Si del primer siglo de humanidad uno de nuestros antepasados volviera a nacer, difícilmente podría conectarse con nosotros, a menos que aprendiera rápidamente a leer y escribir. La oralidad socorrida en su época, se encontraría en la nuestra matizada igualmente por estas dos habilidades estimuladas por la invención de la imprenta y la popularización del libro, articuladas a la institucionalización de la escuela y de las formas discursivas propias de la cultura escrita.
Los propósitos de la escuela han cambiado en la sociedad que se disputa el conocimiento como poder y sus acciones y resultados no se reducen a contemplar las posibilidades formativas de un maestro y las aspiraciones de humanización de un alumno, enfrentados a la apropiación de su propio mundo. Esa escuela resulta cuestionada y problematizada hoy por un conjunto abigarrado de expectativas societales asociadas a procesos de medición y estandarización. Bajo el escrutinio implacable de lo que pasa en el aula, la aplicación e interpretación de indicadores en pruebas externas, se ha convertido en la manera habitual de leer las preocupaciones educativas gubernamentales; muchas veces sin esforzarse en transformar realmente las condiciones reales en las que cada escuela del país responde a las políticas locales, regionales, nacionales e internacionales, con procesos de inversión, infraestructura, dotación y recursos bastante diferentes entre sí.
El pasado 24 y 25 de marzo, un nutrido grupo de padres, madres, docentes, directivos, funcionarios de secretarías de educación, especialistas y asesores del Ministerio de Educación fuimos convocados para validar la propuesta ministerial, auspiciada por CERLALC-Unesco, del Plan Nacional de Lectura y Escritura, que aspira a fomentar el desarrollo de competencias comunicativas en los escolares de 6900 establecimientos de educación inicial, preescolar, básica y media, mediante el mejoramiento de los niveles de lectura y escritura en la familia y en la escuela.
Para ello, el plan propone dotar en 4 años a dichos establecimientos con materiales de lectura y escritura convencionales e informáticos, incorporar la biblioteca al fortalecimiento de la gestión escolar y apoyar la formación de mediadores de lectura y escritura, implementando además estrategias de divulgación, comunicación y movilización y la inclusión de herramientas de seguimiento y evaluación en su operación.
Las reflexiones en dicho encuentro evidenciaron la tensión manifiesta entre la implementación de una plataforma de acción flexible o la impostura de un manual rígido e institucionalizado para orientar la lectura y la escritura en preescolares y academizados; con lo cual se hace evidente que, más allá de las aspiraciones gubernamentales por afectar con cierto impacto un determinado haz de problemas sociales; un plan de lectura y escritura debería estimular la reflexión crítica y la concertación de acciones en el propósito de armonizar diferentes voces de la nación interesadas en el mismo asunto: familias, maestros, directivos, organizaciones sindicales, funcionarios públicos, universidades, asociaciones y gremios, deberían convocarse y utilizar sus recursos para gestar una plataforma de acción responsable y creíble de la escuela colombiana y de sus procesos, especialmente en el sector público; en la que emular las ejecutorias exitosas de experiencias internacionales no signifique calco ni importación sino aprehender el contexto colombiano para reorientar la acción estatal y las acciones multisectoriales en torno a la gestación de procesos de amplio impacto en una generación de escolares.
La deuda que paga la escuela no es tanto con el pasado de la humanidad o con el presente de la industria editorial sino con el futuro de una vida humana exitosa. En tal sentido, acierta el plan al plantearse una escuela que produzca mejores ciudadanos que lean y escriban de manera exitosa al crecer en ambientes lectoescritores en los que se franquee el acceso a libros y materiales lectores. Ello debería llevar a cuestionar las razones por las que se afirma que en el país no se lee: La masiva participación en concursos y festivales escolares de poesía, cuento y literatura, así como la profusa distribución de libros e impresiones “piratas” o ilegales, evidencia lo contrario y ratifica, de paso, que "leer libera" y que la disponibilidad de libros y materiales de lectura públicos, gratuitos o a bajo costo debería constituir uno de los pilares fundamentales de la política nacional lectoescritora.
De hecho, el que se piense en realizar el lanzamiento del plan en un evento que, pese a su difusión no deja de ser elitista como la feria del libro en Bogotá, pone en riesgo su reconocimiento por las y los colombianos que no compran libros en eventos de ese tipo; entre otras porque no tienen los recursos para ello. Desde el lanzamiento habría que aportarle, como sugirieron los asistentes al evento en Bogotá, a una campaña masiva que acuda a la radio, a internet, a la prensa regional y nacional y a los medios televisivos para que los materiales que se diseñen no se conviertan en piezas de una lánguida campaña sino en potentes instrumentos de transformación de la cotidianidad en todas las instituciones educativas del país y no sólo en los establecimientos inicialmente focalizados.
Con alegría, luego de participar en este encuentro, abrigo larga vida a la escuela, palpitante en sus gestores; a la espera de que este nuevo plan la fortalezca y de vigor a los procesos lectoescritores por los que se la responsabiliza.
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