“Miserable suerte la de los esclavos; a quienes no basta la espada de la revolución para romper sus cadenas ni las luces de la filosofía para mejorar su condición” (Juan del Corral)
Reinventarse el movimiento étnico
afrodescendiente en Colombia es una tarea urgente y prioritaria. El futuro de
más del 25% de colombianos y colombianas que, Sankofa a la vista, elevan la
mirada a su descendencia africana para seguir caminando como pueblo con una
herencia propia, más allá de la representación maldita de la esclavización, es
una construcción impostergable; mucho más en el nacimiento de un Congreso Nacional
Afrocolombiano que promete articulación, unión en medio de las diferencias y
trabajo hermanado y solidario entre las diferentes expresiones identitarias,
perspectivas y tendencias que se expresan al interior del movimiento étnico
afrococolombiano; para lo cual aporto estas ideas. Intencionalmente, he evitado cifras, estadísticas y gráficos en este escrito, con la intención de que nuestros aliados con menores niveles de estudios nos lean y nos entiendan. Aun así, he conservado la citación de fuentes académicas a las cuales pueden acudir las y los interesados.
1.
Un país
no se desarrolla si no se desarrolla su gente
Hasta quienes convierten las
capacidades humanas en conteos de capital lo saben (Schultz 1968; Selva Sevilla
2004). También la ortodoxia homogeneizadora del marxismo, leído a través
de Fanon, apuesta a la transformación libertaria del ser humano, construyendo el imaginario societal del hombre nuevo en el que se ha producido un
cambio de piel que constituye la matrix
de una sociedad nueva capaz de romper con la caricatura europeizada (Fanon 1983) . Los liberales, por
su parte, coinciden en afirmar que el fortalecimiento del capital humano
representa la salud del propio territorio (Esparcia Pérez 2011) . Puestos en el
panorama de la construcción democrática,
es decir, más allá de las lógicas del crecimiento y el adiestramiento
ocupacional; el desarrollo del ser humano implica el mejoramiento de sus
condiciones de vida de manera sustentable; por lo que alterar la relación entre
los seres humanos, la naturaleza y las prácticas económicas puede conducir a la
configuración de innovaciones y adecuaciones creativas tanto como a situaciones
catastróficas y desastres humanitarios y ecosistémicos.
Si la consecuencia es esa; las
prácticas de gobierno y las acciones societales capaces de contener la
incertidumbre manifiesta en una situación catastrófica requieren incorporar el
saber atesorado a lo largo de la vida y la constitución de un pueblo para hacer
frente a los dilemas a las que les enfrentan las versiones econométricas del
desarrollo que socavan las prácticas asociativas que moldean el mundo del
trabajo en las comunidades étnicas. Ello reclama la Implementación de una
perspectiva biopolítica en el desarrollo de políticas públicas para territorios
mayoritariamente afrodescendientes en Colombia; tan necesarias como hacerlo en aquellas en las
que empiezan a sumar significativos núcleos poblacionales a lo largo y ancho
del territorio colombiano, gestando nuevas formas asociativas y nuevas
ancestralidades.
Ante las tensiones y debilidades
de las instituciones del estado liberal, la configuración de formas autonómicas
de organización social, política y económica cobran vigencia. De manera concreta,
resulta preciso dignificar las Cofradías, las prácticas asociativas como la
Uramba y las redes de cooperación y decisión como los convites y los Cabildos;
que fundamentan el desarrollo étnico territorial afrocolombiano; como quiera
que afianzar el Estado Social de Derecho (más allá de la aplicación de recetas
de modernización estatal) y estimular la descentralización territorial debe ir
de la mano con la restitución y valoración de formas de autonomía cultural
acendraras, maduradas y sostenidas en el tiempo.
Con ello lo que se logra es equilibrar
la capacidad estatal para desplegar su interés en territorios ancestrales con
el vigor con el que las comunidades y sus organizaciones y liderazgos movilizan
los recursos disponibles para incidir en su propio desarrollo e influenciar la
agenda gubernamental con su propia agenda constituye un movimiento de
ingeniería institucional hasta hoy inusitado. Una evidencia suficiente de lo
dicho la constituye el impulso que lo hasta ahora reglamentado de la ley 70 de
1993 ha tenido (y tiene) para convertirse en el instrumento jurídico que produzca
tal entendimiento, a partir del robustecimiento y desarrollo de los elementos
que la constituyen; instalando, de manera destacada, las nociones del
desarrollo local étnicamente sustentable o etnodesarrollo, la valoración de la
educación propia o etnoeducación, los
procedimientos de validación social de las decisiones públicas mediante
procedimientos de consulta previa, la instalación de formas de representación e
interlocución en los diferentes entes y entidades en las que debe significarse
y robustecerse la presencia y participación de las comunidades étnicas.
El desarrollo del articulado
legal afrocolombiano, sin embargo, todavía requiere de una mayor ingeniería
institucional que produzca estabilidad en los territorios ancestrales, conlleve
el mejoramiento de las condiciones de vida de la población afrocolombiana y
construya rutas productivas que promuevan un reparto efectivo de la riqueza y una
mayor acumulación de satisfactores del bienestar para enfrentar las prolongadas
condiciones de inequidad y los indicadores de malestar persistente y caótico
que padecen las y los afrodescendientes, medidos por todos los organismos
nacionales o internacionales.
2.
El
desarrollo étnico conlleva una fuerte inversión para enfrentar desigualdades
reales
Las rutas políticas necesarias
para la articulación de un pueblo étnico implican pasar del discurso inmaculado
de la equidad a la edificación de instituciones y procedimientos que produzcan
igualación efectiva en condiciones diferenciales.
Igualdad y diferencia no
constituyen la antítesis de las políticas públicas; muy por el contrario, si el
propósito de las instituciones políticas en una sociedad democrática es proveer
a la población de condiciones reales para el disfrute del bienestar y la
realización exitosa de la vida propia; quienes a su interior se asumen tras
identidades que sostienen su adscripción y pertenencia a un grupo étnico o a
una comunidad culturalmente diferenciada, deberían poder disfrutar de
condiciones que, de manera equilibrada, favorezcan la expresión, vivencia y
disfrute de tal distinción; sin que por ello la misma se convierta en un
marcador de malestar o en un factor sobre el que se sostengan y perpetúen
desigualdades.
Los procedimientos democráticos
de igualación y reparto equilibrado del bienestar, más allá de debates multiculturales
insulsos centrados en la distinción entre reconocimiento y distribución, requieren
insuflar los recursos que sean necesarios para suplir la carencia o precariedad
de satisfacciones efectivas nacidas del desequilibrio en el reparto de
bienestar. Este principio de actuación institucional diferenciador es el que
las comunidades étnicas defienden cuando presionan a las organizaciones
gubernamentales (e incluso a la banca multilateral y a las agencias para la cooperación
internacional) a evaluar el impacto de las políticas públicas y su incidencia
en la trasformación territorial y poblacional.
Con ello, la definición y
rediseño de políticas públicas nacidas de estudios dimensionales, evaluaciones de
impacto y análisis de suficiencia ganan en significación frente a aquellas
habitualmente implementadas de improviso, sin cálculos responsables y amañados
al querer de entidades foráneas, actores gubernamentales transitorios y
liderazgos venales e inoportunos que no consultan mandatos y necesidades expresadas
por largo tiempo en el seno de las propias comunidades.
Para enfrentar tales prácticas, las
rutas restitutivas de la dignidad del pueblo afrocolombiano lleva a plantearse
mecanismos autonómicos y formas organizativas y movilizatorias que permitan avanzar
desde la fraccionalidad e instrumentalidad de las acciones afirmativas y las
políticas dadivosas al poderazgo étnico como respuesta a los límites institucionales
y requiebres en la expresión del poder político; que constituyen barreras al
desarrollo, aun no franqueadas[1].
3.
Ríos y mares
constituyen un manantial económico, cultural e identitario insoslayable
El lenguaje dicotómico de la identidad, instalado por las
elites nacionales, ha ignorado al Pacífico mientras incorpora,
fraccionariamente, piezas culturales del Caribe a la eufemística identidad
nacional, industrializada y apocada. La ruralización, empobrecimiento y
minusvaloración han sido sinónimos de ‘chocoanización’ en boca de las élites;
así como la grosería, el desenfado y la desfachatez fueron convertidas en
sinónimo del ser “costeño”, condenando la geografía del Chocó, del Caribe -y, por extensión, a quienes
hacen ancestral el territorio afrocolombiano- a un trato marginal, prejuiciado
y lastimero. Todavía se recuerda el “"en el Chocó sólo hay
negros y mosquitos” de Sabas Pretelt; tan hiriente como
afirmar que “la plata que uno le meta al Chocó es como meterle perfume a un
bollo” del malhablado Rodrigo Mesa o, peor aun, pregonar con acento del eje
cafetero que “ni el vallenato es música ni el ñame es comida ni el costeño es
gente”.
Crecida a fuerza de ignorar sus litorales;
costas, mares y su gente reciben poco del estado colombiano. Por muchos años
desconocimos a San Andrés y Providencia como parte del mapa en el que aprendían
los escolares. Por mucho tiempo igualmente, Colombia se ha empecinado en
sostener una política macroeconómica sin mayores preocupaciones por las
condiciones para comunicar e intensificar el intercambio económico, cultural e
identitario con las comunidades asentadas a boca de playa, río arriba y monte
adentro; en una travesía de siglos de hacer propio un territorio
institucionalmente demarcado como baldío.
Colombia requiere apostarle a la
aceleración del desarrollo económico orientado hacia el mar. La desaparición
del ferrocarril, el descuido de la navegabilidad en los puertos existentes, la escaza
inversión en investigación marítima, la precariedad urbanística de las ciudades
marítimas y su crecimiento no planificado, la criminalidad creciente, la
debilidad en el desarrollo de carreteables y otras vías de comunicación desde y
hacia las ciudades portuarias y asentadas al pie del mar o poblados comunicables
sólo por río, constituyen retos a las políticas públicas en momentos en los que
el país estimula alianzas económicas y tratados comerciales con países en la Cuenca
del Pacífico. En el mismo sentido habría que apostarle a diversificar los
ingresos del Caribe, concentrados sobre el turismo; aportando recursos, desarrollo
tecnológico y formación del talento humano para el fortalecimiento de las industrias
del mar y de la biodiversidad.
En el ámbito identitario, el
movimiento étnico deberá apostarle a desmontar imaginarios fraccionadores del
pueblo afrodescendiente en Colombia. Negro, afrocolombiano, palenquero y raizal
no constituyen esencialidades en las que no se exprese la común descendencia africana
que auna las diferentes expresiones de nuestro pueblo y, muy por el contrario, su
sostenimiento como formas de enunciación territorializadas atomiza la expresión
articuladora de nuestra diferencia frente al conjunto poblacional colombiano.
Parte de las razones que precisan
el levantamiento de una agenda afrodescendiente común, de costa a costa y hacia
el interior del país, de cara a los procesos planetarios, consiste precisamente
en robustecer el imaginario cultural afrocolombiano que se nutre con las
diferentes localizaciones identitarias que la constituyen; cuya historicidad,
fundamentación y vitalidad nos recuerda que nuestros ancestros y sus memorias
arribaron a América en los mismos barcos y nos hicieron hermanos en la misma brega.
4.
Cinco
siglos sumados, condenar a las y los afrodescendientes a límites en su
desarrollo humano resulta criminal
La deuda de la esclavización debe
pagarse y saldarse definitivamente. Pese a que los procesos históricos no
puedan ser medidos ni calculados acudiendo exclusivamente a su expediente
temporal, cinco siglos de presencia y resistencia afrodescendiente en América
deberían bastar para que sea reconocido nuestro protagonismo en la gestación
social, cultural, política y económica del continente y sus países.
Frente a quienes persiguen, con espíritu
inquisitivo, huellas y vestigios de africanía; lo que evidenciamos y reclamamos
quienes acudimos a África como repositorio de nuestra heredad y fundamento de
nuestra existencia como pueblo resistente y reexistente en América es, ganado a
fuerza de perseverancia y testarudez, el derecho a celebrar, reivindicar y
sustentar la ancestralidad que se reclama para un pueblo o grupo étnico que
encuentra evidencias y razones justificadas àra sentirse heredero y adscrito a
cosmovisiones, tradiciones, formas identitarias, pertenencias culturales y
patrimoniales propias, que le emparentan con pueblos y naciones africanas (Arcos Rivas
2013) .
En la definición de políticas
públicas, tal diferencia no debería pesar negativamente como ha ocurrido por
largo tiempo en el estado Colombiano. Si bien a partir del desarrollo de la constitución de 1991 se cuenta con un conjunto
de leyes, decretos, planes, documentos, autos y sentencias que han contribuido
a menguar la grave situación de desprotección, vulnerabilidad y crisis de
proporciones humanitarias que juega en contra de las oportunidades y del desarrollo de capacidades para la
población afrocolombiana, las distintas mediciones de indicadores de bienestar,
mejoramiento de las condiciones de vida o fortalecimiento del desarrollo humano
todavía les reflejan con las peores cifras; prolongando el crimen de la
esclavización en quienes socialmente resultan negativamente marcados por condicionantes
biológicos asociados a su descendencia africana.
Quienes miden el peso
institucional del racismo y la discriminación (Mosquera y Barcelos 2007) , identifican los
procedimientos y prácticas como se instala en diferentes escenarios (Wieviorka
1992)
y dimensionan su carácter sistémico (Wallerstein 2001) nos advierten con
suficiente cuenta del tamaño de la tarea que implica su desmonte.
Enfrentar al racismo con
políticas públicas diferenciales pretende desinstalarlo como fuente de agravios
a la dignidad humana tanto como sustento de las desigualdades manifiestas en la
atención, cobertura y calidad con la que se implementan las acciones
gubernamentales, se sostienen prácticas y representaciones sociales y se escenifican las dinámicas y dualidades del
poder con las que, finalmente, se animan las conflictividades y desafíos a la expresión
autonómica de las propias identidades y de la interculturalidad (Zambrano
2003) .
5. Romper con la barrera de color trazada
sobre territorios ancetrales afrodescendientes es un asunto de interés nacional
e internacional impostergable
Si bien las condiciones de
instalación del racismo en nuestro país no obedecen a las dinámicas separatistas
del apartheid surafricano ni a las de la segregación estadounidense; ello no implica
que sus efectos, articulados tras el mito de la democracia racial, no puedan
medirse y calcularse en territorios específicos y bajo prácticas claramente
instaladas (Rodriguez Garavito, Alfonso
Sierra y Cavelier Adarve 2009) .
En tal sentido, la disponibilidad
de estudios e indicadores que evidencian la dimensión de un retén social que, a
diferencia de aquellos sistemas insalvables, opera como una barrera de color
franqueable pero articulada sobre la racialización de la diferencia y de las
clases, la segregación laboral (Correa , y otros 2012) , el evitamiento
sistémico (Cunin 2003) , la estratificación
social (Barbary, Urrea y Víafara 2004) y el blanqueamiento
instrumental (Gil Hernández 2010) ; que se expresan en exclusión espacial, simbólica
y corporeizada en diferentes espacios y escenarios; especialmente en aquellos
que reflejan procesos decisionales y articulaciones de poder. En tal escenario,
las comunidades étnicas deben enfrentar dilemas y tensiones que no se reducen a
las relaciones intersubjetivas sino que se amplifican en las redes
comunicativas y distributivas sistémicas, en macroprocesos de segregación económica
y en la ingeniería institucional articuladora de los estados nacionales.
En el ámbito local, la
penetración sistémica del capital hace atractivos los territorios ancestrales
para la captura de sus recursos y la incorporación del capital transnacional,
instalando prácticas de cooptación que se extienden hasta la apropiación
territorial adquiriendo (o pretendiendon adquiir) grandes extensiones de
tierra, aun con la connivencia de ciertos consejos comunitarios o la
suplantación de dichas formas organizativas del pueblo afrocolombiano.
La definición de políticas
públicas de contenido étnico en estos casos requiere apuntar a eliminar las
barreras reales para que dichos territorios y su población construyan sus
propios imaginarios de futuro y encuentren alternativas afectivas para
concretarlo; estimulando modelos alternativos de desarrollo; formas autonómicas
de organización política y procesos de empoderamiento económico situados más
allá de las claves de la autosubsistencia, el déficit y la precariedad; toda
vez que lo que está en juego en términos del desarrollo autónomo local es cómo
se incorporan las poblaciones étnicas a dinámicas productivas que, de suyo,
promueven y provocan la distorsión en sus prácticas, propósitos y finalidades,
enfrentando el dilema de que, si bien no se trata de encerrar a las identidades
étnicas en culturas de museo, petrificadas e inamovibles; la industrialización
y el desarrollo extractivo conllevan el peligro de su socavamiento y no su
promoción. Esto, más aun ante la ralentización con la que ocurren los procesos
de ascenso social y el desarrollo de una clase media afrodescendiente en el
país (Urrea 2011; Viveros Vigoya y Gil Hernández
2010).
6.
Resistencia,
organización y movilización
Junto a estas dinámicas de suma
importancia a la hora de plantearse una agenda que pase de la resistencia al
poderazgo y la reexistencia afrocolombiana, quedan otros asuntos igualmente
importantes que implican entender que la agenda comercial y mercantil que
compromete al gobierno nacional con gremios y sectores específicos de la
producción no reemplaza ni constituye la agenda cultural e identitaria del
pueblo afrodescendiente; por lo que no es el estado quien debe organizar la
agenda étnica en el país.
De igual manera, el
despoblamiento del Pacífico y de amplios territorios ancestrales hacia el
Caribe y el Magdalena Medio, producto de la penetración de la guerra en
estos territorios, la concentración
extractiva sobre sus minerales y maderas y la instalación institucional de
actores y procedimientos de desarraigo y desplazamiento evidencia la voracidad
con la que el capital extractivo y los señores de la guerra han logrado
enquistarse para producir un escenario catastrófico que lesiona gravemente la
estabilidad ambiental y la sostenibilidad biótica; poniendo en riesgo las vidas
humanas y el patrimonio cultural atesorado a lo largo de siglos de gestación de
un modelo asociativo amparado en la autonomía territorial, la pertenencia
identitaria y el respeto a las formas tradicionales de asentamiento, producción
y disfrute de la fecundidad, fertilidad y riqueza natural de los territorios
ancestrales.
Dadas sus implicaciones, el despoblamiento
violento de los territorios ancestrales implicará la adopción de una bioética
para la sustentabilidad (Acosta Sariego 2002) , que contribuya a construir
nuevas formas de entender e intervenir institucionalmente al Pacífico y las
demás regiones afectadas severamente por el conflicto armado y la migración
forzada, preservando su historia y transformando sus posibilidades de
desarrollo. Frente a quienes se preguntan si el desarrollo tiene historia
habría que responder desde la historicidad del desarrollo armonioso y
sustentable articulado por los grupos humanos asentados en territorios
ancestrales, cuyos niveles de eficiencia ecológica y sus prácticas sostenidas
en el tiempo hablan frente a la inadecuación de las formas extractivas que, en
poco tiempo, han minado la sostenibilidad ambiental de costa a costa,
amenazando incluso las condiciones de vida de poblaciones étnicas que dependen
del mar, como ocurre en San Andrés, Providencia y sus cayos.
A partir de tal historia
compartida, los procesos autonómicos del pueblo afrocolombiano que hoy se
escenifican deberán encontrar rutas originales y novedosas para renegociar, en
el contexto del país nacional, las condiciones de reexistencia e invención étnica
con las que puedan exitosamente enarbolar banderas étnicas que convoquen a la organización
y movilización de públicos amplios y heterogéneos internamente organizados y fuertemente
movilizados para el aseguramiento y promoción de sus derechos.
Finalmente, en términos del
desarrollo humano es preciso anotar que la vida urbana y su incidencia en la
identidad personal atomizada y fragmentaria se enfrentan al reclamo de
pertenencia de muchos de los públicos articulados a la dinámica de las ciudades
contemporáneas; por lo que las políticas públicas asumidas para la población
afrocolombiana deberán preocuparse, al mismo tiempo, por preservar la herencia
cultural e identitaria ancestral tanto como aprender a negociar la reexistencia
en contextos en los cuales se gestan nuevas ancestralidades a partir del
reconocimiento y la adscripción a dicha herencia.
Trabajos
citados
Acosta Sariego, José. Bioética para la sustentabilidad.
Publicaciones Acuario, 2002.
Arcos Rivas, Arleison. «Cuestionp:
aportes para una teoría política de la afrodescendencia.» Teorizar la
afrodescendencia. 3 de marzo de 2013. http://cuestionp.blogspot.com/2013/03/teorizar-la-afrodescendencia-1.html.
Barbary, Olivier, Fernando Urrea, y
Carlos Víafara. Gente negra en Colombia. Dinámicas sociopolíticas en Cali y
el Pacífico. CIDSE - COLCIENCIAS, 2004.
Correa , Guillermo, Perez Alexander,
Viveros Victor Hugo, y María Edith Morales . Precario pero con trabajo:
¡otros están peor! déficit de trabajo decente en la población afrocolombiana
en Cartagena, Buenaventura, Cali y Medellín. Escuela Nacional Sindical,
2012.
Cunin, Elizabeth. Identidades a flor
de piel. Lo ‘negro’ entre apariencias y pertenencias: mestizaje y categorías
raciales en Cartagena (Colombia). IFEA-ICANH-Uniandes-Observatorio del
Caribe Colombiano, 2003.
Esparcia Pérez, Javier. Nuevos
factores de desarrollo territorial. Universitatd de València, 2011.
Fanon, Franz. Los condenados de la
tierra. FCE, 1983.
Gil Hernández, Franklin Gerly. Vivir en un mundo de ‘blancos’. Esperiencias, reflexiones y
representaciones de 'raza' y clase de personas negras de sectores medios en
Bogotá. Bogotá: Tesis de maestría en
Antropología, Universidad Nacional , 2010.
Mosquera, Claudia, y Luiz Claudio
Barcelos. Afroreparaciones: memorias de la esclavitud y justicia reparativa
para negros, afrocolombianos y raizales. Universidad Nacional de Colombia,
2007.
Rodriguez Garavito, Cesar, Tatiana
Alfonso Sierra, y Isabel Cavelier Adarve. Raza y Derechos Humanos en
Colombia. Primer informe sobre discriminación racial y derechos de la
población afrocolombiana. Universidad de Los Andes, Facultad de Derecho,
CIJUS, Ediciones Uniandes, 2009.
Schultz, Theodore William. Valor
económico de la educación. Unión Tipográfica Editorial Hispano-Americana ,
1968.
Selva Sevilla, Carmen. El capital
humano y su contribución al crecimiento económico. Ediciones de la Universidad
de Castilla, 2004.
Urrea, Fernando. «La conformación
paulatina de clases medias negras en Cali y Bogotá a lo largo del siglo XX y
la primera década del XXI.» Revista de Estudios Sociales, nº 39 (2011):
24-41.
viveros Vigoya, Mara, y Franklin Gil
Hernández. «Género y generación en las experiencias de ascenso social de
personas negras en Bogotá.» Maguaré, nº 24 (2010).
Wallerstein, Immanuel. El
capitalismo histórico. Siglo XXI, 2001.
Wieviorka, Michel. El espacio del
racismo. Paidós, 1992.
Zambrano, Carlos Vladimir. Etnopolíticas
y Racismo. Conflictividad y desafíosinterculturales en América Latina.
universidad Nacional de Colombia, 2003.
[1]
El Departamento Nacional de
Planeación plantea un decálogo de barreras que inciden de modo protuberante en
la alta representación de las y los afrodescendientes medidos en indicadores de
desarrollo humano deficitario: 1. Racismo y discriminación racial. 2. Baja participación
y representación de la población afrocolombianos en espacios políticos e
institucionales de decisión. 3. Débil capacidad institucional de los procesos
organizativos de la población afrocolombiana. 4. Mayores dificultades para el
acceso, permanencia y calidad en el ciclo educativo, lo cual limita el acceso a
empleos de calidad y el emprendimiento, dificultando la superación de la
pobreza. 5. Desigualdad en el acceso al mercado laboral y vinculación a
trabajos de baja especialización y remuneración (empleos de baja
calidad). 6. Escaso reconocimiento y valoración social de la diversidad
étnica y cultural como uno de los factores que definen la identidad
nacional. 7. Deficiencias, en materia de seguridad jurídica, de los
derechos de propiedad de los territorios colectivos. 8. Deficiencia en la
incorporación e implementación de las iniciativas y propuestas que surgen de la
población afrocolombiana, palenquera y raizal. 9. Baja disponibilidad de
información sobre población afrocolombiana, lo cual limita la cuantificación y
focalización de beneficiarios, así como la definición de una política pública
ajustada a las particularidades étnicas y territoriales. 10. Acceso
limitado a programas de subsidio. Ver: Departamento
Nacional de Planeación. Insumos para el análisis de las barreras que impiden el
avance de la población negra, afrocolombiana, palenquera y raizal. Agosto 15 de
2008: https://www.dnp.gov.co/Portals/0/archivos/documentos/DDTS/Plan_Integral_Afro/DOC_INSUMOS_TALLERES_AFRO(Ago_15_2008).pdf
Le dije a Vox Afro: Me preocupa que en la permanente construcción, respeto y fortalecimiento de la sociedad Afro, estemos haciendo con los elementos etnia, identidad, cultura e interculturalidad una valla de seguridad que limite las relaciones para que en la sociedad en su conjunto se ejerzan dignidad, poder soberano, derechos y obligaciones en culturalidad: concepto que muestra mejor la dinámica de la complejidad de los mestizajes y de los intercambios sociales. Habría que revisar las interpretaciones restrictivas y la pérdida de toda importancia práctica en estos ejercicios autónomos. Edgar Erazo Delgado.
ResponderEliminarHola Edgar.
EliminarGracias por tu juicioso comentario.
Es supremamente importante que no se pierda de vista lo que significa la construcción de un proceso autónomo en estos momentos. Esclaro que aulicos y detractores siempre habrá; por lo que debemos concentrarnos en dimensionar el tamaño de nuestra resistencia y de nuestra capacidad de respuesta y movilización para bloquearlos.