El mundo no se acabó al llegar el 2000 ni en el 2012, ni con la primera
pandemia planetaria está creciendo uno nuevo todavía. Si lo que estamos viendo
es cierto, con la apertura gradual de los mercados y los centros de comercio
tampoco ha de sobrevenir el anhelado poscapitalismo de la solidaridad; que no
ocurrió con la caída de la cortina de hierro ni con la mancomunión europea ni
con las crisis que el sistema neoliberal de capitales ha propiciado,
acrecentado y acumulado en cinco décadas. Tras semanas de pánico trasnacional y
pese a que el mundo ya no funciona, sigue siendo tal como es y aun no más
libre, como podría ser…
Por doquier, en tiempos de democracia, los políticos al frente del
aparato burocrático asustan, calman, disienten, afirman, yerran entre medida y
política, comportándose como dictadores autoritarios que acumulan para sí la
capacidad institucional, la capacidad decisional y extreman la influencia de
sus cargos. Puestos ante la necesidad de providencias de choque, sus gestos
difundidos hasta la saciedad en medios, redes y páginas alimentan la avidez
financiera y el afán corporativo, morigerando el juicioso consejo de los
expertos mientras extienden al límite su potestad, clausurando libertades, exacerbando
la actuación policiva e incluso fomentando atentados contra el estado laico.
En consecuencia las decisiones políticas, los ámbitos de la vida
productiva, las dinámicas de consumo, los tiempos de ocio, las prácticas
recreativas, los enredamientos sociales, en fin, la creación humana; se queda
perpleja ante la suspensión de la cotidianidad provocando enclaustramientos que
responden a la tecnificación del miedo, al dominio sobre los cuerpos y a la
angustia que provocan los tiempos líquidos, cargados como nunca de mayores
incertidumbres ante la proliferación normativa y decisional bajo el estado de
excepción y las legislaciones de emergencia.
Si las oleadas democráticas prometían confianza y seguridad, ha bastado
una pandemia para recordarnos que a
los políticos, emisarios del interés particular, no se les puede permitir
actuar sin reglamentos y que a los negocios el contrato social les resulta
desventajoso; de ahí que se empeñen con diligencia en levantar la producción a
toda costa: reactivar los mercados parece urgente para quienes viven de ellos,
mientras los demás se afanan en cuidar la vida y no morir.
Del lado del pensamiento, la tragedia y la farsa se precipitan en un
tiempo sin historia: se decanta la pesadez falsa y errática con la que nos
vendieron las terceras vías, el fin de las ideas, la caída de los metarrelatos
y el acontecimiento del último hombre evidencian su banalidad; tanto como la
insensatez de quienes, bien animados por el intento de no caer en la
documentación del pesimismo, emulan a las redes sociales y se hacen a la
inmediatez, publicando análisis apresurados y libros interpretativos de la
coyuntura, como si se pudiera pensar en vivo y en directo; sin medida ni
duración.
Más que en cualquiera otro tiempo es preciso acordar
que el gobierno de la incertidumbre no puede hacerse ahondando el desenfoque
sobre el contenido de la vida humana y la actuación política. Así no haya
certezas y desconfiemos del rumbo, precisamos ahuyentar a los timadores para
proseguir el viaje. Necesitados de atisbar siquiera la posibilidad de que haya tierra
firme, de quienes procuran navegar los acontecimientos y escudriñar las señales
del tiempo potencial en medio de la noche nos urge entender que el pensamiento ha
de alimentar la emancipación y no la dependencia del poder, incluso en sí
mismo.
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Referencias. Carlos Marx (1852). El
XVIII Brumario. Giorgio Agamben (2005) Estado de Excepción. Fernando Escalante Gonzalbo (2018). Así empezó todo:
orígenes del neoliberalismo. Boaventura de Souza Santos (2020). La cruel
pedagogía del virus.
Sencillamente, ellos solo son funcionales a sus propios intereses, allí se agotan sus gestiones, se trata de mezquina relación de poder, es una clase cargada de una atemporal racionalidad primitiva, el egoísmo y la dominación es su naturaleza.
ResponderEliminarGracias por comentar. Fuerte abrazo
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