Para quienes nos aproximamos a los asuntos
políticos desde nuestra doble condición de activistas y académicos, no deja de
causar sorpresa el que, por momentos, deba justificarse lo uno en función de lo
otro; mientras, en otros esto tenga necesariamente que subsumirse en aquello.
Lo cierto, más allá de viejas consideraciones sobre la neutralidad e
imparcialidad del pesquisidor social, es que ante la posibilidad de leer las
complejidades de la política desde la muralla universitaria resulta siempre
preferible untarse los pies de barro mientras las manos se tiñen con la tinta
de nuestros escritos y la sangre tantas veces derramada de nuestros amigos y
amigas.
Por ello, la condición de bienquerientes del
proceso de constitución e invención del pueblo afrodescendiente en Colombia nos
ha llevado a asumir posiciones críticas y a “empujar” más que jalonar algunos
pasos que contribuyan a que se produzcan efectos sociales y políticos que sirvan
para madurar procesos ansiosamente esperados; tal como ocurrió en la pasada
semana cuando, minúsculos sujetos asumimos el reto, afincados en nuestra
convicción de ser portadores de una ancestralidad cultivada en la resistencia y
el espíritu libertario africano, de tomar parte activa y sacar adelante el
Primer Congreso Nacional Afrocolombiano, felizmente y -contramarea - celebrado en Quibdó, del 23 al
27 de agosto de 2013, del que les comparto por ahora breves notas de viajero.
Digo felizmente pues pese a que se
presentaron actos bochornosos protagonizados por una exconsultiva con ínfulas
de faraona (con séquito incluido), se evidenció la impericia de quienes,
intentando bloquear el desorden, lo propiciaron al no entregar al Congreso su
función como organizadores una vez este fuera instalado (lo cual, curiosamente,
nunca ocurrió); se promovieron reuniones de barullo y baraúnda que no
produjeron el más mínimo acuerdo duradero entre las partes (como quiera que no
había en realidad nada para acordar entre estas); se configuraron de nuevo
vicios malsanos asociados a los contratos de alimentación y alojamiento de las
delegaciones, producto de un operador fantasma e incompetente que renunció a
controlar lo que luego le resultó incontrolable; aun con todo eso, hubo Congreso
y se confirmó que hay un pueblo afrocolombiano caminando más allá de sus supuestos
liderazgos.
Es claro que no puede meterse a todas y todos
los líderes afrocolombianos en un solo corral. De hecho, frente al desbarajuste
propiciado por los oportunistas, agitadoras y agitadores de oficio y
veintejulieros sin enjundia, el Congreso fue la posibilidad de que nuevos
liderazgos dejaran sentir su voz: desde el bloqueo pretoriano de una valerosa
Guardia Cimarrona conformada en su
mayoría por las y los estudiantes universitarios “mamados de tanto corrinche”
según una de su más enérgicas integrantes;
hasta la decidida actitud de jóvenes activistas-académicos quienes, en aras de
superar la confusión y el desbarajuste de las gritonas y gritones, se
decidieron a controlar eficazmente el micrófono, dándole rumbo a la discusión
al tercer día de sesiones del Congreso.
Ante los siempre manifiestos anhelos de
pelotera, el valeroso papel jugado por la Guardia Cimarrona convino para que,
pese a tal insistencia, las y los congresistas asistentes pudieran dedicarse a
las discusiones objeto de la convocatoria. De hecho, desde el primer día se validó
que habría congreso gustara a quien le gustara y por encima del que fuera, tal
como se lo exigió la multitud a quien creyó que, también en esta ocasión, acallaría
con sus bramidos y chillidos a quienes se tomaron en serio su misión de
representar al 25% de las y los colombianos
herederos de africanías.
Jocosamente preguntaba a algunos asistentes
qué habría ocurrido si el Congreso hubiese sido convocado el 1 de enero de
1852. Entre las respuestas más brillantes que pude acumular, hay una que comparto
plenamente: “¡Lo mismo, mi hermano; lo mismo!”. Liderazgos apocados, foráneos apostándole al desorden, locales despistados y avivatos oportunistas se habrían dado cita junto a cronistas bienintencionados, activistas propositivos y colectivos dispuestos a apostarle a la unidad en medio de la diversidad, único grito que realmente pesó en medio de los debates del Congreso. por eso, antes que llenarme de amargura,
tal respuesta evidencia que, pese a lo incipiente que a veces parezca la
organización de un movimiento, no se mide por sus liderazgos sino por sus fuerzas.
Midiendo fuerzas, nos encontramos con que, si bien al interior del movimiento
algunos han acumulado dinero para hacerse aplaudir a desgreño, políticamente su
capacidad es bastante precaria; al punto de que incluso en número no alcanzaron
un nivel de representación que llevara al traste la convocatoria y menos aun
las ejecutorias del mismo.
Pese a que los errores en la definición de la
agenda para el evento e incluso aspectos sensibles de la logística hayan puesto
en peligro el desarrollo del Congreso, pudimos constatar que la sensatez y el
trabajo de voluntariado activo le ganaron al despeluque y a la falta de un
derrotero que, si existió, nunca pudo ser suficientemente presentado y aprobado
de manera asamblearia. A pesar de ello, resultó satisfactorio advertir que la
dinámica de trabajo por mesas en los precongresos departamentales contribuyó
eficazmente a situar a las y los asistentes en un plano de discusión que
favoreciera el establecimiento de acuerdos; algunos de los cuales resultan de
un tamaño operacional que implicará trabajar en el desmonte de estructuras de
poder tan informales como enquistadas; que en buena medida evidencian el
carácter rebatible del liderazgo en el movimiento étnico afrocolombiano.
Con todo, el Congreso deja unos insumos de
suma importancia para avanzar en la concreción de una plataforma actuacional
articulada, de incidencia e impacto nacional, centrada en las bases organizativas
y comunitarias con las que se identifica el pueblo afrocolombiano; el cual
desde ahora deberá ser convocado en un espacio autónomo reunido cada dos años
en un Congreso Nacional Afrocolombiano, que impartirá los mandatos de obligatorio
cumplimiento para la recién instituida Autoridad Nacional Afrocolombina, órgano
ejecutivo que, por ahora, tiene una conformación transitoria de 101 representantes.
De igual manera, el que deban modificarse los
artículos 45, 46 y 60 de la ley 70 de 1993 para que desaparezca la
inmisericorde y venal Comisión Consultiva de Alto nivel y emerja en su
reemplazo el Consejo Nacional de Políticas Afrocolombianas que estatutariamente
no podrá ser convocado para reemplazar la consulta directa a las comunidades y organizaciones
plantea una posibilidad incalculable para que se ponga en el centro del debate
público la transformación de las condiciones de indignidad e injusticia en las
que vive buena parte del pueblo afrocolombiano, prisionero hasta ahora tanto del
querer decisional de algunos exconsultivos como de la capacidad de cooptación
desplegada por los gobernantes de turno.
Si bien, habrá que producir desarrollos constitucionales,
legales y reglamentarios en torno a otros asuntos de interés nacional que
tienen alta incidencia en la situación y bienestar del pueblo afrocolombiano,
estamos seguros que con el plazo dado de seis meses para que la Autoridad
Nacional Afrocolombiana afine y deje a punto protocolos, procedimientos y operaciones
institucionales mandadas por el Congreso; sumado a los buenos oficios que
actores internacionales puedan desplegar para acompañarles exitosamente, será
posible instalar mecanismos de coordinación, asesoría e interlocución del
tamaño de lo esbozado en el certamen adelantado en Quibdó.
Frente a lo acontecido en Quibdó, si bien
quedan sin sabores e incluso enemistades declaradas, resulta alentador advertir
que los veinte años de la ley 70 no han pasado en vano por lo que, con
desarrollos variables, habrá que afinar el instrumental de nuestras disciplinas
para seguirle aportando claridad en la marcha de un pueblo que, hoy todavía,
camina entre sombras.
Estamos a la espera de que ANA y CONAPA (autoridad nacional afrocolombiana y consejo nacional de políticas afrocolombianas ), en ejercicio audaz de su autonomía, en el termino previsto, socialicen ante el pueblo colombiano los componentes ( ideología, propuesta programática, estructura organizativa y militancia )del Proyecto Político Afrocolombiano, único camino de libertad contra las nuevas formas de esclavitud que violentan el reconocimiento, garantía y goce pleno de los derechos del pueblo afrodescendiente, en el contexto de la humanidad. Edgar Erazo Delgado. erazod@hotmail.com
ResponderEliminarEdgar
EliminarGracias por tu comentario.
Efectivamente, lo que sigue es un proceso de amplia divulgación de los insumos desarrollados en los precongresos y en el Congreso, de manera que haya suficiente información sobre lo que se espera que esas dos nuevas instancias autónomas del pueblo afrodescendiente en Colombia desarrollen en estos seis meses.
Hemos sido audaces para soñar, pero no se puede soltar el asunto todavía.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarDoy por hecho, que el trabajo a realizar, no se encuentra sujeto únicamente a los elegidos en el Congreso, sino que ellos tienen una representación, de ahí, la necesidad de definir una ruta par la discusión y el emergimiento de propuestas que conlleven al barco a navegar en forma segura, a pesar del mar embravecido, de los cantos de sirenas y de la tormenta de los maquinadores de turnos.
ResponderEliminarSerá necesario programar seminarios, generar actividades que socialice lo hecho para despertar al león dormido y seguir edificando ese largo camino, que como dijo Melson Mandela "El camino de la libertad es difícil y tortuoso, pero hay que recorrerlo"
Apreciado Carlos.
EliminarSeguramente el trabajo que viene demanda mayor dedicación y mucha participación real del pueblo afrocolombiano. En Medellín, en el COMUNAFRO, estaremos trabajando desde este jueves en avanzar propuestas, como lo hicimos de manera destacada en Quibdó.
A pesar de que no me fue posible asistir a tan magno evento, por dificultades familiares, estuve pendiente y pienso que estábamos en mora de hacer una revolución de pensamiento desde nuestras debilidades y fortalezas; lo negativo es que como siempre hay personas que solamente quieren sacar provecho haciéndose elegir y perpetuarse, pero no se comprometen para luchar por alcanzar metas comunes y juegan con las necesidades que tiene nuestra etnia; además de que no cumplen con el mandato de la comunidad que los designa como sus voceros (as). Toca esperar, entonces, la hoja de ruta a seguir, que no se queden encerrados, que hagan conocer las propuestas y llamar a la comunidad y hacerlas partícipes como garantes de todo el proceso. Buen viento y buena mar.
ResponderEliminarFabiola, gracias por comentar.
EliminarLo que se avecina es una lucha frontal contra las prácticas de corrupción y liderazgos venales en nuestro movimiento. Eso costará sangre y sudor, seguramente, pero esa pelea hay que darla.