sábado, 19 de enero de 2013

Afrocolombiano, negro, raizal y palenquero: ¿Qué es todo eso?




Un tigre no proclama su trigritud: salta.
Wole Soyinka

Nombrarse constituye uno de los mayores problemas en la construcción de un imaginario étnico en contextos en los que la adscripción a un determinado grupo no obedece solamente a la invención que sus  miembros se provean, acudiendo a su historia, tradiciones y elementos identitarios; sino además a la caracterización que de este pretenda realizar el Estado, oficiando de agente ordenar de los asuntos sociales, políticos y económicos de envergadura en el territorio que busca articular bajo el sustrato de lo nacional.



En el caso de las y los afrodescendientes en Colombia, el  nombrarse con propiedad ha transitado por meandros categoriales que han ocupado, a desgano y por mucho tiempo, al mundo académico; sin que logre todavía afinar conceptualmente el asunto, al punto que buena parte de las y los investigadores han optado por informar a sus financistas y lectores de la razón por la que aparece entre comillas, se nombra como la gente nombra, se opta por eludir un uso histórico, se defiende tal uso histórico, se reconoce la novedad de etnónimos hechos propios o se los rechaza por parecer exóticos.

En los documentos oficiales, los profesionales e investigadores al servicio del Estado colombiano han optado por ampliar la manera de nombrar a las y los afrodescendientes antes que por afianzar categorialmente el asunto, produciendo un exabrupto que elude razones históricas, políticas y movilizatorias tras la manera de nombrar las distintas vertientes de este grupo étnico: afrocolombianos, negros, raizales y palenqueros; se suman a particularismos identitarios regionales que chocoanizan, costeñizan y litoralizan ya al Caribe, ya al Pacífico eufemísticamente sur o norte.

Sin enfrentar suficientemente las implicaciones de denominar negros a quienes cifran su pasado ancestral y vinculan su historia a la presencia continuada de África en América; académicos, activistas y comunidades acuden frecuentemente a su uso, disculpando a veces su insistencia o justificando en otras su recurrencia. Como afirmaré en un ensayo de próxima aparición[1], quienes aspiramos a trabajar con los claroscuros conceptuales en medio de las sombras históricas deberíamos afirmar decididamente el carácter domesticador, esclavizante, opresivo y doloroso que este término carga, difícilmente depurable de su lastre histórico, en aras de delimitar los resortes de la acumulación lastimera de la experiencia de haber padecido nuestros antepasados la esclavización; frente a las posibilidades reconstructivas de la identidad propia de un pueblo que se hace a sí mismo en un contexto de dominación hegemónica capitalista, en el que el racismo y la discriminación constituyen fenómenos sociales que incluso parecen sostenerse con independencia de aquel escollo colonial.

El negro no es tal para sí mismo sino para quien ha pretendido determinarlo y esencializarlo históricamente; burlarle en su humanidad. Senghor y Cesaire nos llevan a tal radicalización acuñando la negritud, un concepto de protesta, históricamente cargado de una denuncia y una proclama que se trasmutó con el tiempo en la afirmación misma de una retórica hirsuta con la que elites, medios y pregoneros oficiales (tanto como algunos despistados activistas), nos nombran todavía.  

Con igual desacierto, se juega entre nosotros a sitiar la identidad afrodescendiente en Colombia, con denominaciones étnicas localizadas que, antes que aportar a la construcción de un imaginario propio, ponen los nombres del otro en el propio territorio y en la propia mismidad. Así, podríamos preguntarnos por qué seguir denominando como negro a quien en su propio territorio defendió el llamarse libre; tal como ocurre en regiones del Pacífico. ¿Acaso la raizalidad de los afrodescendientes de San Andrés y Providencia les deja por fuera o les hace menos afrodescendientes? ¿La identidad palenquera sitúa acaso en las fronteras de la ascendencia africana?

Este tipo de interrogante cobra mucho más sentido si se mira el título de publicaciones recientes como “movimiento social afrocolombiano, negro, raizal y palenquero”, o el de una anterior “acciones afirmativas y ciudadanía diferenciada étnico-racial negra, afrocolombiana, palenquera y raizal”; títulos con los que, con independencia de la valoración del contenido bibliográfico, se deja sentada la conformidad con el desiderátum oficial que nombra así a los que deberían poder nombrarse a sí mismos. Esa manera de nombrar, pareciera decir que pueden diferenciarse pueblos afrocolombiano, negro, raizal y palenquero en el país; lo que de suyo no solo resulta extraño sino engañoso; pues, pese a que puede aceptarse que a consecuencia de las modalidades de poblamiento inicial, expansión territorial y complejidad cultural “no existe una identidad negra o afrocolombiana, sino múltiples posibilidades de identificación de acuerdo con las circunstancias históricas, la diversidad de contextos y las experiencias personales[2], no puede confundirse la expresión identitaria regional o local con la afinidad o adscripción a un determinado grupo étnico, a menos que se parta de la negación de su existencia o de la afirmación de su carácter accesorio, como también se escucha decir en algunas voces aisladas, aunque influyentes.

En pleno decenio afrodescendiente y a 500 años del desembarco de africanos en América[3], viene a bien dedicar parte de nuestro tiempo a dilucidar, más allá de retóricas y eufemismos, la importancia política de autoproclamarnos o denominarnos con nombre propio como tarea de alta significación en el proceso de invención étnica afrodescendiente.





[1] Me refiero a un ensayo en revisión, cuyo título al momento es “Negro: nombrar la dominación”.
[2] Betty Ruth LOZANO LERMA. Orden racial colombiano y teoría crítica contemporánea. Un acercamiento crítico al proceso de lucha contra el racismo en Colombia. Tesis de Maestría Universidad del Valle, 2008: 86.
[3] Con reserva,  Anita Herzfeld comenta que “a pesar de que no se puede confirmar rotundamente, se cree que (Panamá) fue el primer territorio continental al que llegaron esclavos, ya que para 1513 los españoles llevaban africanos en sus viajes de exploración”. En: Rutas de la Esclavitud en África Y América Latina. editado por Rina CACERES GOMEZ. Universidad de Costa Rica, 2001, 369. En este año igualmente, los reyes españoles proveen a los comerciantes de licencias para el embarque de africanos con destino a las Américas, tal como aparece en Manuel LUCENA SALMORAL. El Descubrimiento y la fundación de los reinos ultramarinos: hasta fines del siglo XVI. Ediciones Rialp, 1982, p. 697 

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CuestionP Aportes para una teorìa polìtica de la afrodescendencia por Arleison Arcos Rivas se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 2.5 Colombia.

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