No son pocas las voces que, bien intencionadas seguramente pero animadas por no sé qué espíritu confabulador con las viejas tesis del historiador británico Basil Davison o incluso con las nuevas de un político reaccionario como Jean Paul Ngoupandé [1], esgrimen de tanto en tanto que en
el proceso de estabilización del negocio esclavista los propios africanos
jugaron un papel significativo e incluso protagónico. Si bien es funesto que no
contemos con mayores datos sobre el particular, fundados en los asientos
disponibles y en las historias y relatos conservados, no deja de resultar
intrigante reflexionar sobre las intencionalidades de quienes, apostados en
tradiciones discursivas eurocentradas, insisten en dicho argumento sin matiz ni
consideración geopolítica alguna.
En este ejercicio, pretendo
trabajar con sus argumentos, situándolos en el contexto en el que la
instalación del negocio esclavizado pone a Europa tras el diseño, configuración,
operación y disfrute del mismo, tal como ocurre en las lógicas transnacionales
que el capitalismo aupa.
Brunilde Palacios Rivas y Antonio
José Guevara, venezolanos, en un conjunto de heterogéneos y
no muy cuidados artículos
disponibles en la red, no sólo insisten en la “participación de los africanos en
la consolidación de la trata negrera” sino además en la disolución del vínculo
histórico, cultural y ancestral con áfrica, a la que acusan, con una ligereza
notoria, de sembrar a su interior las condiciones del oprobio esclavista. Insistiendo en que “es necesario desmontar
las teorías que viene incentivando que somos descendientes de africanos”, para
fortalecer la venezolanidad “de piel negra y morena”, argumentan que, nacidos
en la tierra de Bolivar, reconocerse como afrodescendientes es una falacia que “nos
quita el papel de sujeto creador de cultura y nos reenvía nuevamente al pasado,
como que si siguiéramos siendo propiedad de quienes originaron el proceso de
desarraigo que se dio en el mundo”.
Buscando diferenciarse de los
africanos y de sus descendientes se reconocen negros; mientras, curiosamente, denuncian la
subhumanización que tal categoría expresa, al punto que ‘sin discusión’ afirman
que “de África salieron negros, no africanos” y que “no hay nada que nos una África”, tesis
abiertamente contraria a las que he presentado en este blog y a las que
animamos desde algunos colectivos locales.
De entrada, estos críticos
furibundos de la afrodescendencia parten de una concepción equivocada: el
continente africano no es una totalidad articulada; mientras que para quienes
somos herederos de sus pueblos, culturas y tradiciones sí debimos configurar un
universo simbólico unitario, que recogiese los fragmentos referenciales en una
cartografía étnica y cultural híbrida, a fuerza de organziarse para el
enfrentamiento y la resistencia geográfica, física, biológica, cultural, religiosa,
económica y política contra o frente a los imaginarios, prácticas y tecnologías
de poder desplegados por los europeos en América e incluso, con mayor furor, en
África, epicentro en el que instalaron la mercadotecnia de la inferiorización,
el enfrentamiento tribal, la ritualización de la muerte y la captura violenta de
seres humanos.
En segundo lugar, con terrible
abyección, quienes comento afirman que “de
África salieron negros, no africanos, porque estos se quedaron en África
usufructuando lo obtenido de la venta de sus propias hermanas, mujeres, hijos,
etc., sin impórtales que eran seres humanos y el parentesco que los unían por
el territorio, la sangre y la cultura”. Aunque resulta cierto que participando
en el negocio de la esclavización ciertos reinos africanos encontraron una
alternativa estratégica para deshacerse de sus enemigos y fortalecer sus
ventajas comparativas al entrar en una relación de intercambio en la que se
proveían de pólvora y armas a cambio de la vida de seres humanos; no puede descontarse
sin más que ello ocurre en una lógica de
instalación expansiva del proceso gestado por la voracidad europea.
Durante
siglos, países europeos y africanos transaron e intercambiaron mercancías, sin
que ello significara la entrada a una lógica de dominación comercial opresiva. Es
hacia finales del siglo XV cuando emerge la concepción negrera en la que, bajo
el sello inventivo de la superioridad europea, se concibe el rapto, el
secuestro, la reclusión y posterior traslado de seres humanos cosificados y tratados
como mercancías; como aparece y se fija al negro como objeto de intercambio,
deshumanizando, con plena intención y cálculo, su africanidad.
En
tercer lugar, las reacciones contra la herencia africana afincadas en un
supuesto pasado vergonzoso gestado en África y en la actual condición de los
países africanos, obvia problematizar la evidencia histórica y socioeconómica con
la que, resulta apenas obvio, tal situación obedece a la capacidad de dominio
europeo desplegado sobre África. Este tipo de crítica desconoce la dialéctica
de la dominación propia del capital, con la que se escenifican formas del
dominio que pervierten la capacidad de reacción de los dominados mediante la
instauración de regímenes de terror y condiciones de oprobio que minan la
estima mediante prácticas de control y vigilancia de la subvaloración; tal como
se las ha operado ayer y todavía hoy “con el campesinado, con los nuevos siervos, con los pobres
europeos bajo el Antiguo Régimen, con los esclavos negros modernos de la
periferia, con los coolies, con los engagés bajo
contrato, y con los migrantes internacionales en todos los rincones del planeta”[2].
Desde la instalación de la esclavización en la isla de Malta
hasta la concentración fabril de vientres para parir esclavizados en todas las
regiones hasta donde extendieron su maléfico ingenio, los europeos sembraron la
desconfianza, acrecentaron los sentimientos de odio, promovieron las acciones
armadas, instalaron reyezuelos afectos y se esmeraron en desmontar al costo que
fuera cualquier proceso de resistencia que pudiera configurar su bancarrota,
inventando un proceso altamente rentable que, sostenido bajo formas de
juridicidad que justificaran el oprobio a condición de no tratar como humanos a
quienes efectivamente lo eran, sino como propiedades; terminará por configurar
al negro como la suma de todas las desgracias.
La articulación de la esclavización empezará a operar como
una barrera étnica tanto como un marcador georreferencial en el que las
condiciones de dominación se fijarán en África de manera mucho más artera de lo
que en cualquier otra parte del mundo lo haría el capitalismo, a beneficio no
de los africanos, como pretenden estos críticos; sino, finalmente en su contra
pues, pese a que reinos hubo que participaron del proceso esclavista,
finalmente África entera padecerá sobre sí el peso de la estigmatización, el
control político, la instalación colonial y la concentración productiva a favor
del dominador europeo; aun suficientemente avanzado el siglo XX. Tales tecnologías
de dominio fueron eficientemente operadas acudiendo a una concepción ilimitada
del derecho de posesión que, fuera de toda consideración alterativa, subvirtió
el orden de lo humano para transformar en mercancía lo que no lo era,
reconvertir en utilidad cualquier forma de asociación y mutar en competencia
los enfrentamientos tribales cuasi rituales en algunas regiones africanas.
Seguramente quienes se identifican como negros desconozcan
que tal categoría preexistía a las condiciones de esclavización. De hecho, como
se lee en el clásico editado por Rina Cáceres, “”El Diccionario Oxford de
Inglés del siglo XVI en la definición de ‘negro’ incluye las siguientes
características: ‘profundamente manchado de suciedad, tierroso, sucio, malo, (…)
que tiene propósitos obscuros o de muerte, maligno, perteneciente a la muerte o
relacionado con ella, despreciable, desastroso, siniestro (…) relacionado con
la desgracia, la censura, el castigo, etc.” Por lo que “el color negro se
presentaba como símbolo de lo bajo y maligno, un signo de peligro y repulsión”[3].
Finalmente,
en lo que sí coincido con el ejercicio adelantado por el grupo ‘negros somos’
de Venezuela, es en que las rutas de África en América dibujan la estampa
cimarrona, libertaria y resistente de quienes en América acudieron a la
configuración de una imagen de sí mismos marcada por el peso del
cuestionamiento al sistema de esclavización, la solidaridad receptiva, el
trabajo cooperativo y la inventiva autogestionaria para hacerse un pueblo en
medio de las vicisitudes.
Si estas tesis de la participación beneficiosa de africanos en el negocio europeo de esclavizar seres humanos fuesen correctas deberíamos preguntarnos entonces, siendo que su producto final es la producción de riqueza, ¿por que la condición de Europa es la de quien creció en la opulencia mientras que la de África es la de quien creció bajo la precariedad? Sería interesante conocer los argumentos de quienes acusan con tal descaro a África por la culpabilidad de sus propios males, sin asignar al mismo tiempo la singular responsabilidad a Europa por sostener y lucrarse de modo privilegiado con dicha empresa.
Lo que debe reconocerse es que ni
las circunstancias de la esclavización ni la condición de desenraizados menguaron
el afán voraz por proveerse una identidad remisoria de su originalidad
africana, la cual, pese a mixtirarse forzosamente con trazos centrales de la
cultura europea e indígena americana no deja de ser auténticamente heredera de
la africanía ni deja de remitir a ella; como quiera que sus ecos resuenan
todavía, se reactivan y se reconfiguran en el calor del trópico y en lo largo y
ancho de la América en la que siguen naciendo y viviendo los herederos de África;
que no de la esclavización ni de la trata negrera trasatlántica.
[1] Basil Davison. Madre Negra. Noguer y Caralt, 1966 y Jean Paul Ngoupandé. Entrevistado en Rodolfo Casadei. Los mitos de la nueva izquierda: Las profecías incumplidas de la antiglobalización. Encuentro, 2005, pp. 136-144
[2] Yann Moulier Boutang. De la esclavitud al trabajo asalariado. Economía histórica del trabajo asalariado embridado. Akal, 2006, p. 13
[3] Rina
Cáceres. “Prólogo”. En R. Cáceres. (comp.) Rutas de la esclavitud en África y
América Latina. Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2001, p. 15
ResponderEliminarGracias maestro Arleison por contextualizarnos y alfabetizarnos. Cada escrito suyo nos motiva y nos llena de más elementos para debatir y confrontar a todos aquellos que nos atacan; y lo mejor, poder hablar con nuestros hermanos y sensibilizarlos de nuestra historia.
Abrazo libertario.
Apreciad@.
EliminarMuchas gracias por tu comentario tan generoso. Es el único pago que espero; porque esta no sólo es mi apuesta personal sino mi trabajo en pro del movimiento de dignidad y reconocimiento de nuestra africanía en el país.
Muy buen artículo Arleison.
ResponderEliminarYa he polemizado demasiado con estos dos personajes, pero son tercos y siento en ellos un afán por mostrarse como unos superproductores de teorías de ruptura, que los lleva a posturas abyectas, confusionistas y politicamente contraproducentes, porque en vez de sumar, restan y tienden a dispersar a la africanía. Porque entonces, los afros de piel clara no tendrían cabida en los movimientos sociales de esta y se clausuraría toda posibilidad de integrar las luchas redentoras de los pueblos de la diáspora africana con los africanos, y de estos entre si.
Entre otras cosas, dejan de lado la esencia de clase de los procesos de coloniaje, esclavización y marginalización social, y de esta manera hablan de europeos y no de colonialistas europeos; de "los africanos" y no de reyes, reyezuelos ni de sectores de clases dominantes africanas. Lo cual conlleva a las conclusiones teóricas racistas de que los pueblos africanos son unos desalmados, que no tienen autoestima alguna ni sienten amor por sus congéneres; que son victimarios de si mismos y culpables de sus propias desgracias. No reconocen que se trató de la opresión de los pueblos del África Subsahariana y de indoamérica de parte de los colonialistas europeos, para lo cual recurrieron a aliarse con algunos sectores de clases dominantes africanas e indoamericanas, como han hecho siempre los opresores en todas partes del mundo.
Es que si la problemática histórica de la africanía no se analiza a partir de las relaciones de dominación clasista y de la explotación capitalista, no se puede entender, ni esclarecer, y toda lucha reivindicativa concluirá en divagaciones en el vacío y en la esterilidad. Como afirmara el gran historiador cubano, Manuel Moreno Fraginals,
Saludo,
Licher.
Completamente de acuerdo, maestro Licher.
EliminarPor eso decidí dedicarle este escrito a esas ideas tan obtusas. Creo que hacen bastante daño y deben ser repelidas; mucho más ahora que en Venezuela andan replanteándose el asunto de la venezolanidad con tanta fuerza y en ella la pertenencia afrodescendiente resulta significativa y central.
Un abrazo.
¡Hola Arleison!, sigo mucho sus escritos pero, en este caso no comparto todos sus puntosde vista. Estimo que la participación de los africanos en la trata jugaron un rol importante. La prueba es que reinados como el Dahomé, Gabón y otros se enriquecieron con el negocio de la venta de seres humanos. No se debe olvidar que los africanos de hoy en día no sienten el más mínimo remordimiento por ese crimen contra la humanidad perpetrado por ellos y los europeos. Me he relacionado con algunos africanos en Europa y lo primero que me dicen de forma despectiva es que soy descendiente de esclavos, que me comporto como los blancos y que debería querer más a África quea Colombia; a lo que respondo que al Chocó lo amo ante todo el mundo.Con ello, converjo con zapata Olivella en el sentido que somos un hombre nuevo hombre. De otra parte, pienso que el subdesarrollo de África en cierta medida, se debe a que tienen gobernates muy corruptos y egoístas que venden los recursos del Estado a los Europeos a cambio de mordidas para ellos y sus familias (ver todos los dictadores). Los jefes de gobierno y sus familias, se ven Europa en las mejores mansiones y carros lujosos, mientras su pueblo se muere de hambre. Algo muy similar de lo que ocurre en Colombia en donde no podemos responsabilizar del todo a E.U. Los antillanos franceses de Martinica y guadalupe, mantienen disputas con los africanos porque sostiene que los vendieron y no se arrepienten de ese pecado, no sobra decir que éstos últimos son pueblos cultos en donde cualquier persona, puede contar la historia de su región. Cabe anotar qu muchos africanos ignoran nuestra existencia; saben la existencia afro en Brasil, Cuba y E.U.
ResponderEliminarEste sería un punto a refleccionar y de pronto, no ilusionarnos con la idea que "África nos ama".
Apreciada amiga,
EliminarApreciada .
Su lectura juiciosa justifica que siga escribiendo. ¡Gracias!
Es cierto que no puede descartarse la participación en el negocio mismo de la esclavización por parte de africanos. El asunto es que tal situación no puede leerse por fuera del contexto de concentración de fuerza que representa la articulación de hegemonías políticas, con desarrollo de penetración territorial, extensión administrativa y capacidad bélica como la que se expresaba en la relación Europa - África en el siglo XVII.
Esa es una lógica del capital muy bien descrita por Negri y Hardt en su reciente libro Common Wealth, por ejemplo; así como por el joven Marx.
Lo otro es que contamos con evidencia suficiente para llamar "europeo" a ese negocio pues el lucro con el mismo no favoreció a África sino a su contraparte. Habría que matizar aquello de que "no sienten el más mínimo remordimiento" pues son incontables las declaraciones de lo que representa la "diáspora" en el pensamiento político más rupturista tras las concepciones de la subalternidad en ese continente; tal como en el proyecto del museo de la diáspora y los pensadores en torno al asunto.
En lo que sí estoy completamente de acuerdo con usted es que el nepotismo, la corrupción y la voracidad plutocrática animan a muchos de los viejos y nuevos gobernantes de África. Sin embargo, la pregunta sería si el de la corrupción es un problema endémico africano o transplantable más allá de las nacionalidades étnicas.Ese es otro asunto para pensar.
Un fuerte abrazo.