Marcha por la paz. Cali - Colombia. Archivo propio. |
Dos semanas después, la sorpresiva y pírrica victoria del no todavía nos sobrecoge, mucho más cuando los resultados evidencian la traición al dolor de las víctimas. Con una dignidad de nuevo puesta a prueba, pese a los miles de padecimientos bélicos vividos, las comunidades más afectadas por el conflicto votaron masivamente sí a los acuerdos; dándonos ejemplo de cómo se han reconstruido en prácticas resilientes y en ejercicios de perdón liberador.
De modo igualmente contundente, la comunidad internacional y la multitud de indignados en el mundo y en Colombia, han respaldado el anhelo de paz traicionado en las urnas con el NO; haciendo evidente que los múltiples apoyos internacionales a este tortuoso proceso, incluido el galardón del Premio Nobel de Paz para Colombia y las masivas marchas en reclamo de implementación inmediata de los acuerdos, contradicen los resultados del plebiscito.
Pese a ello, el Centro Democrático, en la prepotencia de Álvaro Uribe Vélez ante las cámaras y la senatorial voz chillona de Paloma Valencia, cobra como suya y con altivez una victoria que no les pertenece, al haberla orquestado con fraude y mentiras; tal como lo relató el mismísimo gerente de la campaña del NO, Juan Carlos Vélez Uribe. Junto a ellos, un resucitado de última hora como Andrés Pastrana posa de falso restaurador de la paz. Marta Lucía Martínez, eterna candidata presidencial, se imagina los acuerdos como un manual de buenas costumbres. El oportunista Alejandro Ordoñez busca colgarle arandelas medievales a las deshilvanadas propuestas que los del NO han alcanzado a barruntar a última hora y Jaime Castro sigue vagando sin pena ni gloria en los retruécanos de la palabrería insulsa.
Buena parte de sus votantes, víctimas de la neuropolítica perversa, creyó en los embustes que vendieron a precio de huevo el inminente castrochavismo, la entrega del país a Timochenko (que suena a ruso y comunista), la afectación de las pensiones de jubilación para pagarle a los terroristas, la invención de la malévola ideología de género y el uso intensivo de las redes sociales y los púlpitos cristianos y católicos para dejar de explicar los acuerdos y difundir mensajes cortos, con frases impactantes aunque fraudulentas, caracterizadas con voces y acentos regionales promulgadas incluso en el nombre de dios: ¡toda una estafa contra el electorado!
Luego del éxito de tales artimañas, el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto entre las FARC y el Estado colombiano ha quedado en expiación, a la espera de que sea “purgado” de las ‘malévolas instituciones’ como la expropiación de tierras bien habidas, la impune asignación de curules a las FARC, el inmerecido aporte a guerrilleros cesantes y cuanta perversidad supongan ¡todavía! algunos colombianos que contiene dicho documento votado sin haberlo leído.
Dos semanas después de la ignominia plebiscitaria, la puerta de la paz sigue abierta por el claro compromiso de las FARC de sostener la palabra empeñada y, hay que decirlo, el temple con el que Juan Manuel Santos ha asumido esta mala hora para un proceso que debería estar avanzando en la concentración de exguerrilleros para la dejación de armas, el desminado de los campos y la implementación de la legislación de posguerra; bloqueados con inmisericordes tácticas dilatorias por quienes se imaginan que el ínfimo desnivel del NO y la apabullante abstención, suman una mayoría categórica contra la vigencia de los acuerdos.
Dos semanas después, las calles y plazas están abarrotadas con la presencia de quienes votaron sí a la paz y sí a los acuerdos. A ellos se les suman quienes desde el no manifiestan un franco compromiso con la paz y pese a sus reservas ante lo pactado, reclaman la inmediata revisión y vigencia de los acuerdos que eliminen la potencia armada de uno de los principales factores de guerra en nuestro país. Seguramente también estén en las redes, en las calles, en las plazas y en los campamentos centenares de miles de personas que no votaron y lamentan hoy no haberlo hecho.
En total, frente a los pocos que desnivelaron la contienda plebiscitaria hacia la expresión del no; un grito inmenso de sí a la paz recorre el país, exorcizando el fantasma de la guerra; la cual puede sobrevenir si es que le dejamos a las élites configurar una especie de nuevo pacto nacional sobre la base de presentarle a las FARC un borrador de entendimiento que elimina l núcleo central de lo que ya estaba acordado y les exige de manera arrogante y soberbia entrar a la vida política nacional en condición de derrotados; algo absolutamente inaceptable por cualquier fuerza militar que no fue vencida en el campo de batalla.
Las y los colombianos que hemos vivido la guerra o la hemos visto por televisión, requerimos con urgencia madurar nuestro juicio político para retar las prácticas mañosas de quienes han aprendido a abusar de la ingenuidad de buena parte del electorado. Precisamos igualmente congregarnos en una sola fuerza capaz de hacerse sentir para defender la paz como un derecho impostergable, más allá de los intereses parroquiales, económicos y vengativos con los que figuras imperiales quieren extender hasta reventarla la negociación con las FARC; mucho más ahora que resulta posible llegar a buen puerto la que continúa con el ELN; dejándole a la ciudadanía y a las instituciones democráticas espacio políticos y mejores condiciones para enfrentar los otros conflictos del país.
¡Nos ha llegado el momento de sumarnos, todas y todos los que podamos, a la imparable ola del sí que nos lleve definitivamente hasta la playa de la paz!
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