Por mucho tiempo hemos tolerado que al uso de sistemas informáticos en las prácticas de apropiación cognoscitiva se le llame educación del siglo XXI, considerando que el sólo acceso informático amplifica para los individuos las oportunidades de aprendizaje y desarrollo crítico. Por lo contrario, al cierre de su segunda década, se hace evidente que la mayor exposición de los individuos a fuentes informativas análogas tanto como digitales y la proliferación y disponibilidad de dispositivos electrónicos reproductoras de contenidos desregulados no produce sujetos críticos por sí mismo e incluso refleja y acrecienta históricas desigualdades estructurales. He ahí uno de los fundamentos victoriosos en reclamo de procesos de formación productores de interacciones creativas y relaciones significativas en el continuo articular que vincula a los sujetos, los instrumentos de aprendizaje y la mediación del magisterio en el proceso educativo en la escuela.
Sin manual alguno disponible, casa y escuela han trasmutado sus propósitos, cortesía de un efecto virológico descomunal y extraordinario que ha sitiado a cerca de mil millones de niñas, niños y jóvenes, incluidos quienes antes tampoco asistían a las aulas; sometidos a la prueba de fuego de aprender sin maestros presentes. En el contexto de una inusitada clausura de la escuela, entorno público en el que las generaciones jóvenes son sometidas o expuestas a prácticas de socialización y culturización, protocolos de relacionamiento, configuración normativa y apropiación disciplinar; ocurre que los procesos formativos se concentran en el espacio residencial ocupando lugares que tradicionalmente han operado como respaldo auxiliar de la escuela y no como su centro. Con tal trastoque, si bien en este contexto madres, padres y cuidadores asumen prácticas cercanas a la actuación docente, no puede afirmarse tampoco que en la casa convertida temporalmente en escuela se institucionalicen las funciones magisteriales.
La casa puede funcionar como escuela, pero la escuela no funciona sin maestras y maestros, según lo evidencian múltiples voces de padres y madres cansados de intentar asimilar su quehacer. Las y los maestros saben y se han preparado para desplegar con experticia didáctica sus saberes, como quiera que la práctica docente implica niveles de competencia cognitiva gestados en la acumulación de capital social y cultural ganado mediante la apropiación y despliegue de saberes disciplinares institucionalizados; pese a que se perpetúe el desprestigio social de su profesión y la suposición antojadiza y vindicta de que cualquiera puede ser maestro.
Ante el reto de que la escuela construya puentes pedagógicos y didácticos que vinculen el currículo en la trasposición entre ambas narrativas, la escolar y la residencial; las tecnologías y los procesos de digitalización de los aprendizajes reclaman de maestros, madres, padres y cuidadores el establecimiento de acuerdos que maticen las maneras de provocar la transferencia de enunciados curriculares en los que coincidan las actividades educativas escolarizadas con las prácticas de relacionamiento familiar sobre las que se soporta el ejercicio de aprender.
A semejante reto, contrario a los profetas de la desgracia y el infortunio, constatamos evidencias significativas que dan cuenta de la enorme capacidad del magisterio para recrear, incluso sin su presencia en la casa, propósitos y contenidos disciplinares en contextos mediados por la precaria disponibilidad tecnológica en los que plataformas educativas, equipos de cómputo y conectividad accesible no están asegurados.
El diseño de actividades de aprendizaje integrado, la difusión de piezas disciplinares contextualizadas, la promoción de interacciones informáticas en diferentes formatos, la ampliación colaborativa de rastreos de información, el acceso a recursos, herramientas y objetos operacionales habilitados para la discusión, argumentación, desarrollo y puesta a punto de actividades evaluativas, se han visto enriquecidas con el aporte de diferentes miembros de las familias y el acompañamiento de las y los maestros como mediadores que preparan actividades contextualizadas, facilitan la apropiación de contenidos, apoyan y asisten a quienes presentan dificultades y generan actividades múltiples que hagan posible el ejercicio competente de gestión autónoma en el acceso tecnológico con fines de aprendizaje escolarizado.
Seguramente nada ha sido perfecto ni podría serlo, considerando el pavoroso descuido de gobiernos que han preferido asignar cuantiosas cifras que escuden las ganancias de los financistas antes que dotar a sus niños, niñas y adolescentes de mejores recursos y dispositivos de aprendizaje virtual tutorizado. No obstante, la escuela del mundo entero ha hecho la tarea; tal como se evidencia en las consultas a las comunidades educativas que, a la posibilidad de retornar sin el aseguramiento condiciones de bioseguridad que protejan a sus hijos e hijas en las escuelas, antes que zaherir a los maestros, reclaman en coro mejores dispositivos didácticos para fortalecer el aprendizaje en casa, hasta que sea posible esta u otra normalidad emergente.
Referencias
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Bourdieu (1986). Las formas del capital.
Begoña Gros (2011). Construyendo el E-leraning del siglo XXI.
IE Santa Fe (2020). Consulta a la comunidad educativa.
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