jueves, 28 de mayo de 2020

La sociedad desescolarizada

Lejos estábamos de pensar en pandemias y distanciamiento social preventivo cuando Iván Illich concibió la idea de que la sociedad puede desescolarizarse. En su pensamiento crítico respecto de la que considera infructífera educación escolarizada, reclama “nuevos embudos educacionales” orientados “hacia la búsqueda de su antípoda institucional: tramas educacionales que aumenten la oportunidad para que cada cual transforme cada momento de su vida en un momento de aprendizaje, de compartir, de interesarse”.

En su defensa, reclamo igualmente una concepción educativa que haga posible el advenimiento de una “edad del ocio” en la que Prometeo, desencadenado, logre imponerse a los designios ritualizados de una computadora o una pantalla que se supone sirve a los propósitos del aprendizaje escolar.  

Tras meses de perplejidad con la emergencia de una pandemia aun incontrolada, se han evidenciado los resortes de la injusticia tecnológica y la disparidad en los torpes procesos de escolarización que le hemos permitido instalar a gobiernos neoliberales, más preocupados por atiborrar las aulas con futuros operarios homogeneizados que por provocar tramas de sentido en las interacciones sociales que permiten la acumulación de capital escolar y social más allá de la sola reproducción institucional.    

Lo que se ha desplazado a los hogares son los niños y niñas; no la estructura del espacio social denominado escuela. De ahí que las funciones de la enseñanza en manos de expertos en didáctica, como deben ser las y los maestros, no tengan por qué reproducirse en la impericia de padres y madres a quienes hoy se pide asistir como voluntarios en el despliegue de estrategias curriculares que posibiliten la ocupación creativa de los infantes en actividades de aprendizaje. Menos aún, deberían comprometerse las directivas escolares y los maestros en la garantía de avance o desarrollo en la adquisición de saberes y el fortalecimiento de competencias por fuera de un espacio que no les pertenece ni gobiernan.

Si comporta alguna oportunidad transformadora, un episodio que impone forzosamente la presencia de la población escolarizada en el espacio doméstico debería, precisamente, desdomesticar la educación; no desintegrando la relación estudiante – docente sino ampliando las oportunidades para que las familias y la escuela fortalezcan experiencias formativas que vayan más allá del mercado informativo e instruccional con el que suele cargarse al sistema escolar.

La potencia de la palabra, el respeto a los acuerdos, el costo de las cosas, la fabricación de los productos, los efectos del mercado laboral, la incidencia de las decisiones políticas, el impacto de la desregulación, la fabricación de la vulnerabilidad, el significado de la desigualdad, las consecuencias de la desprotección, las secuelas del desempleo, el fruto de la formación profesional, lo que se deriva de crisis hospitalaria, las deducciones de impuestos, las exoneraciones de pagos, los beneficios laborales como las primas, cesantías y pensiones, la dependencia de la producción externa de alimentos y recursos hospitalarios, la significación de la enfermedad, la potencialidad del morir, la valoración del vivir, la responsabilidad con los otros, el fundamento de la obediencia a las autoridades, el sentido social de la responsabilidad pública; en fin, una constelación significativamente importante de asuntos que aporten mayor trascendencia a las operaciones, dinámicas, procesos, tareas y emprendimientos con los que la escuela puede y no siempre suele cargar de sentido y significación la escolarización de los sujetos infantes y jóvenes.     

Si en medio de una pandemia la escuela ha de seguir existiendo, no será a consecuencia de que extinga su potencialidad educativa y clausure las formas de interrelacionamiento transgeneracional en las aulas. Sobre una base realista respecto del quehacer educativo que aplaza la presencialidad y la trastocará intensamente, la educación se hace posible por tramas de interacción social que amplifican y maximizan las oportunidades para que el aprendizaje sea asumido como un propósito de la sociedad; tarea en la que la escuela tendrá mucho que repasar, afianzar, ahondar y profundizar en una circunstancia tan retadora como la que experimentamos.

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Referencias: Iván Illich (1978). La Sociedad desescolarizada. Pierre Bourdieu, (2005). Capital cultural, escuela y espacio social.



#LaNotaDelJueves

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CuestionP Aportes para una teorìa polìtica de la afrodescendencia por Arleison Arcos Rivas se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 2.5 Colombia.

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