lunes, 11 de marzo de 2013

¡Hasta siempre, Cimarrón!



Rara vez dejo traslucir en mis escritos convicciones personales que no haya sopesado y decantado para asegurarme de contar con un blindaje ideológico suficientemente preciso. Por esta vez, sin embargo, obviaré hacerlo; informando de ello conscientemente a quien ha de leerme.

Muchas veces Hugo Chávez dejó de ser un motivo de optimismo y esperanza para mí. Otras tantas, especialmente cuando me encontraba con alguno de sus furibundos opositores, su figura y trascendencia le hacían motivo de mis apetencias ideológicas y mis ansias por encontrar, entre los gobernantes de América, a quien identificar como heredero de nuestra tradición libertaria.


Polémico, pendenciero, arrogante e incluso lujuriosamente mediático; Chávez es en América del Sur mucho más que una imagen populachera y chovinista como le venden fácilmente sus infamantes. De hecho, un líder de izquierda gritando “exprópiese”, convocando eufemísticamente a la guerra y lanzando sin discreción generosos adjetivos calificativos resulta ser la imagen perfecta hecha a la medida de sus detractores. Sin embargo, más allá de la espuma, el conjunto de políticas decididamente encaminadas a torcer los rumbos de la pobreza y la marginalidad asegurando crecientemente sus indicadores de garantía de derechos en educación y salud (reconocidos por Naciones Unidas en sucesivos monitoreos de avances en los objetivos del milenio), no sólo entusiasman sino que evidencian la radicalidad con la que los gobernantes de izquierda deberían significar el contenido de sus administraciones.

Pese al corte militarista de sus adquisiciones bélicas, contrario al propósito de armonía en el discurso bolivariano, resulta significativo su compromiso con la defensa de la vieja idea de soberanía nacional, justo cuando con mayor radicalidad se cambia y vende un modelo de globalización trasnacionalizado del capital que no sólo tumba las fronteras de los países a los que se expanden las economías céntricas sino que, además, se asegura de apuntalar la inmutabilidad de las murallas y barreras con las que se blindan sus mercados. La soberanía tras las armas puede resultar un incómodo discurso en pleno final del siglo XX (o inicios del XXI si así quieren verlo); con el que, sin embargo, se resitúa la práctica según la cual las armas aun pueden ser un recurso político de utilidad para proveerse formas de aseguramiento comunitario (Arcos Rivas 2010) en medio de la opacidad de los múltiples; como también, en la escala mundial, podrían todavía operar para contener la voracidad imperial (Negri 2004), gestora de guerras preventivas y ataques geoestratégicos.

De manera segura, en el ámbito en el que las luchas de Chávez y el chavismo deberán significar mayores alcances será, precisamente, el de la integración bolivariana; amenazada como se encuentra por la radicalización del libre comercio, la reinstalación de la geoposicionalidad y el reclamo de nuevos centros que amenazan las iniciativas sociales descentradas emprendidas desde el sur como el ALBA y UNASUR. Impulsado por una política férrea de nacionalización de hidrocarburos que le ha devuelto a Venezuela un significativo caudal económico con el cual reclama y defiende su independencia de dichos centros; el chavismo, ahora más que nunca con Chávez como fetiche y con la amplia posibilidad de ganar elecciones hechas bajo su tutela sepulcral, habrá de insistir en apuntalar los cimientos de nuevos instrumentos de diálogo y arbitraje por fuera de la órbita controlada por Estados Unidos en la Organización de Estados Americanos e incluso en Naciones Unidas.

El espacio de solidaridad mercantil del ALBA, así como la UNASUR para que sean exitosos deberán reconfigurar sus relaciones con las otras apuestas subregionales encaminadas a fortalecer condiciones de intercambio económico amistoso y relacionamiento político, capaces de dialogar y actuar concéntricamente; aunque lo deseable sería lograr articularlas en un único y robusto instrumento de defensa y protección de los intereses regionales frente a los embates  del gran capital trasnacional; algo bastante difícil de concretar con las actuales elites cosmopolitas instaladas tras cómodos procesos de intercambio bursátil y financiero, altamente especulativo y bajo la anuencia de gobiernos veleidosos, proclives a tales juegos y precariamente interesados en cualquier anuncio de renegociación del reparto mundial del bienestar.

Es probable que la figura de Chavez no sea el mejor ejemplo que la izquierda gobernante haya de emular. Sin embargo, lejos de un memorial de agravios, de sus mejores ejecutorias y realizaciones queda un batería de políticas altamente significativas para producir transformaciones sociales de grueso calado. Sus misiones, costosas seguramente, más que evidenciar los límites del Estado contribuyen a restituir el valor de la acción política gobernante en la reconstrucción del tendido nacional, en la atención prioritaria a los desposeídos, en la vinculación de nuevos públicos a los centros de poder y a los procesos de democratización, en la defensa y aseguramiento del territorio, en la atención básica de calidad.

¿Qué duda cabe de que pudimos haber contado con un mejor Chávez? Pese a ello, ¿Qué duda cabe de que con Chávez América del Sur jugó distinto en la dinámica trasnacional de la primera década del siglo XXI (o, de nuevo, la última del veinte)?

Ello me lleva a llamarlo Cimarrón. Chucho García también le acaba de tildar así  (García 2012); pues cimarrón es un afrodescendiente con una pasión libertaria de tal tamaño que resulta irrefrenable, arriesga su estabilidad por una causa y rompe el freno y la brida que le limitan y esclavizan. Armado en los talleres históricos de la resistencia, el pensamiento libertario afrodescendiente resulta combativo, desobediente, resistente y renaciente. Chavez, tardíamente seguro, en 2005 ratificó su ascendencia afrodescendiente, incorporando a su versión del pensamiento bolivariano el reclamo por la Madre Africa, ausente por mucho tiempo de las escuelas, de los textos, de la iconografía y de la política institucional venezolana. Su Bolívar mulato es suficiente evidencia de la incomodidad que esta inclusión afrodescendiente alcanza a significar en una nación y un continente acostumbrado a no verse a sí mismo con sus propios ojos y en su propio cuerpo.

Más allá de la piel, el modelo de resistencia trascontinental instalado por Chávez y el movimiento Bolivariano requiere ajustarse a partir de la significación del cimarronismo como estrategia política del pueblo afrodescendiente en América; como quiera que entre nosotros las gestas de la libertad no nacen con delirios románticos gestados en Europa sino en los procesos continuados de autoemancipación, rebeldía y desobediencia articulados cuerpo a cuerpo y pueblo a pueblo en los cinco siglos de hacernos, reconocernos y valorarnos como hijos y herederos de África en América.

Me permito robarme un verso para despedirle recordando que “aun con todas sus farsas, penalidades y sueños fallidos el mundo es, todavía, hermoso”; no este que padecemos, sino el que, también con su estela, aspiramos a edificar.

¡Hasta siempre, Cimarrón!


Trabajos citados


Arcos Rivas, Arleison. Ciudadanía armada. Aportes a la interpretación de procesos de defensa y aseguramiento comunitario. Eumed, 2010.
García, Jesús 'Chucho'. Un presidente cimarrón llamado Hugo Chávez. 10 de marzo de 2012. http://www.aporrea.org/ideologia/a160978.html.
Negri, Tony. «La multitud debería disponer de las armas. Entrevista con Tony Negri por Victor Amela, de La Vanguardia.» Revista Multitudes. 26 de noviembre de 2004. http://multitudes.samizdat.net/La-multitud-deberia-disponer-de.



  


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