Saben que cuando salí de mi casa y me fui a
Medellín y luego a Bogotá, entre 1995 y 1999, no tenía nombre. Todos me
llamaban ‘negro’.
Con mayor infortunio, desde
aquellas épocas, los africanos fueron condenados a ser entera y eternamente
negros.
A lo largo de cinco siglos, estos
han resultado presa de la estigmatización nacida de situar en la piel
características cosificantes, malignas, satíricas, demoníacas, lascivas y
animalescas, con las cuales se reproducen imagoloquias
(Arcos Rivas 2011) que reflejan el
carácter procaz con el que se instalan las representaciones desnaturalizadas
del otro, las ideologías del odio y las imágenes de la perversidad; todas
estas, evidencias del etiquetamiento, el desconocimiento y el desencuentro con la
diferencia humana, escenificadas cotidianamente.
Pese a que con mucha
frecuencia el común de los mortales se solaza afirmando no ser racista, de
tanto en tanto se hace público y notorio lo contrario; evidenciando el persistente
nivel de tolerancia social e institucional con el que se permite e incluso se
autoriza (producto de la inacción) que se repitan y reproduzcan con naturalidad
las formas del odio, la discriminación y la racialización del otro contra las
cuales no queda sino vivir la experiencia de permanecer con alarma y alerta
permanente en un mundo de ‘blancos’ en el
que las clases sociales tienen color (Gil Hernández
2010) ,
aun para personas de clase media; tal como le ocurrió hace poco a la distinguida
profesora e investigadora Claudia Mosquera Rosero en Cartagena, ciudad (no la
única) en la que se perpetúa la vigilancia sobre el color de la piel como uno
de los determinantes de asignación del lugar social (Cunin 2003, 148) .
Agredir verbal o físicamente,
propinar daño moral, afectar la estabilidad sicológica y anímica de las
personas que resultan esencializadas por efectos de la estereotipia, del
racismo y de la discriminación constituyen hoy afrentas tachables,
disciplinables y penalizadas de acuerdo al ordenamiento jurídico vigente. Sin embargo, el memorial de agravios de todos
los días refleja que en el país no sólo se vulnera flagrantemente la ley sino que
además se evidencia la incapacidad institucional
para proveernos de un instrumento robusto y consistente en el propósito de remover del trato social la frecuencia
con la que el otro resulta amenazado, vilipendiado, zaherido, molestado y
señalado por sus rasgos biológicos, sus maneras de hablar o de vestir, su origen
territorial o cualquiera de los otros marcadores identitarios que,
universalizados y asignados como constitutivos[1], se convierten en perversas
etiquetas denotativas de vinculación étnica y, por lo mismo, en condicionantes
indeseables con las que incluso se reviste de saber científico la arquitectura
ideológica de nuestra sociedad (Caldas 1808; López de Mesa 1927; Gómez 1928).
Las y los colombianos estamos
quietos ante la tarea irrenunciable de enfrentar el racismo enquistado e
institucionalizado al interior de nuestras fronteras geográficas y mentales. En consecuencia, deberíamos movilizarnos contra este flagelo humanitario, no
porque sea simplemente un lastre de la sociedad colonial sino porque aun opera y,
de no contenerlo hasta diezmarlo, seguirá funcionando como un proceso
mistificador, nulificador y movilizatorio. Tal como Albert Memmi nos recuerda,
el racismo prospera y se instala allí donde el racista, “ese que, a nombre de esa superioridad particular, pretende gozar de
manera legítima de beneficios de otro tipo: económicos, por ejemplo, o
políticos, o incluso psicológicos o simplemente de prestigio” (Memmi 2010, 54) .
El infame ataque verbal
contra la profesora Claudia Mosquera Rosero; la agresión gráfica contra estudiantes
afrodescendientes de la Unicauca denunciada en las listas de correos electrónicos por la profesora Elizabeth Castillo
y las evidencias de tolerancia con mensajes racializados en los comentarios de
los periódicos del país o en su línea editorial gráfica, como ocurre
frecuentemente con las caricaturas de “matador” en El Tiempo[2], antes que lamentables coincidencias
evidencian la confluencia institucional sobre la que tales prácticas resultan
soportadas impunemente y sin pudor alguno. Sumados, todos estos hechos no sólo deberían concitar jornadas de
desagravio y espacios para la protesta airada o la inveterada reflexión pausada
promovida en las academias.
Ya es hora de que asentemos basamentos
societales para producir una transformación de prácticas personales y de
diseños institucionales que se propongan la eliminación del racismo.
Ya es hora de tomar la decisión personal e institucional de renunciar al racismo como
estrategia de negociación de la diferencia humana en la medida en que, debe
insistirse, ”el racismo es la valoración, generalizada y definitiva, de las
diferencias, reales o imaginarias, en provecho del acusador y en detrimento de
su víctima, con el fin de justificar una agresión” (Memmi 2010, 58).
Ya es hora de dejar de jugar a ser buenos para ser negros...
Trabajos
citados
Arcos Rivas, Arleison. «IMAGOLOQUÍA: ¿Qué lugar ocupa
la imagen en la producción del discurso político?» Cuestion p. 5 de
febrero de 2011.
http://cuestionp.blogspot.com/2011/02/imagoloquia-que-lugar-ocupa-la-imagen.html.
Caldas, Francisco José de.
«El influjo del clima sobre los seres organizados.» Editado por Colección
Historia, Vol. II. Biblioteca popular de cultura colombiana. Semanario del
Nuevo Reino de Granada (Minerva, S.A. 1942), 1808.
Cunin, Elizabeth. Identidades
a flor de piel. Lo ‘negro’ entre apariencias y pertenencias: mestizaje y
categorías raciales en Cartagena (Colombia).
IFEA-ICANH-Uniandes-Observatorio del Caribe Colombiano, 2003.
Gil Hernández, Franklin
Gerly. Vivir en un mundo de ‘blancos’. Esperiencias, reflexiones y
representaciones de 'raza' y clase de personas negras de sectores medios en
Bogotá. Bogotá: Tesis de maestría en Antropología, Universidad Nacional ,
2010.
Gómez, Laureano. interrogantes
sobre el progreso de Colombia. Minerva, 1928.
López de Mesa, Luís. El
factor étnico. Imprenta Nacional, 1927.
Memmi. «El racismo.
Definiciones.» En Estudiar el racismo. Textos y herramientas ,
de Odile Hoffmann y Oscar Quintero, 53-72. México: Cuaderno de trabajo
AFRODESC/ EURESCL Nº 8, 2010.
[1]
La naturalización convierte de manera exótica las particularidades étnicas,
regionales o de género en hábito, costumbre o figuración que lleva a tratar al otro
no según este mismo se dice sino bajo el rigor de las etiquetas. Así, el
amaneramiento caracteriza indiscutiblemente la homosexualidad, la debilidad a
la feminidad o la ruralización a la afrodescendiencia; por ejemplo.
[2]
“Matador” dibuja permanentemente a las personas afrodescendientes bajo una etiqueta
exótica que le señalan con pelo afro, ojos exorbitados, nariz inmensa y gorda,
boca bembona remarcada en su superficie con borde blanco; a lo que se suma la
vestimenta rala y la ridiculez en los textos; tal como se puede observar en http://matadorcartoons.blogspot.com/
Muy buen escrito Arleison.
ResponderEliminarSaludo,
Apreciado Licher.
EliminarEstamos pa'l gasto, mi vale.
Devo agradecer-lhe da vossa atencao .
ResponderEliminarBem cordialmente.
Obrigado.
EliminarGracias por su lectura y su amable comentario.
Apreciado Arleison,
ResponderEliminarMuchas gracias por la reflexiòn. Te comparto:
"Una noche, un actor me pidió que escribiera una obra que fuera actuada por negros. Pero, qué es pues, un negro? Y para empezar, de què color es?" Jean Genet
Te mando un abrazo cimarrón,
Juan de Dios
Hola Juan de Dios
EliminarGracias por tu comentario y por tan bella frase.
Es seguro que transformar el racismo en solidaridad requerirá, más que un simple escrito, acciones sistémicas decididas y la gestación de condiciones planetarias para el quiebre del capitalismo; sin embargo, como hijos de la utopía que somos, debemos recordar que nuestros padres y madres persistieron en sembrar aun cuando el fruto de su labor les era impuestamente ajeno.
Un abrazo inmenso.
HERMANO ARLEISON
ResponderEliminarMuy acertadas tus reflexiones y necesario para nuestros tiempos.
LEOVIGILDO VIVANCO
Recordado Leovigildo.
EliminarGracias por tu comentario.
Más que las coyunturas, la omnipresencia de los hechos de racialziación nos convencen de proceder, como recomendaba el viejo monje ante el incendio del centenario bosque de Sauces, trabajando ya y con urgencia para contener ese mal milenario del racismo.