El esclavo era un esclavo no porque él fuera el objeto, sino porque él no podía llegar a ser el sujeto.
Orlando Patterson
La de los afrodescendientes en América es una historia de liberación y no de esclavización. Las evidencias crecientes que dan cuenta de las acciones emancipatorias en África durante la captura violenta por parte de europeos y las subsecuentes manifestaciones hostiles, provocaciones, naufragios, navíos perdidos, amotinamientos y huidas en pleno mar abierto (Linebaugh y Rediker 2005) [2], así como las prácticas permanentes de insubordinación, cimarronaje, apalencamiento y arrochelamiento gestados desde los primeros años de permanencia en territorio americano, dan cuenta de cómo los africanos emancipados en América se hacen cimarrones, creciendo en libertad y recomponiendo los hilos de su desbaratada vinculación con el África natal y ancestral.
Con datos documentados como el del primer cimarrón en América en 1502 (Price 1973, 11) y la constitución del primer palenque en suelo colombiano en 1529 (Camacho 2008) , asistimos a constantes reconocimientos de la libertad como el fundamento de la persistencia de África en América.
Sin embargo la esclavización impuso, con fuego, muerte e indignidad, claves de determinación de la vida africana en el nuevo continente, entronizando la sumisión, la subordinación y el encadenamiento ritual como estrategias de contención de las ansias de libertad de las y los que, pese a la degradación moral que impone la esclavización, reinventaron nuevas formas de resistencia en medio de tal situación (Contreras 2006) .
Una de estas iniciativas la constituye el recurso legal. En los intersticios gestados a lo largo de tres siglos, los esclavizados hallaron mecanismos de presión con los que procuraron, en medio de su precariedad, limitar y contener las dinámicas oprobiosas de tal institución; las que finalmente implicarán su abolición legal y su extinción. El peso de tales prácticas de ensanchamiento del espacio social, político y jurídico se suma a la tradición política libertaria que se expresa en el cimarronismo y el apalencamiento, revelando un significativo cúmulo de experiencias estratégicas alternativas de resistencia y liberación que constituyen un acumulado histórico insustituible en la articulación histórica del pensamiento político afrodescendiente.
La erosión del dominio
En la fijación de las condiciones que posibilitaron la esclavización y su justificación ética, política, religiosa y social, el derecho ocupa un papel central tanto en la definición de categorías exclusivistas sobre las que se asienta el trato social discriminatorio como sobre la gestación de una discursividad de la dominación marcada por el reconocimiento de un ser humano como propiedad; es decir, por el vaciamiento de la humanidad en la relación esclavizada, en la que “los imperios mercantiles europeos en América implantaron y desarrollaron la esclavitud en función de razones prácticas, como la necesidad de poner a funcionar sistemas económicos de producción y de extracción de excedentes” (Diaz 2003, 67) , sostenido a sangre y fuego, al menos en sus primeros dos siglos; pese a que resulte reconocible igualmente un marco relacional en el que pequeñas ventanas de oxigenación eran establecidas en el sistema esclavista para generar “visos de libertad en la esclavitud” (R. A. Díaz Díaz 2003, 71) .
En sus siglos de existencia, la articulación entre juridicidad de la propiedad, explotación económica y dominación configura un cuadro social y político en el que el africano y sus descendientes son constreñidos de hecho y de derecho bajo el sello de la negación y la cosificación. Tanto en su fase de introducción, en su momento de expresión más salvaje o en su fase de de instauración hasta extinguirse, la esclavización rompió con toda estructuración de la dignidad al trasladar incluso a los nacidos de africanos la condición subyugada de la madre; máximo de tal perversidad, con la que se gestan no familias sino zoocriaderos esclavizados[3], del modo más abyecto imaginable. El hecho de que se haya optado por aplazar la emancipación legal desde el nacimiento hasta los 18 años en lugar de la incorporación inmediata de una masa de liberados en la sociedad republicana evidencia no solo la mezquindad con la que operaba el sistema esclavócrata en las décadas precedentes al decreto de su extinción. Tal iniciativa da cuenta igualmente de una estrategia calculada de control sobre los padres y madres de aquellos a los que tal promesa debería contener cualquier intención conspiradora o acciones de rebeldía.
Bajo el peso emblemático de la libertad negada pero irrenunciable, los esclavizados producen un mundo social y político alterno al esclavista cuyas implicaciones apenas empiezan a estudiarse. Tanto por las posibilidades de desarrollar una economía bizarra con la que se aprovechaban las fisuras introducidas en el modelo esclavista a partir del redoble del propio trabajo para producir procesos de autoliberación a altos costos; como por el recurso a las instituciones jurídicas, la mayor disponibilidad de espacios para su propia instrucción y la ampliación de las condiciones de movilidad, se habrían producido condiciones, especialmente para el esclavizado urbano, para desistir o por lo menos desestimar la estrategia cimarrona, procurando incorporarse a la sociedad colonial a partir de tales espacios precarios que abrían posibilidades de libertad en la esclavitud. Así, para aquellos en los que un cálculo de beneficios les hacía desistir de andarse monte adentro y arrochelarse, una estrategia plausible resultaba de “adoptar la estrategia afectiva a largo plazo: ser leal, obediente y así ganarse el cariño de sus amos para optar por una libertad graciosa. Pero, cuando esta donación no llegó, y a falta de ayuda familiar, uno de los caminos y el más recurrente antes de 1713 fue el de conseguir un préstamo” (Ogass Bilbao 2009) . Pese a que pueda mortificarnos un sesgo apologético, debemos reconocer que la actitud obediente constituyó un recurso malicioso y sagaz con el que algunos y algunas decidieron jugar a la liberación por las vías de la compasión, aunque no constituyera el procedimiento más eficaz en tal propósito.
Frente a acudir a la benevolencia, invertir la totalidad de lo ahorrado o entrar al mercado colonial como deudor constituyeron otras alternativas para proveerse la propia libertad o la del esposo, los hijos y otros familiares; apareciendo ambas como estrategias alternativas frente al cimarronaje. Dada su diversidad y frecuencia, más que estrategias de acomodación o amoldamiento esclavista deberían ser leídas como estrategias sustitutivas de la hostilidad en el proceso gestacional de la libertad, con los que igualmente se da cuenta de que “los mecanismos de resistencia de los esclavos fueron un fenómeno global en las regiones donde la institución esclavista estuvo vigente en cualquiera de sus manifestaciones” (J. L. Belmonte Postigo 2007, 39) . Si bien el efecto de estas prácticas o mecanismos no fue el de instigar grandes revoluciones o socavar de tajo el régimen esclavista (alternativas que no parecieran disponibles en los esclavizados del país, limitados como estaban por el férreo control coactivo y el peso de la represión bajo amenaza y evidencias de muerte); aunque no puede desestimarse su incidencia cuantitativa en la transformación de la legislación entorno al trato debido a los esclavizados, la moderación de los castigos incruentos y la contención de la animalización de su trabajo.
Si intentamos acercarnos a las motivaciones para no secundar a quienes decidieron permanecer al margen de la sociedad esclavista cuando no sabotearla al emprender la huida o sumarse a quienes permanentemente hostigaban casas, haciendas y minas, sonsacaban esclavizados, capturaban mujeres (incluso europeas), se arrochelaban, emboscaban los caminos; advertiremos que quienes permanecían en el servicio doméstico o en el trabajo esclavizado semilibre[4] buscaban participar de la acumulación de capital suficiente para apoyar la empresa cimarrona, para emprender sus propias iniciativas mineras, microempresariales y minifundistas o simplemente para proveerse sus propios jornales e incluso ingresos significativos que les permitían llegar a tener cantidades de oro y dinero que les permitía incluso hacerle importantes ‘préstamos’ a sus dominadores (Jacobs 1992, 21) y anticipos de pago por autoliberaciones; situaciones que revelan que, aun bajo la precariedad de la vida esclavizada, estas estrategias de erosión del dominio mediante la incorporación productiva pretendían hacerse a una manera de vivir decorosa, con el esfuerzo y el propio trabajo, pese a las profundas heridas e injusticias no resueltas que el sistema de esclavización dejó en las y los descendientes de africanos y en las huellas que aun reclaman un supuesto señorío frente a estos por los descendientes de europeos en América que sostienen y levantan aun fronteras de discriminación.
En ese esfuerzo, será la deslealtad y no la solidaridad; el sometimiento y no la reciprocidad; la homogenización y no la heterogeneidad el movimiento que caracterizará las relaciones históricas entre criollos de españoles y afrodescendientes, en la medida en que “las diferentes disposiciones jurídicas que versaron sobre libertad de esclavos no tuvieron la fuerza suficiente para provocar reacciones sociales igualmente propicias a este fin. La añeja cultura de la alteridad vista como “pecaminosa” e “indecente” y promulgada por la iglesia y la sociedad “blanca”, señalaron un camino bastante definido que complicó la unidad nacional y por el contrario produjo el rechazo para aceptar la heterogeneidad a que daba lugar la coexistencia de diversos sectores sociales; de ahí que la política de inserción tendiera a una proceso “asimilacionista” donde el negro y el indio debían “aprender” la cultura de los blancos y ser como ellos para acceder al reconocimiento bajo una condición de igualdad que exigía la homogeneidad como categoría para su inclusión” (Blanco 2010, 50) .
Ser como ellos, hacerse ‘blanco’ o blanquearse se convierten en las claves del carácter asimilacionista con el que se produce la incorporación de la diferencia; es decir, su evitamiento como parte del proyecto nacional republicano, que logrará opacar exitosamente los reclamos de alteridad como parte del acuerdo político entre las elites sobrevinientes al proceso colonial, estableciendo claras fronteras geográficas que delimitan el trato despectivo a aquellos y aquellas que ocuparon territorios al margen de la sociedad esclavista; al tiempo que calcarán las fronteras sociales con las que en el periodo esclavista se situaba al africano y sus descendientes en el lugar del paria, cuya pertenencia a dicho proyecto se niega de plano, tal como se escuchará en el discurso de las elites en el siglo XIX, en pleno siglo XX y aun bajo la prédica multicultural en la que resulta posible hablar de inclusión sin ceder espacios políticos y económicos que resulten significativos en el propósito de superar injusticias y formas institucionalizadas de ocultamiento, evitación e invisibilización de la afrodescendencia[5].
Estrategias de contención de la libertad
Resulta claro que, frente al temor de grandes rebeliones, los esclavistas habrán insistido en contener las posibilidades jurídicas, sociales y políticas de los esclavizados en condiciones en las que, sin embargo, ya no resultaba posible la implementación de regímenes de terror permanente, torturas a discreción o naturalización del trato incruento; mucho más si se considera el número cada vez más creciente de africanos y afrodescendientes bajo las diferentes denominaciones asignadas jurídica y socialmente para ellas y ellos en los países de América, superior en la mayoría de los casos a la población europea y euromestiza. Así, a finales del siglo XVIII, la frecuencia con la que se recurre a la figura del defensor de esclavos para denunciar el hostigamiento y el trato incruento, la vulneración de derechos de ley, el desvertebramiento de familias, el engaño en un negocio o el rompimiento de acuerdos de libertad, evidencia que la institución esclavista habría tenido que ceder significativos espacios que si bien no hicieron del esclavizado un hombre libre, sí le hicieron un sujeto problemático (entre propiedad cosificada e individuo con autonomía restringida) que podía acudir con relativo optimismo por su causa ante los estrados judiciales (Cháves 2001, 85 - 104) .
El mayor acceso al sistema judicial podría entenderse incurso en un modelo de aparente amortiguación de la esclavización. Sin embargo, Tales prácticas de moderación del dominio contaron con la oposición manifiesta y contundente de muchos esclavistas que, aun incluso ante la mediación de la corona española y su infructuoso intento de establecer un código de trato benevolente a los esclavizados en 1789, procurando incluso su instrucción y educación en una serie de oficios autorizados (Lucena 1994, 211) . Aun con ello, es claro que el régimen de esclavización debió adaptarse paulatinamente para hacer frente a la contestación adelantada permanente por quienes intentaron una y otra vez, de hecho o de derecho, sacudirse el yugo de su condición ignominiosa (J. L. Belmonte Postigo 2007) .
En ese contexto, la incorporación del contrato de aprendizaje como alternativa de las elites para aplazar y contener aun más el reclamo de libertad de las nuevas generaciones de afrodescendientes, marca una clara estela de deslealtad con la que se dibujan las tensiones entre el proyecto republicano de las elites en el que la esclavización podía aun ser sostenida y el proyecto libertario de los afrodescendientes en el que tal institución ya no tenía cabida.
Para dichas décadas, la evidencia de milicias afrodescendientes apostadas en cabildos, provincias y gobernaciones por todo el país, da cuenta del peso del cimarronismo y el arrochelamiento presentado como bandidaje en la voz de las autoridades públicas, quienes informan permanentemente de grupos crecientes de sujetos al margen del control oficial. Así, las comunicaciones que dan cuenta de emboscadas, incautaciones, fugas de presos y organización de cuadrillas armadas resultan significativas para dar cuenta del estado de alteración social en el que participaban igualmente los afrodescendientes y que hacía temer un levantamiento masivo en la precaria república.
Muy seguramente por el contexto de la nueva guerra entre elites colombianas, iniciada precisamente en 1839, año en el que se boicoteó el efecto libertario de la ley de vientres, haya resultado impráctico enfrascarse en una disputa bélica de tinte étnico. De hecho, En 1842, la elite caucana se opone aun fuertemente a la manumisión intentado una nueva moratoria de la libertad y organizando expediciones a países vecinos para zafarse de los compromisos de manumitir a los que tenían ya derecho a su libertad en Colombia. Para dicha época, alegan los caucanos que la república debe restituir “la subordinación y la disciplina bajo las cuales se conservaron los esclavos antes que principiase el proyecto de la independencia” pues en las décadas republicanas se habría enseñado “a los esclavos el camino de la insubordinación y del libertinaje, bajo el nombre seductor de libertad, y ellos aprendieron a mirar su estado y condición como mal que pudiera evitar volviendo los días de tribulación” (Juan Jorge Hoyos citado por Alvaro Tirado Mejía 1976, 98) .
Dicho de otro modo, la guerra de los supremos contuvo el brote de insurgencia afrodescendiente en las primeras décadas de articulación republicana. En el contexto de la Guerra de los Supremos, escenificada en cuatro años en los que el país invertirá tiempo, dinero y vidas, se producen cambios en la legislación con la que se pretendía dar la libertad a cuentagotas para afrodescendientes nacidos a partir de 1821. Como efecto de dicha ley, al término de la edad legal para permanecer esclavizados bajo el dominio de quien detentara el título de propiedad con el que se le obligaba a estar vinculado a una casa, hacienda o mina, se cohonesta una desfachatada burla a tales pretensiones al implementar el contrato de aprendizaje como una nueva estrategia para aplazar el disfrute de la libertad legal, hasta llegar a la edad de 25 años.
Esta situación y el hecho de que el liberalismo victorioso al final de dicha confrontación decida la abolición definitiva de la esclavización, lleva a advertir el peso que en la misma tenían las facciones autonomistas, propietarias de gandes extensiones de tierra y minas y, por lo mismo, abiertamente opositoras a la introducción de cambios en el proceso esclavista, pese a su defensa de la república (Uribe y López 2006, 70) . Dado que la guerra de supremacía no logró acallar los gritos de libertad afrodescendiente, en la misma se expresan grupos de rebeldes afrodescendientes que repelieron incursiones militares oficiales (Torres y Rodríguez 2008, 177-178) .
De hecho, cuando en 1851 José Hilario López hace eco de la causa libertaria e introduce al estado colombiano en la lucha por la abolición definitiva de la esclavización, deberá enfrentar una nueva confrontación militar auspiciada por conservadores interesados en bloquear tales aspiraciones; con lo que resulta posible afirmar que el debate bélico entre centralismo y federalismo en Colombia estuvo animado en buena medida por los ritmos de la esclavización y la negativa a su abolición por parte de los propietarios de tierras y minas en el país, antes que por el simple prurito del poder constitucional y el abstracto orden justo (Uribe y López 2006, 211-216) .
En conclusión: dignificar la afrodescendencia
160 años bajo el sol abolicionista, resulta claro que la libertad social no se reduce aun acto legislativo que “emancipe de la potestad de los amos”, como curiosamente advirtiera el conservador Joaquín Mosquera en contra de la emancipación legal y en defensa de la moratoria de la esclavización (Mosquera 1829) . Sin embargo, lo que tal ocultamiento hace evidente es que en el proyecto de las elites nacionales, leído en el debate parlamentario, en las reformas legales y en los gritos de batalla, los afrodescendientes han estado siempre presentes, como enemigo derrotado al que se condena al peso de su fracaso, por fuera del consenso identitario.
Pese a que con bastante frecuencia recuerdan que hoy, como ayer en Cartagena en el desconcierto nacional gravita su presencia amenazante, a la que ya no embaraza el temor (Múnera 2008, 187) , les abriga la confiada certidumbre de quien afirma que “los hombres libres de color (…) no aprovecharon la apertura política producida por las guerras de independencia para imponer su dominio” (Helg 2000, 221) . Romper con esta idea de la pasividad histórica y política de las y los descendientes de africanos en el país resulta una tarea monumental en el proyecto de restitución de la dignidad y la significación de la afrodescendencia como proyecto libertario frente a la república como ejercicio de dominación.
Trabajos citados
Belmonte Postigo, José Luis. «Erosionando el dominio de sus propietarios. Un análisis de las tachas de los contratos de compraventa de los esclavo en Santiago de Cuba, 1780 - 1803.»Contrastes. Revista de historia., nº 13 (2007): 37-56.
Belmonte Postigo, José Luis. «"Intentan sacudir el yugo de la servidumbre". El cimarronaje en el oriente cubano, 1790 - 1815.» Historia Caribe, nº 12 (2007): 7-21.
Blanco, Jacqueline. «De los derechos sociales sobre la libertad e igualdad a la definición de los derechos civiles y políticos después de la independencia.» Prolegómenos XIII, nº 26 (julio-diciembre 2010): 43-58.
Camacho, Lorena. «Documentação: La presencia de población negra en Santa Maria de la Antigua del Darién, 1510-1525.» Sankofa. Revista de História da África e de Estudos da Diáspora Africana, nº 1 (2008): 88-107.
Cháves, María Eugenia. Honor y libertad. Discursos y Recursos en la Estrategia de Libertad de una Mujer Esclava. (Guayaquil a fines del período colonial). Departamento de Historia e Instituto Iberoamericano de la Universidad de Gotemburgo, 2001.
Contreras, Moisés Munive. «Resistencia estática: los negros colombianos contra la esclavitud: Cartagena Y mompox, Siglo XVIII.» Tiempos Modernos 14 (2006/2), nº 14 (2006).
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Díaz Díaz, Rafael. Esclavitud, región y ciudad: el sistema esclavista urbano-regional en Santafé de Bogotá, 1700-1750. Pontificia Universiad Javeriana, 2001.
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Helg, Aline. «Raíces de la invisibilidad del afrocaribe en la imagen de la nación colombiana: independencia y sociedad, 1800-1821.» En Museo, memoria y nación, de Gonzalo Sánchez y María Emma (comp) Wills, 219 - 251. Museo Nacional de Colombia, 2000.
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Juan Jorge Hoyos citado por Alvaro Tirado Mejía. Aspectos sociales de las guerras civiles en Colombia. Instituto Colombiano de Cultura, 1976.
Linebaugh, Peter, y Marcus Rediker. La hidra de la revolución: marineros, esclavos y campesinos en la historia oculta del Atlántico. Crítica, 2005.
Lucena, Manuel. Sangre sobre piel negra. La esclavitud quiteña en el contexto borbónico. Abya Yala, 1994.
Melville, Herman. Benito Cereno. LOM, 2006.
Mosquera, Joaquín. Memoria sobre la necesidad de reformar la ley del Congreso Constituyente de Colombia del 21 de julio de 1821, que sanciona la libertad de los partos, manumisión y abolición del tráfico de esclavos y bases que podrían adoptarse para la Reforma. Carácas: Imprenta de Tomás Antero, 1829.
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Ogass Bilbao, Claudio Moisés. «Por mi precio o mi buen comportamiento: Oportunidades y estrategia de manumisión de los esclavos negros y mulatos en Santiago de Chile, 1698 - 1750.»HISTORIA [en línea] 2009, vol. 42 42, nº 1 (2009): 141-184.
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Sarracino, Rodolfo. Los que volvieron a Africa. Editorial de Ciencias Sociales, 1988.
Torres, César, y Saúl Mauricio Rodríguez. De milicias reales a militares contrainsurgentes: la institución militar en Colombia del siglo XVIII al XXI. Pontificia Universidad Javeriana, 2008.
Uribe, María Teresa, y Liliana María López. Las palabra de la guerra. Un estudio de las memorias de las guerras civiles en colombia. La Carreta, 2006.
[1] Arleison Arcos Rivas. Licenciado en Filosofía y Magister en Ciencia Política. En la actualidad se desempeña como Rector de la Institución Educativa Federico Carrasquilla y como Docente en el Pregrado en Ciencia Política de la Universidad de Antioquia. Publico en Eumed, editorial virtual, ciudadanos armados. Actualmente prepara Africanía, Cimarronaje y Ciudadanía.
[2] Uno de los más documentados en el período tardío del proceso esclavista, el del barco Amistad en 1839, cuyo reclamo de retorno a África fue saboteado por los esclavistas, condiciendo el barco a costas estadounidenses, en donde, tras un sonado litigio, se dio un fuerte impulso a la causa abolicionista reconociendo la libertad de los esclavizados amotinados. Véase (Sarracino 1988, 31 y ss.) . Igualmente novelas como Benito Cereno de 1853, (Melville 2006) y la mucho más célebre Raíces, de Alex Haley
[3] Esta expresión la tomo de una conversación con el Investigador Rafael Peréa Chalá, para quien tal situación de denegación produce en el esclavizado un sujeto enfermo que porta en su propia historia el síntoma de tal padecimiento. En dicha conversación, de la que participó igualmente María Isabel Mena, nos preguntábamos si en realidad la enfermedad no está en el esclavizado sino en el esclavizador, a lo que, en todo caso, me parece poco probable que pueda ripostarse argumentando que esclavizador y esclavizado padecen del mismo mal. Este asunto, más sicoanalítico si se lo quiere, debería ser explorado por quienes se aventuren a reconstruir la historia de la afrodescendencia en clave gestionaría y emancipada; que enfrente el hecho de que, en la medida en que, para el esclavizado, la esclavización no es el producto de una escogencia, se convierte en una dolencia de efectos continuados, por ejemplo. Las claves del trabajo de Franz Fanon resultan significativamente útiles para tal indagación.
[4] Rafael Díaz haya en un pleito por una acusación de hurto la expresión “libertad limitada” (R. A. Díaz Díaz 2003) . De igual manera, extiende esta idea a la condición de aquellos esclavizados que debían proveerse jornales “como si fuesen personas libres”; con los cuales, además, mantenían el parasitismo de sus esclavizadores. (R. Díaz Díaz 2001, 169-174)
[5] De manera sintomática me he referido en otro lugar al carácter monocromático del equipo ministerial, a la inexistencia de magistrados afrodescendientes en un país que cuenta con un alto número de abogados especializados de dicho grupo étnico, a la precaria representación en las juntas directivas de las empresas públicas y, peor aun, en las privadas, que develan una cartografía de la servidumbre con la que se pretende continuar escribiendo la práctica del proyecto de nación colombiana.
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