Una de las preguntas que difícilmente aborda la escuela colombiana se relaciona con la condición identitaria y cultural de sus actores; en buena medida, producto de una traducción de dicho espacio como promotor de la neutralidad cultural, o lo que es lo mismo, como un dispositivo reproductor de la nacionalidad instituida.
Si se pregunta por la significación de la diferencia, la pertenencia cultural y la adscripción identitaria en el espacio escolar, muy seguramente aparezcan los hitos entronizados de la historia nacional como los únicos eventos, episódicos por demás, en los que se dibuja una concepción icónica, estereotipada, cansina y desgastada de lo nacional vinculada al denominado descubrimiento, a las gestas, héroes y batallas independentistas y, especialmente en Antioquia, a las tradiciones y celebraciones de la ancestralidad y la regionalidad.
Con sorpresa se observa que la escuela no ha producido una lectura propia respecto de las complejidades de la multiculturalidad, la pluriculturalidad y la interculturalidad, tal como curiosamente ocurre con el Diccionario de la Academia de la Lengua Española, el cual en su más reciente versión aun no incorpora dichas expresiones. Ambos, escuela y diccionario, suelen ser vistos como cancerberos de la tradición[1], por lo que tiene sentido tal ausencia, en la medida en que la nacionalidad, la ciudadanía y la construcción de la individualidad han sido entendidas por los cultores de la escuela y de la lengua en clave integracionista, asociada a un pasado que se supone compartido, homogéneo e indiferenciado, que nos vincula a la gran tradición latina y al saber hegemónico occidental que pregona para todas y todos “un solo dios, una sola lengua, una sola raza”[2].
Preguntar por la interculturalidad en la escuela como en otros espacios sociales y políticos colombianos lleva a hacer consciente la significación de dicho término en la medida en que, en la versión más cínica, interculturalidad puede comprenderse como “la inevitable sumisión de una cultura minoritaria a una cultura dominante”[3]. En otra lectura, distante de la anterior, los vínculos y tránsitos identitarios que supone la interculturalidad se inscriben en “una concepción dinámica, que insiste en el carácter histórico, contextual y polisémico de los significados culturales y educativos, en particular de la llamada identidad cultural de una etnia”[4].
Asumiendo esta última versión, salta a la vista una perogrullada: la escuela tradicional ni es intercultural ni promueve interculturalidad. Pese a lo obvio que resulte tal afirmación, habría que insistir en ello en la medida en que la escuela y los maestros suelen recibir nuevos discursos instalándolos cómodamente en las nociones y concepciones previamente aprendidas, domesticando la novedad a fuerza de torcerla y moldearla para que no produzca resistencia frente al pasado y la tradición, tal como ocurre a los migrantes en buena parte de las latitudes a las que arriban.
Una escuela intercultural y promotora de interculturalidad, por lo contrario, transforma radicalmente sus prácticas; toda vez que su sello fundamental es la inclusión y el reconocimiento conflictual de la diversidad étnica, identitaria, cultural y de género, de modo tal que resulte capaz de incorporar sin atomizar, minimizar o ignorar los orígenes y las procedencias geográficas, los legados patrimoniales, las tradiciones ancestrales de docentes y estudiantes provenientes de diversas regiones, desplazados, migrantes e instalados en entornos urbanos tanto como rurales, a lo largo y ancho del país.
La escuela articulada en clave intercultural, resitúa las identidades étnicas, y culturales e indaga por la diversidad regional, de género y sexual, gestando métodos y estrategias de enseñanza y aprendizaje marcados por el díalogo, la construcción democrática y la articulación de escenarios para el fomento de la pluralidad[5].
La escuela articulada en clave intercultural, resitúa las identidades étnicas, y culturales e indaga por la diversidad regional, de género y sexual, gestando métodos y estrategias de enseñanza y aprendizaje marcados por el díalogo, la construcción democrática y la articulación de escenarios para el fomento de la pluralidad[5].
Así, habría que leer las complejidades que implica encontrarse a mujeres y hombres licenciados, ingenieros y de otras profesiones chocoanos vinculados a escuelas del Caquetá y la Amazonía; Costeños e Isleños ubicados como maestros en Bogotá y Cundinamarca; Vallecaucanos residenciados y ejerciendo la docencia en Antioquia, entre otros tránsitos regionales voluntarios o, muchas veces, nacidos de la conveniencia laboral, que se suman a las oleadas migratorias producto del desplazamiento y de las urgencias económicas que llevan a nuestros estudiantes y sus familias a residenciarse o refugiarse a la fuerza en los grandes centros urbanos del país.
Tal complejidad, conflictiva y bullente, implica reconocer la diversidad cultural de los diferentes actores escolares para replantearse la singularidad cultural en la construcción unidimensional y hegemónica de los currículos y los planes de estudio en nuestras instituciones educativas, de modo tal que resulte legible y polisémica la articulación de la escuela como un escenario plural y diverso, en el que los saberes y las voces identitarias, culturales y biogeográficas encuentren espacio junto a los saberes y las voces encumbradas por la tradición occidentalizante y europeizada en la escuela tradicional.
Asumir el reto de diseñar la escuela como un escenario intercultural debería llenar de diferencia cada acción escolar y cada instrumento de enseñanza y aprendizaje, de modo tal que resulte posible superar el lugar cómodo en el que el otro y su significación siempre resultan supuestos y, no pocas veces, superpuestos y suplantados por la mirada somnolienta y uniformada del parroquialismo y la localía; palabra que, por cierto, tampoco habita el diccionario.
[1] El lema de la Real Academia de la Lengua es bastante ilustrativo: “Limpia, fija y da esplendor”.
[2] Inscripción que permanece aun en el recinto de la Academia Colombiana de la Lengua.
[3] Así aparece, referida al caso de los inmigrantes en la presentación hecha por José Mª Quintana Cabañas al libro de Alfonso GARCÍA MARTÍNEZ y Juan SÁEZ CARRERAS. Del Racismo a la Interculturalidad. Competencia de la educación. Narcea, 1998, p. 13
[4] José Daniel GARCÍA SÁNCHEZ. Interculturalidad: Voz de los afrocolombianos. Centro de Investigación y Desarrollo – Fundación Universitaria del Área Andina, 2006, p. 33
[5] Véase la idea de educación intercultural en C. BENNET (1990), citado por Auxiliadora SALES y Rafaela GARCÍA. Programas de Educación Intercultural. Desclée De Brou wer, 1997, p. 46. Para este autor, el de la interculturalidad es un "modelo educativo que propicia el enriquecimiento cultural de los ciudadanos, partiendo del reconocimiento y respeto a la diversidad, a través del intercambio y el diálogo, en la participación activa y crítica para el desarrollo de una sociedad democrática basada en la igualdad, la tolerancia y la solidaridad".
[5] Véase la idea de educación intercultural en C. BENNET (1990), citado por Auxiliadora SALES y Rafaela GARCÍA. Programas de Educación Intercultural. Desclée De Brou wer, 1997, p. 46. Para este autor, el de la interculturalidad es un "modelo educativo que propicia el enriquecimiento cultural de los ciudadanos, partiendo del reconocimiento y respeto a la diversidad, a través del intercambio y el diálogo, en la participación activa y crítica para el desarrollo de una sociedad democrática basada en la igualdad, la tolerancia y la solidaridad".
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