Escena uno: Una de mis jóvenes estudiantes, a punto de graduarse bachiller, pregunta inquieta en mi muro ¿qué tiene de malo decir “mi negro”?
Escena dos: una hermosa mujer, reina en su departamento, sube una fotografía a una red social contenta porque su “disfraz” será de afrodescendiente.
La escena tres, póngala usted.
Título de la película: el racismo nuestro de cada día.
Las construcciones simbólicas en torno a la diferencia étnica
y la reproducción cotidiana del exotismo, el trato racializado y la negación del
peso histórico de las identidades étnicas evidencian la distancia inmensa que
todavía se debe recorrer para hacer realidad el reconocimiento pluriétnico y
multucultural de Colombia; más allá del pastiche mediático y del figuracionismo
en códigos, leyes y decretos que no logran, no pueden por sí mismas, transformar las
realidades en las que “negro” y “afrodescendiente” siguen siendo construcciones
imaginativas en disputa.
De un lado el uso generalizado de la expresión “mi negro” evidencia el trato antojadizo que, de
modo irracionalmente obcecado, persiste en identificar a seres humanos concretos con un
apelativo que mistifica y esencializa y les convierte en una multitud indiferenciada, que es lo
que ocurre cuando el nombre de cada persona deja de ser la manera natural de
sellar el trato cotidiano entre seres humanos; condenando “al blanco preso en su blancura y al
negro en su negrura”. Negar el nombre es, ni más ni menos, que negar a un
sujeto la experiencia de reconocerle humano.
De otro lado, la ingenuidad de pensar que la afrodescendencia
es un disfraz que uno pueda quitarse o ponerse de manera folclórica, lleva a cuestionar el nivel de apropiación de la
identidad étnica que se ha alcanzado en la población que, mayoritaria o de cualquier región
del país con notoria población descendiente de africanas y africanos, debería
haberse apropiado de mínimos educativos asociados al reconocimiento y vivencia
de los patronímicos culturales propios; de modo tal que resulte posible escapar
de la enfermedad espejo, expulsando el trauma racializado de la conciencia y la memoria en
la que la pertenencia étnica se vive como un padecimiento (Fanon 2009, 135).
Estas situaciones llevan a pensar que los procesos educativos
favorables a la identificación étnica, la apropiación cultural, el
reconocimiento identitario y la formación en la interculturalidad en el país
son dramáticamente deficitarios, deudores de una mejor comprensión y de mayor
asimilación en piezas didácticas que los hagan impactantes, incidentes y transformadores
tanto del trato discriminatorio como de la materia invencional o reconstructiva
de la propia identidad al interior de un grupo étnico.
Si, aún hoy, una persona pierde el propio nombre para ser
llamado de manera genérica y sin reato alguno “negro” o “negrita”; ello
evidencia que en la calle y en las relaciones cotidianas queda bastante trecho para
el trato racializado, a tal grado que resulta tan naturalizado que genera sospecha reaccionar
frente a este y rechazarlo: “¿entonces, cómo te llamo?“ y “¿acaso no eres
negro, pues?”; suelen ser las respuestas con las que se cuestiona a quien reclama igualdad
y dignidad en el merecimiento de las categorías de señora, joven, caballero,
doña, jovencita o niña, apelativos de uso frecuente cuando el nombre del
interlocutor no se ha hecho disponible todavía en una conversación o en una
relación.
Frente a la adopción de una identidad étnica subsisten al
menos dos tendencias. De un lado están quienes, resignados unos o empeñados por su resignificación otros, se ven en el espejo
del colonialismo fundador del negrismo, que se inventa al negro como un sujeto
dependiente, desfavorecido y miserable; quienes incluso se arriesgan a darle
sentido a cierto discurso de la “negritud”, sin advertir que este no constituye un momento de
verdadera oposición a la tesis de supremacía europea o ‘blanca’, sino su versión no
vergonzosa o, lo que es igual, su extensión a una gramática en la que el cuerpo aun esclavizado y sufriente procura su ingreso o entrada en dicha discursividad espejo, gobernada por la dualidad del trato supremacista que no logra superar.
Estas
personas no advierten, tal como Fanon nos lo hace saber, que “los negros” sólo
existen frente al “amo blanco” (Fanon, 2009, 50) y por ello no
entienden que romper con tal construcción implica desmontar igualmente la
máscara ‘blanca’ que se impone sobre la piel ‘negra’. En lugar de restituir, lo que se impone es destruir el fundamento de
tal atadura que pervive en la negritud; pues pese a que la categoría "negro" hunde sus
raíces en el pasado, su resignificación se muestra torpe y vacía para considerar el futuro;
para atisbar un mundo vaciado de la servidumbre y la asimilación en la que, incluso más allá del color, puede advertirse el "devenir negro del mundo"(Mbembe NED, 2016, 25-38).
De otro lado están quienes reclaman su descendencia en la
africanía, apostando a una recuperación emancipatoria y libertaria en tal
heredad; entendida más allá del discurso que se inventa al negro esclavizado,
inferior y doméstico. Para quienes transitamos por esta ruta, la apropiación de
la afrodescendencia constituye no sólo un espacio de construcción de la
resistencia conceptual sino una plataforma de acción en contra de la brutalidad
descomunal e histórica del esclavismo y sus implacables secuelas en las repúblicas
y naciones democráticas (Blandón y Arcos, 2015).
La lectura de la afrodescendencia no entiende el pasado identitario,
étnico y cultural sujeto a las cadenas de la esclavización y del colonialismo;
de ahí que se sostenga con firmeza la disputa contra el uso
mistificado del apelativo denigratorio “negro”, pese a los intentos de vaciamiento de su
molde colonial por quienes intentan resignificarlo y llenarlo de la belleza que, por fuerza de la instrumentalización y cosificación deshumanizadora, nunca debió ser negada a las hijas e hijos de las naciones africanas.
Por el
contrario y, más allá de las palabras, quienes se reclaman afrodescendientes lo hacen contra ese
proceso de extrañamiento y negación de la humanidad del “negro” gestado en la
esclavización; reivindicando su valía en los procesos de restitución de la
memoria y de la articulación identitaria que se enraízan en sostenidas prácticas
de resistencia, emancipatorias, libertarias y resilientes. Es sobre el soporte de esta lucha continuada con
denuedo a lo largo de siglos en contra del trato racializado, la perversidad
mercantil esclavista y la cosificación utilitaria que ha edificado el oprobio sobre las y
los hijos de África que se reclama la dignidad de la descendencia africana; ayer tanto como hoy, cuando se advierte la necesidad del combate contra la identidad
convertida en moda, la industrialización consumista de lo étnico y la vanalidad
disfrazada de identidad postiza.
Referencias
Blandón, Melquiceded y Arleison Arcos. Afrodescendencia: herederos de una tradición libertaria. Desde Abajo, 2015
Fanon, Frantz. Piel negra, máscaras blancas. Akal, 2009
Mbembe, Achille. Crítica de la razón negra. Ensayo sobre el racismo contemporáneo. NED, 2016
Referencias
Blandón, Melquiceded y Arleison Arcos. Afrodescendencia: herederos de una tradición libertaria. Desde Abajo, 2015
Fanon, Frantz. Piel negra, máscaras blancas. Akal, 2009
Mbembe, Achille. Crítica de la razón negra. Ensayo sobre el racismo contemporáneo. NED, 2016
Excelente reflexión Arleison! Siempre queda un pregunta, sin embargo. Cómo manejar el discurso de apropiación de los "negro" como una estética resistente? En una sociedad como la nuestra, como ves esta tendencia?
ResponderEliminarApreciada profesora. ¡Gracias por su comentario y por compartir tan intensa inquietud! A mi juicio, las estéticas del horror dibujadas sobre la esclavización y sus productos, de modo especial la invención del "negro" con todas sus representaciones mistificatorias dificilmente se escapan a las dinámicas de la dominación. Por ello no vinculo esa categoría a las prácticas de resistencia sino a las imagoloquías esencialistas, fijas y deterministas con las que se ha querido cifrar el destino despoderado del "negro" y se ha situado a las y los herederos de africanos en el lugar del desposeído, incluso de sí mismo (de una pertenencia colectiva) y de sí mismo (de la identidad propia, del nombre personal incluso).
ResponderEliminarRevalorar y resignificar, a mi juicio no resultan la mejor manera de enfrentar el legado nugartorio y deficitario con el que entramos a la historia republicana de esta nación no como ciudadanos y libres sino como exesclavos y deudores de la libertad subrogada y concedida graciosamente por el brazo magnánimo de la ley. Con esa deuda, no puedo ceder a ese calificativo.