viernes, 7 de enero de 2011

Racismo sin raza: dominación contra diferencia.



Hay un extraño enigma asociado al problema del racismo. Nadie o casi nadie, se ve a si mismo como racista, sin embargo, el racismo persiste, real y recalcitrante.
Albert Memmi[1]




¿Está directamente relacionado el racismo con la raza? ¿Puede subsistir una construcción racista incluso en un contexto de reconocimiento étnico diferenciado? ¿Cuál es realmente el basamento del racismo?


No solo porque, tal como se lo entiende habitualmente, el racismo inventa un sujeto infravalorado cuyas características denigratorias son asumidas por el racista como propias y particulares de aquel o aquellos a quienes lee desde tal mirada fija y universalista sino además porque puede cuestionarse fácilmente la validez de tal argumento, habría que ahondar de mejor manera en las intrincadas particularidades de esta ideología, imbricada en la construcción misma de un modelo societal, categorial y productivo determinado.


El racismo, tal como lo reconociera el clásico DuBois, introduce una suerte de mirada del otro invasora y apabullante, que reta con su desprecio la mismidad[2]. Soportada en prejuicios muchas veces juiciosamente racionalizados, tal escrutinio se levanta en el pedestal de la supremacía que hace coincidir artificialmente el color de la piel, el lugar de procedencia, el género, la clase e incluso rasgos valorativos y folclóricos adjetivizados con factores que considera sustantivos de la “raza” subordinada y espuria; como si la apariencia, antojadiza y engañosa, diera cuenta de la significación y el contenido de  lo supuesto.


Lo que oculta o deja ver una concepción artificiosa de la “raza” es que el racismo se corresponde con un pensamiento colonizador que requiere para su amplificación sutiles instrumentos de opresión y dominación. Si bien el racismo contemporáneo opera en un nivel para nada subliminal, suele aparecer matizado, edulcorado y liviano, de tal modo que, acudiendo a las palabras de Memmi, pese a que nadie o casi nadie se reconoce como tal, el racismo perdura y se revitaliza, transformándose y mimetizándose incluso.


Reconocer que el racismo cumple una función en el marco de un sistema social opresivo que nulifica a quien agrede[3] nos pone ante el dilema de aceptar o no las categorizaciones y nominaciones nacidas en el seno de tal sistema de dominación y las invenciones producidas como parte de la ideologización propia de dicho sistema. Así es como, para quienes insistimos en leer las variantes del actual racismo sin “raza”,  este se convierte en un concepto arbitrariamente inventado en un modelo societal racista efectivamente existente.  


Para muchos, dado que “raza” es una categoría en desuso propia de un indeseable pasado que no debería repetirse ni recordarse, el racismo habría perdido su capacidad reveladora de relaciones igualmente racializadas y discriminatorias. En tal sentido, se alega, reclamar igualdad sería suficiente para echar por la borda esos arcaicos asuntos de una ambigua modernidad. Sin embargo, dado que el racismo opera incluso hoy y sus efectos resultan concretos, visibles y manifiestos, habría que cuestionar que el arrumbamiento académico y político del concepto “raza” signifique igualmente la desaparición de la capacidad estructurante del racismo en nuestras sociedades en las que, pese al carácter garantista y sancionatorio de los nuevos sistemas legales contrarios a la perpetuación de formas racializadas y discriminatorias, persistentemente se revelan prácticas, dispositivos y acciones estructurales marcadas por el impacto del racismo, la xenofobia, el sexismo y la discriminación soportando inequidades y tratamientos desiguales en diferentes ámbitos de la vida cotidiana, en espacios institucionales públicos y privados, en entornos productivos y en la vida cotidiana de las y los ciudadanos.


Entre los muchos mecanismos y prácticas con las que se sostiene un modelo societal racista podemos enunciar aquellos que implican reservarse el derecho de admisión; desconocer a ciertos sujetos en la asignación de cargos y funciones de liderazgo;  rechazar a determinados candidatos o candidatas con méritos para aspirar válidamente a una posición; plaza o cupo, bloquear aspiraciones laborales para determinados individuos; asumir que individuos con características físicas o procedencias específicas resultan indeseables; aplicar criterios segregados para la asignación de un contrato, el arrendamiento de un inmueble o la atención en un local comercial; suponer que determinados individuos sólo pueden realizar funciones o tareas dependientes y precarizadas que no requieren mayor procesamiento intelectual, privar a ciertos individuos de desempeñarse en determinados servicios que requieren visibilidad, trato, negociación y relacionamiento corporativo; justipreciar como bello marcas y modelos estéticos exclusivos y universalizados, por sólo mencionar algunos de los instrumentos con los que se sostiene un sistema de privilegios que deja de nombrar la “raza” como factor relacional pero sostiene al racismo como una ideología funcional y activa que desnivela y desajusta cualquier reclamo formal de igualdad en la constelación de las ciudadanías[4].  


Dicho esto, una teoría que se sustente en el cuestionamiento al racismo hoy debe partir por reconocer que el alegato de que los racistas sostienen su ideología sobre la base de la preeminencia racial puede resultar ambiguo y poco práctico. En su lugar, habría que insistir en las intrincadas complejidades que asume el racismo contemporáneo en el que, junto a aspectos externos como el color de la piel, aparecen las identidades, los géneros, las etnias, las procedencias geográficas, las religiones, las marcas culturales y hasta las nacionalidades operando como instrumentos de odio, dominación, supremacía y exclusión social, política y económica nugatorios de la alteridad y la diferencia, leídas incluso sin una explícita remisión a la “raza”[5].


[1] Albert MEMMI. (Le Racisme. Gallimard, 1982). Racism. Universidad de Minessota, 2000, p.3
[2] “This sense of always looking at one’s self through the eyes of others, of measuring one’s soul by the tape of a world that looks on in amused contempt and pity” p. 215. C.B. Willian Edward Burghardt DuBois. The Souls of Black Folk. An African American Heritage Book. Wider Publications, 2008, p. 6
[3] Véase Albert MEMMI. Op. Cit., p. 92 y 93.
[4] Imanuel Wallerstein sostiene que “ser un ciudadano significó tener el derecho a participar en un mismo nivel con todos los otros ciudadanos (…) Ser un ciudadano significó que no había personas cuyos estatus fueran más elevados (…) Hoy, virtualmente todos los países sostienen que sus ciudadanos son iguales entre sí y ejercen su soberanía a través de un sistema de voto universal. La cuestión es que sabemos que en realidad esto no es así. Sólo una parte de la población en la mayoría de los  países ejercita los plenos derechos de la ciudadanía”. Immanuel WALLERSTEIN. Análisis de sistemas–mundo, Una introducción. Siglo XXI, 2006, p. 75
[5] A este respecto:  Étienne BALIBAR e Immanuel WALLERTEIN. Raza, nación y clase. IEPALA, 1988, p. 343

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CuestionP Aportes para una teorìa polìtica de la afrodescendencia por Arleison Arcos Rivas se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 2.5 Colombia.

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