El balance de medio siglo de guerra
en Colombia no sólo es deficitario sino calamitoso. La prolongación irracional
de un conflicto irresoluble por las armas, el acumulado de muertes sin sentido
en todas las orillas de la confrontación, la bancarrota humanitaria y sus
serias afectaciones sobre la población civil, desarraigo inmisericorde de
millones de afrodescendientes, indígenas y campesinos, el desplazamiento
creciente en barrios urbanos, la proliferación de señores de la guerra y
bartuleros de la muerte, la instalación de un exuberante portafolio de
violencias, iniquidades, matanzas y afrentas a la seguridad personal; además
del grave deterioro ambiental, territorial y cultural, registran el apremio
para que nos decidamos a abandonar el callejón sin salida que ha significado la
guerra.
Paradójicamente, en medio de
semejante desbarajuste, los indicadores de acumulación de riqueza y bienestar
personal nunca reflejaron saldo en rojo para quienes hicieron de la guerra el
mejor negocio para sus negocios. Tanto es así, que banqueros, industriales y
comerciantes florecen y prosperan, ajustando su contabilidad y sus estrategias
financieras, productivas, mercantiles y comerciales a los ritmos de la conflagración;
afirmando con gracia desvergonzada que “el país va mal pero la economía va
bien”.
Frente a estos, las evidencias de sostenimiento
de la pobreza e incremento de la desigualdad siguen ahí, palmarias; con un
índice Gini que persiste en registrar una situación de desigualdad creciente
(0,55 para 2015), evidencia de que la pobreza acosa a cerca del 30´% de los
colombianos, mientras el 1% de los ricos bien ricos de este país acumulan más
del 20% de la riqueza total producida; acaparan el 91% de la tierra más
productiva y controlan el 95% de la capacidad accionaria instalada, según
CEPAL.
Con estos datos, se hace evidente
que la guerra ha sido el principal estímulo a la perpetuación de la desigualdad
en Colombia, al tiempo que ha servido como la excusa perfecta para incrementar
los niveles de represión a la movilización social, ha favorecido la
militarización de la vida pública y ha fortalecido la verticalidad en la toma
de decisiones políticas y económicas, sin mayor contradicción ni expresión de
alternativas que puedan contener o moderar el afán voraz de los cuadros
sociales dados a la captura de las instituciones y al control productivo,
incluidos los mercados de violencia.
En tal marco, es apenas obvio que
el propósito nacional fundamental debería llevarnos a matar por desnutrición a
la guerra y sus beneficiarios. Dicho de otro modo, promover más guerra y
oponerse a la desmovilización de las guerrillas y otras formas ilegales de estímulo
a las violencias, no sólo contradice las aspiraciones de un país en paz sino
que resulta una postura abyecta que ahonda el hundimiento moral del país. Así
las cosas, frente a la posibilidad de impugnar en las urnas un acuerdo final
para la terminación del conflicto con las FARC que opere sobre condiciones
institucionales para avanzar en la construcción de una paz estable y duradera,
no sólo redunda en dicha crisis moral sino que fortalece la avaricia, el
egoísmo y la glotonería con la que se han alimentado los señores de la guerra,
las elites emergentes locales, regionales y nacionales y sus pares de cuello
blanco y rancios apellidos.
Ojalá que el país tome la mejor
decisión este 2 de octubre en el plebiscito convocado para apoyar la
terminación de un conflicto armado improductivo, estéril e inmisericorde. Ojalá
que el acuerdo alcanzado y sus ulteriores desarrollos constitucionales, legales
e institucionales nos permitan pasar la página del horror y empezar a saldar
las cuentas y deudas históricas y estructurales que pesan contra quienes han
sido las víctimas privilegiadas de una guerra de proporciones desiguales,
injustas e insoportables.
Arleison Arcos Rivas
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Rector de la IE Santa Fe – Cali, Docente
universitario, Licenciado en Filosofía, Especialista en Políticas Públicas,
Especialista en Gobierno y Desarrollo Local, Magister en Ciencia Política y
Candidato a Doctor en Ciencias Humanas y Sociales.
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