domingo, 7 de abril de 2013

El enemigo es el racismo



Es hora de darnos cuenta de que tenemos el mismo problema, un problema común que nos hace vivir en un infierno
Malcom X, el voto o la bala.

Luego de la debacle nacional socialista, en la medianía de la década de los sesenta el mundo es un hervidero racializado, disputado a dos bandos entre hoces y estrellas. La movilización masiva y beligerante resiste contra el apartheid practicado por el régimen surafricano. Al otro lado del mundo, las acciones de resistencia por el reconocimiento de derechos civiles para los afroamericanos enfrentan las prácticas de segregación instaladas en los Estados Unidos, naturalizadas por los largos tentáculos tras la capucha del KKK. En África, el colonialismo europeo recula ante los balazos del nacionalismo panafricano mientras, en América del Sur, las organizaciones campesinas empiezan a advertir que no son homogéneas y que a su interior se expresan tensiones étnicas invisibilizadas hasta entonces, gracias a un liberalismo miope con la diferencia y a la importación de un marxismo descorporeizado.

A lo largo y ancho del mundo la protesta crece, reclamando para nuevos públicos espacios sociales, económicos y políticos férreamente negados bajo el influjo de las elites nacionales. En Estados Unidos, Malcom X y Martin Luther King serán asesinados luego de liderar marchas multitudinarias y estimular transformaciones de las leyes aislacionistas de Jim Crow con las que se sostenía un modelo de desigualdad naturalizado y estable. En África se radicalizan las guerras por la independencia y la descolonización, enfrentando de raíz el mandamiento de obediencia y domesticación con el que Europa se hizo hombre, dueño y medida de todas las cosas. En América del Sur son instalados cómodamente los militares tras el poder, al tiempo que se agiganta la revuelta ciudadana y se configuran nuevos escenarios deliberativos gestados desde abajo; acunados incluso por una iglesia liberadora que hace opción preferencial por los pobres, los al margen; los segregados.

Finalizando la década, mayo y octubre del 68 se convierten en un grito que, más allá del agravio, pone a las nuevas generaciones a realizar el balance de su tiempo en Tlatelolco como en Paris, reclamando un mundo nuevo; un mundo en el que, sin embargo, no se radicaliza la lucha contra el enemigo común: el racismo.

Auspiciados por la UNESCO, una serie de encuentros internacionales y reuniones expertas producirán una de las cartas más significativas en la historia de esa institución, cuyo acento se pone en el enfrentamiento de la discriminación y la racialización como procesos que niegan tanto la humanidad del otro como sus posibilidades de ser; evitando sitiar en los mismos, como es característico de los documentos oficiales, el carácter sistémico del mal que se enfrenta.

Pese a que pueda admitirse que “la creencia en el universalismo ha sido la piedra angular del arco ideológico del capitalismo histórico” y que “el racismo ha sido de la mayor importancia para la construcción y la reproducción de las fuerzas de trabajo adecuadas” (Wallerstein 1988, 71); lo que resulta es que estas dos expresiones de la dominación son las caras de una misma moneda; pues la ideologización del mundo ha precisado igualmente una negación sistemática de la diferencia a la cual el racismo ha aportado material, sustento y sustrato.  Tal como reconoce el mismo Wallerstein, “el racismo fue la justificación ideológica de la jerarquización de la fuerza de trabajo y de la distribución sumamente desigual de sus recompensas” (Ibid, 68) animado por el contexto de producción colonial en el que imperios férreamente defendidos se apropiaron de significativas porciones del mundo a las que expoliaron a su amaño.

La consolidación de occidente como un sistema de opresión, la invención del negro como sujeto privilegiado de la exclusión y marginalización que sistemáticamente proyecta el capitalismo y la configuración de múltiples factores de dominación asociados al género, la etnia y la identidad cultural evidencian las fauces de la fiera salvaje del racismo que se configura como “un conjunto de enunciados ideológicos combinado con un conjunto de prácticas continuadas cuya consecuencia ha sido el mantenimiento de una fuerte correlación entre etnia y reparto de la fuerza de trabajo a lo largo del tiempo” (Wallerstein 1988, 68)

El racismo es entonces un mecanismo de dominación y no simplemente un dispositivo simbólico. Como mecanismo resulta siendo un componente fundamental e insalvable en el sostenimiento de las condiciones de opresión, exclusión y subordinación de los sujetos que, bajo el signo de la dominación y la explotación, son caracterizados y caricaturizados asignándoles marcadores mentales y señales corporales e ideológicas con las que se construye el imaginario que sostiene el etiquetamiento, la distinción y las formas de interacción.

La operación de códigos de trato racializados se sustenta sobre la base de la valoración prejuiciosa que autoriza a agredir a quien, se hace evidente, resulta posible (e incluso autorizado) violentar. Al instalar el racismo como dispositivo regulador de las interacciones humanas, la embestida contra la diferencia resulta nulificadora, negando valor al agredido, a consecuencia de que el agresor ve reflejados en un sujeto o un grupo humano los marcadores y señales -reales o imaginarios, nos recuerda Albert Memmi, activados y asignados definitivamente “en provecho del acusador y en detrimento de su víctima, para justificar una agresión” (Memmi 2010).

Con el racismo, el problema es su carácter expansivo. De hecho, “el debate no se reduce al carácter de las diferencias que se rechazan (…) sino también a la idea de que son naturalizadas” (De Castellanos 2000, 609). Ante los incontables y frecuentes, muy frecuentes  ataques a la humanidad de quien, ofendido y agredido prejuiciosamente; resulta lamentable que, hoy más que nunca, contemos con sistemas legales, activemos campañas públicas e incluso acciones institucionales contra el racismo y éste encuentre nuevas alternativas para emerger. Es esta omnipresencia del racismo y su perdurabilidad en el tiempo lo que confirma su carácter sistémico naturalizado.

Resulta claro que muchos seres humanos nos hemos vacunado contra este mal; sin embargo los actos individuales no eliminan “las ideologías racistas, las actitudes fundadas en los prejuicios raciales, los comportamientos discriminatorios, las disposiciones estructurales y las prácticas institucionalizadas que provocan la desigualdad racial, así como la idea falaz de que las relaciones discriminatorias ente grupos son moral y científicamente justificables” (UNESCO 1978), que constituyen las señales indiscutibles de la presencia de la perversidad racial en el mundo globalizado; en el que todavía encontramos prácticas de segregación y marginalización camufladas tras prácticas institucionales de evitamiento, contención y marginalización, específicamente frente al trato a los migrantes, el cuestionamiento de creencias, saberes y prácticas de base ancestral o la promoción (al no penalizarlos) de actos vejaminosos y victimantes.  

Si el racismo, como reconoce la Unesco “obstaculiza el desenvolvimiento de sus víctimas, pervierte a quienes lo ponen en práctica, divide a las naciones en su propio seno, constituye un obstáculo para la cooperación internacional y crea tensiones políticas entre los pueblos; es contrario a los principios fundamentales del derecho internacional y, por consiguiente, perturba la paz y la seguridad internacionales”, resulta impensable entender cómo se lo sostiene de manera evidente o soterrada; a menos que enfrentemos el hecho de que, por su carácter sistémico, las acciones contra el mismo no pasan solamente por la bondad de los documentos de entendimiento trasnacional sino que deberían centrarse en el desvertebramiento de las prácticas institucionales y estructurales por las que pervive en cualquier sociedad que adopte una comprensión diferenciadora en la valía de los seres humanos o extienda a la totalidad de la expresión social y cultural prácticas de universalización valorativa.

Cinco décadas después, avanzando el siglo XXI; un fantasma todavía recorre el mundo extendiendo al conjunto de las relaciones humanas el manto perverso de las realidades que, ocultas, virtuales o visibles, hacen que la diferencia no sume sino, por el contrario, reciba daño.

Trabajos citados

De Castellanos, Alicia. «Racismo.» En Léxico de la política, de Laura Baca Olamendi. Flacso, 2000.
Memmi. «El racismo. Definiciones.» En Estudiar el racismo. Textos y herramientas, de Odile Hoffmann y Oscar Quintero, 53-72. México: Cuaderno de trabajo AFRODESC/ EURESCL Nº 8, 2010.
UNESCO. «Declaración sobre la raza y los prejuicios raciales.» 1978. http://www2.ohchr.org/spanish/law/raza.htm.
Wallerstein, Immanuel. El capitalismo histórico. Siglo XXI, 1988.

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CuestionP Aportes para una teorìa polìtica de la afrodescendencia por Arleison Arcos Rivas se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 2.5 Colombia.

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