Hemos construido el sueño
del mundo, la creación,
con dichos; sea tu empeño
rehacer la construcción
Miguel de Unamuno
Construidas en medio de la agitación o redactadas en la serenidad de la noche; finamente elaboradas por creativos pensadores o articuladas con trozos doctrinales, las consignas evidencian el contenido manifiesto de la protesta y acompañan la movilización como un celoso guardián de ideales y aspiraciones.
Una historia de la represión podría llevarnos a pensar que las consignas nacieron en la ideación de viejos mecanismos de control de la opinión pública: ¡Crucifícale, crucifícale!, gritaban en Jerusalén, aupados por los dueños del templo, los mismos que tiempo atrás llenaron las calles para saludar al rey de los judíos. En épocas más recientes, el militarismo al frente del gobierno, instalaba el sometimiento y la censura periodística “bajo las consignas del Poder Público”, las cuales constituían “órdenes dictadas todos los días a los periódicos sobre los aspectos más variados de su labor. O bien se referían a cuestiones de fondo (temas y argumentos de los que no se podía informar o de los que había que informar obligatoriamente), o bien a aspectos de presentación de las noticias (…), o bien a detalles de la actividad misma de los periódicos” (Sinova 2006, 191) .
Sin embargo, rastrear su historicidad nos remontaría al primer grito, al primer acto de levantamiento en contra de un poder instituido arbitrariamente o cuestionado por quienes padecen su ineficacia. En un lenguaje necesariamente bipolar, la capacidad de la derecha para producir órdenes y dictados en los más diversos regímenes políticos promotores de la uniformidad mental e ideológica resulta contestada por la izquierda, acudiendo a figuras literarias cercanas al imaginario popular, sustituyendo las órdenes por ideas y reconvirtiendo los mandatos en iniciativas de acción; las cuales, sin embargo, permanecen alerta ante el bizarro equívoco de creer que una idea es un verso y que una palabra es el mundo.
Quienes se instalan hoy en el poder y recogen sus designios en lemas empresariales, en planes de operación agresiva y en indicadores de mercado con los que, también al frente del Estado, miden su capacidad de acción en términos rentabilísticos, oyen sin escuchar las consignas en la voz desgastada pero infatigable de estudiantes, maestros, trabajadores, mujeres, afrodescendientes, indígenas, ciudadanos convertidos en usuarios de la salud, madres que aun reclaman a sus hijos…. Situados, como requieren, en cumbres muy por encima de la voz y del reclamo popular, se abrogan la autoridad para acusarles, como al poeta Silva, de sacrificar el mundo por pulir un verso; inconscientes frente a la evidencia de que la poética de la consigna importa menos que su eficacia en el propósito de transmitir en versos la agitación que espera transformar, no sólo el propio mundo, sino el que los profetas de la prosperidad neoliberal han construido contando con el padecimiento, la conformidad y la ingenuidad de la multitud.
En su carácter contestatario, las consignas expresan la erosión de las ideas en manos del efecticismo económico imperante, que desgasta la política y promueve la inacción y el refugio en los meandros interiores. Llenas de optimsmo, se convierten en instrumentos articuladores del reto movilizatorio en un momento en el que muchos prefieren quedarse a la expectativa, observando desde la barrera: “¡Compañero mirón, únete al montón!”, se grita para convocar la solidaridad de los que, absortos, contemplan una marcha sin arriesgarse a acompañarla.
Remozadas con imaginación y creatividad, las palmas, el canto y el cuerpo avanzan unidos en coreografías que, a medida que se grita en la calle, alterando la pesadez y la cotidianidad acostumbrada del pequeño pueblo y de la urbe gigantesca, proponen tanto como reclaman la desusada toma de conciencia frente a los acontecimientos y las situaciones, insistiendo en que “hay que ver las cosas que pasan; hay que ver las vueltas que dan, con un pueblo que camina para delante y un gobierno que camina para atrás”.
Junto a estas, con la vitalidad de ser proclamadas en nuevas voces y nuevas condiciones, las viejas consignas obreras y estudiantiles aparecen entre quienes no se saben la marsellesa ni la internacional; promoviendo igualmente la unidad en los desunidos; reivindicando antiguos derechos estratégicamente mercantilizados hoy; protestando la inveterada arbitrariedad de los uniformados al servicio de fuerzas que no cuestionan; reclamando la comunión con lo público, precarizado y recortado por la amenaza de terrorismo y el aliento a la privatización; agitando en la calle ideas y expresiones solidarias, en un mundo en el que el consumo y el individualismo se han instalado como medida de todas las cosas.
Para los profetas de la prosperidad neoliberal, que insisten en desgastar la causa democrática, habrá que inventar nuevas consignas que reclamen un mundo para los que padecen su ineficacia; esa para la que el país puede ir mal mientas la economía vaya bien. Esa para la que no hay empleo pero las cifras indican lo contrario. Esa para la que el mínimo incremento del salario genera máximos de ganancia. Esa para la que la universidad pública puede ser privatizada descaradamente. Esa para la que poner en riesgo la salud de los colombianos sigue siendo un buen negocio. Esa que construyó puentes donde no había ríos y movió los ríos para que irrigaran sus tierras. Esa de los pocos, para la que está bien lo que para los muchos está mal.
Cercano ya un nuevo primero de mayo, sumemos nuestra voz y nuestro cuerpo a la lucha por un mundo que no sea un gran taller ni una gran empresa. Aunque ese paisaje todavía no existe, atrevámonos a derribar, uno a uno, los muros del mundo esclavo y recojamos piedras para crear un mundo todavía posible. Por lo pronto, me sostengo en afirmar que la larga marcha de las ideas no está clausurada y que el mundo no es uno ni está dado; para lo cual recurriré de nuevo a Unamuno recordando, pese al espacio que han ganado estos profetas, que “venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir y, para persuadir, necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.
¡Que viva el mundo, si aun puede ser nuestro!
Arleison Arcos Rivas
Medellín, abril de 2011
Uy profe te lusiste!!!!
ResponderEliminarEspectacular reflexión!
ResponderEliminarPienso que los escritos, más que publicaciones son un llamado a la reflexión.
Gracias por compartir tus escritos. Felicitaciones!
MAESTROS como tú son los que necesitamos en nuestro país.
Un abrazo!