Rara vez dejo traslucir en mis
escritos convicciones personales que no haya sopesado y decantado para
asegurarme de contar con un blindaje ideológico suficientemente preciso. Por
esta vez, sin embargo, obviaré hacerlo; informando de ello conscientemente a
quien ha de leerme.
Muchas veces Hugo Chávez dejó de
ser un motivo de optimismo y esperanza para mí. Otras tantas, especialmente
cuando me encontraba con alguno de sus furibundos opositores, su figura y
trascendencia le hacían motivo de mis apetencias ideológicas y mis ansias por
encontrar, entre los gobernantes de América, a quien identificar como heredero
de nuestra tradición libertaria.
Polémico, pendenciero, arrogante
e incluso lujuriosamente mediático; Chávez es en América del Sur mucho más que
una imagen populachera y chovinista como le venden fácilmente sus infamantes. De
hecho, un líder de izquierda gritando “exprópiese”,
convocando eufemísticamente a la guerra y lanzando sin discreción generosos
adjetivos calificativos resulta ser la imagen perfecta hecha a la medida de sus
detractores. Sin embargo, más allá de la espuma, el conjunto de políticas
decididamente encaminadas a torcer los rumbos de la pobreza y la marginalidad
asegurando crecientemente sus indicadores de garantía de derechos en educación
y salud (reconocidos por Naciones Unidas en sucesivos monitoreos de avances en
los objetivos del milenio), no sólo entusiasman sino que evidencian la
radicalidad con la que los gobernantes de izquierda deberían significar el
contenido de sus administraciones.
Pese al corte militarista de sus
adquisiciones bélicas, contrario al propósito de armonía en el discurso
bolivariano, resulta significativo su compromiso con la defensa de la vieja
idea de soberanía nacional, justo cuando con mayor radicalidad se cambia y
vende un modelo de globalización trasnacionalizado del capital que no sólo
tumba las fronteras de los países a los que se expanden las economías céntricas
sino que, además, se asegura de apuntalar la inmutabilidad de las murallas y
barreras con las que se blindan sus mercados. La soberanía tras las armas puede
resultar un incómodo discurso en pleno final del siglo XX (o inicios del XXI si
así quieren verlo); con el que, sin embargo, se resitúa la práctica según la
cual las armas aun pueden ser un recurso político de utilidad para proveerse
formas de aseguramiento comunitario (Arcos Rivas 2010) en medio de la opacidad de los múltiples;
como también, en la escala mundial, podrían todavía operar para contener la
voracidad imperial (Negri 2004) , gestora de guerras
preventivas y ataques geoestratégicos.
De manera segura, en el ámbito en
el que las luchas de Chávez y el chavismo deberán significar mayores alcances
será, precisamente, el de la integración bolivariana; amenazada como se
encuentra por la radicalización del libre comercio, la reinstalación de la
geoposicionalidad y el reclamo de nuevos centros que amenazan las iniciativas
sociales descentradas emprendidas desde el sur como el ALBA y UNASUR. Impulsado
por una política férrea de nacionalización de hidrocarburos que le ha devuelto
a Venezuela un significativo caudal económico con el cual reclama y defiende su
independencia de dichos centros; el chavismo, ahora más que nunca con Chávez como
fetiche y con la amplia posibilidad de ganar elecciones hechas bajo su tutela
sepulcral, habrá de insistir en apuntalar los cimientos de nuevos instrumentos
de diálogo y arbitraje por fuera de la órbita controlada por Estados Unidos en
la Organización de Estados Americanos e incluso en Naciones Unidas.
El espacio de solidaridad
mercantil del ALBA, así como la UNASUR para que sean exitosos deberán reconfigurar
sus relaciones con las otras apuestas subregionales encaminadas a fortalecer
condiciones de intercambio económico amistoso y relacionamiento político, capaces
de dialogar y actuar concéntricamente; aunque lo deseable sería lograr
articularlas en un único y robusto instrumento de defensa y protección de los
intereses regionales frente a los embates del gran capital trasnacional; algo bastante
difícil de concretar con las actuales elites cosmopolitas instaladas tras cómodos
procesos de intercambio bursátil y financiero, altamente especulativo y bajo la
anuencia de gobiernos veleidosos, proclives a tales juegos y precariamente
interesados en cualquier anuncio de renegociación del reparto mundial del
bienestar.
Es probable que la figura de
Chavez no sea el mejor ejemplo que la izquierda gobernante haya de emular. Sin
embargo, lejos de un memorial de agravios, de sus mejores ejecutorias y
realizaciones queda un batería de políticas altamente significativas para
producir transformaciones sociales de grueso calado. Sus misiones, costosas
seguramente, más que evidenciar los límites del Estado contribuyen a restituir
el valor de la acción política gobernante en la reconstrucción del tendido
nacional, en la atención prioritaria a los desposeídos, en la vinculación de
nuevos públicos a los centros de poder y a los procesos de democratización, en
la defensa y aseguramiento del territorio, en la atención básica de calidad.
¿Qué duda cabe de que pudimos
haber contado con un mejor Chávez? Pese a ello, ¿Qué duda cabe de que con
Chávez América del Sur jugó distinto en la dinámica trasnacional de la primera
década del siglo XXI (o, de nuevo, la última del veinte)?
Ello me lleva a llamarlo
Cimarrón. Chucho García también le acaba de tildar así (García 2012) ; pues cimarrón es un
afrodescendiente con una pasión libertaria de tal tamaño que resulta
irrefrenable, arriesga su estabilidad por una causa y rompe el freno y la brida
que le limitan y esclavizan. Armado en los talleres históricos de la
resistencia, el pensamiento libertario afrodescendiente resulta combativo,
desobediente, resistente y renaciente. Chavez, tardíamente seguro, en 2005 ratificó
su ascendencia afrodescendiente, incorporando
a su versión del pensamiento bolivariano el reclamo por la Madre Africa,
ausente por mucho tiempo de las escuelas, de los textos, de la iconografía y de
la política institucional venezolana. Su Bolívar mulato es suficiente evidencia
de la incomodidad que esta inclusión afrodescendiente alcanza a significar en
una nación y un continente acostumbrado a no verse a sí mismo con sus propios
ojos y en su propio cuerpo.
Más allá de la piel, el modelo de
resistencia trascontinental instalado por Chávez y el movimiento Bolivariano
requiere ajustarse a partir de la significación del cimarronismo como
estrategia política del pueblo afrodescendiente en América; como quiera que
entre nosotros las gestas de la libertad no nacen con delirios románticos
gestados en Europa sino en los procesos continuados de autoemancipación,
rebeldía y desobediencia articulados cuerpo a cuerpo y pueblo a pueblo en los cinco
siglos de hacernos, reconocernos y valorarnos como hijos y herederos de África en
América.
Me permito robarme un verso para
despedirle recordando que “aun con todas sus farsas, penalidades y sueños
fallidos el mundo es, todavía, hermoso”; no este que padecemos, sino el que,
también con su estela, aspiramos a edificar.
¡Hasta siempre, Cimarrón!
Trabajos citados
Arcos Rivas, Arleison. Ciudadanía armada. Aportes
a la interpretación de procesos de defensa y aseguramiento comunitario.
Eumed, 2010.
García, Jesús
'Chucho'. Un presidente cimarrón llamado Hugo Chávez. 10 de marzo de
2012. http://www.aporrea.org/ideologia/a160978.html.
Negri, Tony. «La
multitud debería disponer de las armas. Entrevista con Tony Negri por Victor
Amela, de La Vanguardia.» Revista Multitudes. 26 de noviembre de 2004.
http://multitudes.samizdat.net/La-multitud-deberia-disponer-de.
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