sábado, 29 de septiembre de 2012

La carne en el asador


A las puertas de iniciar los diálogos entre gobierno e insurgencia de las FARC (a los que probablemente se sumará el ELN), muchas voces se escuchan pretendiendo poner toda la carne en el asador, evidencia indiscutible de que el país no espera más por una verdadera oportunidad para la paz. Sin embargo, estos dos escenarios son significativamente diferentes: hacer la paz no es negociar con las FARC; asunto que debemos cavilar con mayor detenimiento, sobre todo cuando se escuchan y se leen airadas reacciones que reclaman, más allá de la condición de víctimas, participación de diversos actores y movimientos en la mesa a instalarse en Oslo en octubre. 

Es claro que negociar el cese de la guerra en Colombia es una prioridad a la que casi todos apostamos, con moderado optimismo o con insolente alegría; como quiera que un país desangrado y sufriente ha sido el resultado tras seis largas décadas de confrontación armada. En un país en el que “el campo está inmerso en una lucha abierta y el ejército no tiene la capacidad para reprimirla”, como escribiera en su diario el Ché (nos lo ha recordado en su bello mensaje Desmond Tutu[1]); es imperioso alcanzar un estado de no retorno en la tramitación dialogada. Sin duda, llegar a tal momento costará mucho más que buenas intenciones por parte de los agentes gubernamentales tanto como de los emisarios guerrilleros. 

Pero arribar al puerto de la paz costará mucho más. De hecho, las notorias evidencias de rearme e instalación de grupos mercenarios al servicio de los señores de la tierra da cuenta de lo complejo que resultará enfrentar las fuerzas desarticuladoras de la paz que en este país - hay que decirlo-, no son las FARC. En igual sentido, esclarecer los persistentes y meticulosos procesos de desaparición de activistas de izquierda, estudiantes, profesores, promotores de derechos humanos, líderes de organizaciones y movimientos sociales; identificar a los autores intelectuales tras la perpetración de masacres, asesinatos y ejecuciones extrajudiciales, masivos procesos de despojo y sistemáticas acciones de destierro, requerirá la instalación de comisiones de la verdad y la reconciliación que contribuyan a reparar el daño ocasionado a las víctimas y fomenten un mejor nivel de diálogo y entendimiento social entre las y los colombianos. 

Fieles a nuestro arraigo popular, tendremos que volver a darle valor a la palabra y prepararnos para sostener diálogos a calzón quitao(*) y no lanzamiento de titulares a cuentagotas, tal como ha venido ocurriendo en el proceso de formalización del paramilitarismo y la tímida desmovilización de sus ejércitos. 

De manera especial deberemos apostarle a imaginar el posconflicto en el país. Tras largas décadas de violencia indiscriminada, campos y ciudades se han convertido en fábricas de muerte, destrucción e inhumanidad. Habrá que aprender a desinstalar cuerpos especializados y expertos en producir miedo y terror; será necesario concentrar fuerzas sociales y voluntariados activos que aporten a desarmar odios y rencores densamente acumulados; se precisará de quienes como amigalbes componedores contribuyan a que algunos, ferreamente afincados en usufructuar la guerra, depongan no las armas sino su animosidad y espíritu pendenciero para que empecemos a ver y entender a los otros como contradictores cuya voz precisa ser incorporada y cuyos argumentos, reclamos y demandas requieren ser igualmente incorporados a la construcción de agendas comunes. 

En lo que respecta a las y los afrodescendientes, arribar al posconflicto resultará mucho más exigente; seguramente porque el cese de la guerra nos haría ver la intensidad con la que, en campos y ciudades, se configura su padecimiento. Las lamentables estadísticas de desarraigo - producto del ímpetu con el que actores armados han vulnerado la defensa del territorio ancestral para favorecer a los señores de la tierra (es decir, los de la guerra), tendrán que sumarse a las cifras calamitosas que evidencian el desamparo, la desprotección y la injusticia acrecentándose contra quienes portan sobre sí no solamente las marcas de la guerra sino también los vestigios de la esclavización, desinstalada legalmente y aun así operando social e institucionalmente en imaginarios y prácticas exclusivistas que contribuyen a concentrar la representación de las y los afrodescendientes entre los más pobres, desescolarizados, enfermos, desempleados, vulnerables, victimizados y desatendidos por el Estado. 

El transito étnico del posconflicto implicará reacondicionar los actuales procesos organizativos, incapaces como se muestran de movilizar con amplia significación política y electoral a un colectivo identitario preparado y activo para provocar la gestión eficaz de las demandas acumuladas por siglos sobre la espalda de las y los descendientes de África en el país. Cada vez resulta más claro que su obsolescencia expresada en la desvinculación entre lo rural-litoral-isleño-palenquero-urbano, y en la perpetuación de liderazgos afincados en el personalismo, la apropiación indecorosa y la connivencia con los administradores del oprobio; impide entender y enfrentar las dinámicas de poder, acumulación y fraccionamiento en un país de cuantiosas riquezas en el que, bajo un trazo de larga duración, la pobreza ha sido “también masivamente blanca, pero la riqueza nunca fue negra y muy contadas veces mestiza”, apropiándome de la expresión del intelectual cubano Esteban Morales[2].

Más allá de los diálogos con las FARC, necesarios, imperiosos e inaplazables; habrá que concitar diálogos nacionales y regionales con quienes han promovido la rapiña, voracidad, muerte y desarraigo tras la apropiación ilegal y criminal del territorio en el que históricamente indígenas y afrodescendientes hicieron su vida. Será necesario desenmascarar las fuerzas que hacen posible su limitación de oportunidades reales para el disfrute del bienestar en proporciones escandalosas, tanto como desentrañar los resortes de la dominación política y la concentración económica oligopólica que condenan a muchos a la prisión de la ignorancia, la miseria y la indignidad alimentadas a fuerza de su no participación en el reparto de la riqueza que han contribuido a producir y al sostenimiento de prácticas de marginalización de los beneficios del poder; todo ello porque para las y los afrodescendientes el posconflicto, cuyo trámite se encuentra aplazado desde 1851, no se negocia en el emplazamiento dialógico que inicia formalmente esta semana. 

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(*) "a calzón quitao" es una expresión coloquial que en Colombia significa hablar con la verdad, en serio, sin tapujos, mentiras ni dobleces.
[1] Tutu, Desmond. «Carta de Desmond Tutu a los colombianos.» Carta de Desmond Tutu a los colombianos. 23 de 09 de 2012.
[2] Morales Dominguez, Esteban. «"¿Somos afrodescendientes o no?".» http://estebanmoralesdominguez.blogspot.com/2012/09/somos-afrodescendientes-o-no.html. 25 de 09 de 2012.

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CuestionP Aportes para una teorìa polìtica de la afrodescendencia por Arleison Arcos Rivas se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 2.5 Colombia.

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