El malestar que genera
la pintura grotesca de este personaje es tal que incluso se han hecho montajes que
lo blanquean y le ponen cabellos largos y desarreglados; lo cual no quita el
peso racista con el que el autor dibujó a su personaje y evidencia el asunto abyecto
e hipócrita de lo políticamente correcto: el problema no desaparece por
ocultarlo, ni suavizarlo equivale a su extinción. La flauta sigue sonando.
Si en la segunda mitad del siglo XIX, en pleno esplendor de la lúcida y perspicaz Ilustración moderna, Montesquieu (1748) Kant (1764) y Mozart (1791), pudieron componer piezas intelectuales que contienen tamaña impudicia sin recibir el rechazo de su tiempo o de los amantes de tal género en la posteridad, ha sido precisamente por el pensamiento racial compartido que caracteriza un entorno social, económico, político y filosófico en el que ser “negro” resulta inimaginable como obra divina y cuyo color, de los pies a la cabeza, evidencia una total estupidez. Así, negro es el color de lo sin razón, y el ennegrecimiento es la acción racional que lo hizo posible.
Por ello no sorprende que justo cuando más fuerte se apisonó la imagen del bruto esclavo subalterno, se estuviera esculpiendo la estatua del preclaro pensador libertario; así, en masculino, blanco y europeo. Esa misma que hoy derriban, grafitean y cancelan por todo el mundo.
El ennegrecimiento del
mundo, diseñado en moldes de inferiorización en la imaginación moderna y
esclavizada del otro, no solo provocó la invención de un sujeto subordinado,
sufriente, miserable y vulnerable; un individuo menor y necesitado de tutoría
permanente, sobre el que todo dominio ha sido ejercido a lo largo de cinco
siglos de oprobio y racialización. También facilitó las condiciones de desconfianza,
evitamiento, señalamiento e incluso odio alimentado entre hermanos y hermanas
crecidos bajo la tutela del esclavista; siempre dispuesto a capturar la confianza
y zalamería de los esclavizados más avivatos contra los oscos, cimarrones, irredentos
y fugados que siempre andaban en plan desencadenado, en pos de conquistar la libertad
negada.
Algo similar ocurre hoy en movimientos, organizaciones, procesos y plataformas en las que los llamados a la sororidad, la inclusión, el compañerismo, la acogida de las diferencias, chocan con la hipocresía, el personalismo, la decidía, la insolidaridad y la concentración de influencia de manera descarada y desproporcionada, agitando las banderas del separatismo, el faccionalismo y la división con marcada frecuencia.
En contravía de la resistencia y la unidad emancipatoria
de los diversos, el juego del todo o nada, el descreimiento frente a las
alternativas, el desprestigio del contradictor, se imponen como estrategias inmovilizadoras
mientras los verdaderos enemigos apuntalan sus lanzas, refinan sus estrategias,
reorganizan sus filas y continúan sonsacando a cuantos pueda, con lentejuelas,
abalorios e insípidas dádivas que puedan asirles para que sometan a purga a las
y los propios. Monostatos, ultrajado e imposibilitado de pulsar el melodioso
sonido de la flauta mágica, siempre será cantado al servicio de quien lo
desprecia, mientras se afana por cubrirse con la desgarrada piel de los
libertarios, vencidos por las garras del dominador.
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Referencias: E. Kant. De
lo bello y lo sublime. Ch. Montesquieau. Del espíritu de las leyes. Emmanuel
Chukwudi Eze. El color de la razón. Recomiendo ver W. Mozart. La Flauta mágica,
en esta versión cinematográfica https://www.youtube.com/watch?v=XT62KLvzGZU.
#LaNotaDelJueves
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