“La opresión es una terrible caricatura de la
obediencia”
Simone Weil
En Panamá, hoy 21 de mayo de 2012 se ha retado a la sociedad
y a la escuela para que entienda el valor y la riqueza que se porta en la
diferencia. Bajo el lema “Mamá, ¿por qué no
puedo llevar trenzas a la escuela?”,
la Coordinadora de Organizaciones Negras Panameñas, presidida por
Alberto Barrow, y diferentes actores de la comunidad afropanameña se han dado a
la tarea de hacer público el cuestionamiento al molde racializado y
discriminatorio con el que, silenciosamente, el Ministerio de Educación de ese
país tolera una práctica que insiste en desconocer el derecho de pertenencia a
una comunidad étnica, obligando a las niñas afrodescendientes, personificadas
esta vez en la pequeña Ashley Sánchez, a alisar su cabello. Más indignante
resulta aun que, siendo afrodescendiente la Ministra Lucy Molinar, no se haya
pronunciado oficialmente prohibiendo dicha práctica y sí reaccionara de manera
ofuscada ante diferentes medios que requirieron su versión sobre tal práctica.
Días atrás, en Medellín y en toda Colombia se hizo sentir el
rechazo y la indignación por las palabras que, pronunciadas en un contexto institucional
y en un espacio público y de deliberación política, no podían ser más que una
odiosa evidencia de prejuicio y discriminación; esta vez contra el Chocó, un
Departamento que en el país, simbólica y materialmente, representa la historia
y la ancestralidad tanto como los padecimientos de las y los afrodescendientes.
Manifestaciones de diverso orden, incluso en el mismo escenario de la Asamblea
de Antioquia, sumaron voces al escape silencioso en el que pudieron quedar,
como en otros momentos, las palabras insultantes del Diputado Rodrigo Mesa; en
un país con una abultada legislación étnica, falta de prácticas de reconocimiento y
diferenciación sembradas en escenarios privados, públicos e institucionalizados.
Romper el mutismo, activar la denuncia y publicitar las
exigencias constituye, entonces, una práctica de singular tamaño en la tarea de
destrozar el cristal de la invisibilidad étnica, enfrentar la pálida discreción
del público ante las afrentas a la alteridad y alentar a los individuos y
grupos sociales para que produzcan equilibrios y sinergias capaces de dar al
otro el trato justo que merece, construido en la reciprocidad que lleva a retar
un sistema de dominación y sus expresiones de violencia y marginación en contra
de quienes, carentes de poder, resultan no sólo explotados sino oprimidos en
los estrechos moldes del imperialismo cultural (Young 2000,
71-113) .
Resulta fundamental en una sociedad democrática que
individuos y grupos puedan portar en público sus nexos ancestrales, la
diferencia étnica e incluso la pertenencia territorial, tanto como que exijan
su consideración y reconocimiento por parte de quienes, obligados a obrar en
correspondencia por su fuero y reputación social y política, se abrogan el
derecho a desconocer tal pertenencia y condición diferenciada. Por ello es válido y necesario que las organizaciones y movimientos étnicos, tanto
como las instituciones públicas y estatales, se activen y movilicen para someter
al cuestionamiento diario y cotidiano las prácticas con las que se homogeneízan
y se afincan los prejuicios y miramientos despectivos dirigidos a sus miembros
y colectivos; así como a territorios en los que se simboliza y significa la
ancestralidad y pertenencia étnica.
En el ejercicio de dotar a la sociedad democrática con nuevos
moldes de inclusión, la escuela juega un papel singularmente significativo; en
la medida en que (como queda visto con el porte de trenzas, práctica
históricamente articuladas a rutas libertarias y acciones contrahegemónicas),
aplicar criterios de exclusión cultural o identitaria no sólo constituye una
afrenta al enraizamiento de principios democráticos en el escenario educativo
sino, además; atentan contra la inclusión del otro y su legítimo derecho a ser
diferente; aun incluso si se anima tal propósito en términos de una teoría
política individualista de la intersubjetividad (Habermas
1999, 189-227) .
La construcción democrática de la diferencia debería
contribuir igualmente a superar el egoísmo en el que, fundada para unos pocos,
la palabra se expresa en absolutos. Le ocurrió a la Ministra de Educación de
Panamá según relata Alberto Barrow (ver),
del mismo modo que a Rodrigo Mesa quien, ante el visible reclamo adelantado por
agrupaciones afrodescendientes en la ciudad de Medellín, articuladas varias de
ellas en un proceso naciente denominado Comité Unitario Afrocolombiano, quería
hacerse oír (ver),
abusando del micrófono abierto irrestrictamente para él y aplazado por casi dos
horas para las y los manifestantes, los cuales se retiraron luego de hacerse
escuchar y lanzar arengas emocionadas que voceaban no sus disculpas sino su
renuncia. Al reclamar una audiencia no posible para ese momento, Mesa desconoció
que la racionalidad moral es dialógica
y que, por lo tanto “una persona egoísta que no quiera escuchar las expresiones
de necesidad de otras personas recibirá ella misma la negación de ser
escuchada”. (Young 2000,
181)
Para producir diferencia, la escuela en sus procesos de formalización
(distinto de que este escenario resulte normalizador), requiere entender su
papel edificante al contribuir a estructurar un sujeto cuya identidad
democrática le provea de la capacidad para concebir a las y los otros y sus
propias historias como posibilidad de construcción intersubjetiva. Sin escuela (como en el caso del señor Mesa) y, más sorprendente aun, acompañados por largos procesos de influencia
educativa (como en el caso de la Ministra Molinar), ‘el olvido de la diferencia’
produce un velo con el que, resulta evidente, se justifica la propia ignorancia
del otro (Heidegger 1990, 115) , rompiendo cualquier
posibilidad de reconstrucción identitaria y desarticulando ‘la alianza entre los seres humanos’ y ‘el evangelio de la armonía universal’,
reclamados para una sociedad en la que tales historias puedan poblar los mundos
de la vida y producir las transformaciones necesarias para hacer de nuevo al mundo;
a la estatura del ser humano (Nietzsche 1996, 113) .
Convocar a la escuela y los escenarios de debate y deliberación pública y política para que se aventuren a ahondar en la propuesta de Nietzsche de renovar
la alianza entre los seres humanos, nos lleva hoy a posicionar los discursos por la
diferencia y el reconocimiento; aquellos que encuentran en el cuerpo, el género,
la identidad sexual, la diferencia étnica y la pertenencia cultural la
posibilidad de reinterpretar el sentido de lo humano. Esta ruta no se detiene
en un ejercicio gracioso e irresponsable del discurso; sino que enfrenta la
tarea de derrumbar los senderos de la conciencia falsa y engañosa articulada en
la imagoloquía arrogante y elitizada con la que se conserva la negación del
otro, de la otra y sus particualridades, condenando aun hoy a la mujer al
dominio del patriarca y del machista, al niño a la jefatura arbitraria del
adulto, así como al indígena y al afrodescendiente a la insoportable condición
de seres minimizados y discriminados frente a la arrogancia del que, prisionero
en sus ficciones, se permite establecer cánones de virtud, normas estéticas, usos
permitidos en el cuerpo y maneras de decir al otro; entre otras múltiples formas
de domesticar la diferencia para invisibilizarla.
Vivir en un mundo de diferencia humana supone configurar de
nuevo nuestra capacidad para entender al otro y concebir, junto y frente a este,
formas de enunciación del otro desde su propio lugar, en su propia historia y con
sus propias expresiones; de modo que la alteridad, la intersubjetividad y la interculturalidad nos permitan reconocernos como
un nosotros palpitante en un escenario en el que la vida humana, plural,
distinta y diferente, logre expresarse con vitalidad como riqueza y
posibilidad.
Sumados los hechos, ojalá en Colombia y Panamá no sólo las
trenzas sino la afrodescendencia entera enraizada en la historia pueda habitar,
de una vez y para siempre, la escuela, la política y la vida.
Trabajos
citados
Habermas, Jürgen. La inclusión del otro. Estudios
de teoría política. Paidós, 1999.
Heidegger, Martin. Identidad
y diferencia. Anthropos, 1990.
Nietzsche, Federico. El
nacimiento de la tragedia. Alianza, 1996.
Young, Iris. La
justicia y la política de la diferencia. Universitat de València, 2000.
Uyyy no... que horror, imposición de patrones estéticos con connotación de discriminación racial y étnica... además con lo bellas que son las trenzas en las mujeres afro... y en los hombres también... papasitos!!!! jejejejejeje.
ResponderEliminarInteresante debate para proponerlo en clase, a veces creemos que no es con nosotros... eso también es racista.
ISA
Isa, gracias por el comentario.
EliminarEs verdad que en clase muchas veces dejamos por fuera asuntos que retan los debates políticos más trascendentales; como el del peso de la diferencia en la construcción de la nación, por ejemplo.