sábado, 4 de junio de 2011

1821: La invención étnica de Colombia

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En las edades venideras cuando nuestros nietos vivan en una tierra no manchada por la esclavitud se llenarán de admiración, y mirarán con lastima y desprecio a sus Abuelos, que llegaron a poner en duda los primeros derechos del hombre, conocidos y respetados entre aquellos pueblos que llamamos bárbaros, porque no han imitado nuestros vicios.
José Félix de (J. F. Restrepo 1822, 1-2)



[El primer acto realmente fundacional de la nacionalidad colombiana lo constituye la declaratoria legal de abolición de la esclavitud producida con la ley 7 del 21 de julio de 1821, con la que se decide “sobre la libertad de los partos, manumisión y abolición del tráfico de esclavos”. Su lacónico ordenamiento libertario, promovido por José Félix de Restrepo, empieza a desmoronar desde la gestación de la libertad en el vientre los vestigios del régimen esclavócrata, al tiempo que funda las claves étnicas del designio nacionalista: inclusión sin garantías, apropiación calculada y privatización del Estado; prácticas con las que se institucionaliza un modelo de producción de igualdad en el que la diferencia aparece como un discurso prisionero de imaginarios coloniales. Advertir mejores alternativas para la articulación de nuestra nacionalidad pasa inexorablemente por romper con una tradición legalista sin pretensiones de producir transformaciones reales en el desconcierto de las relaciones sociales y de producción en el país.




De la esclavización a la lucha por la libertad

La esclavización constriñó la expresión del poder político en Colombia, a tal punto que, con su extinción legal, sus élites más conservadoras temían la bancarrota, la pérdida de las dotes, las herencias y el prestigio social y económico (Tovar y Tovar 2009, 31-68); ganado luego de siglos de articular familias dedicadas a ensanchar sus riquezas con el lucrativo negocio de hacer trabajar bajo la fuerza y el sometimiento jurídico, económico, social, cultural y militar a seres humanos inermes capturados y embarcados como presas en África y a sus descendientes en América; a los que se homogeneizó denominándoles genéricamente ‘negros’,  con independencia de su procedencia cultural y geográfica en el territorio africano.

De conjunto, la importancia que gana la abolición como un asunto político trascendental en la articulación republicana en la que se ocupaba la limitada representación de la elite criolla luego de las victorias independentistas, expresaba su manifiesta prevención por la expansión de la rebelión entre africanos y afrodescendientes esclavizados, sumados a los que se denominaba libres de todos los colores, quienes no tuvieron asiento ni voz ni voto en tales espacios decisionales.

En la sociedad de castas heredada de la colonia; no sólo porque en número resultaban una población considerablemente superior, sino por el impacto libertario de su reacción contra el sostenimiento del proceso de dominación bajo esclavización, se temía una insurrección generalizada de las y los hijos de África en América. Según el historiador Alonso  Valencia LLano, “los debates que se dieron en torno a la abolición de la esclavitud ocultaron siempre el temor a una guerra racial, que los esclavistas entreveían en los procesos cimarroneros de las costas de Venezuela, Cartagena y Esmeraldas, de los valles del Cauca y del Patía, en las protestas antifiscales de finales del período colonial (como la de los comuneros en Colombia, de fuerte cuño étnico) y en la liberación de costumbres que surgieron después de las guerras de Independencia y que llenaron de negros a ciudades como Caracas, Cartagena, Cali, Guayaquil y Lima” (Valencia L. 2004, 166).

En síntesis, se figuraban las elites que el sostenimiento de la esclavización posterior a los procesos de independencia escenificaría revueltas mayores y de tal peso que, con la experiencia de Haití de por medio, trastocarían los hilos del poder sobre los que se sostenía su economía y su sociedad; de tal modo que la situación obligaba a considerar seriamente, sino el desmonte del lucrativo modelo, sí reformas que contuvieran la animosidad creciente de aquellos a los que continuaron llamando negros, aun en pleno proceso fundacional de la nación, con lo que discursivamente se perpetuaba el trato y las consideraciones coloniales de superioridad – inferioridad articuladoras del proceso esclavista.

Dado que la esclavización no constituyó una figuración simbólica sino una condición dolorosamente vivida, en los albores de la república las y los africanos, sus descendientes esclavizados y libres de todos los colores reclamarán su libertad, motivados en buena medida por su apoyo a la causa independentista; situación que explicaría suficientemente los continuos actos de manumisión y concesión de la libertad adelantados, antes de que los mismos tuvieran un soporte jurídico, por parte  de adalides regionales de la causa independentista.

De igual manera, los actos jurídicos en los que aparecen reclamando su recate, por ejemplo en Antioquia, sujetos como José María Martinez, haciendo “recuento de su libertad, meritos y servicios durante la época de la Independencia(Archivo Histórico de Antioquia 1821), permiten suponer que el suyo no ha debido ser el único caso que recurriera a un juez por el cobro libertario de su participación en el nacimiento de la República. Infortunadamente estos protagonistas permanecen aun en silencio, pues como afirmó José Manuel Restrepo, en esa gesta insurreccional lucharon heroicamente y “murieron hombres que figuraron menos que yo”. (J. M. Restrepo 1985).

El que el de la libertad de los esclavizados haya constituido uno de los primeros asuntos considerados por las nacientes instituciones republicanas indica la consideración de su mayor importancia en el futuro de la naciente república, en un congreso como el celebrado en la Villa del Rosario de Cúcuta en 1821, a cuyos representantes podemos concebir “imaginando un soberano para un nuevo país (Wills 1998).
La esclavización no era una figuración simbólica o elucubrativa sino una condición vivida que requería ser resuelta acudiendo a la humanidad negada que se precisaba restituir, así como al fundamento mismo de la gestación republicana.  De hecho, incluso antes de la escenificarse la causa independentista se advierte tal reclamo en  las sucesivas evidencias de causas judiciales en las que los defensores de esclavos, de los pobres o de menores, acudían a la retórica libertaria republicana en sus alegatos, muchas veces abiertamente opuestos a la conservación de la práctica esclavista; denunciando el incumplimiento de promesas de libertad, la vulneración de las leyes o los tratos degradantes a los que sus defendidos se veían sometidos. Así por ejemplo, para 1807, en la causa por la libertad de Francisca de Gantes, el procurador de esclavos argumenta contra tal institución, que constituye “por lo mismo de ser la servidumbre contra razón de natura (…), una condición violenta y odiosa que, en lugar de ampliarse y favorecerse debe restringirse y angustiarse (Lucena Salmoral 1994, 77).
En todos estos casos, la retórica jurídica pone en boca de los esclavizados la conmiseración, la rebaja de su dignidad, “una desvalorización del sujeto para obtener su libertad (Bernard 2001, 119) consistente en pordebajiarse, considerarse indigno y poca cosa; minimizando la propia valía para obtener la dádiva libertaria, ante lo cual la súplica se convierte en el estado de ánimo que termina por evidenciar las condiciones de dominio en las que el derecho y los tribunales entran a operar, las más de las veces, contra la dignidad del ser humano esclavizado y a favor del sistema de esclavización. En tales casos, aun cuando se declaraba la libertad por ley, se fiaban de someter al desexclavizado al servicio y presencia bajo servidumbre de su antiguo dominador, lo que para muchos significó ser tratado “peor que un esclavo”, dado que si bien eran legalmente libres, debían permanecer agregados de por vida al servicio de quien les liberó y su familia; además de proveerse para sí mismos y sus familias el alimento, el vestido y el techo con sus jornales, de los que igualmente recibía retribución el dadivoso.

Los cimientos de la invención nacional

Instalada formalmente la República, los criollos se muestran timoratos para cumplir sus promesas de derrumbar la institución esclavista, aunque no al punto de instigar la rebeldía de las mayorías; por lo que responden al reclamo libertario de los esclavizados tímidamente, aplicando una fórmula de liberación gradual que, pese al querer explicito de Bolívar reclamando la libertad absoluta de los esclavizados, instaurará una libertad a plazos, iniciada al salir del vientre materno. La ley 7 de julio 21 de 1821 (Congreso General de Colombia 1845) decreta la libertad “de los hijos de las esclavas que nazcan desde el día de la publicación de esta lei en las capitales de provincia y como tales se inscribirán sus nombres en los rejistros de las municipalidades y libros parroquiales”. Esta ley prohíbe el tráfico de esclavizados desde y hacia el país y crea igualmente las juntas de manumisión,  asignándoles la misión de libertar “a los esclavos que pueda, con los fondos existentes”, nacidos de gravámenes sobre las herencias y “escojiendose para la manumisión los (amos) más honrados e industriosos”.

En la historia nacional, se registra el hecho de que ya en 1812 en Cartagena y en 1814 en Antioquia se había decretado la inmediata abolición de la institución esclavista, urgidos como se encontraban tales territorios de contar no sólo con brazos en las faenas agrícolas, mineras y mercantiles sino igualmente para que aportaran en cuerpo y alma a la revuelta de autonomía ya iniciada, contando además con que España intentaría recuperar sus antiguos territorios, como efectivamente ocurrió[2].

Desterrados los españoles de Colombia, tímidamente en 1819 en Angostura, y con más decisión en Cúcuta en 1821; teniendo presente los graves incidentes que se sucedieron en medio de la revuelta independentista así como las permanentes acciones de cimarronaje y arrochelamiento y temiendo la pesadilla de verse con minas y tierras vacías, abandonadas y sin quien pudiera trabajarlas, se decidió el cumplimiento a cuenta gotas de la promesa con la que Bolívar había logrado la significativa participación de generosas porciones de las y los hijos de África en América en la gesta independentista, incluido el apoyo de Haití, primera república liberada de América, que blandía orgullosa el estandarte de la libertad afrodescendiente. La participación de africanos con sus descendientes esclavizados y libres en los avatares de las batallas nacionales obedeció a la proposición de libertad a cambio de sumarse a los ejércitos en armas contra España, como finalmente ocurriría; pese a que la historiografía oficial disimula con frecuencia tan masiva y decisiva incorporación de mujeres y hombres que “armados como soldados y acostumbrados a un grande valor”[3], desde el Pacífico Sur hasta el norte Caribe pusieron sangre heroica y lucha bravía a la conquista de su libertad, a la que ya no sería posible renunciar en tiempos republicanos.

José Felix de Restrepo, legislador abolicionista, tuvo una participación destacada en este episodio de la vida nacional, registrada en su célebre Discurso sobre la manumisión de esclavos ante el Congreso de Cúcuta en 1821, en el que argumenta que el crimen de la esclavización resulta contrario al derecho natural, al espíritu del evangelio, a la seguridad y permanencia de la República, a las buenas costumbres, al crecimiento poblacional, al fortalecimiento de la agricultura, la minería y la industria y al agradecimiento con la gesta de Bolívar (J. F. Restrepo 1822, 32); premisas con las cuales pretendía persuadir de la conveniencia de la abolición de la esclavitud a los legisladores esclavistas y a figuras del naciente gobierno republicano en contra de dicha medida. Como resultará evidente, en dicha argumentación no se concebía la idea de una eliminación radical e inmediata de la misma sin acudir a un mecanismo de compensación a los hacendados y terratenientes que usufructuaban abusivamente tal fuerza de trabajo. Por ello, Restrepo considera pertinente la implementación de la gradualidad y la compensación económica, que resultarán características fundamentales del proceso emancipatorio colombiano, en el que se aceptaba que “la esclavitud debe destruirse, sin destruir al propietario” y que “no conceder la libertad es una barbarie; darla de repente es una precipitación” (idem).

Tradición libertaria y rebeldía afrodescendiente

La emancipación no fue un regalo de las elites; muy por el contrario, como se evidenció en los eventos de 1811 iniciados en Getsemaní en Cartagena, esclavizados, libertos y nacidos libres participaron en revueltas e intentonas de transformación de las condiciones oprobiosas producto de la esclavización presionando su abolición y la declaratoria de independencia (Múnera 2005, 160).

Si bien durante el proceso armado libertario se presentaron enfrentamientos entre grupos de esclavizados alzados contra hacendados y terratenientes republicanos, sobra decir que los mismos fueron auspiciados sagazmente por una estrategia divisionista en manos de los ejércitos realistas y de sus facciones aliadas en la elite criolla, que dirigieron el odio de los esclavizados contra el salvajismo de sus opresores, vendiendo además la idea de un rey bueno que no sabía lo que aquí pasaba (como se canta en un alabao caucano). Lo cierto es que la masiva incorporación afrodescendiente fue decisiva para doblegar los ánimos de los Españoles, obligándoles a retroceder en buena parte del territorio de la Gran Colombia; al tiempo que generó las condiciones paraqué las elites criollas se persuadieran de la imposibilidad de sostener incólume el régimen de esclavización que constituía su herencia colonial y que podría perderse, amenazada como estaba por los efectos de casi una década de batallas en la que una considerable proporción de africanos y sus descendientes había ganado su libertad enfrentándose a muerte en la lid insurreccional cimarrona, retirándose de los centros poblados, concentrándose en palenques, rochelas, caseríos y nuevas poblaciones ribereñas, así como participando en la contienda libertadora.

Así, cuando en un intento por restituir su autoridad, el Gobernador José Concha publica un bando que ofrece amnistía a quienes habían huido durante los años que duró la guerra de independencia, “además de la necesidad de controlar el orden social, el bando dejó ver que muchos de los esclavos habían asumido de hecho la libertad, pero también que las prevenciones ideológicas y sociales que pos patriotas tenían frente a los hombres de origen africano no habían cesado (Valencia Llano 2007).

Sumado a ello, más allá de la diatriba ideológica según la cual “Colombia era una hermosa creación de Bolívar que debía siempre existir armada con su lanza y su broquel”, las graves disputas localistas provocarán enfrentamientos entre las elites nacionales de la Gran Colombia, por lo que la misma, “terminada la guerra, era una especie de monstruo político (…) no podía vivir, porque en la naturaleza no caben las cosas ni las naciones desmesuradas y sin cohesión (Páez 1990, 21). En ese contexto, las discusiones de la élite caraqueña, caucana y limeña reaccionarias contra la emancipación, incrementaban el ambiente de desconcierto y rivalidad antibolivariana, al tiempo que evidenciaban la temida pérdida de su posición social, política y económica, que podría producirse con la denominada pardocracia, cuyo grito de “mueran los blancos y los ricos” se había escuchado ya desde 1813 en boca del mulato José Tomás Boves (Valencia L. 2004, 154).

Incluso sonadas victorias militares con un claro matiz étnico alimentaban tal zozobra: En los eventos del 24 de junio de 1821 en Cartagena, el miedo al advenimiento de la pardocracia pudo haber tomado cuerpo incrementando la suspicacia de las elites, siendo que ningún otro prócer distinto a José Prudencio Padilla resultó aclamado por el pueblo como libertador de la ciudad (Zapata Olivella 2000, 160).

La invención de la libertad

En las discusiones del congreso de 1821, la voz del antiesclavista José Felix de Restrepo, representante antioqueño, resalta frente a las de sus contradictores y defensores del esclavismo en la naciente república. Contra ellos, Restrepo plantea que “es  un egoísmo criminal pretender para nosotros la libertad e independencia de la España si no la queremos dar a nuestros esclavos (J. F. Restrepo 1822, 2); con lo que dibuja suficientemente bien el estado de la cuestión: la gesta de independencia había planteado desvincularse de España como acto fundacional de la república, mas no desarticular la esclavización como evidencia del sistema de dominación social y política, sobre el que se soportaron las distintas dimensiones del relacionamiento social, político, económico y cultural entre las y los hijos de españoles, africanos e indígenas en el continente americano.

Argumentos de diversa procedencia esgrimió José Felix de Restrepo, retando incluso a sus contradictores, como se usaba en la retórica de la época. Para medir el nivel de bizarría con el que la esclavización se impetró en la sociedad colonial y aun en los primeros años de la vida republicana, Restrepo invitaba a preguntarahora a todo hombre libre, si aceptaría la esclavitud con las condiciones mas ventajosas, y su respuesta decidirá la qüestion”. (J. F. Restrepo 1822, 18)

Contrario a quienes argumentaban de la esclavización como un asunto de propiedad, Restrepo expone razones de tipo cultural:

Los negros están dominados de todos los vicios: son perezosos, embusteros, ladrones: con todos estos defectos causaran grandes males en la sociedad, si no los contiene el miedo del castigo. Asi hablan los Apóstoles de la tirania. No creo que sean tan viciososo como se pondera. Según el testimonio de los viajeros, los negros son capaces de la mas completa civilización; tienen inclinacion por la musica y las artes: poseen virtudes morales; son compasivos, hospitalarios, y en la presente transformación política han dado exemplos de generosidad heroica. La fidelidad con que guardan un depósito es inviolable. El amor y respeto á los padres tan olvidado entre las naciones que llaman cultas, es muy grande; mas fácilmente perdonan una bofetada que una injuria dicha contra sus padres: hiéreme, pero no maldigas á mi madre, es expresion muy comun entre los negros. Si trasladados a nuestros climas son holgazanes, maliciosos, hipocritas, embusteros, es defecto de su estado y del contagio de nuestras costumbres. En los blancos observamos los mismos, y aun mayores defectos. En quanto al de la pereza especialmente, nada tiene de extraño, que no amen un trabaxo de que no les resulta alguna ventaja: si nosotros nos hallaramos en las mismas circunstancias haríamos otro tanto (J. F. Restrepo 1822, 17)

De esta manera, en la gestación de la retórica libertaria nacionalista empiezan a aparecer reclamos igualitaristas que someten los estereotipos construidos bajo el modelo esclavista al examen de la vida cotidiana y a la valoración moral propia del espíritu republicano. Si bien tal argumento no pretende encontrar una significación particular de valía cultural diferenciadora, extraña al discurso republicano, remite a la comprensión de la igualdad el reclamo antiesclavista, al tiempo que reconoce el peso ignominioso de tal institución, demoledora de la dignidad y promotora de inhumanidad.  Aun en medio de tales vejámenes, Restrepo exalta valores y fundamentos identitarios que la esclavización no habría eliminado en las y los afrodescendientes considerando ignorante el argumento de la falta de civilización, resaltando la valoración por las artes y la música, la generosidad y la confianza y el respeto reverente por los mayores.

Curiosamente,  a lo largo de su defensa, traslada a los españoles y criollos el contagio de costumbres malsanas, así como reconoce que el desinterés por la vida productiva bajo esclavización constituye una característica inherente a tal proceso, que no produce ventaja alguna al dominado.
En la discusión en torno a las razones para impedir o no proceder con diligencia en el proceso legal de emancipación y abolición de la esclavización, se plantea que la falta de ilustración en los esclavizados constituirá un mal para la república y para ellos mismos, antes que un bien. Restrepo enfrenta sagazmente tal prejuicio asemejando la condición del esclavizado a la de los americanos respecto a España, tal como en las Cortes de Cádiz se había protestado:

“Los esclavos, dicen otros, no tienen ilustración: es preciso dársela antes de liberarlos: sin ella causarian muchos males a la sociedad, y se destruirian entre si. Este es puntualmente el raciocinio de los Españoles quando se trata de la Independencia. Los Americanos no tienen artes: entregados á sí mismos no pueden formar Gobiernos, se devorarán mutuamente como bestias feroces, y es propio de la generosidad de la Madre Patria impedir estos desordenes. Justo es que gocen de independencia, pero es intempestiva y debe reservarseá tiempo mas oportuno. ¿Y quando llegaría el tiempo en que los Españoles ilustrasen á los Americanos, y los amos a sus esclavos? ¿Será quando yá no necesiten manos para extraher el oro, y cultivar la Caña?” (J. F. Restrepo 1822, 17)
Los argumentos usados por José Felix de Restrepo, que recuerdan los del propio Bolivar en el Congreso de Angostura contra la esclavización, retan incluso las concepciones del poder al proponer en tono sarcástico la trasmutación de preceptos legales que abiertamente declaren el señorío y la subyugación como fuentes de derecho: “Es pues indispensable que el Soberano Congreso aniquile la esclavitud, ó sostituya á la ley fundamental esta otra: el Supremo Poder Nacional estarà dividido para la clase de los blancos en Legislativo, Egecutivo y Judicial; pero para la clase de los negros permanecerá reunido en la sola persona de sus amos (J. F. Restrepo 1822, 31)

Libres y propietarios de sus brazos

Cada esclavo, hecho ya libre, es un nuevo propietario, preconizaba José Felix de Restrepo, situación que, sin embargo, no se concretó en las decisiones del Congreso de Cúcuta y, menos aun, en la declaratoria abolicionista de 1851, que reconoció a los africanos y sus descendientes como libres sin concederles riqueza o instrumento alguno para producirla excepto la propiedad de sus brazos. Pese a la implementación gradual del proceso de manumisión compensada al propietario, no hubo en Colombia reparación para los esclavizados, ni se les hizo propietarios, ni se les ofreció mayor instrucción ni apoyo a actividades de producción individual ni colectivas, ni se les tituló tierras, ni se les asignó haciendas, ni se les proveyó de insumos para gestar en libertad iniciativas ocupacionales y laborales en condiciones dignas y decorosas, dejando en manos de sus antiguos opresores la benevolencia de tales medidas; es decir, perpetuando en libertad las condiciones de la miseria, la desprotección y la injusticia granjeadas bajo esclavización.

Si bien las motivaciones antiesclavistas podrían jugar igualmente roles de dominación vertidos sobre los odres de la libertad, tal estado resultaba preferible a la entronización de la esclavización en tiempos republicanos. De Restrepo, nuevamente, cita ‘al elocuente Raynal’, exhortando al Congreso de Cúcuta: “aliviemos de las cadenas los brazos de nuestros esclavos, y ellos serán más activos y más robustos para servirnos (J. F. Restrepo 1822, 25-26). Incluso se acude a técnicas de persuasión que consideran los costos en los que el esclavista incurre, afirmando su disminución pues “al hombre libre solo se le ocupa en tiempo de arar, sembrar y cosechar; se le despide quando  no es útil, y nada se pierde en su muerte (J. F. Restrepo 1822, 26)

Aun así, además de las trampas para morigerar el proceso de manumisión, la falta de educación y oficio hacía que el liberto llegado a la edad de 18 años debiese permanecer al servicio del esclavista que se aseguraba así su trabajo bajo servidumbre a menor costo, pues no le obligaba con él sino la contraprestación o reconocimiento por el jornal correspondiente, pagado como era de esperarse a precios de miseria.

Por ello, aunque al promover la gestación en libertad, la ley de partos reconfiguraba las relaciones del nacimiento esclavizado, se decretaba en asuntos que no cambiarían, sin embargo, los imaginarios sociales que vinculaban la esclavización con la pigmentación y el origen sanguíneo que vinculaba al neonato con África, pese a que el legislador esperaba que “todos los amos en general trataran como hombres á los que antes miraban como bestias, reduciendo la rigurosa esclavitud á una honesta domesticidad, y recompensando de este modo los ultrages hechos al género humano (J. F. Restrepo 1822, 34).

Tal medida evidenciaba entonces los límites del republicanismo, que delimitan la construcción de un proyecto político que recurrió a la creación de una identidad nacional de tránsito armonioso (Lasso, 2007) (Múnera 2005), en el que etnias y colores fueron celosa y oficialmente invisibilizados, pese a su influjo en las prácticas societales en las que el ciudadano seguía siendo denominado amo e imaginado como soberano.

Muchas fueron las fuentes de los argumentos esgrimidos en el Congreso de 1821. Cuando, por fin -luego de haber servido como instrumento de domesticación, resignación y justificación del negocio, la fe y la piedad religiosa son esgrimidas como argumento en contra de la esclavización de seres humanos, ni los jerarcas de la iglesia logran persuadir a sus feligreses de la conveniencia de tal medida, empecinados como estaban en razones de cálculo y beneficio: “¿Qué contestacion puede darse (dice el celebre Obispo de Blois) á unos hombres que quando se invoca la Religion, la Caridad, responden hablando de Cacao, de paquetes de Algodón, de la balanza dé Comercio (J. F. Restrepo 1822, 22). Por tal razón, el imaginario humanista que animaba el naciente discurso de la libertad republicana en la que el esclavizado es entendido como un ser humano, se enfrenta con la pragmática de la economía política en la que sólo existen propiedades. Por ello, en la discusión constitucional de 1821 “el destino de los esclavos no es discutido sino en relación a la ley de manumisión y a las deserciones de las que se les acusa. Cuando se discute el derecho al voto no se les menciona directamente, pero implícitamente se les excluye (Wills 1998, 121).
   
Así, pese a que en el debate de la primera década republicana aparece la pregunta por la representación nacional de públicos étnicamente diversos, tal como en las cortes de Cadiz se había planteado la de los Americanos; resulta claro que, frente a la urgencia de extinguir la esclavización, la representación política y poblacional pasaría a un segundo plano en el proyecto político de las elites, demorando su incorporación al debate nacional; con lo cual se reproducía miméticamente la vieja estructura social jerarquizada  en las nuevas instituciones republicanas, dando preeminencia a criollos sobre los ahora libres, como antes la tuvieron sobre ellos los peninsulares. Aun por ello, no resulta explicable como luego de dos siglos de vida republicana los afrodescendientes, que en cifras oficiales suman hoy más del 25% de los colombianos, apenas cuentan en la Cámara de Representantes con dos curules por circunscripción nacional (es decir que no obedecen a una base regional o territorial de referencia), y ninguna en el Senado, como si la tienen los indígenas, cuyo peso censal alcanza precariamente al 2% de la población.

Un objeto político llamado deseo

De acuerdo a su pronóstico, Restrepo recibió alborozado la decisión legislativa de abolir en el vientre la esclavización humana en Colombia, afirmando que “los primeros pasos del Congreso de Colombia fueron pasos de Gigante”. A mi juicio, la consagración legal con la que empieza a extinguirse la esclavización en Colombia (que deberá esperar hasta 1851 para que se ordenara su completa abolición en el territorio nacional) constituye el acto fundacional de las aspiraciones de la nueva república, no sólo por el peso de una decisión trascendental con la que se emulaba el paso dado por Inglaterra, Chile, Argentina y algunos estados norteños en Estados Unidos; sino por la aspiración a un nuevo modelo de relacionamiento social que, sin embargo, luego de 160 años no termina por retornar a la senda en la que se dan pasos de gigantes ni de derribar las mazmorras institucionalizadas del racismo, como tampoco ha destruido las oprobiosas cadenas de la injusticia, la discriminación y la segregación de espacios en los que la diferencia y no la homogeneidad debería expresarse.

Al momento de restituir la dignidad de lo humano como valor político y de fortalecer el reconocimiento de la participación histórica, social, política, económica y cultural de individuos y grupos étnicos, no se trata de fomentar la sola promoción de acciones benevolentes en las que se incluye para no ser tachados de excluyentes y se visibiliza para camuflar la invisibilidad. De lo que se trata es de la construcción de un escenario societal en el que el diferente, el Afrodescendiente, tiene cabida como tal, sin privilegios pero tampoco sin trabas ni limitaciones, “con miras a instaurar novedosas prácticas socioculturales, políticas, institucionales y presupuestales, visibles, concretas, tangibles y medibles que materialicen los derechos históricos y contemporáneos de la diversidad étnica (…) de grupos y pueblos que conforman la Colombia de hoy(Mosquera 2009, 3). El proyecto político de la diferenciación étnica y la inclusión afrodescendiente encuentra en ello su principal reto y su única motivación. 


Trabajos citados

Archivo Histórico de Antioquia. «José María Martinez hace un recuento de su libertad, méritos y servicios durante la época de la Independencia.» 1821. Tomo 37, Documento 1283.
Bernard, Carmen. Esclavos negros y libres en las ciudades hispanoamericanas. Fundación MAPFRE - Fundación Hernando de Larramendi,, 2001.
Congreso General de Colombia. «Ley 7 de julio 21 de 1821.» En Recopilación de leyes de la Nueva Granada, de Zoilo Salazar, 104. Imprenta de Zoilo Salazar, 1845.
Lasso, Marixa. «Un mito de armonía racial: raza y patriotismo en Colombia, 1810-1812.» Revista de Estudios Sociales, nº 27 (2007): 32-45.
Lucena Salmoral, Manuel. Sangre sobre piel negra. Centro Cultural Afrocecuatoriano, 1994.
Mosquera, Claudia. «Los bicentenarios de las independencias y la ciudadanía diferenciada étnico-racial negra, afrocolombiana, palenquera y raizal.» En Acciones afirmativas y ciudadanía diferenciada étnico-racial negra, afrocolmbiana, palenquera y raizal. Universidad Nacional, 2009, de Claudia Moquera R. Ll. y Ruby León D., 1-68. Universidad Nacional, 2009.
Múnera, Alfonso. Fronteras imaginadas: la construcción de las razas y de la geografía en el siglo XIX colombiano. Planeta, 2005.
Páez, José Antonio. Autobiografía del General José Antonio Páez. Bicentenario de su natalicio. Vol. I. 2 vols. PDVSA, 1990.
Restrepo, José Félix de. Discurso sobre la manumisión de esclavos. Pronunciado en el Soberano Congreso de Colombia reunido en la Villa del Rosario de Cúcuta en el año de 1821. digitalizado por la Biblioteca Nacional de Colombia. Bogotá: Imprenta del Estado, por Nicomedes Lora, 1822.
Restrepo, José Manuel. Autobiografía (1819). Archivo Histórico de Antioquia: Archivos personales de José Manuel Restrepo. Editorial Incunables, 1985.
Tovar, Jorge Andrés, y Hermes Tovar. El oscuro camino de la libertad. Los esclavos en Colombia, 1821 - 1851. Uniandes, 2009.
Valencia Llano, Alonso. Integración de la población negra en las sociedades andinas, 1830 - 1880. Vol. V: Creación de las repúblicas y formación de la nación, de Historia de América Latina, de Luis Guillermo Lumbreras. Libresa, 2004.
Valencia Llano, Alonso. «Esclavitud y libertad: el dilema de los caucanos republicanos.» Memoria y Sociedad 11, nº 22 (2007): 87-101.
Wills, María Emma. «La convención de 1821 en la villa del rosario de Cúcuta: imaginando un soberano para un nuevo país.» Historía Crítica, nº 17 (Julio - diciembre 1998): 105-140.
Zapata Olivella, Juan. Piar, Petion y Padilla: tres mulatos de la revolución. Unversidad Simón Bolivar, 2000.


Notas.

[1] Arleison Arcos Rivas. Licenciado en Filosofía y Magister en Ciencia Política. En la actualidad se desempeña como Rector de la Institución Educativa Federico Carrasquilla y como Docente en el Pregrado en Ciencia Política de la Universidad de Antioquia. Publico en Eumed, editorial virtual, ciudadanos armados. Actualmente prepara Africanía, Cimarronaje y Ciudadanía.
[2] Por cierto, resulta intrigante indagar en el decurso histórico cómo  es que, fracasado el proyecto emancipatorio de Cartagena, siendo Antioquia la primera provincia de la Nueva Granada en decretar la libertad de vientres, lo que le valió el arrojo y el férreo cerrojo puesto por sus ejércitos, con masiva composición de afrodescendientes conscientes de la lucha por su libertad, se haya convertido en una de las regiones del país con mayores expresiones racializadas, marcadas por imaginarios de superioridad de lo paisa e inferioridad de lo negro.

[3] La Bámbara negra es una de las piezas dancísticas del pacífico sur colombiano, con eco en la tradición guerrera del antiguo reino de Mali: “Subí sarmaro, como soldado, subí sarmaro, como soldado, y acostumbrado al son de valor, y acostumbrado al son de valor. La Bámbara negra yo no la sé, ay, dale mi vuelta y me jincaré, ay, dale mi vuelta, y me jincaré”.


2 comentarios:

  1. Hermano, Buenas Noches...Interesante el texto. Sin embargo, me queda como el sin sabor; de leer la construcción de la libertad, la fundación de la nación, la invención étnica, fundamentados o a partir de los discursos criollos identificados con la causa afro y no desde abajo, donde se le pone el sentido a todo esto, cómo los pueblos afrodescendientes forzan desde su conciciencia libertaria y antisistémica, sus reivindicaciones en los diferentes estados, provincias del entonces y en toda América. De igual manera, creo que la independencia de España no fue una posición tan clara de los criollos, aquí también juegan un papel fundamental los y las afrodescendientes para generarla. En Cartagena por ejemplo, la independencia que los criollos defendía no era total, parcial; solo con los artesanos (afros, gran parte de ellos)se da el giro a la declaración...

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  2. hola Yeison. Gracias por tu comentario.
    En el trabajo que adelanto hay dos fronteras bien diferenciadas: la primera es la de la reivindicación del cimarronismo como tradición libertaria en la que la acción de resistencia activa es fundamental a los propositos identitarios. La segunda es la de la revisión histórica, de la cual hace parte este ejercicio y la próxima entrada igualmente, en cuyos eventos el papel y las intencionalidades de las elites debe ser repensado.

    Si revisas otras entradas, te darás cuenta del peso que tienen estas dos lecturas en todo lo que escribo; consistente con mi manera de leer a cara y sello los problemas con los que trabajo.

    La historia y el proceso de hacernos afrodescendientes no creo que pueda concebirse desde un solo lado. Es necesario leer en cara y sello, creo. De hecho, creo haber renunciado a una manera de tomar partido en la que la crítica cede espacio al unanimismo de lo otro y a la dictadura de lo alternativo.

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