sábado, 16 de abril de 2011

Etnia o raza: más que piel


“Hay que demostrar que ya no nos quedamos callados; que ese tiempo ya pasó”.
Silvano Caicedo. Conferencia, 2010

 “Ya no hay negros, no: hoy todos somos ciudadanos”.
Poema satírico brasilero, de 1888

Tanto en el entorno organizativo como en el ámbito académico, mutuamente animados por las discusiones con relación a la identidad y la pertenencia étnica afrodescendiente toma cuerpo un debate que no por conceptual deja de tener relevancia, enfrentando la caracterización de las manifestaciones cambiantes y las que permanecen del racismo a partir de una concepción étnica o una racial.


Para quienes acuden a la raza como categoría analítica válida, “los efectos de la ‘raza’ y del racismo no se erradican purgando el lenguaje, ya que al concepto puede vaciárselo de su sentido mientras que los efectos derivados de su carácter estructural y de su praxis quedan intactos pese las transformaciones socioculturales” (Mosquera 2010, 19). De manera enfática, quienes asumen esta argumentación, proponen que el racismo resulta inseparable de la raza, indicando incluso que este se nutre de la pervivencia icónica de la esclavización aun actuante en prácticas sociales clasificatorias (soterradas y manifiestas), que incluso adoptan el discurso multicultural para vaciar de contenido racial prácticas intersubjetivas en contextos específicos como en la escuela (Mena 2010).

Con otros ojos, para erradicar el peso discursivo que conservan conceptos nacidos en pleno proceso colonial esclavizador o esclavócrata[1], se postula el concepto de etnia para designar a un grupo humano a cuya adscripción los individuos acceden a partir de su reconocimiento como participes de una común ancestralidad, identidad y cultura. Por fuera de cualquier concepción biologizante y detereminista, la etnia se entiende como un proceso histórico y una construcción teórica que requiere no ser cerrada categorialmente (Bello 2004, 42-46), a efectos de poder leer la complejidad en la producción de vínculos societales identitarios y su significación “en combinación con lo político, lo cultural, lo social y lo económico(Mires 1992, 22). En una vertiente crítica, el peso de tal argumentación no descansa sobre tradiciones pigmentadas sino que se acude a las complejas ramificaciones de la dominación política, que se enraízan incluso en las prácticas de territorialización, inmigración, estratificación social y trabajo asalariado propias del racismo capitalista para el que la raza resulta prescindible, articulando racismos sin raza (Balibar y Wallerstein 1988). Con estas claves, se entiende el por qué para muchos activistas, analistas y académicos, etnia resulta un concepto mucho más rico y dúctil que el de raza para dar cuenta de las complejidades con las que, aun en la alborada del siglo XXI, se reclama la identidad de los diferentes; por lo menos más útil que aquel con el que se fijan históricamente etiquetas racializadas, homogéneas y prejuiciosas, de fuerte cuño biologicista y marcado acento homogeneizador y universalista.

Los críticos de esta tradición conceptual insisten en que el concepto etnia resulta evasivo pues, dado el carácter situacional de dicho concepto, se convierte en una ventana para la entronización de categorías indianas que permiten al Estado no sólo “producir sus propios índios”[2] sino dejar por fuera la particularidad de algunos grupos humanos que no comparten tradiciones, lengua y territorio considerados ancestrales, a consecuencia de su desenraizamiento y diáspora desde África hacia América. Sin embargo, más allá de la piel, la pertenencia étnica afrodescendiente reclama y demanda en el contexto de la nacionalidad su significación, sitúa igualmente la identidad y la ancestralidad como base de la  plataforma actuacional de los sujetos y organizaciones movilizadas por su incorporación al legado patrimonial y sustenta las acciones en torno a su reconocimiento, visibilización e inclusión en los relatos y figuraciones nacionales, así como en el reparto de los beneficios asociados a la gestión de lo público y a la generación de bienestar.

Para valorar los matices de ambos conceptos, habría que advertir que “en los orígenes de la filosofía política moderna, la cuestión de la diversidad estaba lejos de ser marginal; era un asunto prioritario. La exclusión tenía un propósito claro y ese propósito no era insignificante, sino que apuntaba a hacer posible algo acerca de lo cual los liberales hablan mucho: el respeto por las personas” (Appiah 2007, 21). Bajo este postulado, la construcción categorial de la raza resulta entonces marcada por un claro deslinde de la consideración de las personas a partir de su inclusión o no como sujetos portadores de tal merecimiento de respeto. En tal sentido, resulta poco probable que, bajo cualquier uso, el concepto raza pueda ser depurado de su valoración prejuiciosa, despectiva y deshumanizante, incluso bajo el propósito de evitar que el racismo no resulte significativamente denunciado por quienes acuden a nociones étnicas.

De igual manera, si se intenta una caracterización sociológica de la raza como mecanismo de explicación de las desigualdades económicas, políticas o culturales vinculando la apariencia física con tales desigualdades, lo que ocurre es que se termina por aceptar el vínculo tradicional que fija para determinados sujetos ciertas características o precondiciones sociales, imponiendo de nuevo las concepciones de las sociedades de castas en un modelo político volcado sobre la construcción de ciudadanías: ¡Se termina por aceptar, entonces, que el cuerpo, geografía y vida social coinciden como determinaciones de grupos humanos!

En tercer lugar, en la bibliografía disponible, nada permite suponer que ambos conceptos sean idénticos o que puedan utilizarse de manera indiferenciada. Sin embargo, dado que entre las y los académicos así como en las organizaciones se insiste en su uso, y en aras de hacer mucho más enfático el carácter auténtico y no de impostura que finalmente caracteriza a un proceso de afinamiento y reconstrucción cultural identitario, ambos conceptos, especialmente el de ‘raza’, podrían ser evaluados a partir de interrogantes como los que propongo aquí, cuyo esclarecimiento resultaría de interés siempre que no se olvide la finalidad emancipatoria tras la gestación de un pensamiento crítico respecto de la afrodescendencia y la negación del eurocentrismo: Para ese debate, ¿Importa si el contenido ideológico lo porta el racismo o la 'raza'? ¿Cómo entronca el discurso interétnico y la interculturalidad en la recategorización de la 'raza'? ¿Qué tipo de vínculo tiende a establecerse entre naturaleza, cultura y formas sociales: racial o étnico? ¿Este vínculo obedece a una construcción de imaginarios que puede racializarse ideológicamente o implica el reconocimiento de una naturaleza racial inscrita en los cuerpos? Sea cual sea la respuesta a la pregunta anterior, ¿Resulta aun posible reclamar la vigencia conceptual de la 'raza' para soportar la desracialización de las relaciones sociales, económicas, políticas, históricas y estructurales sobre las que se articula el pensamiento en torno a la afrodescendencia? Supongo que faltan voces para conversar en torno a estas inquietudes.

En las intenciones de unos y otros no se busca tanto insistir en las secuelas del uso histórico de un término (pues se acepta en ambas orillas que el lenguaje debe ser depurado y evidenciado su poder de enunciación) como advertir la complejidad de las prácticas sociales, políticas, económicas y culturales prejuiciadas que conducen a la instalación del racismo, incluso con nuevos nombres y nuevas formas en las sociedades contemporáneas, pretendidamente  cosmopolitas. En este proceso, resulta preciso encontrar rutas conceptuales que, asumiendo el suficiente cuidado de no cosificar ni petrificar las identidades culturales, den cuenta de las dinámicas y relaciones que sus manifestaciones implican, evitando caer en el juego de informar equívocamente los conceptos socorridos. Por lo pronto, sin despachar el debate pero sí para evitar lo que creo es una  ambigüedad al usar un concepto como el de ‘raza’, con dobles acepciones: uno biológico negado y otro sociológico reconocible; me arriesgo insistiendo en que las nociones de etnicidad y etnización dan cuenta de mejor manera de un proceso complejo de alumbramiento étnico que desborde los estrechos límites de la categorización biológica y de la construcción nacional homogénea para advertir la significación que para un colectivo determinado adquieren las marcas identitarias a las que adscriben sus miembros. Las coordenadas para entender el concepto de etnia se sitúan por ello en paralelo con las del concepto nación; mucho más cuando, bajo la excusa de integración y mimetismo nacional, se acude institucionalmente al mestizaje para desconocer herencias y particularidades étnicas no determinadas por la identificación con una lengua, un territorio exclusivo o “idénticas liturgias”; como ocurre con afrodescendientes situados más allá del territorio ancestral isleño, costero o ribereño, situados en diversas poblaciones y ciudades del país.

Por fuera de debates angelistas, concentrar mayores esfuerzos académicos y organizativos, así como mayores responsabilidades públicas en la gestación y consolidación de condiciones sociales para la anulación del impacto eficiente de los prejuicios y acciones de discriminación resulta fundamental a efectos de evidenciar mejoramientos reales en la situación social, económica, política y cultural de las y los afrodescendientes en Colombia, país en el que aun se dejan sentir las voces contrarias al reconocimiento identitario diferenciado y a la incorporación de acciones preferentes o afirmativas que produzcan amplios márgenes de oportunidades favorables a la realización de derechos para individuos y colectivos de sectores poblacionales minorizados[3], precarizados y victimizados por circunstancias estructurales e históricas contrarias a su dignidad como seres humanos, como ciudadanos y como integrantes de grupos étnicos.

El racismo, obvio resulta, se construye sobre la base de una oposición valorativa que se hace coincidir con el cuerpo, el color de piel, la geografía, los usos ambientales, las prácticas productivas, los patrones estéticos y las manifestaciones culturales, de manera arbitraria, selectiva e ideologizada. El que específicamente la particularidad del color alcance un alto nivel de significación de las diferencias intersubjetivas, lejos de ser gratuito y antojadizo refleja la importancia sostenida por la manifiesta oposición entre victoria y derrota reclamadas en sujetos ‘blancos’ de un lado y ‘negros’ del otro, que resultan cobijados por los colores del triunfo histórico y la derrota absoluta[4] sobre los que también se construye la bondad beatífica y la maldad ancestral en occidente; tan teologal como económica y políticamente cristianizado y capitalista.

En la mirada occidental, el racismo sobre el que se sostiene lo ‘blanco’ y lo ‘negro’ no resulta articulado en torno a colores en sí mismos sino que remite a diferentes lugares de enunciación del poder, cuya potencia simbólica estructura como ‘negro’ lo que no lo es ni visual ni objetivamente. Por ello, más que la oposición pigmentada entre sujetos con tonos de piel oscuros y claros nacida en las típicas afirmaciones corpóreas medievales, el racismo moderno establece un puente que tensa las comprensiones enfrentadas de lo humano y lo no humano, tradicionalmente comprendidas bajo disyunciones del tipo civilización o barbarie e ilustración o ignorancia; con las que se construyen patrones jerarquizados e instrumentalizados para situar de un lado y del otro la hegemonía del cuerpo, el pensamiento y las manifestaciones culturales del dominador y el dominado, del denominador y del denominado, del empoderado y del depoderado; del hombre, del ‘blanco’ y del poderoso frente a hombres y mujeres convertidos en ‘negros’ por su posición social, su condición biológica y su marginación histórica.

Frente al reclamo bucólico de una trietnicidad armoniosa, resulta evidente que tales oposiciones caben en la lectura de nuestra nacionalidad a efectos de imponer una imagen fetichizada e ideológica de lo ‘blanco’ como herencia europea, capaz de contener, diseminar, anular y asignar caprichosamente sentido a la persistencia de lo ‘negro’ y lo ‘indio’ en quienes, pese a la proliferación oficial de formas de integración y mimetismo, conservan y reclaman diferencias articuladas a partir de la propia de invención étnica y puesta en vigencia de su ancestralidad y pertenencia identitaria y cultural; proceso que no es antojadizo ni arbitrario, en la medida en que remite a características manifiestas históricamente, presentes y reclamadas en sujetos socialmente reconocidos y que se reconocen como pertenecientes a un grupo de adscripción étnica, “directamente vinculados a una fuente de prácticas y símbolos que legítimamente pueden ser atribuidas a la colectividad en cuestión o adoptadas por ella” (Koonings y Silva 1999).

La prioridad internacional y nacional, entonces, no es nombrar al racismo sino enfrentarlo; en cuanto constituye una mistificación moderna con la que se configuran formas estéticas, corpóreas, geográficas, culturales, políticas y económicas para naturalizar la dominación de unos individuos por otros. Enfrentarlo y extinguirlo no sólo pervive luego de su invención con el afianzamiento de la sociedad mercantil que recicló la esclavización como la manera racional de trato entre pueblos diferentes (MOULIER-BOUTANG 2006) sino que además ha producido un complejo entramado estructural que permite su pervivencia incluso más allá de la raza; convirtiéndolo en el principal recurso de dominación contra el que se levanta el bloque de organizaciones y circuitos académicos vinculados tanto a los estudios de la afrodescendencia como a la actuación pública garantista de derechos diferenciados.

En ese sentido, antes que la radicalización entre conceptos que para sus curadores puedan resultar útiles, habría que preguntarse por el propósito de renovar las comprensiones en torno a la raza y si el uso oficializado de la etnia contribuyen a desvirtuar, uno frente al otro, el hecho de que individuos y grupos humanos portadores de africanía pueden ser categorizados aun bajo el estigma de la esclavización para cuestionar y sustentar su exclusión efectiva de los beneficios societales y la garantía de sus derechos. A mi juicio, coinciden ambas tradiciones de estudio de la afrodescendencia en Colombia al reflejar no sólo la ineficacia y vanalización del uso trivializado de categorías con las que se comprenden las prácticas de exclusión, marginamiento y violencia sino el interés porque, más allá del tecnicismo y del purismo en el lenguaje académico, pueda llamarse de manera clara y contundente el mal innombrable del racismo manifiesto y soterrado contra los afrodescendientes en Colombia.

Finalmente, el propósito que anima las dos concepciones se funde en la aspiración de que cese la horrible noche del racismo y que la libertad sublime derrame las auroras de su invencible luz para los afrodescendientes y nuestra nación entera articulada, a pesar de sí misma, por pueblos invisibles; invisibilizados. Por lo mismo, releer la pertenencia étnica y su peso político en contextos cosmopolitas en los que el Estado toma partido por una versión de la historia y de la tradición cultural nacionalizada y elitizada, arrumbando el vínculo identitario y cultural que asocia a colectivos humanos minorizados por su ascendencia africana, por el que tales sujetos encuentran apocadas sus alternativas y posibilidades para el disfrute suficiente de derechos sociales, económicos y culturales, parece ser un mejor debate.

Notas:



[1] Para lo cual resulta sintomático que la edición XXII del Diccionario de la Lengua Española consultada en internet no incorpore acepción alguna de diferenciación entre sujetos humanos en el concepto raza, aunque insista en utilizar el figurativo “raza humana” como sinónimo de humanidad. Resulta problemático igualmente que de soslayo el diccionario indique un uso cotidiano del concepto ‘raza’ que en su segunda acepción se refiere a  “cada uno de los grupos en que se subdividen algunas especies biológicas y cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por herencia”. www.rae.es
[2] En el sentido en que una concepción instrumental de la etnia permitiría listar un conjunto cerrado de características grupales a partir de la cual se persiste en la práctica de convertir a grupos humanos en museos vivientes, confinados en territorios que, más que ancestrales, se convierten en prisiones para su contención, señalamiento y exhibición folclórica.
[3] En Colombia se afirma que los afrodescendientes son una minoría lo cual es, evidentemente, falso. Si se le cree a las cifras oficiales producidas por la muestra censal del 2005, entre 41.468.384, cerca del 10% se auto reconoce como perteneciente a alguna categoría étnica Afrodescendiente (negra, afro colombiana, palenquera o raizal); lo cual no constituye una minoría pues no se pidió a los demás encuestados que se auto reconocieran, por ejemplo, bajo categorías mestizas. Sin embargo, dado que la pregunta étnica no fue aplicada al 100% del total de informantes, sino al 57.9% de los encuestados y que en dicho censo no se hizo la aplicación de igual manera en todas las ciudades del país ni a todos los miembros del grupo familiar, ni a todos los lugares de alojamiento, huelga decir que, revisadas las cifras, en Colombia los afrodescendientes somos muchos más.
[4] Curiosamente, algunos sinónimos que contiene el diccionario instalado en el programa Microsoft Office Word para la palabra derrota son: capitulación, vencimiento, entrega, dependencia, esclavitud e inferioridad, lo que refuerza mi comentario. 

Trabajos citados

Appiah, Kwame. La ética de la identidad. Akal, 2007.
Balibar, Étienne, y Immanuel Wallerstein. Raza, nación y clase. IEPALA, 1988.
Bello, Álvaro. Etnicidad y ciudadanía en América Latina. CEPAL, 2004.
Koonings, Kees, y Patricio Silva. Construcciones étnicas y dinámica sociocultural en América Latina. Abya Yala, 1999.
Mena, María Isabel. Si no hay racismo no hay cátedra. Proyecto Dignificación de los y las afrodescendientes - Alcaldía Mayor de Bogotá, 2010.
Mires, fernando. El discurso de la indianidad. Abya Yala, 1992.
Mosquera, Claudia. «"la persistencia de los efectos de la "raza", de los racismos y de la discriminación racial: obstáculos para la ciudadanía de personas y pueblos negros".» En Debates sobre ciudadanía y políticas raciales en las Amércias Negras, de Claudia Mosquera, Agustín Lao-Montes y Cesar Rodriguez. Universidad del Valle - Universidad Nacional, 2010.
Moulier-Boutang, Yaan. De la esclavitud al trabajo asalariado: economía histórica del trabajo asalariado. Akal, 2006.


2 comentarios:

  1. Que buen artículo Arleison, y me dejas con muchos más interrogantes de los que planteas. En este momento estoy dando clases de ciencias sociales en un colegio y justo estamos en el tema del "mestizaje" con grado 7. He intentado llevar el discurso a demostrarle a estos chiquitos (algunos de los cuales se llamaron 'blancos' aún con múltiples razgos de mestizaje tanto de 'raza' como de cultura) que han sido siglos tanto de mezclas raciales y culturales como de construcción conjunta de lo que somos hoy. Pero igualmente resultan rasgos propios que regularmente reconocemos como étnicos, o documentos donde se listan los porcentajes de 'amerindios', 'negros' y 'mestizos'. No sé entonces cómo manejar el discurso para eviatar enfatizar y promover prácticas racistas o si enfatizar en que todos somos mestizos permita ir creando conciencia de esas diferenciaciones que la mayoría de las veces lo que buscan es legitimar prácticas discriminatorias.

    Una ayudita, amigo, para seguir trabando este tema en la escuela. Un abrazo y gracias por compartir tus pensamientos!!!

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  2. Hola Tabares.
    Gracias por tu comentario.
    Una de las cosas que puedes hacer es precisamente enfrentar a tus estudiantes a las categorías racializadas que utilizan e indagar por qué la usan, qué sentido le asignan, cómo aparecen en su cotidianidad, dónde las aprenden, las escuchan. Esto ayudaría a hacer consciente la manera como tales concepciones se han instalado en la cotidianidad y abre la posibilidad de cuestionarlas, de releer la diferencia, el mestizaje y la construcción de ciudadanía con otros ojos. ¡Excelente que en tu clase estos temas sean revisados habitualmente y no porque toca!

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CuestionP Aportes para una teorìa polìtica de la afrodescendencia por Arleison Arcos Rivas se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 2.5 Colombia.

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