Es tiempo que nosotros, antiguos
colonizados, nos deshagamos de los complejos que nos han sido inculcados por
los antiguos colonizadores.
Leopold Sedar Senghor
¿Qué va de la negritud y el panafricanismo a las actuales construcciones en el pensamiento y articulación de una teoría política de la afrodescendencia? Luego de ochenta años de haberla instalado en el imaginario de las reivindicaciones étnicas del pueblo afrodescendiente, la expresión ‘negritud’ aparece frecuentemente referenciada, incluso para denominar con ella a individuos, colectivos y comunidades que remiten a África su ancestralidad y su posición identitaria. Sugestivo en su momento; ambiguo y limitado, según sus críticos, el concepto negritud resulta problemático para dar cuenta de la significación y contenido de la afrodescendencia; lo cual presentaré aquí como antitético.
Valga decir que lo antitético aparece en este escrito
referido a la construcción no lineal sino dialéctica en la que las distintas
voces y argumentos entran en juego de recíprocas reconvenciones y
consideraciones, con las cuales se reconstruye no sólo el sentido literal sino
igualmente los propósitos sociales y políticos que animan la construcción
conceptual[1].
Finalmente, la antítesis constituye un reclamo por superar creativamente las
limitaciones de la contradicción en una síntesis ordenadora.
1. La imagoloquía creadora del “negro”.
¡Civilizados hasta el tuétano! La idea del negro bárbaro es una invención europea.
Aimé Cesaire
Frente a la evidencia paleontológica y evolucionista que ha
afirmado a África como la cuna de la humanidad, gestora de una Eva mitocondrial
en la que el ser humano tendría a su antepasado más antiguo, pueblos
distribuidos por todo el mundo, especialmente en Abya Yala a consecuencia del
vejaminoso proceso europeo de esclavización de africanos prolongado por tres
siglos, reclaman su ancestralidad, en un viaje histórico, cultural e
identitario que transporta a África en las venas, las tradiciones, la
espiritualidad y el pensamiento de quienes se hicieron libres, más allá de las
cadenas y el menosprecio. En Colombia, las y los afrodescendientes constituyen un
pueblo que habita la nación entera. Su presencia, permanencia y persistencia a
lo largo del territorio nacional da cuenta de los procesos migratorios de viejo
cuño en los que la huida libertaria conquistó terrenos cuyo acceso resultaba
enmarañado y terrible; los mismos de los que hoy se les expulsa violentamente
para apoderase de las riquezas mineras, biodiversas y agroforestales
preservadas en siglos de prácticas amigables de cuidado y protección ambiental.
Siglos atrás, también fuimos objeto de un proceso de destierro,
arrancados del suelo africano, aprendimos a construir caminos de libertad en medio
de la condición de oprobio que representó la esclavización durante el proceso
colonial europeo. En el proceso, se articularon imaginarios esencialistas,
imagoloquías con las que se naturalizó una lectura de la disminución, la
minusvaloración y el trato cruel activado bajo el peso del negrismo y la
invención del ‘negro’.
A
consecuencia de la construcción de imaginarios presentes en la moderna
negrización de la dominación, se advierte como el fundamento ideológico de la
esclavización remite íntimamente a la negación de la otredad y la invención de
la infra humanidad que pigmenta el cautiverio y la dominación al convertir el
color de piel y el lugar de procedencia y de destino al que se condena al
esclavizado en evidencias de salvajismo y barbarie pagana; causas instrumentalizadas
del poderío absoluto y de la subyugación esclavista civilizatoria europea. Tal
poder mistificador demarca fronteras de barbarie y territorios salvajes,
sataniza la piel, trivializa el origen cultural, racionaliza la esclavización y
cristianiza al cautivo; pero no santifica su nacimiento, su matrimonio o su
muerte ni le reconoce derechos ni le hace libre o, menos aun, igual; ni
siquiera humano.
La construcción del negrismo apurará
ideas de fácil digestión en una sociedad acostumbrada a obedecer, instalando
una dualidad intemporal, providente y moderna según la cual mientras los unos
naturalmente mandan y disfrutan de la riqueza, los otros naturalmente trabajan
obedientemente. En tal articulación, lo contrario: no mandar ni creerse superior
sería regresión, negación histórica y anulación del pensamiento. Mientras la
ciudadanía es defendida para unos, bajo el trato identitario homogéneo y el
reconocimiento de derechos sin distinción, se inventa al ‘negro’ como sinónimo de
“diferenciación, discriminación, diferencia”,
pese a que “esa identidad puede ser significante para excluir y discriminar
negativamente; pero también sirve para discriminar positivamente, para incluir
a otras personas, quizás en un proyecto de reivindicación de derechos. La
contradicción o tensión entre los términos yace en el hecho de que, para buscar
la ciudadanía completa para los que son o se sienten discriminados, se tiene
que nombrar y aun acentuar la identidad con base en la cual son discriminados y
excluidos de la ciudadanía total. Es decir, para buscar la igualdad se tiene
que acentuar la diferencia; para lograr el universalismo, se tiene que enfocar
la particularidad”[2].
En tal sentido, a la construcción de la carga negativa del ‘negro’
responde un movimiento que, utilizando la palabra más despectiva para ello en
francés (négre en lugar de noir), se levanta en plano reivindicativo.
2. Negritud como pensamiento transhistórico
No queremos hacer revivir una sociedad muerta (…) precisamos crear una
sociedad nueva.
Aimé Cesaire
En el contexto de la posguerra, durante las décadas del 20 y
30, una pléyade de estudiantes, literatos y ensayistas de la afrolatinoamerica
se encuentran en Europa, en un ambiente intelectual en el que, frente a la
ruptura con moldes y modelos tradicionalistas que llevarán a la instalación del
cubismo y a la exaltación del denominado “arte negro africano” con los que,
bajo reminiscencias primitivistas, se refundan las expresiones artísticas de la
época; al tiempo que se instala una imagen antropófaga, esencialista y rupestre
de África, nuevamente vista con ojos europeos[3].
En ese momento, se produce un cuestionamiento a la propia imagen, marcada por
el entorno colonial, a partir de la cual se fundara “toda una escuela de
pensamiento militante” (A. Cesaire
2006, 87)
que emprenderá el cuestionamiento a una Europa no civilizatoria sino
colonialista, “moral y espiritualmente indefendible” y acusada “por decenas y
decenas de millones de hombres que desde el fondo de la esclavitud se erigen
como jueces”; conscientes de saber que “sus ‘amos’ provisionales mienten y por
lo tanto, que sus amos son débiles” (Cesaire 2006,
13) .
Frente al trato despectivo con el que el colonialismo
instaló al ‘negro’ como un animal-cosa; una especie de mueble animado y servil,
se levanta la noción de negritud “como instrumento de
autoafirmación en las luchas políticas y como formulación de los lineamientos
generales de una poética que sería, en sus ambigüedades, de gran importancia en
el desarrollo de la literatura y las artes en el siglo XX” (Diaz Saldaña 1992, 8)
En su propuesta
original, negritud, entendida como “el
simple reconocimiento del hecho de ser negro, y la aceptación de ese hecho, de
nuestro destino de Negro, de nuestra historia y de nuestra cultura”, se
convierte en un reclamo fundacional de un movimiento artístico, poético y
político de rebelión contra la negación o nulificación europea del mundo
africano y de sus gentes; un levantamiento o “rebelión contra cualquier forma de racismo y opresión, un salto doloroso
y apasionado hacia la universalidad, un arma milagrosa”, según el más reconocido de sus
gestores. (Aimé Cesaire (
1938), citado por Depestre Catony 2011).
La negritud, abusando de Fanon, condena “al blanco a su
blancura y al negro a su negrura” (Fanon 1973,
9)
al convertirse en la “negación de la negación del hombre negro”. Centrada en un
discurso contra el colonialismo europeo, el cual habría logrado injertar “el abuso moderno en la antigua injusticia y
el odioso racismo en la vieja desigualdad” (Cesaire 2006,
22) ,
produciendo una comunidad combativa y libertaria, “comunidad también de
resistencia continua, de lucha obstinada por la libertad y de indomable
esperanza”, pese a la estela de
sufrimiento histórico que la hace ser, prisionera de la colonialidad, “una
comunidad de opresión experimentada, una comunidad de exclusión impuesta, una
comunidad de profunda discriminación” (A. Cesaire
2006, 86) .
Pese a su notoria actualidad; sin embargo, el pensamiento
político de Cesaire es deudor de las circunstancias que lo condicionan. Su idea
de la resistencia y la movilización emancipatoria se afinca en la necesidad de
entenderse a consecuencia del proceso colonial y no como contrario a dicho
proceso. Así, las claves de interpretación del negrismo surgen en la contemplación del colonialista frente al
colonizado; incluso como se lo nombra: “es el colonizado quien quiere ir hacia
adelante, es el colonizador quien lo mantiene atrasado” (Cesaire 2006, 22) .
Por ello, utilizar las mismas categorías gestadas por el
pensamiento nulificador europeo confunde y distrae: bárbaro, colonizador,
colonizado, civilización, imperio, tanto como el llamado a un proletariado en
abstracto, pese a que se lo conciba como una clase que “sufre en su propia
carne todos los males de la historia, todos los males universales” (Cesaire 2006,
43) ;
convirtiendo una experiencia humana encarnada y sufriente en un patrimonio, en
“una manera de vivir la historia; la historia de una comunidad cuya experiencia
se manifiesta, a decir verdad, con sus deportaciones, sus transferencias de
hombres de un continente a otro, los recuerdos de creencias lejanas, sus restos
de culturas asesinadas” (A. Cesaire
2006, 86-87) .
En la construcción de Cesaire, la memoria de África es
construcción de la diferencia nutricia, sobre la que se articulan lazos de
solidaridad nacidos en la conciencia de la diferencia. Por ello, para Cesaire,
África porta más que brazos y vientres en el trasplante forzoso de sus hijos e
hijas en condición esclavizada; fecundando “con un cierto número de valores
esenciales las civilizaciones nacientes de las que estas nuevas sociedades eran
en potencia las portadoras” (A. Cesaire
2006, 87) ;
con lo cual la reivindicación de la negritud
constituye un desafío a la tradición domesticadora según la cual el
esclavizado, internalizado su padecimiento, se resigna a cargar, cortar y
arrastrar sin pensar ni cavilar.
En el ideario político de la negritud, el rechazo a la
opresión se sintoniza con el combate a la desigualdad; llevando a algunos de
sus cultores a proponer incluso el retorno a África como la alternativa para
salir del estado de dominación históricamente alienante y reproducir, en
libertad y al margen de la tradición reduccionista y jerárquizada del
colonialismo europeo, nuevas formas de encuentro con la tradición africana
reconocida como propia, incluso en un exaltado reclamo de retorno geográfico. De hecho, el que buena parte de su obra literaria y sus
proclamas políticas se produzcan recreando en Europa el territorio ancestral o
reclamándolo en sus escenarios y tertuliaderos si bien no quita peso a su
reclamo si pone de presente el carácter europeo del pensamiento al que se
vincula las reivindicaciones identitarias: se trata de insertarse en la
universalidad; de ser europeos en el mismo sentido en el que WEB DuBois
reclamaba sentarse junto Shakespeare, Balzac o Dumas[4] (DuBois 2007,
67) .
Este reclamo de universalidad, nacido del rechazo al
esencialismo que naturaliza la dominación para unos y entroniza el señorío para
otros, insiste en reconocerse como un grupo humano inserto en la humanidad;
negada de manera categorial y sustantiva por la tradición de pensamiento
eurocentrada, en correspondencia con una tradición de la economía política
colonial que habría logrado sobrevivir tras la instalación del modelo societal
republicano. Tal tradición, distribuye de manera desigual el peso de la historia
y la trabazón cultural, asignando la carga del padecimiento y los efectos de la
dominación oprobiosa a quienes, situados como africanos por su procedencia
geográfica e ideados como ‘negros’ por
la coloración de su piel, resultan imaginados inferiores y asignados a tareas
productivas; mientras se reserva para los europeos, ideados como ‘blancos’, el
destino de los dioses.
Frente a tal desparpajo, los pensadores de la negritud
enarbolan las banderas de la autonomía y la articulación de las propias maneras
tanto en su obra literaria como en las prácticas políticas que emprenden y
aquellas gestadas en África, en pleno proceso independentista, del que se sienten
igualmente protagonistas, en “una empresa de rehabilitación de nuestros valores
por nosotros mismos, de profundización de nuestro pasado por nosotros mismos,
de enraizamiento de nosotros mismos en una historia, en una geografía y en una
cultura, traduciéndolo todo no por un arcaizante apego al pasado, sino por una
reactivación del pasado para propiciar su propia superación” (A. Cesaire 2006, 88) .
En tal sentido, pese a lo valioso que resultó en su momento
la afirmación de la propia identidad (negando la negación de la identidad),
resulta importante situar el movimiento de la negritud como un momento negativo
del proceso dialéctico, cuya superación resulta necesaria para afirmar la
propia identidad y recomponer los rumbos de la acción política que se enraiza
en la voluntad indeclinable de, aun precariamente, limitar, enfrentar y demoler
el sistema de dominación esclavista y sus secuelas republicanas productoras de
desigualdad e injusticia incluso en los tiempos de la extensión democrática de
derechos y libertades.
La ruta gestada por tales teóricos es precaria al reclamarse
como un momento negativo. De hecho, el mismo Cesaire reconoce el nacimiento
estadounidense de su concepto, además del hecho de que no siempre usa la
palabra negritud “aun cuando haya sido yo mismo, con la complicidad de algunos
otros, quien haya contribuido a inventarla y lanzarla” (A. Cesaire 2006, 89 y 85 respectivamente); pues pese a que “la
negritud no pertenece esencialmente al orden biológico” es a esto mismo a lo
que, décadas adelante, se la ha visto vinculada incluso en los discursos
oficiales en los que se la recoge; en las que la imagoloquía del “negro” y de
“un cuerpo enteramente negro”, como escribiera Montesqieu, se impone a la
historia, a la vida cultural, a la pertenencia identitaria y al carácter
reivindicativo de la propia estructuración
étnica.
Tal como lo confirmara Cesaire, algunos años antes de su
muerte, frente al discurso sobre el colonialismo habrá que fundar el discurso
de la identidad; que despidiendo a la negritud pese a mantenerse fiel a una
tradición política libertaria (Depestre 1996) , hunda sus raíces en
África para expandir y conquistar una nueva hermandad: la de la resistencia en
libertad; capaz de dar cuenta de un universalismo diferenciador cuya génesis
remite a la restauración de la africanía, la restitución de la rebeldía frente
a la integración pasiva y la invención del propio rumbo libertario, respetuoso
de la ancestralidad; en un movimiento que pueda advertir, como he plantado en
otro momento, que “las culturas, las identidades y las mentalidades no mueren;
se las reconfigura, entran en un proceso de adecuación simbólica entre el
tiempo ancestral, el presente y la comprensión del futuro, con lo que el cambio
y la resistencia al cambio se entrelazan” en nuevos movimientos de permanencia
dinámica y resistente.
Desarticular
las historias de la historia, las lecturas noveladas del proceso civilizatorio
europeo, resulta fundamental al propósito de restituir el vigor de la
presencia, participación y constitución de la génesis propia y la
diferenciación étnica. Romper con los novelistas de la civilización como
denomina Cesaire a los historiadores tras la construcción domesticadora del
negrismo y la hiperinflación blanqueadora de la historia, construida en
detrimento del otro y en provecho propio y soportada bajo la pretensión
eufemística y mistificada de un humanismo acrítico y marcadamente interesado en
el que conviene a los otros padecer y sufrir naturalmente.
3. El panafricanismo y la reconstrucción del imaginario diaspórico
El colonialismo se funda en una dinámica de dominación total;
por ello la colonialidad, uno de sus proyectos, se expresa como constricción
del pensamiento autónomo y negación de la otredad, ambos necesarios para
apuntalar el discurso aparentemente civilizatorio imperante. Al reproducir un nuevo discurso
acudiendo a los mismos conceptos, bajo idénticos imaginarios y desde los mismos
lugares de enunciación, el de la negritud resulta un movimiento que emula las
prácticas y los propósitos de la resistencia escrita y producida en Europa;
para la cual no resulta preciso derrumbar el molde societal en el que se
escenifican las relaciones de dominio sino tan sólo insertarse en él, hallar
una manera de acomodarse; tal como ocurría a las élites en algunos países que
se afanaban por reclamarse europeos de
América Latina y erigir a ciudades como Bogotá en “la Atenas de
Suramérica”. Escrito por René Depestre, “lejos de armar su conciencia de clase
contras las violencias del capitalismo, la negritud disuelve a sus negros y negroafricanos
en un esencialismo perfectamente inofensivo para el sistema que despoja a
hombres y mujeres de su identidad” (Depestre
1996, 337) .
Ello sin embargo, nos lleva a pensar que en realidad el de la
negritud no constituye un momento de verdadera oposición a la tesis supremacía
europea o ‘blanca’ sino su versión no vergonzosa o, lo que es igual, su
extensión a una gramática en la que el cuerpo esclavizado y sufriente procura
su ingreso o entrada en dicha discursividad. Tal como Fanon nos advierte, “los
negros” sólo existen frente al “amo blanco”. Desmontar la colonización implica
trasmutar el universo relacional que lo hace posible y que se vende fácilmente
haciendo creer que “el colonizado habrá escapado de su sabana en la medida en
que haya hecho suyos los valores culturales de la metrópoli” (F. Fanon 2009, 50) . Romper con tal
construcción implica desmontar igualmente la máscara ‘blanca’ que se impone
sobre la piel ‘negra’; destruir el fundamento de tal atadura que pervive en la
negritud, toda vez que este movimiento hunde sus raíces en el pasado pero se muestra
torpe y vacío para considerar el futuro; para atisbar un mundo vaciado de
servidumbre y asimilación.
Frente a la contemplación y reinterpretación del modelo expansionista
colonial europeo, la ruta libertaria afrodescendiente levanta en el panafricanismo
una fortificación de notoria significación en el propósito de instalar
dispositivos conceptuales transgresores del modelo de domesticación del
pensamiento y prácticas de liberación capaces de contener, hacer retroceder y
eliminar la presencia del dominador y su capacidad de sometimiento; gestando
procesos de liberación que ponen a África en manos de sus propios pueblos[5],
mientras en nuestras fronteras persiste el hecho protuberante de que este
sector del mundo, pese a serlo, aun no pueda ser consensualmente denominado
afrolatinoamerica[6].
El panafricanismo emerge entonces en un universo filosófico
que acompaña las luchas de liberación nacional en buena parte de la Antigua
Africa colonial, en reclamo de independencia, igualdad y autodeterminación
entre las naciones y solidaridad entre los pueblos hermanos.
Pese a padecer el continuo boicot de antiguos imperios,
especialmente la oposición de Francia y el oportunismo de Inglaterra, en África
se levanta una bandera que reclama libertad en la pobreza antes que esclavitud
en la opulencia, al decir de Sékou Touré (Nkogo Ondó
2008, 146) .
El panafricanismo[7],
articulándose desde 1914 bajo la estela de Marcus Garvey, W.E.B. DuBois y
George Padmore, se funda en postulados que trascienden la dinámica de inserción
en un movimiento de unidad cosmopolita de los nacidos en las diferentes
regiones África, gestándose como un reclamo de ampliación de la ciudadanía para
los africanos que se extiende a la inclusión de aquellas y aquellos que, hijos
de la diáspora, “constituyen personas
de origen africano que viven fuera del continente, con independencia de su
ciudadanía o nacionalidad, dispuestas a contribuir al desarrollo del continente
y a la construcción de la Unión Africana” (Unión Africana 2005) .
En su ideario anticolonialista, el autogobierno como derecho
de los pueblos, la crítica a la explotación imperialista, la reivindicación del
poder político autogestionario y el llamado a la acción solidaria de los trabajadores,
profesionales e intelectuales, se convierten en la expresión de un
movimiento de denuncia y actuación por los derechos sindicales, la instalación
de las libertades, la constitución de cooperativas, y la difusión de literatura
para la educación y organización popular, tal como propusiera Kwame Nkrumah,
quien luego sería el Primer Presidente de la República Independiente de Ghana (V Congreso
Panafricano 1945) .
Contra el tribalismo auspiciado por las antiguas potencias
imperiales, las que incluso lograron sostener mecanismos de control
descentralizado al contribuir a instalar gobiernos tribales en las nuevas
repúblicas establecidas en los 60 del siglo pasado, se levanta un pensamiento y
una forma de acción nutrida por la convicción de que el desarrollo para África,
los africanos y sus descendientes no provendrá de la mano solidaria de Europa y
sus hijos; por lo que resulta fundamental articular una concepción y un trabajo
mancomunado en torno al desarrollo autocentrado (Amin 1994) .
Como evidencia, se advierte en las últimas décadas cómo el
peso de los recursos de la cooperación internacional y de la banca multilateral
orientada hacia estos países no se dirige a la instauración de condiciones para
el desarrollo autónomo sino que replica recetas con las que se supone,
tercamente, que las nuevas naciones y países empobrecidos se pondrán “en vía de
desarrollo”. Sin embargo, la agudización de las desigualdades, el crecimiento
de las inequidades incluso ante la disminución porcentual de la pobreza, la
incapacidad de gobernar y la precariedad del ingreso, sin embargo, no parecen
ceder; por lo que, tras “la gran esperanza de ver que se iniciaba un
irreversible proceso de desarrollo”, la desilusión acompaña buena parte de los
procesos de liberación y no alineación gestados en África y los países del
denominado tercer mundo, animados ahora por elites gobernantes ansiosas de
incorporarse a la mundialización tras la eufemísticamente denominada economía
planetaria o globalización.
Pese
a su llamado por un mundo en el que África constituya una sola voz, gestando
mayores niveles de conciencia e identidad del colectivo africano,
las aspiraciones movilizatorias de las diásporas, el cuestionamiento a las
dinámicas del capital y a las soluciones eurocentradas aplicadas en el
continente y la ampliación de los escenarios para la discusión y afinamiento de
una perspectiva común de los problemas del continente, el pensamiento panafricano se ha visto resignado a entrar en
la oleada de eventos cuyas declaraciones, insistentes, no producen
transformaciones significativas en las realidades nacionales ni pesan
suficientemente en los escenarios multilaterales hoy disponibles, evidenciando
la irredenta calma de los movimientos antiimperialistas contemporáneos.
Sin
embargo, la construcción imaginativa de la diáspora ha logrado seducir al
universo académico, gestando propuestas, proyectos internacionales, llamados,
proclamas, eventos, publicaciones y comunidades que se entienden vinculadas
epistémicamente a África en ese continente o por todo el planeta
afrodescendiente[8];
movimiento que, sin embargo, aun deberá depurarse de los viejos clises del
pensamiento anticolonial del cual se siente frecuentemente deudor
4. La afrodescendencia como afirmación libertaria
Si bien entre los pensadores de la negritud, ésta se constituye “en un lugar de un combate
por la descolonización y liberación de los pueblos oprimidos y de trabajo
estético en procura de una expresión de la singularidad histórica y vivencial
de los pueblos del tercer mundo” (Diaz Saldaña
1992, 8) ,
cuya ofensiva se levanta discursivamente contra la construcción despectiva y la carga peyorativa impresa en lo “negro” por los procesos coloniales, antes
que en las transformaciones políticas padecidas por pueblos y naciones
sometidos a tal tradición de dominio; es preciso reconocer en dicho pensamiento
la simiente de un movimiento articulador de la libertad como afirmación identitaria.
La
invención étnica identitaria, negada frecuentemente en las construcciones
ideológicas republicanas y liberales pone de presente el peso y la riqueza del
propio pasado cultural en la articulación de las complejidades de la ciudadanía
nacional, la cual no logra eliminar ni subsumir tal pertenencia (Arcos Rivas
2011) .
De hecho, sólo el infantilismo académico podría violentar tal significación, al
defender que, más allá de las diferencias contenidas en procesos de adscripción
y autorreconocimiento étnico, somos hijos de un solo dios, una sola raza y una
sola lengua; portadores de una misma humanidad indiferenciada.
Por muy limitado que parezca, el combate semántico y
discursivo es importante, tanto como lo es el de la disputa por la inclusión
cultural que, por ejemplo, reivindica el mestizaje y los encuentros fronterizos,
imbricaciones y entramados que vinculan a las y los afrodescendientes con la
doble articulación entre pueblos originarios de Abya Yala y Europa, productores
de singularidades culturales tan sensibles y hermosas como la saya, la diablada
o los caporales de Bolivia, el Tondero y la marinera peruano o la cumbia y el
porro colombiano; que expresan la diversidad cultural y la riqueza articuladora
de América, generadora de Yungas, Prietos y mulatos por todo el continente.
Sin embargo, el grave peligro sobre el que siempre se deberá
permanecer alerta consiste precisamente en ceder ante la tentación
asimilacionista en la que, conquistado el lenguaje y reconocida la valoración
cultural, se dejan por fuera las reivindicaciones políticas que, desoídas en el
tiempo, perpetúan las condiciones de exclusión, pobreza y desigualdad en las
que se encuentran altamente representados las y los africanos y sus
descendientes por el mundo y que hacen
que el color de piel y la identidad étnica constituyan permanentes campos de
combate contra el racismo, la esterotipia, la imagoloquía, la exclusión y la
discriminación, formas reales y manifiestas del trato oprobioso y persistente
contra individuos y pueblos de descendencia africana.
La de las y los afrodescendientes no es simplemente una lucha
por el reconocimiento sino la gestación histórica de una tradición política
libertaria, que reclama la estructuración de teorizaciones que le sean propias.
Tal como plantea Dussel, un pensamiento emancipador de alto vuelo; liberador,
apunta a situarse mucho más allá de la negación de la negación: “se trata de la
afirmación de la exterioridad, de la dignidad de ser de origen africano, de ser
parte de un pueblo histórico; con sus
tradiciones, sus héroes, sus derechos, su arte, su expresión religiosa” (Dussel 1982,
501) .
Una ruta afirmativa de tal calado, recoge la invitación de
Cesaire y de otros cultores de la negritud a que no olvidemos ni cultivemos el
método de la amnesia; sino al contrario, optemos y elijamos asumir el pasado
africano con valentía y no como un “fardo
pesado y fastidioso que no hace más que obstaculizar nuestra evolución” (A. Cesaire
2006, 90) .
Adoptando este camino sugerido por los teóricos de la negritud, habrá que
insistir en romper con una concepción
carcelaria de la identidad, para la cual no sólo el pasado es vergonzoso
sino retrógrado y limitado. En su discurso, quienes así piensan, invitan a
asumirse universales, a reverenciar la ancianidad de la humanidad y a
refugiarse en la historia sin historia para “ascender” al prometido reino del
blanqueamiento a condición de eliminar toda forma de enraizamiento que reconozca
la prosapia, la matriz o al menos la huella de África entre nosotros.
En tal sentido, la apropiación de la afrodescendencia
constituye no sólo un espacio de construcción de la resistencia conceptual, tal
como en su momento lo fuera el discurso sobre la negritud; sino que además
constituye una plataforma de acción en contra de la brutalidad descomunal e
histórica del esclavismo y sus implacables secuelas en las republicas y
naciones democráticas, lo que ha significado no sólo el estado lastimero de la
población en buena parte de África sino además la alta representación de las y
los afrodescendientes en las estadísticas que dibujan el mapa de pobreza,
marginalidad, desprotección, precariedad, indignidad y padecimientos sobre este grupo humano;
asunto este que le vincula a los reclamos panafricanistas y a la articulación
del denominado pensamiento diaspórico o afrodiaspórico.
Tal ampliación de la conciencia libertaria debería proveernos
de herramientas conceptuales y políticas para advertir que la afrodescendencia
no entiende el pasado étnico y cultural sujeto a las cadenas de la
esclavización y del colonialismo. Por el contrario, los procesos de restitución
de la memoria y de articulación identitaria se enraízan en las prácticas
libertarias, resilientes inclusive; sostenidas con denuedo a lo largo de los
siglos en los que la perversidad mercantil y el afán capitalista ha insistido
en condenar a una situación de oprobio a las y los hijos de África; cuyas
insistentes prácticas de resistencia preñaron las selvas y los caminos lejanos
con rochelas y palenques encumbados y libres, tal como construyen hoy caminos
de libertad en las grandes ciudades.
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http://www.dirco.gov.za/diaspora/definition.html.
V Congreso Panafricano. «Declaración final.» 1945.
http://delfinmocache.bligoo.es/los-congresos-panafricanos.
* Versión preliminar.
[1] Para acercarle a mi comprensión
personal de este juego entre palabras, conceptos y discursos le sugiero leer mi
escrito Interculturalidad: Entre innovación conceptual, prácticas
institucionalizadas y novedades jurídicas: http://cuestionp.blogspot.com/2011/05/interculturalidad-entre-innovacion.html#more
[2]
Peter WADE, “Población negra y la cuestión identitaria en América Latina”. Op.
Cit., p. 121
[3]
Para esta lectura le invito a visitar mi escrito “Mestizos más que de piel”. http://cuestionp.blogspot.com/2011/08/mestizos-mas-que-de-piel.html
[4] “I sit with
Shakespeare and he winces not. Across the color-line I move arm in arm with
Balzac and Dumas, where smiling men and welcoming women glide in gilded halls.
(From out the caves of evening that swing between the strong-limbed earth and
the tracery of the stars,) I summon Aristotle and Aurelius and what soul I
will, and they come all graciously with no scorn nor condescension. So, wed with Truth, I dwell above
the Veil. Is this life you grudge us, O knightly America? Is this the
life you long to change into the dull red hideousness of Georgia? Are you so
afraid lest peering from this high Pisgah, between Philistine and Amalekite, we
sight the Promised Land?”
[5]
El proceso de liberación africano es complejo y disímil. Si bien hoy asistimos
al patético espectáculo que reproduce guerras étnicas inventadas en su momento
por europeos que instalaron gobiernos indirectos y“aprendieron a sacar provecho
de los aliados políticos culturalmente legítimos, y no de los africanos cultos
que eran ambivalentes o hasta hostiles a la tradición”, parece imperioso que
sean los propios pueblos africanos quienes logren visibilizarse por fuera de
los cánones del colonialismo instalado sobre pretendidos patrones culturales o
comunitarios. En tal sentido Mahmood Mandani propone superar el marasmo de la
hora actual instalando una síntesis creativa entre la posición del poder y la
construcción de la resistencia en África y denunciando procesos de
desracialización sin democratización, que dan cuenta del ‘legado no racial’ del
colonialismo y su práctica de ‘segregación institucional’ legitimada,
persistente en los países africanos bajo la estampa de un ‘despotismo
descentralizado’ (Mandani 1998) .
[6]
Por razones diferentes, como se advierte, insisto en la denominación afrolatinoamérica, pese a que Depestre,
cuyas ideas comparto, defienda el que “sólo una americanología a secas, sin
prefijo afro, indo, eurocentrista, puede permitir liberar el análisis y la
reevaluación de nuestros fenómenos socioculturales del imperialismo conceptual
y metodológico que ha dividido desmembrado, fraccionado, epidermizado, racializado el conocimiento de las leyes
de nuestra historia” (Depestre
1996, 341) .
Mi obcecación obedece al hecho de hacer notar lo que se deja por fuera
habitualmente en tal denominación patronímica; al menos hasta que resulte
posible a nuestros pueblos “unificar democráticamente, para su provecho
exclusivo, los componentes históricos de su identidad”.
[7]
Por razones prácticas, en este trabajo no presento mayores diferencias entre el
panafricanismo, la OUA, su rearticulación en la Unión Africana y la instalación
del pensamiento de la diáspora en el contexto local; lo cual presentaré en otro escrito, más
adelante.
[8]
Véase mi escrito: El planeta afrodescendiente. http://cuestionp.blogspot.com/2012/02/el-planeta-afrodescendiente.html
En la Rebelión de los Genes, Manuel Zapata Olivella, clarifica bien como se dividieron los pensadores de la negritud frente al problema de la descolonización. Nkogo Ondó, por otro lado,no cree mucho en los dirigentes africanos que educados en Europa, reeditan en sus países de orígenes la Neocolonización.Tampoco es notable, pese a lo extenso, un aterrizaje en nuestra realidad, dejando en el aire la crisis de algunos de nuestros dirigentes, que peor a los que se refiere Nkogo, son aún más serviles, pues no tienen claro una orientación política en armonía con la historia de la Diaspora, así como tampoco un norte académico ni organizativo, pues bailan al son que les toque el Estado. Entonces,por dónde anda la búsqueda de esa proyección política?
ResponderEliminarMuy buenas preguntas.
EliminarAunque en realidad este ejercicio no está situado específicamente en torno a procesos políticos locales.
En lo personal, considero que aun está por verse la posibilidad de gestar gobiernos étnicos en el país, porque cosa bien distinta es tener gobernantes pigmentados.
Hola
ResponderEliminarQuisiera saber qué material didactico,audiovisual o escrito, podria ayudarme a trabajar el tema de la multiculturalidad en una institución escolar como proyecto transversal del área de Ciencias Sociales.
Hola
EliminarSi quieres me escribes a arleisonarcos@gmail.com, me compartes què estás adelantando y cómo puedo contribuir con tu trabajo.
Vale la pena seguir profundizando en un tema tan profundo y complejo como lo es nuestra historia, pero a su ves debemos enfocarnos clara y firmemente en nuestros ideales tanto particulares como colectivos, estoy mas que seguro de que podemos lograr un mayor empoderamiento político y económico que garantice bienestar y dignifica nuestras vidas y la de nuestras/os descendientes.
ResponderEliminarTienes toda la razón. El autorreconocimiento étnico debe llevarnos a situarnos en relaciones de poder y dignificación de las condiciones de vida de nuestra gente.
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