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publicado en Acontece. Revista Electrónica De Investigación Y Sistematización
(Venezuela) ISSN: 1856-7614 - v.16 p.1 - 12 ,2011
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La historia nacional no puede reducirse de manera acrítica a la historia de las hegemonías y de sus elites ni consistir en el escueto registro de los acontecimientos de cada época. Por el contrario, la construcción identitaria indaga más allá de los discursos oficiales y de las imágenes de lo nacional marcadas por la clase y la autoridad, para adentrarse en la piel, en el cuerpo, en los relatos sin sacralizaciones vanas; en los que el poder, eldepoderamiento, el apoderamiento y el empoderamiento se entrecruzan dibujando intereses, vínculos, segregaciones y arrumbamientos étnicos, de género, poblacionales, culturales y de clase.
Para dar cuenta de ello, resulta urgente la articulación de una ruta comprensiva[1] que vincule a la Ciencia Política, sus metodologías, sus teorías y enfoques al conocimiento y la comprensión de la historia, de su significado, de su presencia disruptiva tanto como conectora de las realidades étnicas, importa significativamente a la hora de significar a los sujetos, sus acciones, interacciones y motivaciones como individuos y como grupos de adscripción en el contexto político nacional; asunto de importancia politológica, en estrecha relación con otras disciplinas sociales, pese a su precario tratamiento en el país y a su desatención como campo de interés disciplinar[2].
El empoderamiento étnico, como rumbo académico y como perspectiva identitaria promotora de derechos, se vincula así al rastreo de las coordenadas de la teoría social y de la historia cultural[3], que permiten advertir en el mundo americano, en la historia colonial y en la gesta independentista la presencia y manifestaciones políticas de la africanía y el cimarronaje, con las que pueda ser contada la historia significativa del aporte afrocolombiano al reclamo de enraizamiento y consolidación identitaria nacional y continental. Su vinculación activa y protagónica en dichas situaciones, pese a ser tradicionalmente relegados y subsumidos en un relato homogéneo y unitario, se resitúa a partir de una relectura histórica y política que privilegie el reconocimiento diverso y la construcción étnica como soportes sorpresivamente articuladores de la identidad nacional.
En el mismo sentido, esta es una apuesta política y organizativa visibilizatoria y liberadora[4], cuya trama se articula como iniciativa desde abajo, que abandona los lugares del olvido para ganarse una voz capaz de oírse en los escenarios decisionales en los que se gestan, articulan y definen las políticas públicas que, finalmente, afectan el disfrute del bienestar de las y los colombianos.
Pensar respecto de las implicaciones políticas de la cultura y las relaciones étnicas, devela un espacio de producción disciplinar problemático y poco recorrido, el cual sin embargo puede resultar significativo como esfuerzo crítico por articular lecturas heterónomas de nuestras realidades políticas e históricas que complejicen la construcción de lo nacional e impidan la licuefacción de la memoria en datos amalgamados y sin mayor digestión ni construcción teórica.
Frente a los debates al interior de las organizaciones y movimientos identitarios, a los que motiva la pregunta por las características materiales imperecederas o el rescate de las marcas con las que la cultura pueda ser llamada o reclamada, la ruta de teorización política que adelanto insiste en la comprensión de la significación del patrimonio identitario en la construcción histórica y los retos e implicaciones de articular un escenario político intercultural; lo cual conlleva el situarse no en lo que queda ‘puro’ de la cultura o ha sido ‘conservado’ sino en las categorías y referentes con los que una determinada tradición identitaria étnica y cultural ha sido reclamada e inventada tanto como oficialmente negada; y las formas en las que su duración dibuja posibilidades y estrategias construidas en el tiempo con las que ha logrado pervivir y reconstruirse, imbricándose tanto como diferenciándose del reclamo unitario y de la concepción nacional[5].
Ambas perspectivas se encuentran disponibles hoy en el debate por la incorporación étnica y la simbolización de los discursos nacionales; cuya construcción tradicional, que privilegia lo homogéneo sobre lo diverso como vía de articulación de la armonía social y la convivencia, ha producido nuevas lecturas en lo que algunos denominan la identidad posnacional, basada en el entendimiento político entre extraños[6]. Pese a que el mismo concepto soporta exámenes divergentes; en la concepción posnacional persiste, sin embargo, la concepción del liberalismo como soporte ideológico y político, de cuyas consideraciones y obligaciones escapan concepciones culturales diferenciadas[7].
Más allá de una noción de cultura política cifrada en las percepciones y rumbos actuacionales subjetivos, asumo que la política se mueve por hilos y tensores de carácter histórico y étnico que no responden necesaria ni exclusivamente por las acciones y motivaciones de los individuos, su conducta, sus cálculos e interacciones con las instituciones. Leído así, tal concepto no resulta suficiente y requeriría su transformación para indagar por articulaciones culturales que, a partir de una mirada transversal sobre la historia política revele claves interpretativas sobre los sujetos, individuales y colectivos inscritos en representaciones simbólicas enfocadas a la autodefinición étnica, las mentalidades imbricadas en su pasado, la construcción de su presente y las figuraciones en torno al futuro; revisión igualmente apropiada a la Ciencia Política[8].
Para ello, asumo que resulta adecuada la referencia a la identidad étnica como “un conjunto de categorías cuya elegibilidad por parte de los miembros está determinada por los atributos asociados con o que se creen asociados con la descendencia”[9].
Son precisamente estas categorías, nacidas de la construcción histórica y cultural sobre la propia identidad, las que servirían de soporte para la inclusión de públicos tradicionalmente subalternos o dejados al margen en la construcción de la nacionalidad y, a consecuencia, en los procesos de reparto político de los beneficios del poder y la distribución del bienestar. Dado que la identidad no se articula solamente en el reconocimiento que los propios hacen de sí mismos, sino en el encuentro y desencuentro con sujetos vinculados a una tradición cultural históricamente hegemónica que les hace portadores, conscientemente o no, de marcas identitarias; no puede suponerse que el sólo reclamo de inclusión produzca efectos perdurables o procesos edificados a lo largo del tiempo sin más; con lo que la cultura política consistirá entonces en la producción de formas de relacionamiento societal en las que sujetos con atributos étnicos identitarios, su pasado y su presente interactúan entre sí y con las instituciones políticas disponibles para soportar las redes de significación producidas por tales relaciones .
Por ello, una de las claves que reviso apunta a significar la apropiación de un discurso de liberación étnica, individual y colectivo, que en el caso de las y los afrocolombianos se sitúa más allá de la memoria de la esclavitud y transita hacia la reconstrucción del cimarronaje como institución sobre la cual se ha soportado una larga tradición de resistencia y movilización contra el olvido, la discriminación y la invisibilización, así como a favor de la inclusión, el reconocimiento como etnia y, con toda su carga problémica, como sujetos aportantes a la construcción de la nacionalidad. Esta lectura encontraría un mayor arraigo en la transformación de la plataforma constitucional colombiana en la última década del siglo XX, con la que una nueva legislación y marcos definitorios de políticas públicas de contenido étnico habrían aparecido, instalándose en el país discursivamente y en la práctica de grupos humanos específicos tanto como en las instituciones públicas y gubernamentales.
Si bien es cierto que no basta reclamar como politológico un ejercicio para que éste lo sea, es igualmente válido suponer que una disciplina social existe en tanto se la práctica; acudiendo a los modos de producción y a los usos del material en el que se instruye, se reconstruye y se investiga el conocimiento propio de tal disciplina; las tradiciones, perspectivas y escuelas que pudieran haberse iniciado o consolidado en la misma, más allá de su institucionalización y los propósitos disciplinares conscientes en la labor de quienes se reconoce como avenidos o profesionales de tal saber.
En suma, una disciplina es un diálogo en el que la palabra tiene valor en las voces de quienes la convocan[10], con estudios locales o extranjeros e incluso más allá de la participación dogmática en los circuitos de reconocimiento y, según el anciano Sartori, regodeo de la llamada comunidad científica; muchas veces convertida dogmáticamente en una secta de iniciados[11].
Por ello, presento este rumbo como politológico en varios sentidos: porque la Ciencia Política colombiana difícilmente aborda asuntos de etnogénesis, relacionados con las identidades y la traducción del pasado, incluso con los riesgos que ello implique de subsumirse en la reconstrucción de la historiografía política nacional, rumbo que ha contado con mejor suerte[12]. Aun bajo la marca de su formación conductista estadounidense, en la Ciencia Política colombiana aparecen autores muy preocupados por precisar el objeto de la disciplina a partir de los efectos manifiestos o conductuales de los asuntos políticos y menos (o muy poco) por el estudio de las mentalidades, las huellas identitarias o las presencias culturales, que difícilmente importan al grueso de la producción disciplinar local.
En segundo lugar, aparece la evidencia de que, en Colombia, de los asuntos étnicos y culturales se han preocupado más filósofos, antropólogos y sociólogos que politólogos, opacando en buena medida el carácter político y la relectura del poder, eldespoderamiento[13] y el empoderamiento que comporta en la disciplina el debate por el reconocimiento, la tradición, la interculturalidad, la filiación y la pertenencia, movilización y organización de individuos y grupos étnicos; problemas íntimamente asociados a nociones políticas duras como conflicto, ciudadanía, poder, elite, igualdad, identidad grupal, democracia, cultura, nación, entre otras; del que politólogos y politólogas se han ocupado en otras latitudes[14].
En tercer lugar, en el seno del debate por los subcampos de trabajo y producción académica en Ciencia Política, los latinoamericanos y, de modo especial, en Colombia, hemos alimentado una tradición importante en la lectura política de la historia, que se une a una larga lista internacional de autores y cientistas sociales que, cercanos y avenidos a la disciplina politológica, han practicado no sólo como método sino como perspectiva disciplinar aquella en la que historia, política y nación confluyen, desde los clásicos hasta el revival de la teoría política en el siglo XX[15]: Entre los extranjeros, Maquiavelo y Montesquieu, a quienes se acusa de filósofos; Marx y Engels, más allá del actual prejuicio contra el método de análisis marxista; Tocqueville y Weber, acudiendo a la comprensión histórica conceptual; Mosca y Pareto en sus lecturas, divergentes, de la historia, la sociología y la política; Lipset y Huntington para analizar las sociedades en cambio; Skinner y Pettit, y sus aportes en la construcción del nuevo republicanismo; Tilliy, Hobsbawm con amplios desarrollos disciplinares desde la Historia hacia la Ciencia Política y, que no decir de los trabajos de François-Xavier Guerra, Malcolm Deas y Daniel Pécaut. Más cerca todavía y en distintas épocas, José Carlos Maríategui, José Luís Romero, Fernando Escalante, María Teresa Uribe, Fernán Gonzalez, Gonzalo Sánchez, Francisco Gutiérrez[16]; quienes, sin pretender ser exhaustivo, destacan entre científicos sociales aplicados a leer la política en clave histórica o viceversa, con lo que esta ruta tiene no solo adeptos sino de tal importancia que no resulta posible desdeñarla, sin más, bajo el supuesto de que la Ciencia Política no estudia comportamientos de larga duración o mentalidades. Toda la historiografía política, clásica y renovada; cierta tradición normativa, los estudios parlamentarios, los estudios del gobierno e incluso la perspectiva institucionalista quedarían entonces al margen de la construcción disciplinar si tal argumento resultara válido.
Esta línea de construcción disciplinar lee el mundo político más allá de los acontecimientos, de los comportamientos y de la sola descripción de los asuntos sociales; renunciando a la eternización y neutralización histórica[17] para sumergirse en el análisis y en el diálogo narrativo que vincula deliberadamente al presente con sus memorias, con lo que la política escapa de ser una suma de sucesos y recompone la información del pasado compartido, construido e imaginado, que cimenta los mitos fundacionales de los que la política se nutre[18], alimentándolos de diferencia y reconocimiento; y develando la naturaleza de los problemas políticos, inseparables de los problemas sociales, cuyo “conocimiento del proceso que los ha engendrado encierra los datos fundamentales para su comprensión actual”[19].
El antecedente que hace imperiosa esta lectura de reconstrucción étnica en ciencia política se hunde hasta el siglo XVI, en la medida en que para dicha época surge una teoría política europea gestada para “dar cuenta de una situación inusitada: el hecho de que los cristianos peninsulares tuvieran que resolver problemas que les presentaba el encuentro casual con gentes cuya existencia desconocían y enormes cantidades de tierra, que exigieron prontas respuestas legales y teológicas, ligadas al discurso incipiente de la economía política”[20]. En esa tradición de pensamiento la pertenencia africana y la etnicidad afrodescendiente fueron abierta y arbitrariamente invisibilizadas, desdibujadas y cosificadas, asignando a los sujetos y a la identidad africana y Afrodescendiente el lugar estético, iconográfico y político del oprimido[21].
Una concepción politológica que acude al diálogo con la historia para situarse frente a los problemas políticos más allá de la suma de datos[22], ha de preguntarse por los proyectos nacionales, su raigambre cultural, los públicos tras dichos proyectos y los alinderados y puestos al margen de los mismos. La desneutralización y la reconstrucción histórica en nuestro caso pasa por el descubrimiento de los nuevos sujetos de nuestro viejo pasado; mujeres y hombres afroamericanos quienes, no sólo ellas y ellos; en sus situaciones interpelan las ideas, las comprensiones, la cosmovisión y la historia social y política caucásica, masculina, europea, euroeizante y de elite, en la que no han sido significativamente incorporados o resultan abiertamente ignorados.
Si bien el ámbito de los estudios de historia, política y cultura está aún por decantar para la politología, en su vertiente crítica, la disciplina propone un abordaje de los hechos sociales, al tiempo que una relectura societal de la historia política y de las relaciones de poder en la que públicos y contrapúblicos, apoderados y despoderados[23] elites y subalternos, se significan y reflejan en sus discursos, causas y proyectos de ciudadanía y nación oponibles y divergentes, que hacen urgente politizar y movilizar la memoria de los excluidos en la historia y en la vida política nacional.
La nación es polisémica; no sólo como concepto sino como realidad histórica, y su interpretación y afinación corresponde igualmente a la Ciencia Política, en la medida en que identidad cultural, soberanía y ciudadanía, vectores de la nacionalidad, se escenifican en el tiempo y el espacio colectivo, en las valoraciones y simbolizaciones, en los discursos, en las simbologías, en las representaciones ancestrales, en la vivencia del presente e incluso, en las posibilidades del futuro. En suma, ésta ruta de indagación insiste en la convicción de que los problemas identitarios refieren al continuo histórico-político del hacerse nación, lo que los hace “también cuestiones de palpitante actualidad”, pues “en la medida en que son problemas vivos que han originado y siguen originando actos de poder, se insertan inevitablemente en el cuadro de la historia política y responden en sus planteos a las incitaciones de la política misma”[24].
¿Cómo escapa la politología de convertirse por esta vía en historia, antropología o sociología? Situados en la idea de la producción del conocimiento como asunto transdisciplinar, habría que aspirar más al diálogo que a la huída de los vínculos disciplinares con dichas disciplinas, no sólo por las imbricaciones de los temas de estudio o por la importancia de los métodos y técnicas disponibles también para ellas, como por la multidimensionalidad y la trascendencia de los relatos y del pasado en la recreación; en la invención de las metáforas políticas, cuya raíz histórica y etnocultural no puede ignorarse.
Finalmente, la Ciencia Política colombiana, entrelazada con otras disciplinas, ha venido trabajando con conceptos de contenido histórico y étnico de muchas maneras, pese a que ha evitado o no ha asumido suficientemente su significación; especialmente al momento de articular lecturas sobre las políticas públicas territorializadas, las distintas versiones de las ciudadanas diferenciadas, culturales, mestizas, armadas, difusas; las cartografías de violencia y los órdenes territorializados, las elites y los públicos subalternos, el poder y la gestación de hegemonías regionales, entre otros conceptos que han sido más asociados a lecturas de procesos identitarios nacionales que a sus matices étnicos e incluso regionales[25].
El asunto étnico asociado a la vida política y, mucho más la referencia a la afrocolombianidad, permanece velado y con un incipiente tratamiento. Por ello aun está en vilo el propósito con el que, en 1983, fue convocado en Cali el primer Simposio sobre la ‘bibliografía del negro en Colombia’, cuando el país empezaba tímidamente a enterarse de que en su suelo, el trabajo esclavizado sostuvo la economía y la sangre nutricia de los afrocolombianos también había sembrado el árbol de la libertad:
“Tanto el espíritu de la convocatoria, como las ponencias y discusiones del I Simposio sobre Bibliografía del Negro en Colombia, constituyen la más viva, concreta y urgente recomendación al país y demás pueblos del continente, para que asuman el estudio paciente, lúcido, científico y emotivo de los documentos escritos u orales que registran el aporte creador en nuestra historia, sociedad, lengua, ciencia, arte y literatura dados por los pueblos provenientes de las distintas culturas de África”[26].
Desde aquellos primeros esfuerzos hasta ahora, muchos y muchas se cuentan entre quienes han sumado sus voces y su trabajo diligente a la construcción conceptual, reflexiva e histórica de la presencia viva afrocolombiana[27]. A ellas y ellos me sumo con la postulación de esta ruta investigativa en torno a la construcción de una teoría política de la afrodescendiencia.
[1] Este escrito hace parte de mi trabajo investigativo “Africanía, cimarronaje e independencia: Aportes interpretativos en la construcción de una teoría política de la afrodescendencia”. en preparación para su publicación.
[2] Para el caso de los estudios politológicos en torno a la etnia en los Estados Unidos remito a Hanes WALTON, Cheryl MILLER y Joseph McCormick. “Raza y ciencia política: las tradiciones de la política de las relaciones raciales y de la política afroamericana”. La ciencia política en la historia. Programas de investigación y tradiciones políticas. J. Farr, J. Dryzek y S. Leonard (ed.). Istmo, 1999m pp. 190 – 226. En Colombia, los estudios africanos y los estudios afrocolombianos en Ciencia Política resultan sifnigicativamente pocos, pese a su incorporación en algunos de los pregrados especialmente en Bogotá. Para el caso colombiano, Ver, Maguemati WAGBOU. “Estudios Africanos en Colombia desde Ciencias Políticas y Sociales”, Los Estudios afroamericanos y africanos en América Latina, Herencia, presencia y visiones del otro. Lechini, Gladys (Ed.). CLACSO, 2008, pp.321-339.
[3] Véase Peter BURKE. ¿Qué es la historia cultural? Paidós Ibérica, 2006; Justo SERNA ALONSO y Anaclet PONS. Historia cultural, autores, obras, lugares. Akal,. 2005, pp. 173 - 206; Carlos Antonio AGUIRRE ROJAS. La historiografía en el siglo XX. Historia e historiadores entre 1848 y ¿2050?. Montesinos, 2004; Ingrid Johanna BOLIVAR. “La interacción histórica entre política y cultura”. La historia política hoy: sus métodos y las ciencias sociales. Editado por César Augusto AYALA DIAGO. Universidad Nacional de Colombia, 2004, pp. 361-385. Mis inquietudes en esta ruta iniciaron indagando por las relaciones entre Polis, ciudadanía y esclavitud. (1998). Versión digital: http://www.galeon.com/arleison/polis.htm; escrito de formación como Magister en Ciencia Política, que aparece plagiado con el nombre “Una visión clásica del ciudadano y el Estado” y a nombre del señor Santiago Hurtado Marín, en el libro ‘Necesidades sociales y desarrollo humano’; de lo cual me enteré en el desarrollo del presente escrito.
[4] En el sentido en que Zemelman plantea el rescate del sujeto más allá de la imposición estándar de formas de pensamiento y de construir la historia. Hugo ZEMELMAN y Marcela GÓMEZ (Coord.). Pensamiento, política y cultura en América Latina. UNAM, 2001
[5] Habría que insistir aquí en la tensión manifiesta entre dos lecturas antropológicas de la cultura, vinculadas la una a cierto esencialismo universalista y la otra a la construcción y simbolización de la invención cultural. Un buen eco de lo que implican estas posturas puede hallarse en los trabajos de María Teresa SIERRA. “Esencialismo y autonomía: paradojas de las reivindicaciones indígenas”. Alteridades, Vol. 7, Nº 14, 1997, p- 131-143 y Gerardo ZÚÑIGA. “La dimensión discursiva de las luchas étnicas. Acerca de un artículo de María Tersa Sierra”. Alteridades, Vol. 10 Nº 19, pp. 55-67
[6] Véase Jurgen HABERMAS. La constelación posnacional. Paidós, 2000 y Nestor GARCÍA CANCLINI. Narrar la multiculturalidad. Revista de crítica literaria latinoamericana. Año 21, Nº 42, 1995, pp. 9-20:http://www.jstor.org/stable/pdfplus/4530820.pdf Para Canclini, en un contexto transnacional, “las naciones y las etnias siguen existiendo. El problema clave no parece ser el riesgo de que las arrase la globalización, sino entender cómo se reconstituyen las identidades étnicas, regionales y nacionales en procesos de hibridación intercultural”; (p. 13). En el mismo sentido, el dibujo institucional del Estado que debe responder a esta novedad ha sido presentado con varios calificativos: postsoberano según Fernando Vallespín, transnacional en Ulrich Beck, y posnacional en Habermas, acudiendo no sólo al vínculo y la simbolización étnica y nacional sino incluso al carácter supranacional que, en tiempos leídos como globalizados, marca la expresión de la multiculturalidad.
[7] Así, “la ciudadanía posnacional confiere a cada persona el derecho y la obligación de participación en las structuras de autoridad y la vida pública de la organización política, independientemente de sus vínculos históricos o culturales con esa comunidad”. Nohoglu SOYSAL. Limits of Citizenship. Citado por Carlos Alberto TORRES. Democracia, educación y multiculturalismo: dilemas de la ciudadanía en un mundo global. Siglo XXI, 2001, p. 111
[8] Victor Durant define la cultura política como “el conjunto de reglas y recursos que posibilita a los actores calcular sus acciones políticas (…) regla que se asemeja a una fórmula matemática que debe despejarse o calcularse”. Victor Manuel DURANT PONTE. Ciudadanía y cultura política. Siglo XXI, 2004, p. 27. Naturalmente, esta lectura resulta precaria y limitada para los propósitos del ejercicio que aquí presento. Aunque, por supuesto, me interesa igualmente rastrear el sistema político, opto por concebirlo como un contexto en el que se escenifican formas de actuación y relacionamiento en ‘mapas políticos’ susceptibles de lecturas en mentalidades e imaginarios articulados histórica y simbólicamente; muy coincidente con Norbert LECHNER. “el malestar con la política y la reconstrucción de los mapas políticos”. Culturas políticas a fin de siglo. Rosalía WINOCUR (comp.)FLACSO, 1997, pp. 15-35. Un buen acercamiento a la noción de cultura política en ciencias políticas y sociales puede encontrarse en Martha Cecilia HERRRERA y otros. La construcción de cultura política en Colombia. Proyectos hegemónicos y resistencias culturales. Universidad Pedagógica Nacional, 2005, pp. 15 - 65
[9] “ethnic identities are subset of identity categories in wich eligibility for membership is determined by attributes associated with, or believed to be associated with, descendent”. Kanchan CHANDRA. “What is Ethnic Identity and Does It Matter?” Annual Review of Political Science. Vol. 9, 2006, pp. 397-424
[10] Sobre esta comprensión del asunto epistemológico en ciencia política acudo especialmente a Max HORKHEIMER. Teoría Crítica. (1974). Amorrortu, 2008; Gabriel ALMOND. Una disciplina segmentada. Escuelas y corrientes en la ciencia política. FCE, 1999; Immanuel WALLERSTEIN. Impensar las ciencias sociales. 3ª ed., Siglo XXI, 2003; Alan CHAMLERS. ¿Qué es esa cosa que llamamos ciencia? 3ª ed., Siglo XXI, 2006; Pierre BOURDIEU- El oficio de científico. ciencia de la ciencia y reflexividad : curso Collège de France 2000-2001 . Anagrqama, 2003; y la rápida revisión que hace para el caso colombiano el profesor Maguemati WAGBOU, ya citado.
[11] Sin dar del todo crédito a las afirmaciones que hace Sartori en este escrito, resulta por lo menos plausible el ejercicio de autocrítica que emprende con su pregunta: “¿Hacia dónde va la ciencia política? (…) no va a ningún lado. Es un gigante que sigue creciendo y tiene los pies de barro. Acudir, para creer, a las reuniones anuales de la Asociación Estadounidense de Ciencia Política (APSA) es una experiencia de un aburrimiento sin paliativos. O leer, para creer, el ilegible y/o masivamente irrelevante American Political Science Review. La alternativa, o cuando menos, la alternativa con la que estoy de acuerdo, es resistir a la cuantificación de la disciplina. En pocas palabras, pensar antes de contar; y, también, usar la lógica al pensar”. Giovanni SARTORI. “¿Hacia dónde va la ciencia política?” Política y Gobierno, Vol. XI, Nº 2, 2004, pp. 349-354.
En el debate local, sin el ánimo de polemizar más allá de lo preciso, para el caso, resultan poco convincentes los argumentos propuestos por Rodrigo LOSADA en “Estado actual de la ciencia política en Colombia”. Papel Político, Nº 16, diciembre, 2004, pp.9 – 27. En este artículo el autor, entre otros, reclama como condición de calidad de la producción politológica los grados en el exterior y los estudios de doctorado lo cual, si bien responde a las expectativas de acreditación e institucionalización que sitúan entre pares internacionales y habla bien; muy bien de quienes han querido o han podido hacerse a tal formación y trayectoria, no dice en realidad mucho de la calidad que tal indicador podría traer a los programas de formación en Ciencia Política, a la producción disciplinar y a la construcción de la disciplina entre nosotros. Sin quedarnos observando el propio ombligo, otras formas de academizar la disciplina podrían resultar igualmente ricas y promisorias, frente a las del reclamo de las disciplinas como bienes de consumo.
De otra parte, hoy resulta mucho más fácil –y por cierto a menor costo- conversar con mundos politológicos territorial y lingüísticamente distantes: Los estudios de una segunda lengua, la disponibilidad informática, la proliferación de repositorios, cursos web y objetos virtuales de aprendizaje, la disponibilidad de recursos actualizados y digitalizados, la simplificación y facilidad de acceso a bases de datos, las muchas bibliotecas virtuales prolíficas (¡y gratuitas!) y hasta el uso académico de un buen programa de traducción, incrementan significativamente el acceso a obras en otros idiomas, permiten trabajar con videoconferencias, libros, ponencias y memoria de eventos nacionales e internacionales para superar muchas de las barreras que menciona el profesor Losada y se convierten en preguntas no resueltas para el proceso de institucionalización disciplinar concentrado en el diálogo técnico y especializado entre pares.
En su célebre libro, Teoría y métodos de la ciencia política, Stoker y Marsh, advierten juiciosamente sobre aquella actitud ceremoniosa que pone en riesgo el propio rumbo “cuando por alcanzar el respeto profesional, convierte en fetiches ciertas técnicas, métodos o formas de conocimiento” (p. 294), lo cual vale igualmente para las formas de validación del conocimiento disciplinar.
[12] Resulta muy útil, para un acercamiento reciente a las relaciones entre Ciencia Política e Historia, la ponencia de Fernán GONZALEZ. “Aportes al dialogo entre Historia y Ciencia Política. Una contribución desde la experiencia investigativa en el CINEP”. La historia política hoy. Sus métodos y las ciencias sociales. Cesar Augusto AYALA DIAGO (ed.). Universidad Nacional, 2004, pp. 229-327: http://www.bdigital.unal.edu.co/1431/6/05CAPI04.pdf.
[13] En el diccionario de la RAE, desapoderado no connota el sentido político que postulo con la expresióndespoderamiento y despoderado, que sí aparece en el diccionario de María Moliner, la cual expresa la singularidad de hallarse en una situación negativa o de despojo frente al poder, tal como apoderado expresa la situación antónima.
[14] El debate cultural y étnico ha sido recogido en Colombia más en una perspectiva normativa institucional que histórica cultural. Así, el concepto nación construido de manera politológica no pasa en principio por la noción de etnia, al estar inmerso en el abstraccionismo liberal clásico. Una lectura divergente sitúa de manera problémica el concepto de etnia, clase y género, leídos en tensiones y relaciones conflictivas. De ello da cuenta la teoría política feminista conocida y, desde una orilla polémica, los trabajos que conozco del politólogo Donald HOROWITZ (el artículo Ethnic Identity: 1975 y los libros Ethnic group in conflict: 1985 y The Deadly Ethnic Riot: 2001 (disponibles en medio magnético), que pasan por pocas menciones entre nosotros. Para comprender mejor ambas rutas véase: Nathan GLAZER y Daniel MOYNIHAN (ed). Ethnicity: theory and experience. Harvard College Press, 1975; Kanchan CHANDRA. “What is Ethnic Identity and Does It Matter?” Annual Review of Political Science. Vol. 9, 2006, pp. 397-424 y Peter A. HALL y and Rosemary Un acercamiento antropológico al asunto se encuentra en Roberto CARDOZO DE OLIVEIRA. Etnicidad y estructura social. Universidad Autónoma Metropolitana – Universidad Iberoamericana, 2007; C. R. TAYLOR. “Political Science and the Three New Institutionalisms”. (Documento de discusión). Instituto Max Planck, junio, 1996:http://www.uned.es/dcpa/old_Doctorado_1999_2004/Torreblanca/Cursodoc2003/ primerasesion/HalyTaylor1996.pdf. Para un abordaje disciplinar relativamente actualizado, remito al proyecto OpenCourseWare del MIT, que ofrece los cursos Ethnicity and Race in World Politics, Ethnic Politics I y Ethnic Politics II en su programa de Ciencia política, disponibles en http://ocw.mit.edu/courses/political-science/.
[15] Véase, a propósito de la teoría política y su recuperación en el siglo XX: David MILLER. “El resurgimiento de la teoría política”. Metapolítica. Vol. 1, Nº 4, 1997, pp. 487 – 508; Gildo Marçal BRANDÂO. “A teoria política é possível?” Revista Brasilera de Ciencias sociales. Vol. 13 Nº 36, 1998; Iris Marion YOUNG “Teoría Política: una visión general”. Nuevo manual de Ciencia Política. R. Godin y H. Klingemann. Istmo, 2001, p. 693 – 725; Ramón MAÍZ. “La teoría política en contexto”. La teoría política frente a los problemas del siglo XXI. Ángel VALENCIA y Fernando FERNÁNDEZ-LLEBREZ (ed.). Editorial Universidad de Granada, 2004, pp. 17 – 26
[16] Amén de su formación en diversas áreas de las ciencias sociales y, en algunos, experiencia práctica en la gestión o en la asesoría pública, me remito especialmente a las siguientes obras traducidas o en español, cuyo acento responde a lo que aquí se argumenta en defensa del vínculo entre la lectura disciplinar de la política y la historia como recurso: N. MAQUIAVELO. “Discursos sobre la primera década del gobierno de Tito Livio”. Alianza, 2000; Ch. MONTESQUEIU. Del Espíritu de las leyes. Tecnos, 1987; C. MARX. El XVIII Brumario de Luís Bonaparte. Alianza, 2003; F. ENGELS. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Alianza, 2008; A. de TOCQUEVILLE. El antiguo régimen y la revolución. Istmo, 2004; M. WEBER. Economía y sociedad: “sociología del poder”. FCE, 1993; G. MOSCA. La clase Política. FCE, 1984; V. PARETO. Atalaya, 1945; S. M. LIPSET. La primera nación nueva: los Estados Unidos desde una perspectiva histórica y comparativa. Eudeba, 1992; S. HUNTINGTON. El orden político en las sociedades en cambio. Paidós, 1996; Q. SKINNER. Maquiavelo. Alianza, 1984; Ph. PETTIT. Republicanismo, una teoría sobre la libertad y el gobierno. Paidós, 1999; Ch. TILLY. Las revoluciones europeas, 1492-1992. Crítica, 2000; E. HOBSBAWM. Naciones y nacionalismo desde 1780. Crítica, 1997; J.C. MARIATEGUI. Ideología y política. Amauta, 1981; J.L. ROMERO. Situaciones e ideologías en América Latina. Editorial U. de A., 2001; F.X. GUERRA. Modernidad e independencias: ensayos sobre las revoluciones hispánicas. FCE, 1992; M.T. URIBE. Nación, ciudadano y soberano. Región, 2001y M.T. URIBE – L. M. LOPEZ. las palabras de la guerra, un estudio sobre las memorias de las guerras civiles en Colombia. La Carreta, 2006; F. ESCALANTE. Ciudadanos imaginarios, Memorial de los afanes y desventuras de la virtud. Colegio de México, 1992. D. PÉCAUT. Crónica de cuatro décadas de política colombiana. Norma, 2006, M. DEAS. Intercambios violentos, Taurus, 1999; F. GONZALEZ. Para leer la política. Cinep, 1997; G. SÁNCHEZ. Ensayos de historia social y política del siglo XX. El Áncora editores, 1985; F. GUTIÉRREZ SANÍN. ¿Lo que el viento se llevó? Democracia y partidos políticos en Colombia, 1958-2006. Norma, 2006
[17] Para Bourdieu “lo que, en la historia, aparece como eterno sólo es el producto de un trabajo de eternización que incumbe a unas instituciones tales como la familia, la Iglesia, el Estado, la Escuela” cuya denuncia lleva a movilizarse “contra estas fuerzas históricas de deshistorización” para “volver a poner en marcha la historia", recomponiendo la “acción histórica” y “neutralizando los mecanismos de neutralización de la historia”. Pierre BOURDIEU. La dominación masculina. Anagrama, 2000, p. 8
[18]Para María Teresa Uribe, “las naciones, en tanto que imaginadas, son ante todo artefactos culturales de una clase particular, pero en ese proceso de hacer imaginable la nación, juega una función central la forma narrativa, las palabras, las memorias, los discursos, las metáforas, las imágenes y los vocabularios utilizados para nombrarlas, imaginarlas o desearlas. (…) Las identidades (…) son, en lo fundamental, artefactos construidos mediante las palabras” María Teresa URIBE de HINCAPIÉ y Liliana María LÒPEZ LOPERA. La palabras de la guerra: un estudio sobre las memorias d las guerras civiles en Colombia. La Carreta editores EU, 2006, p. i.
[19] José Luís ROMERO. Situaciones e ideologías en América Latina. Editorial Universidad de Antioquia, 2001, p. 8
[20] Walter MIGNOLO. (comp) La teoría política en la encrucijada descolonial. Ediciones del Siglo, 2009, p. 7
[21] Para una revisión de mi idea de que la política produce y simboliza lugares estéticos y posiciones simbólicas que, no solo de manera figurativa sino igualmente práctica sitúan a los sujetos en un discurso y una iconografía referente véase Arleison ARCOS RIVAS. “Imagoloquía: ¿Qué lugar ocupa la imagen en la producción del discurso político?”. http://cuestionespedagógicas.blogspot.com/2011/02/imagoloquia-que-lugar-ocupa-la-imagen.html
[22] Al respecto revisar: Dennis KAVANAGH, "Why Political Science Needs History", Political Studies vol. 34, 1991, pp. 479-495; Giovanni SARTORI. La política: lógica y método en las Ciencias Sociales. FCE, 2002, pp. 225-260; Pierre VILAR. Pensar históricamente: Reflexiones y recuerdos. Crítica, 1997; Carlos HUNEEUS y María Paz LANAS. “Ciencia política e historia. Eduardo Cruz-Coke y el estado de bienestar en chile, 1937-1938”. Historia, Santiago, 2002, vol. 32, pp. 151-186.
[23] Si bien la elite inventa al pueblo como correlato discursivo, pueblo puede ser leído igualmente como masa; estos conceptos, ambiguos, sirven para situar una condición socioeconómica el primero, tanto como la pertenencia a una nación y el segundo una posición dependiente y decadente; ambos dichos en singular pero expresando una totalidad unitaria y homogénea. Además, la historia de los vencidos podría distar de la de las clases o de la del pueblo, según se acuda a determinada ideología.
[25] Algunos de los escritos que me llevan a suponerlo así son: Miriam JIMENO y Adolfo TRIANA. Estado y minorías éticas en Colombia. Cuadernos del Jaguar, 1985; Carlos ZAMBRANO RODRIGUEZ. Ejes políticos de la diversidad cultural. Siglo del Hombre, 2006; Fernan GONZALEZ (ed). Globalización, cultura y poder: una mirada interdisciplinar. Universidad de Antioquia, 2006; Vilma Liliana FRANCO. Poder regional y proyecto hegemónico. El caso de la ciudad metropolitana de Medellín y su entorno regional, 1970 – 2000. IPC, 2006; María Teresa URIBE DE HINCAPIÉ. “Las guerras por la nación en Colombia durante el siglo XIX”. Estudios Políticos, Nº 18, Medellín, enero – junio de 2001. pp.. 9 – 27; Fernán GONZALEZ. “Aproximaciones a la configuración política de Colombia”. EN: Controversia, Cinep, Nº 153-154, octubre, 1989, p.19-73; ALONSO ESPINAL, Manuel y VÉLEZ RENDÓN Juan Carlos. “Guerra, soberanía y ordenes alternos”. En: Estudios Políticos, Medellín, Nº 13, julio – diciembre, 1998
[26] Fundación Colombiana de Investigaciones Folclóricas. El negro en la historia de Colombia (fuentes escritas y orales). Primer Simposio sobre bibliografía del negro en Colombia, FCIF – UNESCO, octubre 12-15 de 1983
[27] Manuel Zapata Olivella, Amir Smith Cordoba , Nina Sanchez de Friedemann, Aquiles Escalante, Jaime Arocha, como gestores de lo que han continuado, repensado y transformado Claudia Mosquera, Teodora Hurtado, Eduardo Restrepo, Alfonso Múnera, Axel Rojas, Oscar Almario, Santiago Arboleda, Ramiro Delgado, María Isabel Mena, entre otros y otras en un grupo cada vez más creciente de quienes se suman para gestar ámbitos disciplinares de lo que hoy es reconocido como estudios afrocolombianos.
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