La
rodilla del mundo occidental ha asfixiado el cuello de la mujer y el hombre de
descendencia africana desde la invención perversa de la esclavización.
Siglos
después, individuos, colectivos y pueblos prisioneros de esa enfermedad atávica,
reiteran por doquier las semblanzas del encadenamiento ignominioso, la criminal
venta de cuerpos, el asesinato ritual, el encarcelamiento masivo, la penetración
violenta, el acoso demencial, la empleabilidad de servidumbre, el recorte de
derechos, el señalamiento inmisericorde, la negación de la dignidad, la
desigualdad fabricada, la inferiorización manifiesta, la vulnerabilidad
diseñada, la desatención institucionalizada; en fin, las mil y una tácticas con
las que se oblitera la dignidad y persiste el trato desconsiderado, violento y
patibulario del racista y del racismo inscrito en los códigos nugatorios del
cuerpo, el pueblo y el continente inventado como negro.
Puño
en alto y con tenacidad, las hijas e hijos de África insisten en enfrentarse a
tal ennegrecimiento del mundo y se reconocen en su pertinencia y descendencia;
reivindicando su ancestralidad, su existencia y su valía más allá de la instalación criminal y genocida
de la subvaloración inventada en la nívea mundialización europea. Contra ella,
la significación identitaria de la africanía salta desde las pateras y embarcaciones
que llegan a playas europeas, así como ayer se amotinaban a la menor
posibilidad en los navíos trasatlánticos; o sale a la calle en reclamo de su
derecho a una existencia con dignidad, reivindicando la irrestricta libertad de vivir como un ser humano, negada por siglos.
Por
esa ruta, ayer el cimarronismo se convirtió en una alternativa libertaria mayor
a la que el modelo interpretativo de la blanquitud del mundo está dispuesto a
conceder; poniendo en la escena política moderna el hecho valeroso y rescatable a
perpetuidad con el que consta que la maquinaria de la esclavización fue
demolida gracias a la ferocidad con la que, día tras día, año
tras año, década tras década y por siglos este sistema de opresión fue resistido por
quienes nunca se habituaron a escribir su historia encadenada y, por el
contrario, lucharon sin cesar por conquistar su libertad, la de las mujeres, la
de los hombres y, finalmente, la de sus hijos y descendientes; porque todas sus
vidas importaban, e importan.
Hoy
en las aceras de Estados Unidos, en las playas de los países al otro lado del Mediterráneo,
en los territorios del Pacífico o en un parque de Puerto Tejada se padece, se
lucha y se muere en la refriega contra el estigma invencional de la racialización colgada como una lápida. Ningún otro ser humano,
en cualquier época de la historia del capitalismo, ha tenido que inventarse y
reinventarse a sí mismo con tanto furor como las hijas e hijos de quienes han combatido y combaten las expresiones cotidianas y las configuraciones
estructurales de esa enfermedad instalada en la mirada, en el siquismo, en los
interacciones y en los códigos societales que reproducen las concepciones
esencialistas del régimen de asepsia racial.
La fuerza y la tozudez de las prácticas
de fronterización, evitamiento, sindicación y linchamiento de aquellos que se presumen superiores y moldean estructuraciones sociales diseñadas contra quienes representan como inferiores; es también nuestro aliento para
pensar, representar, tratar y sancionar la racialización y el racismo como un
problema de base biológico, contenido histórico y repercusiones políticas y
económicas al que hay que enfrentar a muerte, hasta que no pueda respirar.
#LaNotaDelJueves
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