¿Cómo se articula el poder político en un pueblo étnico? ¿Qué representa políticamente la movilización étnica? ¿Cómo gana incidencia política un pueblo étnico? Continúo aportando aquí a la comprensión de lo que está en juego en la convocatoria al Congreso Nacional Afrocolombiano.
La identidad étnica,
más allá de cualquier consideración biológica esencialista y de las territorialidades
aislacionistas, apunta a resituar las piezas históricas, políticas y sociales
con las cuales individuos y comunidades se entienden e inventan a sí mismos,
acudiendo a ‘categorías discretas’ o ‘atributos vinculantes’ a un pueblo culturalmente
diferenciado y portador de usos, creencias, prácticas y tradiciones propias
sobre las que defiende, reclama y testa su ancestralidad (Barth 1976; Chandra 2006).
Es a partir de tal
proceso de invención fundada en atributos de pertenencia con que el pasado y el
futuro resultan vinculados a la experiencia presente de hacerse y reconocerse
como un pueblo, y mediante el cual resulta posible configurar procesos organizativos,
moldear imaginarios y se diseñar agendas con las que se esgrimen en lo público
las particularidades étnicas que se espera resulten atendidas, protegidas,
favorecidas y preservadas en la definición e implementación de políticas
públicas que, en el terreno de las garantías jurídicas y políticas, resultan
diferenciadas.
Sin embargo, dado
que la política no transita exclusivamente por los rumbos del reconocimiento
heterónomo y la fijación jurídica e institucional de leyes, decretos,
reglamentos y sentencias; el debate por la incidencia política del pueblo
afrodescendiente en Colombia y su capacidad real de articulación interna, negociación
interétnica y tramitación institucional implica que el movimiento se mida a sí
mismo para detectar la hondura con la que se expresan sus identidades, el peso
que alcanzan sus reclamos y reivindicaciones y la capacidad y experticia acumulada
para movilizar el discurso étnico y la pertenencia afrodescendiente como un recurso
político. La invención étnica del pueblo afrocolombiano constituye,
entonces, una apuesta política y organizativa visibilizatoria y liberadora frente a los discursos y prácticas heterónomas (Zemelman y
Gómez 2001) ,
cuya trama se articula como iniciativa desde abajo, abandonando los lugares del
silencio y del olvido para ganarse una voz propia e instalar discursos autonómicos capaces de hacerse oír y
ser escuchados en los escenarios decisionales en los que se gestan, articulan y
definen las políticas públicas que, finalmente, afectan su disfrute del
bienestar (Arcos Rivas 2011) .
Frente al conjunto de reclamos societales, el
pueblo afrodescendiente despliega el archivo de las desgracias producidas y
sostenidas en su contra a lo largo de los siglos; permaneciendo como talanqueras
que, férreamente, persisten junto a nuevas realidades que suman en el
expediente de los derechos conculcados e ignorados tras la incorporación republicana
desigual de manumitidos, autoliberados y libres por la ley, a los que se desacreditó
económica y socialmente bajo el pendiente estigma de la esclavización y la
postergación de las garantías libertarias.
Pareciera entonces que el pago de la liberación
legal lo hubiesen tenido que soportar los propios desesclavizados y quienes,
herederos de África, padecen la afiliación simbólica y manifiesta a tal
condición societal; a fuerza de verse altamente representados en condiciones de
pobreza, vulnerabilidad y desprotección; demandando acciones y programas intensivos
y de alto impacto para limitar, contener, suspender, reparar y eliminar las
situaciones de daño en su contra; cuyas consecuencias podrían llegar a ser
permanentes y catastróficas.
Sin embargo, tal
como se menciona en diferentes espacios, la alta dependencia de las expresiones
organizativas del movimiento frente a recursos provenientes de cooperación
internacional y de la financiación gubernamental; así como la cercanía y
familiaridad excesiva de algunos de sus liderazgos en los conciliábulos
burocráticos y juntas presupuestales incide fuertemente en la deflación del
movimiento y en la satisfacción de tales urgencias manifiestas. Si bien resulta
preciso y necesario el conocimiento del aparato burocrático, de sus ritmos y de
sus procesos, la pleitesía ante las fuentes oficiales produce un nivel de sujeción
y aquiescencia o consentimiento de la actuación gubernamental que limita cuando no es que limita e impide el desmonte
de las relaciones oficinescas con emisarios estatales y evidencia la
insuficiencia misma del movimiento para sobrevivir por fuera de los compromisos
con el Estado o, tal vez peor, con ciertas agencias de cooperación y su versión
paliativa del desarrollo local que distrae y no deja ver los resortes estructurales
del poder, la miseria y la desprotección de los pueblos étnicos (Fisas 1995; Nieto Pereira
2001).
Habría que ahondar, entonces en la exigencia
de un compromiso creciente por parte de los liderazgos étnicos para que, antes
que entenderse como intérpretes de las comunidades y de sus expresiones
organizativas, obren como voceros de las mismas; de modo que estas no resulten
excluidas del proceso de flujo y reflujo de información que implica la toma de
decisiones vinculantes. Ello implica el diseño de protocolos, instrumentos y
espacios de consulta y validación decisional que favorezcan la vinculación del
mayor número posible de quienes adscriben a un pueblo étnico, privilegiando su
incorporación a procesos organizativos crecientes y aglutinantes.
En igual sentido, para que las comunidades y
sus organizaciones no pierdan ni se pierdan en la voz de sus emisarios, se
requiere una arquitectura institucional autónoma que contribuya a que estas aprendan
a operar bajo procesos de coordinación y movilización hermanados y solidarios;
nacidos de la concertación de una agenda común y la instalación de plataformas
actuacionales capaces de ser replicadas en el ámbito local, departamental y
nacional. La propuesta de un Congreso Nacional Afrocolombiano permanente parece
sensible ante tal requerimiento; en la medida en que dotaría de una autoridad
nacional al movimiento, cuyas formas de actuación, captura de intereses, tramitación
de conflictos y capacidad de interlocución estarían, en todos los casos,
sometidas a la adopción de decisiones bajo mecanismos de consulta previa universal
y representación proporcional de territorios, géneros, generaciones y
expresiones del pueblo afrodescendiente en el país. Frente a los partidos tradicionales y las
prácticas de cooptación de liderazgos (apoltronados y sin mayores desarrollos
de un imaginario étnico afrodescendiente seriamente comprometido con procesos
reivindicativos y de negociación histórica), crece la pregunta por cómo debería
procederse en su relevo, siendo que no contribuyen a solucionar las viejas y nuevas
realidades que impactan negativamente en el bienestar del pueblo afrocolombiano.
Luego de 20 años de implementación de la ley
70 de 1993 y a 162 años de la instauración legal de la abolición del esclavismo
en Colombia, el movimiento está obligado consigo mismo y ante el país a mostrar
la fuerza que ha ganado tras los acumulados históricos que constituyen la
expresión resistente, libertaria y reexistente del pueblo afrodescendiente en
Colombia; tanto como a evaluar su capacidad para cobrar la deuda histórica que el
desmonte a desgano del esclavismo y la instalación gratuita de la república han
significado para las y los afrodescendientes. Por ello su convocatoria en
Quibdó del 23 al 27 de agosto constituye la oportunidad de “Mostrarnos como
fuerza; es decir, movernos”, como afirma una líder regional; coincidente con
quienes reclaman que dicho encuentro sea la oportunidad para bloquear las
actuaciones de quienes insisten en enquistarse en prácticas amañadas que han impedido,
limitado y coaccionado la reglamentación de la legislación étnica y el avance
de políticas públicas de diseño estructural para la contención del daño y la
reparación efectiva al pueblo afrodescendiente en el país.
Con ello, crece igualmente el interés por evaluar
los pesos y contrapesos generacionales que permitan advertir si el movimiento y
sus organizaciones han consolidado nuevos liderazgos que afiancen los recambios
generacionales que precisa cualquier proceso para revitalizarse a partir de la
experticia y la osadía de sus veteranas y veteranos, sumada a la capacidad de innovación
en sus nuevos cuadros. En ello estriba la urgencia por sopesar la manera como
dialogan las generaciones, se dirimen las diferencias de visión y se avanza en
la concertación del futuro y en la expresión de alianzas y coaliciones al
interior del movimiento. La disparidad generacional y epistémica abre el
interrogante por las maneras como el movimiento enfrenta la superación del
vaciamiento intelectual y la erosión del pensamiento a su interior, situación
que por momentos le lleva a la discordia y al camuflaje en la adopción de agendas
que le son extrañas e incluso a reclamaciones y propuestas plegadas al capricho
de quienes leen las particularidades de la afrodescendencia y las dinámicas del
movimiento mismo desde las prácticas académicas y organizativas indigenistas.
Hacia Quibdó y lo que posteriormente se
desprenda de este Congreso, dado que la interlocución no se dirige
exclusivamente hacia el Estado, será necesario responder a las dinámicas de diálogo hacia adentro. Cuando se olvida que el interlocutor del movimiento es,
antes que cualquiera otro, su gente y, dado que no hay o se descuida la construcción
hacia el interior; la consecuencia necesaria es la atomización y el fraccionamiento
que desnaturalizan tanto la representación como la negociación misma con
diferentes actores, incluido el Estado. Superar tal perplejidad requiere resolver las
tensiones acudiendo a una ética de la reciprocidad y del cuidado que se exprese
solidariamente desde el interior y hacia afuera; para avanzar en la
construcción y significación de una agenda autonómica, que logre sustentar el
reclamo de unidad en medio de la diversidad y de coherencia a las actuaciones
de cada vocero y portavoz del movimiento.
Con todo, lo que se avecina al interior del
movimiento étnico afrocolombiano es un ejercicio de cierre y balance que
permita valorar los acumulados históricos, enfrentar los dilemas de la
desafectación estatal, enjuiciar la propia inacción organizativa, afianzar las
posibilidades de futuro y construir una ruta de reexistencia capaz de plantarse
firme, con originalidad e inventiva ante las problemáticas y retos que
condicionan y ponen en riesgo el futuro de nuestro pueblo.
Trabajos citados
Arcos Rivas, Arleison. «Etnia, historia y poder. una
ruta de investigación en Ciencia Política.» Acontece: Revista Electrónica
De Investigación Y Sistematización 16 (2011): 1-12.
Barth, Frederick. Los grupos étnicos y sus
fronteras. La organziación social de las diferencias culturales. FCE, 1976.
Chandra, Kanchan.
«What is Ethnic Identity and Does It Matter.» Annual Review of Political
Science 9 (2006): 397-424.
Fisas, Vicenç. «La ayuda oficial, desarrollo
y desafío de las necesidades humanas.» Papeles, nº 55 (1995): Centro de
Investigación para la Paz.
Nieto Pereira, Luís (Coord.). Cooperación
para el desarrollo y ONG: una visión crítica. Libros de la Catarata, 2001.
Zemelman, Hugo, y Marcela (Coord.) Gómez. Pensamiento,
política y cultura en América Latina. UNAM, 2001.
es muy interesante y apropiado el articulo..por supuesto estamos intresados en artiularnsos en aspectos que ayuden a reivindicar desde todos los escenarios de nuestro pais..la situacion de reivindicacion historica de nuestros pueblo..
ResponderEliminaralfonso silva b
cel. 317 76 7277
Apreciado Alfonso
EliminarGracias por su juicioso comentario.
Efectivamente, el momento es histórico y, me atrevería a decir, que es ahora o nunca para nuestro pueblo. Por eso vamos con osadía y mentalidad libertaria a Quibdó. Esperemos que los resultaos del Congreso sean los mejores.