Lejos estábamos de pensar en pandemias y
distanciamiento social preventivo cuando Iván Illich concibió la idea de que la
sociedad puede desescolarizarse. En su pensamiento crítico respecto de la que
considera infructífera educación escolarizada, reclama “nuevos embudos educacionales” orientados “hacia
la búsqueda de su antípoda institucional: tramas
educacionales que aumenten la oportunidad para que cada cual transforme cada
momento de su vida en un momento de aprendizaje, de compartir, de interesarse”.
En su defensa, reclamo igualmente una concepción
educativa que haga posible el advenimiento de una “edad del ocio” en la que
Prometeo, desencadenado, logre imponerse a los designios ritualizados de una
computadora o una pantalla que se supone sirve a los propósitos del aprendizaje
escolar.
Tras meses de perplejidad con la emergencia de una
pandemia aun incontrolada, se han evidenciado los resortes de la injusticia
tecnológica y la disparidad en los torpes procesos de escolarización que le
hemos permitido instalar a gobiernos neoliberales, más preocupados por
atiborrar las aulas con futuros operarios homogeneizados que por provocar
tramas de sentido en las interacciones sociales que permiten la acumulación de
capital escolar y social más allá de la sola reproducción institucional.
Lo que se ha desplazado a los hogares son los niños y
niñas; no la estructura del espacio social denominado escuela. De ahí que las
funciones de la enseñanza en manos de expertos en didáctica, como deben ser las
y los maestros, no tengan por qué reproducirse en la impericia de padres y
madres a quienes hoy se pide asistir como voluntarios en el despliegue de
estrategias curriculares que posibiliten la ocupación creativa de los infantes
en actividades de aprendizaje. Menos aún, deberían comprometerse las directivas
escolares y los maestros en la garantía de avance o desarrollo en la
adquisición de saberes y el fortalecimiento de competencias por fuera de un
espacio que no les pertenece ni gobiernan.
Si comporta alguna oportunidad transformadora, un
episodio que impone forzosamente la presencia de la población escolarizada en
el espacio doméstico debería, precisamente, desdomesticar la educación; no
desintegrando la relación estudiante – docente sino ampliando las oportunidades
para que las familias y la escuela fortalezcan experiencias formativas que
vayan más allá del mercado informativo e instruccional con el que suele
cargarse al sistema escolar.
La potencia de la palabra, el respeto a los acuerdos,
el costo de las cosas, la fabricación de los productos, los efectos del mercado
laboral, la incidencia de las decisiones políticas, el impacto de la
desregulación, la fabricación de la vulnerabilidad, el significado de la
desigualdad, las consecuencias de la desprotección, las secuelas del desempleo,
el fruto de la formación profesional, lo que se deriva de crisis hospitalaria,
las deducciones de impuestos, las exoneraciones de pagos, los beneficios laborales
como las primas, cesantías y pensiones, la dependencia de la producción externa
de alimentos y recursos hospitalarios, la significación de la enfermedad, la potencialidad
del morir, la valoración del vivir, la responsabilidad con los otros, el
fundamento de la obediencia a las autoridades, el sentido social de la
responsabilidad pública; en fin, una constelación significativamente importante
de asuntos que aporten mayor trascendencia a las operaciones, dinámicas,
procesos, tareas y emprendimientos con los que la escuela puede y no siempre
suele cargar de sentido y significación la escolarización de los sujetos
infantes y jóvenes.
Si en medio de una pandemia la escuela ha de seguir existiendo, no será a consecuencia de que extinga su potencialidad educativa y clausure las formas de interrelacionamiento transgeneracional en las aulas. Sobre una base realista respecto del quehacer educativo que aplaza la presencialidad y la trastocará intensamente, la educación se hace posible por tramas de interacción social que amplifican y maximizan las oportunidades para que el aprendizaje sea asumido como un propósito de la sociedad; tarea en la que la escuela tendrá mucho que repasar, afianzar, ahondar y profundizar en una circunstancia tan retadora como la que experimentamos.
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Referencias: Iván Illich (1978). La Sociedad desescolarizada. Pierre
Bourdieu, (2005). Capital cultural, escuela y espacio social.
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