domingo, 11 de agosto de 2013

Movilización étnica afrodescendiente: Ni callados, ni quietos…

¿Cómo se articula el poder político en un pueblo étnico? ¿Qué representa políticamente la movilización étnica? ¿Cómo gana incidencia política un pueblo étnico? Continúo aportando aquí a la comprensión de lo que está en juego en la convocatoria al Congreso Nacional Afrocolombiano.


La identidad étnica, más allá de cualquier consideración biológica esencialista y de las territorialidades aislacionistas, apunta a resituar las piezas históricas, políticas y sociales con las cuales individuos y comunidades se entienden e inventan a sí mismos, acudiendo a ‘categorías discretas’ o ‘atributos vinculantes’ a un pueblo culturalmente diferenciado y portador de usos, creencias, prácticas y tradiciones propias sobre las que defiende, reclama y testa su ancestralidad (Barth 1976; Chandra 2006).

Es a partir de tal proceso de invención fundada en atributos de pertenencia con que el pasado y el futuro resultan vinculados a la experiencia presente de hacerse y reconocerse como un pueblo, y mediante el cual resulta posible configurar procesos organizativos, moldear imaginarios y se diseñar agendas con las que se esgrimen en lo público las particularidades étnicas que se espera resulten atendidas, protegidas, favorecidas y preservadas en la definición e implementación de políticas públicas que, en el terreno de las garantías jurídicas y políticas, resultan diferenciadas.

Sin embargo, dado que la política no transita exclusivamente por los rumbos del reconocimiento heterónomo y la fijación jurídica e institucional de leyes, decretos, reglamentos y sentencias; el debate por la incidencia política del pueblo afrodescendiente en Colombia y su capacidad real de articulación interna, negociación interétnica y tramitación institucional implica que el movimiento se mida a sí mismo para detectar la hondura con la que se expresan sus identidades, el peso que alcanzan sus reclamos y reivindicaciones y la capacidad y experticia acumulada para movilizar el discurso étnico y la pertenencia afrodescendiente como un recurso político. La invención étnica del pueblo afrocolombiano constituye, entonces, una apuesta política y organizativa visibilizatoria y liberadora frente a los discursos y prácticas heterónomas (Zemelman y Gómez 2001), cuya trama se articula como iniciativa desde abajo, abandonando los lugares del silencio y del olvido para ganarse una voz propia e instalar  discursos autonómicos capaces de hacerse oír y ser escuchados en los escenarios decisionales en los que se gestan, articulan y definen las políticas públicas que, finalmente, afectan su disfrute del bienestar (Arcos Rivas 2011).

Frente al conjunto de reclamos societales, el pueblo afrodescendiente despliega el archivo de las desgracias producidas y sostenidas en su contra a lo largo de los siglos; permaneciendo como talanqueras que, férreamente, persisten junto a nuevas realidades que suman en el expediente de los derechos conculcados e ignorados tras la incorporación republicana desigual de manumitidos, autoliberados y libres por la ley, a los que se desacreditó económica y socialmente bajo el pendiente estigma de la esclavización y la postergación de las garantías libertarias.

Pareciera entonces que el pago de la liberación legal lo hubiesen tenido que soportar los propios desesclavizados y quienes, herederos de África, padecen la afiliación simbólica y manifiesta a tal condición societal; a fuerza de verse altamente representados en condiciones de pobreza, vulnerabilidad y desprotección; demandando acciones y programas intensivos y de alto impacto para limitar, contener, suspender, reparar y eliminar las situaciones de daño en su contra; cuyas consecuencias podrían llegar a ser permanentes y catastróficas.

Sin embargo, tal como se menciona en diferentes espacios, la alta dependencia de las expresiones organizativas del movimiento frente a recursos provenientes de cooperación internacional y de la financiación gubernamental; así como la cercanía y familiaridad excesiva de algunos de sus liderazgos en los conciliábulos burocráticos y juntas presupuestales incide fuertemente en la deflación del movimiento y en la satisfacción de tales urgencias manifiestas. Si bien resulta preciso y necesario el conocimiento del aparato burocrático, de sus ritmos y de sus procesos, la pleitesía ante las fuentes oficiales produce un nivel de sujeción y aquiescencia o consentimiento de la actuación gubernamental que limita  cuando no es que limita e impide el desmonte de las relaciones oficinescas con emisarios estatales y evidencia la insuficiencia misma del movimiento para sobrevivir por fuera de los compromisos con el Estado o, tal vez peor, con ciertas agencias de cooperación y su versión paliativa del desarrollo local que distrae y no deja ver los resortes estructurales del poder, la miseria y la desprotección de los pueblos étnicos (Fisas 1995; Nieto Pereira 2001).

Habría que ahondar, entonces en la exigencia de un compromiso creciente por parte de los liderazgos étnicos para que, antes que entenderse como intérpretes de las comunidades y de sus expresiones organizativas, obren como voceros de las mismas; de modo que estas no resulten excluidas del proceso de flujo y reflujo de información que implica la toma de decisiones vinculantes. Ello implica el diseño de protocolos, instrumentos y espacios de consulta y validación decisional que favorezcan la vinculación del mayor número posible de quienes adscriben a un pueblo étnico, privilegiando su incorporación a procesos organizativos crecientes y aglutinantes.

En igual sentido, para que las comunidades y sus organizaciones no pierdan ni se pierdan en la voz de sus emisarios, se requiere una arquitectura institucional autónoma que contribuya a que estas aprendan a operar bajo procesos de coordinación y movilización hermanados y solidarios; nacidos de la concertación de una agenda común y la instalación de plataformas actuacionales capaces de ser replicadas en el ámbito local, departamental y nacional. La propuesta de un Congreso Nacional Afrocolombiano permanente parece sensible ante tal requerimiento; en la medida en que dotaría de una autoridad nacional al movimiento, cuyas formas de actuación, captura de intereses, tramitación de conflictos y capacidad de interlocución estarían, en todos los casos, sometidas a la adopción de decisiones bajo mecanismos de consulta previa universal y representación proporcional de territorios, géneros, generaciones y expresiones del pueblo afrodescendiente en el país.  Frente a los partidos tradicionales y las prácticas de cooptación de liderazgos (apoltronados y sin mayores desarrollos de un imaginario étnico afrodescendiente seriamente comprometido con procesos reivindicativos y de negociación histórica), crece la pregunta por cómo debería procederse en su relevo, siendo que no contribuyen a solucionar las viejas y nuevas realidades que impactan negativamente en el bienestar del pueblo afrocolombiano.

Luego de 20 años de implementación de la ley 70 de 1993 y a 162 años de la instauración legal de la abolición del esclavismo en Colombia, el movimiento está obligado consigo mismo y ante el país a mostrar la fuerza que ha ganado tras los acumulados históricos que constituyen la expresión resistente, libertaria y reexistente del pueblo afrodescendiente en Colombia; tanto como a evaluar su capacidad para cobrar la deuda histórica que el desmonte a desgano del esclavismo y la instalación gratuita de la república han significado para las y los afrodescendientes. Por ello su convocatoria en Quibdó del 23 al 27 de agosto constituye la oportunidad de “Mostrarnos como fuerza; es decir, movernos”, como afirma una líder regional; coincidente con quienes reclaman que dicho encuentro sea la oportunidad para bloquear las actuaciones de quienes insisten en enquistarse en prácticas amañadas que han impedido, limitado y coaccionado la reglamentación de la legislación étnica y el avance de políticas públicas de diseño estructural para la contención del daño y la reparación efectiva al pueblo afrodescendiente en el país.

Con ello, crece igualmente el interés por evaluar los pesos y contrapesos generacionales que permitan advertir si el movimiento y sus organizaciones han consolidado nuevos liderazgos que afiancen los recambios generacionales que precisa cualquier proceso para revitalizarse a partir de la experticia y la osadía de sus veteranas y veteranos, sumada a la capacidad de innovación en sus nuevos cuadros. En ello estriba la urgencia por sopesar la manera como dialogan las generaciones, se dirimen las diferencias de visión y se avanza en la concertación del futuro y en la expresión de alianzas y coaliciones al interior del movimiento. La disparidad generacional y epistémica abre el interrogante por las maneras como el movimiento enfrenta la superación del vaciamiento intelectual y la erosión del pensamiento a su interior, situación que por momentos le lleva a la discordia y al camuflaje en la adopción de agendas que le son extrañas e incluso a reclamaciones y propuestas plegadas al capricho de quienes leen las particularidades de la afrodescendencia y las dinámicas del movimiento mismo desde las prácticas académicas y organizativas indigenistas.

Hacia Quibdó y lo que posteriormente se desprenda de este Congreso, dado que la interlocución no se dirige exclusivamente hacia el Estado, será necesario responder a las dinámicas de diálogo  hacia adentro. Cuando se olvida que el interlocutor del movimiento es, antes que cualquiera otro, su gente y, dado que no hay o se descuida la construcción hacia el interior; la consecuencia necesaria es la atomización y el fraccionamiento que desnaturalizan tanto la representación como la negociación misma con diferentes actores, incluido el Estado. Superar tal perplejidad requiere resolver las tensiones acudiendo a una ética de la reciprocidad y del cuidado que se exprese solidariamente desde el interior y hacia afuera; para avanzar en la construcción y significación de una agenda autonómica, que logre sustentar el reclamo de unidad en medio de la diversidad y de coherencia a las actuaciones de cada vocero y portavoz del movimiento.

Con todo, lo que se avecina al interior del movimiento étnico afrocolombiano es un ejercicio de cierre y balance que permita valorar los acumulados históricos, enfrentar los dilemas de la desafectación estatal, enjuiciar la propia inacción organizativa, afianzar las posibilidades de futuro y construir una ruta de reexistencia capaz de plantarse firme, con originalidad e inventiva ante las problemáticas y retos que condicionan y ponen en riesgo el futuro de nuestro pueblo.

Trabajos citados

Arcos Rivas, Arleison. «Etnia, historia y poder. una ruta de investigación en Ciencia Política.» Acontece: Revista Electrónica De Investigación Y Sistematización 16 (2011): 1-12.
Barth, Frederick. Los grupos étnicos y sus fronteras. La organziación social de las diferencias culturales. FCE, 1976.
Chandra, Kanchan. «What is Ethnic Identity and Does It Matter.» Annual Review of Political Science 9 (2006): 397-424.
Fisas, Vicenç. «La ayuda oficial, desarrollo y desafío de las necesidades humanas.» Papeles, nº 55 (1995): Centro de Investigación para la Paz.
Nieto Pereira, Luís (Coord.). Cooperación para el desarrollo y ONG: una visión crítica. Libros de la Catarata, 2001.
Zemelman, Hugo, y Marcela (Coord.) Gómez. Pensamiento, política y cultura en América Latina. UNAM, 2001.



2 comentarios:

  1. es muy interesante y apropiado el articulo..por supuesto estamos intresados en artiularnsos en aspectos que ayuden a reivindicar desde todos los escenarios de nuestro pais..la situacion de reivindicacion historica de nuestros pueblo..

    alfonso silva b
    cel. 317 76 7277

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    1. Apreciado Alfonso
      Gracias por su juicioso comentario.

      Efectivamente, el momento es histórico y, me atrevería a decir, que es ahora o nunca para nuestro pueblo. Por eso vamos con osadía y mentalidad libertaria a Quibdó. Esperemos que los resultaos del Congreso sean los mejores.

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