
y afrodescendiente desaparecen de la imaginación de lo nacional, estructurando
lo que Rodríguez Bobb denomina la “homogeneización
cultural y racial” de la nación colombiana[24],
que revela igualmente las claves por las que el nuestro es un proceso de nación
fracasado, articulado más por la imaginación de fronteras que por el recurso a
una comunidad de sentido[25].
La asunción del carácter
hispánico para definir a partir de este las claves identitarias del proyecto
republicano impondrá, finalmente, una imagen de la ciudadanía universalista, homogénea
e ilustrada, pese a que la misma resulte significativamente distante a las
realidades nacionales, instalada tras el supuesto de que, siendo herederos de
la occidentalidad por el vínculo nutricio con España, sus valores habrían sido
inculcados entre nosotros por la lengua y la religión. Por oposición, los
herederos de africanos se verán instrumentalizados al portar sobre sí la carga
negativa y discriminatoria construida a partir de estampar en la historia, como
carimba, la herencia de la esclavización sobre la significación de la
africanía, instalando al ‘negro’ como una categoría que implica disminución de
derechos y trato desventajoso. Al decir de Peter Wade, “la contradicción o tensión entre los términos (ciudadano y negro) yace
en el hecho de que, para buscar la ciudadanía completa para los que son o se
sienten discriminados, se tiene que nombrar y aun acentuar la identidad con
base en la cual son discriminados y excluidos de la ciudadanía total. Es decir,
para buscar la igualdad se tiene que acentuar la diferencia; para lograr el
universalismo, se tiene que enfocar la particularidad”[26].
Un discurso social capaz de resituar
los discursos articuladores de la nacionalidad, deberá enfrentar creativamente
tal oposición que ensalza la hispanidad y disminuye la africanidad; siendo
ambas matrices culturales e identitarias cuya comprensión requiere nuevos “despegues, cada vez más audaces”[27]
que logren sumergirse más profundamente en
las cuestiones olvidadas o descuidadas en nuestros propios discursos, relatos,
narraciones e historias.
4. Nación y ciudadanías: reconstruir la memoria para gobernar la diferencia
“El verdugo mata siempre dos
veces; la segunda mediante el silencio”
Elie Wiesel
Más allá de la instalación de
un modelo hispanista republicano marcado por la obcecación con la emulación de
la occidentalidad europea, lo que pone de presente una ruta imaginativa que
reconozca la complejidad identitaria y cultural tras la configuración de la
nación colombiana lleva a juntar los fragmentos, recomponiendo las
comprensiones de la modernidad, reclamando herramientas e instrumentos para
recomponer la memoria que se halla inscrita más allá de la repetición[28],
actualizando el pasado en el presente y recomponiendo el futuro presente con
los materiales del presente pasado. Tal como lo entiende la profesora María
Eugenia Chaves, el trabajo invencional implica “rasgar los hábitos de la modernidad y escuchar las voces del bullicio,
descifrar sus códigos, encontrar un nuevo lenguaje para nombrar el futuro de
una ciudadanía, una república, y una nación que aún no han sido concebidas”[29].
Esa ruta der descubrimiento de
ciudadanías diferenciadas, presentes al momento de instalar la república pero
eludidas en su enunciación, implica problematizar para las ciencias sociales la
producción de discursos en torno a la culturalidad e historicidad de la nación
colombiana, complejizando la lectura de la ciudadanía a partir del
reconocimiento de ciudadanías étnicamente diferenciadas que aportan una mayor
complejidad al entramado de relaciones entre cultura, identidad y política.
La estructuración de las
luchas por el reconocimiento en el contexto explicativo de la configuración
republicana contribuiría igualmente a entender que las etnias no constituyen
accidentes históricos superados en el tiempo ni, menos aún, museos del
patrimonio inmaterial de la humanidad; sino que agregan densidad a la
comprensión de lo público político a partir de la inclusión de otros grupos y
sus intencionalidades para participar y verse reflejados en el relato
fundacional que nutre la gestación de una nación[30].
La
inclusión de los grupos étnicos, otrora desconocidos o marginales como
participes de la nacionalidad, implica enfrentar las consecuencias históricas,
económicas y políticas de tal exclusión, especialmente en la realización de
derechos que, junto al fortalecimiento de la democracia, garanticen su
participación y el pleno disfrute de derechos económicos, sociales y culturales
bajo la presencia extendida de los Estados nacionales[31].
Ante
el reto de gobernar la diferencia, las repúblicas como la colombiana precisan
incorporar en la agenda pública las demandas étnicas; entendidas como un
conjunto de impetraciones, solicitudes y quejas que operan en el plano material
y simbólico, y que conjugan eventos y agravios presentes y pasados, todos ellos
articulados en torno de la condición étnica del grupo y configurados con
relación al Estado u otros actores a quienes se ve como los causantes o
responsables finales de esas demandas. Las demandas étnicas se expresan por
medio de un discurso que integra los distintos niveles señalados y opera,
frecuentemente, sobre la base de la simbolización étnica. Dichas demandas no
están despegadas o apartadas de las llamadas demandas sociales o de clase; por
el contrario, muchas veces se confunden o aparecen plenamente integradas. Lo
que hace el discurso de las demandas étnicas es resemantizar, en sus propios
códigos, las luchas y demandas 'tradicionales;' otorgándoles nuevos significados[32], mayor hondura y densidad.
Finalmente,
si la ciudadanía, como señala Martín Hopenhayn, se ha transformado en un campo
posible para el procesamiento colectivo de nuevos proyectos societales[33], habrá que dar un mayor
sentido político a asuntos descuidados en los análisis sociales y políticos; como
la afirmación de la diferencia, la promoción de la igualdad mediante el
rediseño de la imaginería política y la comprensión de las autonomías
territoriales como expresiones del sujeto político en contextos de realización
de derechos sociales, económicos y culturales que se alimentan, todavía, con la
idea republicana de ciudadanía, pese
a que hoy ya no emergen “en el horizonte de la participación política, sino de
una gran variedad de prácticas culturales, sean asociativas o comunicativas,
que no necesariamente concurren en lo público-estatal”[34].
La construcción de la igualdad,
más allá de la retórica republicana, implica entonces no sólo desmantelar los soportes
con los que ha sostenido desigualdades manifiestas, sino transitar hacia rumbos
reparadores bajo la implantación de políticas distributivas exigentes, cuyo
contenido logre remover prácticas de evitamiento, desnaturalización y
disminución en el acceso a la vida buena promovida por la república tanto como
a las garantías de derechos que promete la democracia.
[1] Eric HOBSBAWM. Historia del siglo XX. Grijalbo, 1995, p. 13 y La era del
Imperio. Labor, 1989, p. 2
[2] George RUDE. La multitud en la historia. Siglo XXI, 1998, p. 11
[3] En el Censo de 1993, la calidad de la pregunta invisibilzó a los
afrocolombianos en el 1,6 % de la población (564.000 nacionales). En el Censo
del 2005, 4,5 millones de colombianos y colombianas se reconocieron como
afrocolombianos y afrodescendientes. En los estudios académicos más serios, se
reconoce entre el 18 y el 20% la cifra de población afrocolombiana. Ver: Claudia
MOSQUERA y Luis Claudio BARCELOS. Afro-reparaciones: memorias de la esclavitud
y justicia reparativa para negros, afrocolombianos y raizales. Universidad
Nacional, 2007,
[4] De hecho, trabajos historiográficos muy recientes apenas
si empiezan a incorporar a la documentación académica disponible los acervos,
archivos históricos y piezas intelectuales disponibles. Un ejemplo, Roger PITA
PICO. El reclutamiento de negros esclavos. Academia Colombiana de Historia,
2012
[6] Ver: Martin SAGRERA. Los racismos en las Américas, una interpretación
histórica. IEPALA, 1998
[7] François-Xavier GUERRA (Dir.). Revoluciones hispánicas: independencias
americanas y liberalismo español. Editorial Complutense, 1995
[8] En ausencia del monarca Fernando VII, prisionero por los franceses, brotes
insurreccionales se suceden en el territorio español y en toda América. Las
Cortes de Cádiz fueron convocadas entre 1810 – 1812; en expresión de fidelidad
al Rey terminan por reclamar la soberanía del pueblo, la independencia de las
colonias y la inclusión de públicos subalternos en la expresión de la
nacionalidad española. Dichas cortes se trasladan luego a Madrid y sesionan
hasta 1814. Para los propósitos de su mención en este escrito, sobre la
participación de diputados americanos en dichas cortes véase: Demetrio RAMOS.
“Las Cortes de Cádiz y América”. Revista de Estudios Políticos, Nº 126, 1962;
Marie Laure RIEU MILLAN. “Los diputados americanos en las Cortes de Cádiz:
Elecciones y representatividad” Quinto Centenario, Universidad Complutense, Nº
14, 1988, pp. 53-72.
[9] Mauricio NIETO OLARTE. Remedios para el imperio. Historia natural y la
apropiación del Nuevo Mundo. Ediciones Uniandes, 2006, p. 272
[10] Maximilien ROBESPIERRE. Por la felicidad y por la libertad. Discursos.
Yannick BOSC y otros (ed.). El Viejo Topo, 2005: Intervención en la Asamblea
Constituyente al constitucionalizar la esclavitud en las colonias francesas. 13
de mayo de 1791, p. 86 y 87
[11] Marixa LASSO. “Un mito de armonía racial”. Op. Cit., p. 38. En
el texto original, microfilmado y digitalizado, se lee: “Está bien que hasta
hoy no hayan sido ciudadanos de hecho; ¿y por eso solo se dirá que no es justo
que lo sean? ¿Debieron haberlo sido y deben serlo, ó no? Es lo es lo que hay
que examinar. Pues no deben serlo, añade el Sr. Anér, porque estos individuos
entraron en la Nacion cuando ya se hallaba constituida, ó lo que es lo mismo,
no coadyuvaron a su formacion primera, ni se puede suponer que tuvieron parte en los convenios
primitivos; y por consiguiente, ellos no tienen derecho á exigir cosa alguna de
la Nacion, que puede colocarlos en la clase que le parezca, y darles ó no tales
y tales distinciones y fueros”. Los
Diarios de sesiones están disponibles en http://www.cervantesvirtual.com/servlet/IndiceTomosNumeros?portal=56&Ref=14075
[12] Diario de Sesiones, 3: 1781, 5 de septiembre de 1811.
[13] Ver: Federico SUAREZ. Las Cortes de Cádiz. Ediciones Rialp, 2002, p. 82
[14] Robert NISBET. Historia de la idea del progreso. Gedisa,
1991. Una versión electrónica aparece disponible de la Revista Libertas, Nº 5, Octubre de 1986, en: http://ctinobar.webs.ull.es/1docencia/Cambio%20Social/NISBET.pdf
[15] Cerbeleón PINZÓN. Catecismo republicano para la
instrucción popular. Bogotá, Imprenta de ‘El Mosaico’, 2ª edición, 1865, p. 51.
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/educacion/catecismo-republicano-para-instruccion-popular
[17] Maria MOYA. “La idea de una nación hispánica en el
pensamiento político colombiano”. Universidad del Rosario, Facultad de Ciencias
Política y Gobierno. Programa de Divulgación científica. Tomo VII, Fascículo 6,
2010 http://repository.urosario.edu.co/bitstream/10336/3577/1/Fasc%C3%ADculo06-2012.pdf
[18]
Miguel Antonio CARO. Ideario Hispánico. Instituto Colombiano de Cultura
Hispánica, Bogotá, 1952, p. 101
[24] Arturo Rodríguez Bobb. La nación en cuestión: la
homogeneización cultural y racial en Cartagena (Colombia). Exclusión,
integración e inclusión. WVB, Berlín, 2009: 27 - 154
[25] Hago alusión a los trabajos de Alfonso Múnera. Fronteras
Imaginadas, Planeta, 2005 y El fracaso de la Nación. Planeta, 2008
[26] Peter WADE, “Población negra y la cuestión identitaria en América Latina”.
Universitas humanística, Nº. 65, 2008: 121
[27] Clifford GEERTZ. “La interpretación densa”. La
interpretación de las culturas, Gedisa, 1973 (reimpresión Nº 12, de 2003), p.
36
[28]
Cfr. Vincen De GAULEJAC. “Memoria e historicidad”. Revista Mexicana de
sociología. Vol. 64, Nº 2, 2002: 31-46
[29] María Eugenia CHÁVES
MALDONADO. “Los Sectores Subalternos y la Retórica Libertaria. Esclavitud e
Inferioridad Racial en la Gesta Independentista”. Ponencia presentada en la Cátedra de Historia Iberoamericana. 2003: http://fundacionlar.com/download/Los%20sectores%20subalternos%20y%20la%20ret%C3%B3rica%20libertaria.pdf
[30] Anthony
SMITH. The Ethnic Revival in the Modern World. Cambridge
University Press, 1981, p. 15 y 20
[31] Álvaro BELLO. Etnicidad y ciudadanía en América Latina. CEPAL, 2004, p. 13
[33]
Martín HOPENHAYN. “El reto de las identidades y la multiculturalidad”. Pensar
Iberoamérica. Revista de cultura, Nº 0, Febrero de 2002: http://www.oei.es/pensariberoamerica/ric00a01.htm
Estimado Arleilson,
ResponderEliminarSoy antropologa afrobrasileña y profesora en la Univrsidad de la Integración Internacional de la Lusofonia Afrobrasileña. Felicitaciones por su trabajo de investigación. Voy leir con atención porque hice mi tesis doctoral en parte en Colombia y Brasil, acerca de las políticas públicas para poblaciones negras. Aun sobre tu trabajo poderias intentar las becas y premios de CLACSO para obtener financiamento.
Felicitaciones y sucesso,
Vera Rodrigues
Apreciada profesora Rodrigues
EliminarAgradezco infinitamente su lectura y sus consideraciones.
Por supuesto, aunque por el momento buscar financiación para la investigación no es la prioridad, lo haremos en cuanto sea posible y necesario.